Feijóo y la “mayoría social” de que te vote Txapote
Existió una vez un Feijóo que no acataba sin más las guerras ideológicas del ala dura del partido y la prensa más ultra de Madrid. Gobernó Galicia durante 13 años de acuerdo con los principios del PP, sí: recortes, austeridad, bajadas de impuestos a las rentas altas, control de los medios de comunicación para contener el malestar social… y todas esas recetas neoliberales que aplicaron las derechas tras la crisis financiera. Tampoco se ahorró campañas sucias contra sus rivales, no era un problema de convicciones.
Pero a la vez que hacía todo eso, el líder del PP trataba de mantener un perfil de dirigente centrado, poniéndose de lado ante las campañas más radicales del PP, para preservar su imagen pública. Era habitual verlo despegar en Santiago, camino de maitines o de cualquier otra reunión en la sede de Génova 13, y buscar los micrófonos y las cámaras a las puertas de la sede del PP para pronunciar algunas de esas frases que le permitían marcar distancias con la derecha más a la derecha de la capital. Un día fue: “Me avergüenza Bárcenas”. Al otro criticaba el nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria. Y en la era Casado para atacar los acuerdos con Vox y reivindicar “la centralidad”.
Leídas ahora y sabiendo lo que sabemos, algunas de sus reflexiones de entonces pueden causar perplejidad. La del 2 de mayo de 2019, por ejemplo. Ese día, tras las primeras municipales y autonómicas con Casado al frente del PP, Feijóo dijo: “No hemos sabido explicar que votar a Vox era la garantía de éxito para un gobierno de socialistas con el populismo. No hemos sido claros, didácticos, hemos tenido discursos contradictorios. Era la primera vez que nos enfrentábamos a este supuesto (división de voto) y no lo hemos hecho bien”.
La estrategia le había acompañado desde el principio, en 2006, cuando asumió la presidencia del PP gallego en sustitución de Fraga. Ya casi nadie recuerda –y tal vez también él prefiera olvidarla– aquella época en la que Feijóo prefería identificarse con “el PP de Paco Camps” e invitaba a todas sus campañas a Gallardón mientras trataba de mantener lo más lejos posible al aguirrismo y al PP más ultra.
En plena batalla interna del partido, con el liderazgo de Rajoy en permanente discusión, Feijóo propugnaba ese centrismo de Camps (entonces estaba también Gallardón en el grupo de presuntos moderados), que según él y sus colaboradores más estrechos debía capitanear el futuro PP.
También entonces había un sector del partido, el que mandaba, echado al monte: dirigentes con puestos muy relevantes (desde el portavoz parlamentario Eduardo Zaplana al secretario general, Ángel Acebes pasando por buena parte del escalafón) a los que Mariano Rajoy dejaba hacer mientras cuestionaban la autoría del 11-M, promovían manifestaciones del Foro de la Familia en contra del Gobierno de Rodríguez Zapatero, cuya legitimidad también cuestionaban entonces. A Feijóo, en cambio, nunca se le vio tras aquellas pancartas. Siempre disponía de actos más importantes en su agenda.
En Galicia, como en la mayor parte de España, si exceptuamos su capital, la teoría de la conspiración no hizo fortuna, los medios de comunicación que la promovían eran residuales y Feijóo, primero en la oposición, y a partir de 2009 con sus mayorías absolutas en la Xunta, se cuidaba de no mezclarse en aquellas manifestaciones. Cuando acudía a alguno de sus programas, dejaba frases ambiguas para contentar al entrevistador. En privado las desdeñaba y desde luego nunca involucró al PP gallego en la teoría de la conspiración.
Su nula implicación en aquellas campañas mereció un contundente reproche de quien era uno de sus máximos amplificadores. El locutor Federico Jiménez Losantos en una de sus homilías mañaneras llegó a preguntar: “¿De qué escombrera ideológica ha sacado Mariano a su líder en Galicia?”.
Toda aquella filosofía del verso suelto y la centralidad de Feijóo, que fueron siempre más un escaparate que una verdadera corriente dentro del PP, saltaron por los aires en medio de la operación para descabalgar a Pablo Casado de la presidencia del partido, en la primavera de 2022.
Un par de párrafos de contexto para recordar lo fundamental de aquel episodio, sin el que no se entiende nada de lo que ha venido después.
Isabel Díaz Ayuso había exigido sangre después de que el líder del partido y la persona que la nombró, Pablo Casado, se hubiese atrevido a cuestionar las comisiones de cerca de 300.000 euros cobradas por su hermano derivadas de un contrato de la Comunidad de Madrid para compra de mascarillas en la pandemia.
