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González y Aznar nos dejan más tranquilos: ya se puede decir “Régimen del 78” sin que te miren mal

Felipe González, José María Aznar y la directora de El País Soledad Gallego-Díaz.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Si alguna vez había pensado que estaba en el nivel máximo de disidencia frente al sistema político por utilizar la expresión “Régimen del 78”, y haciendo un gesto así como despectivo o enfadado, ya puede ir buscándose otra para mantener alta la tensión. Si le daba un poco de reparo, no sea que le consideraran un exaltado, ya puede relajarse. Felipe González y José María Aznar han declarado en público que esa expresión les representa. Y están muy contentos con ella. Al final, le quitarán toda la chispa a lo de ser antisistema.

González y Aznar participaron en la noche del jueves en un coloquio organizado por El País con la Constitución y su posible reforma como tema de fondo, pero que en realidad servía para que ambos se explayaran a gusto. Eso es algo en lo que nunca han tenido ningún problema. Hubo un tiempo en que a González se le ocurrió llamar “jarrones chinos” a los expresidentes del Gobierno con la idea de que sus partidos los veían como un elemento decorativo que era mejor no tocar mucho ni dejar que otros los tocaran. Gustó tanto que se utilizó de forma desaforada en las crónicas periodísticas, como si estuviera en la Constitución en el título de derechos y libertades.

En los últimos años, más que jarrones han sido un cubo de agua radiactiva colocada sobre una puerta entreabierta, siempre a punto de poner perdido al líder del PSOE o PP. Ambos han intervenido en la vida de sus partidos cuando les ha convenido y en términos que podían perjudicar a sus sucesores o los sucesores de sus sucesores. Desde luego, no paraban de decir que estaban retirados de la política. Nada más lejos de la realidad.

Se odiaron no cordialmente durante años. Ahora es otra cosa. Sobre el tema del debate, parece que están en desacuerdo en lo principal –González no ve ningún problema en discutir sobre una reforma constitucional; Aznar se niega en redondo–, pero a nada que concretan un poco no se aprecian grandes diferencias. Su discurso es similar. La Constitución actual es casi insuperable. La generación de políticos que la hicieron estaba formada por héroes y lo tenían mucho más difícil que ahora. Si hay algo que funciona mal en la sociedad, eso no es culpa de la Constitución.

Orgullosos del régimen

Los dos expresidentes quitaron todo ánimo subversivo a la expresión que popularizaron los dirigentes de Podemos, aunque no sólo ellos. Felipe González se declaró “muy orgulloso” de que le incluyan dentro del “Régimen del 78”, y luego insistió en que “también de ese nombre”.

Aznar, que parecía tener ganas de estar de acuerdo en muchas cosas con su viejo enemigo, le siguió sin dudarlo: “Yo también me siento del Régimen del 78. Con sus imperfecciones, el Régimen del 78 es lo mejor que nos podía pasar”. Y añadió que cuando fue presidente quiso “continuar la historia de la Transición española”.

En realidad, antes de entrar en La Moncloa, Aznar empezó a extender el concepto de “Segunda Transición” –porque algunos elementos clave del funcionamiento del país no estaban funcionando bien– y llegó a publicar en 1995 un libro con ese título. Pero en otro libro publicado tras dejar el poder cambió de concepto y escribió: “En términos históricos, la Transición terminó ahí, en (el año) 2000. (...) Las elecciones de 2000 vienen a cerrar definitivamente la ruptura abierta por la guerra civil”. Es decir, con SU victoria electoral por mayoría absoluta.

La Transición siempre ha sido un concepto muy elástico para los políticos. Los que la hicieron y los que vinieron después.

Cómo no tocar la Constitución

Además del pasado y de los elogios interminables a la época en que se pactó la Constitución y en los que siempre se obvia por irrelevante la oposición durísima que recibió Adolfo Suárez, incluso en su propio partido, ambos hablaron también del presente, que era a fin de cuentas el tema del debate. González insistió en que debatir sobre la reforma de la Carta Magna no debe ser un anatema (y, por otro lado, “es flexible, pero no de plastilina”). Nunca llegó a concretar los temas en los que habría que hacer cambios relevantes, o su opinión sobre ellos. Incluso relativizó la importancia del texto: “La Constitución ha servido para que gobernara yo y este señor (por Aznar). Lo fundamental es que sirva para permitir la alternancia”. Es posible que haya gente que aspire a algo más que eso.

