Tres meses después de las elecciones, Pedro Sánchez pasó su examen de selectividad en el Congreso, el primero de los dos de esta semana. No se llevó un rosco de milagro. A los 123 diputados socialistas, sólo pudo sumar a José María Mazón, del PRC cántabro. Ya hace algún tiempo, el PSOE amarró su apoyo con el sencillo sistema de abrir el talonario y prometer una serie de ayudas a Cantabria.
Y después de eso, nada. Sólo hay que apuntar una negociación recién iniciada con Unidas Podemos que corrió el riesgo de descarrilar en la tarde del lunes con el agrio enfrentamiento entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Los dos chocaron las cabezas con estruendo y se alejaron convencidos de que no se fían nada del otro.
“Quien debe buscar las alianzas, es usted. Esto no puede ser un contrato de adhesión”, dijo en la sesión del martes el portavoz del PNV, Aitor Esteban, perplejo porque los socialistas ni se han molestado en ponerse en contacto con su partido en las últimas semanas. “Estamos condenados a entendernos”, aventuró Gabriel Rufián, de ERC. “Si quiere ser presidente, tendrá que negociar”, afirmó Joan Baldoví, de Compromís. “Ayer –por el lunes– tuvimos una preocupación enorme y una sensación de absoluto asombro” por el mensaje de Sánchez, comentó Ione Belarra, de Podemos, tras el pleno.
Sánchez les miraba con aire soñador, como si la cosa no fuera con él. Eso, las pocas veces que les miraba. Casi siempre tenía la vista baja, mientras examinaba el móvil, los papeles o el futuro de la Unión Europea, lo que sea que pasa por la mente de un presidente cuando tiene que tomarse la molestia de acudir al Congreso.
Pocas veces se ha visto a un candidato a la presidencia afrontar la investidura con un aire tan desganado. Parecía que todo era un trámite enojoso para él. Cómo pueden obligarle a decir lo que es tan evidente, que la izquierda debe apoyarle gratis o a cambio de un módico estipendio y la derecha debe abstenerse porque es lo que hizo el PSOE cuando estaba controlado por los enemigos de Sánchez en el partido.
El fracaso se concretó en la votación. Sánchez se quedó a 54 escaños de la mayoría absoluta, una distancia considerable. El bloque del 'no' se aligeró un poco al decidir Podemos que se abstendría como gesto conciliador. Eso se decidió al final de la mañana, lo que hizo que el voto de Irene Montero fuera negativo. Al votar desde casa con el sistema telemático –un modelo que se aprobó pensando sobre todo en parlamentarios enfermos y no en diputadas embarazadas–, tuvo que hacerlo antes del comienzo de la sesión a las 9 de la mañana.
La segunda votación será el jueves, ¿pero sirven 48 horas para hacer lo que casi no se ha intentado en 85 días?
El giro posterior a la comida
Después del revolcón, Sánchez se quedó a comer en el Congreso con Carmen Calvo, José Luis Ábalos, María Jesús Montero y Adriana Lastra. No había ya ninguna urgencia ni era necesario que se reunieran precisamente en la sede del legislativo. Los periodistas se quedaron en el edificio a ver si caía algo. Y algo cayó con la intención de dar un giro a los titulares cuanto antes.
Había que impedir que este ecosistema informativo que digiere información cada minuto y en que las noticias se quedan viejas en muy poco tiempo asentara la idea del fracaso del candidato socialista. Fuentes socialistas se ocuparon de contar que habría una nueva oferta destinada a Podemos que se presentaría en una inminente reunión. Poco después se supo que la vicepresidenta Calvo ya se había puesto en contacto telefónico con Pablo Echenique. Curiosamente, en el patio del Congreso estaba en ese momento uno de los negociadores de Podemos, que se enteró muy rápido de la noticia.
Negociar un Gobierno es ciertamente complicado. Conseguir cambiar los titulares de informativos televisivos de la tarde y noche y de las portadas de medios digitales, no tanto.
“Nos toca a nosotros tomar la iniciativa”, dijeron esas fuentes del PSOE. No shit, Sherlock, podrían haber respondido los portavoces de la oposición si les hubieran escuchado. Lo mismo piensan que el político que aspira a la investidura está obligado a convencer a los demás grupos de que le voten. Uno a uno. No vale con prometer en un discurso la aprobación de decenas de leyes o programas que a día de hoy no se sabe cómo serán.
No es esa la impresión que han dado estos días los socialistas. El PSOE se comporta como si los demás grupos tuvieran que estar agradecidos por su existencia. Pueden votar a Pedro Sánchez. ¿Se puede aspirar a un mayor honor?
“Nosotros les votamos la moción de censura gratis. Nosotros les votamos el techo de gasto gratis. Les votamos 28 de 29 decretos gratis. Sólo pedíamos una cosa, diálogo y hablar”, dijo Rufián en el pleno. Al PSOE no se le nota agradecido. Su portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, le contestó que votar la moción de censura era “una obligación democrática para sacar la corrupción de Moncloa”. Y desde luego es el PSOE el que dicta las obligaciones de los otros partidos.
En el mundo real, cada partido hace lo que estima oportuno con sus escaños. El empeño del PSOE de que la derecha se abstenga sólo ha provocado risas en el PP. El de forzar a Podemos a tener un rol muy secundario en un Gobierno de coalición sólo ha desatado la furia de Iglesias. La cuarta fuerza y principal apoyo potencial de un Gobierno presidido por Sánchez necesita una vicepresidencia que tenga responsabilidad sobre áreas concretas y algún Ministerio con peso político relevante, no uno que no exista ahora y que se forme después rascando competencias a otros departamentos.
Sólo así se podría justificar entre sus votantes la renuncia de Iglesias a estar en el futuro Consejo de Ministros. Hacerlo a cambio sólo del papel de apuntador de derechos sociales en el Gobierno sería una humillación que Podemos no aceptaría. Pero en cualquier caso eso forma parte de las reuniones que mantengan ambos partidos, de las negociaciones que comenzaron con casi tres meses de retraso.