Alberto Garzón, el joven economista del 15M que llegó al Gobierno
La carrera política de Alberto Garzón (Logroño, 1985) está llena de casualidades, en realidad. Su trayectoria en la última década es conocida. Pero bien podría haber sido de otra manera. De hecho, mucho de lo que le ha ocurrido no sólo no estaba escrito, sino que ha sido fruto del momento político de cada momento.
En noviembre de 2011, el candidato en el que muchos pensaban en IU para ser diputado por Málaga era el economista Juan Torres. Pero, por cosas de la vida, acabó siéndolo uno de sus discípulos, Alberto Garzón Espinosa: Torres declinó y dio su nombre, que fue aceptado por IU. El joven economista, activista en el 15M, había conectado con buena parte de las nuevas generaciones de la organización después de una intervención en el programa 59 segundos de agosto de 2011.
En aquel programa, Garzón denunció los recortes del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, habló de la troika, del pacto del euro, de la burbuja inmobiliaria, de los desahucios, de la pérdida de poder adquisitivo, de los problemas de los jóvenes para emanciparse y de los déficit democráticos del sistema. Luego vinieron más participaciones en el programa, lo cual le dio una popularidad y una conexión con unas nuevas generaciones fundamental para lo que vendría luego.
“Me gusta mucho una máxima anarquista que dice que si votar sirviera de algo, no nos dejarían votar”, así terminaba Garzón su intervención aquella noche, con 25 años y sin saber aún que se convertiría en diputado cuatro meses después.
La frase representa a un joven que, efectivamente, bebía de influencias anarquistas, si bien militaba en la UJCE además de participar en ATTAC con uno de sus maestros de entonces, Juan Torres.
Garzón sale elegido en noviembre 2011 como el diputado más joven de esas Cortes, en la legislatura en la que Mariano Rajoy consigue la mayoría absoluta y la Izquierda Unida de Cayo Lara pasa de 2 a 11 diputados, en una campaña electoral en la que Pablo Iglesias, posterior fundador de Podemos y vicepresidente del Gobierno, había ejercido de asesor político.
Aquel resultado se celebra mucho en la vieja sede de la calle Olimpo de Madrid, que queda muy lejos del Rincón de la Victoria (Málaga), donde entonces vivía Garzón, frente al mar. Aquel joven que disfrutaba programando juegos de ordenador, jugando al futbolín con sus amigos en el Rincón de la Victoria (Málaga) y comiendo espetos frente a la playa en el chiringuito Aquí te espero, recuperaba el escaño de Málaga para IU en un momento en el que España se dirigía hacia los mayores recortes de la historia, ejecutados por Mariano Rajoy en 2012.
La legislatura arrancó marcada, además de por la mayoría absoluta del PP, por ser la primera después del 15M, de la reforma del artículo 135 de la Constitución y por el rescate a la banca en España, los sacrificios decretados por la troika y la abdicación de Juan Carlos I. Eso sí, la legislatura terminó de una manera muy distinta para el país, pero también para Alberto Garzón y la izquierda española.
El joven diputado por Málaga –si bien nació en Logroño en 1985, Garzón se crio en Málaga por cuestiones laborales de sus padres–, muy activo en redes sociales, en los medios de comunicación y con una nueva forma de comportarse en la institución, fue ganando notoriedad por cosas como grabar a Mario Draghi durante su comparecencia a puerta cerrada en el Congreso –febrero de 2013–; o por el rodea al Congreso –septiembre de 2012–.
Garzón, así, fue ganando rápidamente un liderazgo por fuera de su organización que le conectaba con un nuevo momento político heredado del 15M que agitaba el bipartidismo y reclamaba nuevas formas de hacer política y de gestionar la economía, y que se rebelaba ante la connivencia de IUCM con los tejemanejes de Caja Madrid.
Pero IU no leyó el momento, no se renovó por dentro y le empujaron a renovarse por fuera: el mismo Pablo Iglesias que les había asesorado en 2011 desnudaba a la organización de Cayo Lara con la irrupción de Podemos en 2014, culminada con cinco eurodiputados el 25 de mayo de ese año frente a los seis de IU-La Izquierda Plural. Cayo Lara terminó por ceder el liderazgo electoral a Garzón, quien intervino en el debate del Estado de la nación en 2015, pero nunca le dieron la coportavocía del grupo parlamentario a quien sería el candidato el 20D de 2015.
Con un Podemos en máximos que descartó la confluencia electoral con IU el 20D, Alberto Garzón, con 30 años recién cumplidos y un puñado de nuevos jóvenes dirigentes de IU –aún comandada orgánicamente por Lara hasta junio de 2016–, asumieron una campaña a todo o nada en la que se jugaban la supervivencia electoral de la organización que representaba ese hilo rojo de la historia; del espacio político del histórico PCE, de lo que se llamaba “izquierda marxista organizada”.
La campaña fue épica, agónica, pero también con un desenfado y descaro propio de quien, una vez más, como cuando fue llamado a ser diputado en noviembre de 2011, se ve envuelto en una responsabilidad inesperada. De hecho, el relevo fue por la vía de los hechos, forzado por el momento político, reclutando como candidato a quien encarnaba a esa nueva generación de dirigentes, también representado en lo que entonces se llamó La Cueva, el irreverente (en aquel momento) equipo de redes de IU durante la campaña electoral.