Feijóo, quien en 2018 había rechazado en el último momento concurrir a las primarias del PP, vio el camino expedito para llegar a la cúspide del partido sin rivales ni competición interna. Pactó con Isabel Díaz Ayuso, Juan Manuel Moreno Bonilla y otros barones el derrocamiento de Casado y sondeó a diarios muy cercanos al PP sobre su liderazgo. El resultado fueron dos editoriales consecutivos en cuestión de horas publicados por ABC y El Mundo que aplaudían la operación. En aquel momento, la Xunta ya estaba patrocinando especiales de Jiménez Losantos en Galicia, con la coartada de casi siempre cuando se trata de mimar a la prensa conservadora del resto del país: las campañas de Turismo del Xacobeo.
En aquellos días nació no solo un nuevo presidente del PP, también un nuevo Feijóo. Su versión 2022 incluía algunas actualizaciones: el barón gallego que decía representar la centralidad iba a adaptarse al clima y el discurso del partido en Madrid, que no estaba precisamente por las medias tintas.
Si no tenía claro para qué se había mudado a la capital, el aviso definitivo lo recibió la última semana de octubre de 2022, cuando se disponía a pactar por fin con el Gobierno la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que su partido llevaba bloqueando durante años. Feijóo recibió tres recados: el primero el 26 de octubre de Isabel Díaz Ayuso, por mensaje telefónico: la lideresa madrileña hacía saber que no había nada que pactar con Sánchez. (Por si el mensaje no era suficiente, anunció en un corrillo a los medios de comunicación lo que en privado había trasladado al presidente). El segundo, a la mañana siguiente, fue en el programa de Federico Jiménez Losantos, que no se anduvo por las ramas. El locutor de esRadio pronunció frases como estas: “A Feijóo no se trajo para esto [...] Si sigue así no llega a presidente”.
La última advertencia fueron dos en el diario El Mundo ese mismo día. En portada titulaba: “El PP teme a la reacción de la derecha política, judicial y mediática al pacto del CGPJ”. Si el líder del PP o cualquier otro lector tenía dudas sobre quién podía ser esa derecha mediática, solo tenía que pasar unas cuantas páginas hasta llegar al editorial, titulado Es Sánchez quien pone en riesgo el pacto del CGPJ, que incluía frases como estas:
“No hay negociación si solo cede la oposición. No habrá lección aprendida de esta crisis si el resultado es una «desjudicialización» que facilite la agenda desleal de los socios del Gobierno” [...] “A nadie se le oculta el riesgo que corre el PP en su negociación con el presidente Sánchez para renovar el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. El propio partido parece ser consciente de que su acuerdo, ya muy avanzado, puede que no alcance las expectativas de todo su espacio de opinión pública. Así se entiende su temor a la reacción de «la derecha política, judicial y mediática»”.
Ahí se produjo el volantazo definitivo de Feijóo. Tanto él como su equipo asumieron que la agenda propia que habían marcado en Galicia no era ya posible en Madrid. Algún miembro del equipo que lo acompañó desde la Xunta a la planta noble de Génova 13 reconoció en privado que no es que hubiera un problema con Vox como socio, es que una parte de Vox estaba dentro del PP de Madrid.
A diferencia de su experiencia en la Xunta, donde durante una década larga Feijóo y sus colaboradores habían regado de dinero público, a través de publicidad y de ayudas directas, a los medios de comunicación privados y controlado con mano férrea la televisión y la radio pública, en esta nueva etapa la relación se invertía: era el propio Feijóo el que no debía importunar a los mismos medios que ya habían alentado la caída de Casado en un fin de semana. Como entonces, el poder que da la publicidad institucional está en manos de Ayuso que preside una de las comunidades con mayor presupuesto y gestiona más de 20.000 millones al año. Y eso, ya se vio en el magnicidio del anterior líder del PP, pesa más que los propios estatutos del partido.
Todo lo anterior y, sobre todo, la evolución de la economía explica el tipo de campaña que ha hecho Feijóo en su primera vez como candidato a las generales. Porque en el plan original del nuevo líder podía estar el Falcon, pero no el “que te vote Txapote”. No porque Feijóo abomine de las guerras soterradas contra sus rivales políticos, sino porque su estrategia siempre ha pasado por no movilizar al contrario. El plan original del líder del PP se basaba en un hundimiento de la economía que él mismo pronosticó pero que nunca se produjo. La idea, ensayada con éxito en 2009, pasaba por presentar a un Gobierno despilfarrador que vivía a todo trapo, entre el Falcon y miles de asesores, mientras se hundía la economía española.
Con la economía creciendo al 3,5%, la inflación entre las más bajas de Europa, gracias sobre todo a la excepción ibérica que el PP llamó “timo”, Feijóo optó por aferrarse en las municipales y autonómicas al discurso de ETA, que siempre había obviado, incluso cuando la banda mataba, a la derogación del sanchismo, y dejó hacer cuando algunos de sus líderes hablaban directamente de pucherazo electoral.