Su gran virtud es que se pactó, dijo. “Me preocupa que se diga que hoy sería imposible alcanzar otro consenso. La dificultad que había entonces era mucho mayor”.

Aznar no está por la labor: “Cualquier propuesta de reforma constitucional tiene más riesgos que ventajas. Las únicas que escucho son rupturistas o enloquecidas”. Para el exlíder del PP, la prioridad ahora es solucionar un problema más grave que es la “secesión” de Cataluña: “La soberanía de España no se puede trocear”.

Como no parece haber grandes diferencias entre esta posición de Aznar y la de su partido, en especial ahora con Pablo Casado al frente, que resultó ser el más votado en las últimas elecciones y controla el Senado, no es sencillo entender esa idea de González de que en 1978 era mucho más difícil que ahora pactar una reforma.

Aznar también lanzó una bomba en la discusión: “El orden liberal, nacido tras 1945, hoy está colapsando. Lo dicen muchas personas y yo estoy de acuerdo”. Razón de más para no hacer ningún cambio.

Sin interés en salirse del guión

La moderadora de la discusión –la directora de El País, Soledad Gallego-Díaz–, planteó el efecto de la crisis iniciada en 2008 en todo este debate. Cabe pensar que todo lo que ha pasado desde entonces ha restado credibilidad al sistema político y a sus protagonistas. Ha ocurrido en España y en otros países europeos.

Los invitados no quedaron muy impresionados y no se molestaron en desarrollar esa idea. González dijo que la respuesta de EEUU a la crisis económica había sido más adecuada que la aplicada por los gobiernos europeos, “pero eso no tiene nada que ver con la Constitución”.

Segundo intento de la moderadora por abrir el debate a asuntos que han preocupado a los ciudadanos en la última década. Por ejemplo, los jóvenes piensan en otras cosas que no están en el Título VIII (el poder territorial y el Estado autonómico). El empleo precario, los bajos salarios, la sanidad... Otra vez sin éxito. “Soy un poco escéptico con eso que se llama blindaje de derechos sociales”, comentó Aznar. González respondió volviendo a hablar de consenso, el nivel del debate necesario y la falta de diálogo que se aprecia hoy, “pero eso no tiene que ver con la Constitución”. Eso mismo que había dicho antes.

Una placa franquista en Moncloa

Salvo en su referencia a Cataluña, la del debate fue una versión distendida de Aznar, más contento de estar allí que González. Hasta contó algo que no está claro que hiciera mucha gracia al expresidente socialista. Recordó que cuando llegó a Moncloa descubrió una placa en el edificio que decía que su reconstrucción se había llevado a cabo en tiempos de Franco con las acostumbradas referencias al título de caudillo, jefe de Estado y todas esas cosas.

De inmediato, vino la estocada con una sonrisa en la cara: “Y este señor (por González) estuvo 14 años sin retirarla”. González decidió no picar en el anzuelo que llevaba carga explosiva.

Puestos a contar anécdotas, Aznar pasó a la mesa del despacho, que Isabel II había regalado al general Narváez, varias veces primer ministro. “Esa mesa se usaba para fines distintos a los habituales”. ¿Perdón? “Parte de los méritos de guerra los había ejecutado sobre esa mesa”, siguió González. Sigan, por favor.

Sabíamos de la vida disoluta de la reina –es un término un poco anacrónico y cursi pero que seguro que pasa el corte en la Audiencia Nacional–, pero suponíamos que una cama era la superficie más empleada para esas actividades privadas. “Llamémoslo así”, finalizó Aznar. Que no se diga que el Régimen del 78 tiene miedo a revisar el pasado. El del siglo XIX.

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