Garzón y los suyos mantuvieron viva la llama con dos escaños y casi un millón de votos. Podemos y sus confluencias –en las que participaba IU en Catalunya y Galicia– lograba 70 escaños: Podemos evidenció ser el hegemón del espacio; Garzón, que IU seguía viva. ¿Conclusión? El pacto de los botellines de mayo de 2016 con vistas a las elecciones del 26J y el nacimiento de Unidos Podemos.
Garzón, reivindicando la figura histórica de Pepe Díaz (frente a la de José Bullejos), hizo de la confluencia electoral y de la unidad popular su estrategia política para superar Izquierda Unida, concurrir a las elecciones con Podemos y conformar un bloque histórico de cambio.
Con esa brújula y rodeado de una dirección renovada, Garzón se hace con la coordinación de IU después del 26J de 2016. Con más o menos tensiones, con subidas y bajadas en las relaciones con Podemos, Garzón ha logrado la supervivencia del proyecto político de IU y la presencia de representantes de la organización en espacios que hacía tiempo que no ocupaba.
Hasta entrar en el Gobierno.
Izquierda Unida, por sus relaciones históricas tormentosas con el PSOE, en las que el electorado nunca premiaba ni la dureza ni la colaboración con los socialistas, no terminaba de mostrar entusiasmo por forzar a Pedro Sánchez al Gobierno de coalición, hasta el punto de que tras el fracaso de las negociaciones de julio de 2019, muchos dirigentes de IU se inclinaban más por dar la investidura a Sánchez que por ir a la repetición electoral del 10N.
Pero hubo una repetición electoral que llevó a la extrema derecha hasta los 52 diputados, y Sánchez llamó a Iglesias para cerrar un acuerdo que había sido imposible seis meses antes para un Gobierno de coalición. En las negociaciones, Iglesias termina pactando con Sánchez una vicepresidencia y cuatro ministerios, uno de ellos, el de Consumo con competencias sobre el juego, para Alberto Garzón. Y, con ello, entraba el hilo rojo de la historia en el Consejo de Ministros: por primera vez en ocho décadas había personas del PCE en esa sala (él mismo y Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo).
De nuevo, Garzón se ve en un lugar que tampoco estaba previsto, y que ocupa como líder de IU, responsabilidad en la que no había pensado cuando se presentó por primera vez a las elecciones.
Desde su ministerio, el líder de IU ha impulsado medidas para limitar la publicidad de apuestas en televisiones, redes sociales y videojuegos –las casas de apuestas físicas son competencia autonómica–, además de batallar a favor de la ganadería extensiva frente a las macrogranjas y de la dieta mediterránea frente al consumo excesivo de carne –con el lobby empresarial y el ministro de Agricultura, Luis Planas, en contra–.
Pero si la legislatura de 2011 empezó en un momento político y terminó en otro muy diferente, la de 2019-2023 también está siendo así. La legislatura en la que por primera vez en ocho décadas entra en el Gobierno el espacio político a la izquierda del PSOE, se ve frente a una pandemia y una guerra en suelo europeo, junto con las crisis sanitarias, económicas y sociales que eso comporta. Y también con una transformación en el espacio político al que pertenece Alberto Garzón.
Si se llegó a la legislatura y al Gobierno con el liderazgo de Pablo Iglesias, a partir de la dimisión del ex vicepresidente del Gobierno en marzo de 2021, el liderazgo del espacio pasa a Yolanda Díaz, quien a lo largo de este tiempo ha ido construyendo su propia plataforma, Sumar, con la que concurrir a las elecciones del 23 de julio englobando a las diferentes formaciones a la izquierda del PSOE, entre ellas Izquierda Unida.
Garzón, desde el principio, se alineó con Sumar, y encabezó la delegación de IU en Magariños. Y desde esa posición vive las negociaciones entre Díaz y su equipo con Podemos por el encaje del partido ahora comandado por Ione Belarra en el ecosistema Sumar. Apenas quedan un puñado de días para que terminen unas negociaciones –ya sea con acuerdo o sin acuerdo–, de las que puede depender que se repita, o no, el Gobierno de coalición.
“No sé cuánta gente recordará el trabajo, tiempo y energías que he dedicado durante estos doce años. Tengo la esperanza de que la gente lo recuerde como una contribución positiva. Pero de lo que estoy seguro es de que quien sí va a recordar el tiempo y la energía dedicados es mi familia. La primera línea de la política es muy exigente. A partir de ahora quiero cuidar más y mejor a la gente a la que quiero”, ha expresado Garzón en un comunicado, recordando a sus tres hijos y su esposa, quienes han vivido todos estos años las ausencias de quien no ha dejado de encadenar campañas electorales en estos 12 años.
La carrera política de Alberto Garzón está llena de casualidades. Si su nombramiento como diputado, candidato en las generales, líder de IU y hasta ministro tienen mucho de casualidad, también lo tiene su marcha de la política institucional: se produce de forma precipitada por el adelanto electoral que nadie previó y que tampoco está en su mano. Y, de hecho, su marcha del ministerio dependerá de cuándo se forme Gobierno, algo que, tampoco está en manos de nadie. Y eso si no hay repetición electoral.
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