Aunque por un margen muy estrecho de votos, 3,4 puntos por encima el PP del PSOE, los pactos con Vox permitieron teñir de azul el mapa municipal y autonómico. Y sin tiempo para celebrar la victoria por el adelanto electoral que Sánchez decretó al día siguiente, los populares se lanzaron a una segunda campaña electoral que debía rematar al Gobierno.
Tampoco en estos dos últimos meses hubo más propuestas que derogar el sanchismo. Los populares redoblaron la apuesta, mientras pactaban con la extrema derecha en todas partes, Feijóo admitió ya abiertamente que en caso de necesitar los votos de Vox, habría ministros de Abascal en el Gobierno.
La segunda edición del “que te vote Txapote”, que amplificaron desde las Nuevas Generaciones del PP a la propia Ayuso y que empezaba a cantarse en bodas, plazas de toros y conciertos, despertó a la izquierda en la última semana de campaña. El paso de Sánchez a la ofensiva en los platós y emisoras más incómodos para el PSOE, la reaparición de Zapatero en todas partes invocando el orgullo socialista frente a los ataques de las derechas, y los guiños del propio presidente a los votantes más jóvenes en espacios como La Pija y la Quinqui, resucitaron a los socialistas, que lejos de desplomarse como pronosticaba el PP, algunos encuestadores de cabecera y sus comunicadores más entusiastas, sumaron un diputado y 968.000 votos al resultado de 2019, algo que no había hecho ningún presidente tras su primer mandato. Frente al ambiente general que se había instalado, según el cual la principal urgencia del país era echar a Sánchez y a sus socios, más de 12 millones de personas votaron a los partidos que la derecha llama coalición Frankenstein.
La resaca del choque contra la realidad la digieren estos días como pueden las dos almas del PP en medio de una discusión más o menos pública sobre el origen de los errores de la campaña. El ala dura del partido y algunos altavoces mediáticos concluyen que el fallo fue avergonzarse de Vox (mientras se pactaba con ellos en todas partes) e incluso alientan un pacto para otras hipotéticas generales donde las dos derechas no se resten votos. Aguirre, la más lenguaraz de sus representantes ya se ha apresurado a deslizar que el futuro liderazgo debe pasar por Ayuso, en línea con los cánticos que Feijóo tuvo que escuchar en el balcón de Génova mientras trataba de insuflar moral de victoria, en la peor de sus noches electorales.
La presidenta de Madrid de momento se contenta con fijar las directrices de la investidura y, si se da el caso, la estrategia a seguir en la oposición: confrontación total desde el Senado, las autonomías y ayuntamientos. Según ella misma dijo, no tiene sentido “tirar de un puente” a Feijóo, porque -es tragicómico que lo diga ella- el PP no hace esas cosas. La metáfora recordó a todos, probablemente también a Feijóo, el destino de Casado.
En el lado opuesto del PP, Juanma Moreno Bonilla reprocha a la campaña todo lo contrario: reclama moderación, alejarse de la extrema derecha (pese a que los populares necesitan a Vox en cientos de Ayuntamientos y varias comunidades autónomas para mantenerse en el poder) y que regrese el Feijóo que conocían de Galicia.
Y mientras, el líder del PP trata de asumir el resultado suplicando al PSOE que le preste los votos en la investidura. ¿Para presidir un gobierno que derogue el sanchismo?
Sobre eso estos días no responde nadie. Tampoco sobre la heterodoxa campaña planteada por el PP en compañía de algunos medios afines. Una estrategia que consistía en reivindicar “la verdad” en el debate público, mientras el candidato mentía sin recato en el cara a cara, en mítines y también en entrevistas, hasta que una periodista de TVE frenó en seco sus datos falsos sobre pensiones. O en prometer un nuevo “tiempo de concordia” al tiempo que sus juventudes y algunos dirigentes del partido coreaban el que te vote Txapote a todo el que no apoyase a Vox y el PP (y que resultaron ser doce millones de personas en total).
Consciente de que no tiene ninguna posibilidad de ser investido, Feijóo busca una última oportunidad en una repetición electoral que pudiese reagrupar el voto de la derecha en el PP. Veremos si con la estrategia de Moreno Bonilla o la de Ayuso, las dos grandes mayorías absolutas del PP.
Mientras aguarda a ver si eso sucede o Sánchez sale vivo de su reto más difícil, tanto Feijóo como sus asesores saben ya que con el “que te vote Txapote” se puede arrasar en Madrid pero no se construye una mayoría social en todo el país.
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