La carrera de la furia de Abascal y Feijóo
Santiago Abascal intenta 'mileizarse'. El éxito del ultra argentino al alcanzar la presidencia ha llevado al líder de Vox no sólo a asistir a su toma de posesión este fin de semana, sino a emular su estilo insultante. Alguien que fue capaz de llamar “zurdo de mierda” y “gusano arrastrado” al entonces alcalde conservador de Buenos Aires, “enano de mierda” a un dirigente de la izquierda peronista y “pelotudo” a casi todos los miembros de la clase política sólo puede ser un modelo de conducta para el líder de Vox. Pero, claro, para insultar como los argentinos, y que eso no te impida ser elegido presidente, hay que ser argentino.
Abascal ha fantaseado con la idea de que alguien asesine al presidente del Gobierno y que luego cuelgue su cadáver boca abajo. En Estados Unidos, hacer estas declaraciones te garantiza una visita inmediata de los agentes del Servicio Secreto, no muy predispuestos a valorar la intención política o el sentido del humor en este tipo de afirmaciones. Para empezar, la consideran una amenaza potencial.
“Habrá un momento” en que “el pueblo querrá colgarlo de los pies”, dijo Abascal en una entrevista en el diario Clarín, un escenario bastante aterrador, pero que él cree que es una consecuencia inevitable de la falta de escrúpulos y de principios en el caso de Sánchez. Si alguien tiene ideas homicidas al respecto que sepa que Abascal lo vería como un desenlace poco sorprendente.
Al día siguiente, Vox reincidió en la idea para que nadie pensara que era una metáfora. Así fue “la suerte de muchos dictadores, y eso no es odio, es historia”, dijo Ignacio Garriga.
Ante las primeras críticas del PSOE, el Partido Popular reaccionó en la noche del domingo con una nota enviada a los periodistas en la que criticaba más a los socialistas que a Abascal. Se refería al “intento de victimización del PSOE”, es decir, se estaban haciendo las víctimas ante “presuntas ofensas al otro lado del charco”.
Presuntas ofensas. De amenazas, ni hablamos. Esa gente con la piel muy fina que se horroriza ante la imagen de un cadáver colgado en la plaza pública.
Nada como una noche de sueño para reflexionar y llegar a la conclusión de que a Miguel Tellado se le ha ido la pinza, una sensación que se repetirá en muchos días de la semana.
En una entrevista en Telecinco, Alberto Núñez Feijóo utilizó el término 'condenar', que ya sabemos que es el umbral mínimo que la política española exige para mostrar el rechazo a una opinión o acción. También dijo que las palabras de Abascal son lo mismo que hacerle el juego “a la estrategia de Sánchez de dividir España a través de un muro construido desde el Gobierno”.
Entre medias, el ABC había publicado un editorial que marcaba un camino distinto a la primera reacción del PP sobre lo que había dicho el líder de Vox: “Unas declaraciones de una gravedad extrema que apelan a la violencia física contra un adversario”. Las “apelaciones a la violencia” no se pueden tolerar ni como “recurso retórico”. Es posible que Feijóo lo leyera.
El PP insiste en que su estilo no es amenazar de muerte a sus adversarios. Son tantos que sería un ejercicio extenuante. La duda es si un partido puede sostener que la violencia verbal no es culpa suya, la física aun menos, cuando advierte de que su gran rival es la peor amenaza que uno pueda imaginar para la democracia, la Constitución y el futuro de la nación. Porque eso sí lo hace el PP con mucha frecuencia. Prácticamente todas las semanas.
La hemeroteca es abundante, por no decir interminable. No es necesario remontarse muy lejos. “Por supuesto, está amenazada la Constitución y está amenazada la nación. Hay un proceso de liquidación del orden constitucional y de la España democrática nacida en 1978”, dice Cayetana Álvarez de Toledo en una entrevista en ABC el lunes.
Una amenaza de ese calibre siempre exige respuestas extraordinarias, o al menos eso creen las mentes más fanáticas que algún día llegarán a la conclusión de que silbar a Sánchez y mencionar a Txapote no es suficiente cuando lo ven por la calle.
El PP preferiría que ahora se hable de amnistía, cuya ley se empieza a discutir este martes en el Congreso. Su problema es que siempre que se habla de Catalunya o de los independentistas Vox tiene la oportunidad de invertir esfuerzos en el asunto que precisamente le permitió dar un inmenso bocado al electorado del PP en las dos elecciones de 2019.
Si a la extrema derecha le toca hablar de economía, naufraga en cuestión de segundos porque además su programa electoral no es muy diferente al del PP. Si prefiere hablar de eso que llaman “guerra cultural”, se mete en un campo en el que la mayor parte del PP, pongamos Isabel Díaz Ayuso y los que la imitan, se mueve con comodidad. Pero Catalunya es su pista favorita de despegue y la necesita ahora más que nunca justo después de perder 700.000 votantes en julio.
Puestos a lanzar la mayor barbaridad posible, Abascal siempre podrá superar a Feijóo. El gallego puede soltarlas muy gordas, pero tres frases después no contiene la tentación de acompañarlo con algo que suene 'moderado'. Abascal está en condiciones de imaginarse un magnicidio y una imagen actualizada de Benito Mussolini y Clara Petacci colgados de los pies. Necesita que sus seguidores estén tan furiosos como para descartar de entrada la opción de votar al PP. Los quiere echando espuma por la boca.
Ese es el dilema de Feijóo. Pretende que sus votantes estén cerca del punto de ebullición, aunque sin que su temperatura alcance los 150 grados, momento en que estarían dispuestos a pensar que lo mejor es votar a Vox. Desde el punto de vista del PP, sería como lanzar un cóctel molotov y terminar quemándose los pantalones.
Por el contrario, Abascal está convencido de que ha llegado la hora de emular a Milei y prender fuego a todo lo que se mueva.
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