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Díaz Ayuso ya ha pasado por el peor trago de la campaña

Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso en uno de los duelos del debate.
22 de abril de 2021 00:54 h

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Ya sabemos por qué Isabel Díaz Ayuso sólo ha querido participar en un debate de los candidatos a las elecciones de Madrid. No había pasado mucho tiempo en el duelo de Telemadrid cuando empezó a recibir los primeros estacazos. Pablo Iglesias le recordó las cifras del terrible impacto de la pandemia en Madrid: fallecidos, hospitalizados o internados en UCI. Mónica García le exigió en su primer minuto que retirara “los insultos a los que pasan hambre”. Ángel Gabilondo leyó varias frases de una carta del entonces consejero de Políticas Sociales de su Gobierno que criticaba que no se había hospitalizado a los enfermos de Covid en las residencias. Caían los golpes por todos los sitios, que es lo que pasa en los debates cuando los presidentes se presentan a la reelección. Y si estás por delante en las encuestas, no te apetece que te toquen la cara.

Ayuso no fue la persona aterrorizada por la posibilidad muy real de cometer errores que se vio en el debate televisado de 2019. Dos años de presidenta en los debates parlamentarios le han servido de algo. Lo que no pudo en esta ocasión fue venderse como salvadora de Madrid, España o la humanidad. Lo que funciona en un vídeo de propaganda no sirve igual en un debate. Le quedaba presentar excusas, una reacción que no es propia de heroínas. “Yo no traje el virus, no lo inventé yo”, dijo para insistir después en su mantra de que “el virus entró por Barajas”. Eso es algo que nadie ha demostrado, porque quizá sea imposible de probar. Es el bulo que intenta sostener que el virus llegó en marzo, cuando es muy probable que estuviera circulando desde mucho antes.

Le vino bien que los candidatos de la oposición no se centraran en utilizar las palabras de Rocío Monasterio contra Ayuso. Las encuestas plantean en estos momentos que el PP sólo puede alcanzar la mayoría absoluta con el apoyo de Vox. Y no es que la dirigente de Vox jugara a pasar desapercibida. En su primera intervención, citó a “los menas” como un peligro social y llegó a mostrar una copia del anuncio xenófobo que su partido ha situado en una estación de cercanías de Madrid.

En un debate en el que todos se interrumpían aunque sólo fuera por unos segundos, nadie decidió que era el momento adecuado para calificar esa imagen de racista. Tampoco para reprochar a Ayuso su responsabilidad en el mensaje de la que puede ser su socia imprescindible en un futuro debate de investidura.

Pablo Iglesias tiró de datos para evidenciar la gestión del PP en Madrid. A veces, hasta demasiados. Las cifras suelen tener más impacto cuando son pocas y se insiste en ellas tantas veces como sea necesario. Sólo una vez se dijo que Madrid es la segunda comunidad autónoma que menos invierte en sanidad pública por habitante, por detrás de Andalucía según datos de 2019 (Iglesias dijo que es la última).

Eso ha tenido alguna influencia en una pandemia. La comunidad de la que Ayuso alardea que es el “motor económico de España” invierte 300 euros menos por habitante en sanidad que Extremadura o Murcia.

Para dar imagen de estar muy sobrada, Ayuso sonreía a veces cuando Iglesias le atacaba. Una reacción extraña si estás hablando de una tragedia. “¿Sabe por qué sonrío? Porque usted es un personaje de todo menos creíble”, le dijo. Es cierto que la confrontación directa con Iglesias es algo que la beneficia ante su electorado. Sin embargo, tuvo una reacción bastante insólita en un político cuando a la pregunta de cuántas personas hay en listas de espera en Madrid, respondió a Iglesias preguntándole cuántos hospitales o funcionarios hay en la comunidad. Era el momento para hablar de sanidad, no para hacer una competición de Trivial.

Para ser su primera aparición en un debate de estas características, Mónica García no se dejó llevar por la tensión de un debate en el que si respetas el tiempo de intervención de los demás tiendes a perder espacio. Nunca puso contra las cuerdas a Ayuso, porque esta no quiso enzarzarse con la candidata de Más Madrid. En estos duelos, es importante que el rival se pique. García destacó “el divorcio entre la política y la realidad de lo que se ha vivido en los hospitales”. Ella lo vivió como médica. Cuando dijo que “yo estuve trabajando en una UCI”, a Ayuso sólo se le ocurrió replicar que “cada uno estuvo donde pudo”.

Dio la impresión de que la presidenta tenía órdenes de dejar pasar lo que dijera García y centrarse en el líder de Unidas Podemos. Además de las referencias a Pedro Sánchez, con Gabilondo sólo tuvo el detalle vengativo de prometer que hará todo lo posible para que no sea elegido defensor del pueblo en el futuro.

El PSOE es consciente de que el estilo de Ángel Gabilondo no está funcionando en esta campaña. Decir “yo no soy Sánchez, el que me presento soy yo” dio una impresión un poco triste en alguien que se presenta a sus terceras elecciones en Madrid. Un debate no es el lugar para decir obviedades ni para caer en las trampas del rival. Lo que sí hizo es dejar de esconderse. “Pablo, tenemos doce días para ganar”, dijo a Iglesias. Se ha acabado ya la quimera socialista de pretender que pueden pescar entre los antiguos votantes de Ciudadanos.

Si el partido de Inés Arrimadas necesitaba este debate como una de sus últimas oportunidades para conseguir representación parlamentaria, deberían estar preocupados. Y no se puede negar que Edmundo Bal lo intentó. Pero decir que “estas elecciones van de si en el Gobierno está Ciudadanos o Vox” es lo mismo que dar a su partido una importancia que casi nadie le concede.

El debate pasó sin grandes catástrofes ni momentos inesperados. Eso era lo que necesitaba Díaz Ayuso.

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