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Qué es y qué medidas ha tomado el gobierno de Portugal del que todos hablan

António Costa, líder de Portugal, junto a Pedro Sánchez

João Alexandre

“No vamos a casarnos, pero podemos ser amigos”. La frase proferida por António Costa a finales de 2018 en una entrevista en el canal de televisión TVI, con la cual buscaba definir el estado de la relación con sus socios de gobierno, es sintomática y dice mucho de cómo han sido los últimos cuatro años de administración socialista con apoyo, a la izquierda, del Partido Comunista Português (PCP), del Bloco de Esquerda (BE) y del Partido Ecologista Os Verdes (PEV).

Una solución de gobierno marcada por una etapa de crecimiento económico y de devolución de rendimientos a los portugueses en el periodo de viraje postcrisis económica, pero también marcada por las muchas dudas acerca de la llamada “jerigonza”, el modelo con el cual el Partido Socialista (PS) consiguió llegar al Gobierno a través de la astucia de su líder y de la negociación y el diálogo constante con sus socios. Ahora, ese modelo es citado como una posibilidad en España cuando se menciona la posibilidad de un gobierno socialista en solitario apoyado por Podemos.

Para comprender cómo ha podido salir bien esta solución de puertas hacia adentro, y cómo ha logrado Portugal, al mismo tiempo, pasar a ser descrito por muchos como un éxito a escala europea y global, es necesario retroceder algunos años. En 2015, en plena resaca de la crisis económica y de una austeridad violenta impuesta por la Unión Europea, y después de que el Partido Social Demócrata (PSD), mediante una coalición de centroderecha con el CDS-PP, de Pedro Passos Coelho liderara el Gobierno portugués durante cuatro años, las elecciones legislativas dictaron un resultado que volvió a dar la mayoría a los partidos de dicha coalición.

La victoria vino, en cambio, acompañada de una particularidad: al contrario de lo sucedido en 2011, el resultado de la coalición no era suficiente para alcanzar la mayoría absoluta. Además, el PS de António Costa, a pesar de haber salido derrotado en la noche electoral, reforzaba su grupo parlamentario y observaba, a su izquierda, el aumento del número de diputados del BE y del PCP –las fuerzas más a la izquierda en el marco parlamentario portugués–. A lo largo de la historia, la extrema izquierda portuguesa nunca se había puesto a disposición para integrar un gobierno de coalición, quedando fuera del denominado “arco de gobierno”. A pesar de todo, conscientes de la dificultad de llegar a un acuerdo, con base en ese ajedrez político, los socialistas de Costa –conocido por la habilidad política y capacidad de negociación– acabaron por girar hacia la izquierda en busca de una solución de gobierno que, hasta entonces, era considerada por todos como impensable.

Abordada por señales que surgían de todos los lados y que, en cierta forma, ya aparecieron a lo largo de la campaña electoral, la coalición de centroderecha intentó gobernar solo con una mayoría relativa. Desde muy pronto se vio que terminaría cayendo y, poco más de un mes después de las elecciones legislativas, una moción de rechazo al programa de gobierno presentada por el PS –y aprobada por los diputados del PS, BE, PCP, PEV y PAN, partido defensor de los derechos de los animales– dictaba la salida de Pedro Passos Coelho del cargo de primer ministro. El mismo día, por medio de unas “posiciones conjuntas”, aunque firmadas de forma independiente entre el PS, el PCP, el BE y el PEV, los cuatro partidos se comprometieron a sacar adelante una “solución duradera con vistas a la actual legislatura”, con la garantía de que no votarían contra el programa de gobierno socialista y de que rechazarían cualquier moción de censura presentada por la derecha.

El país no estaba ante un gobierno de coalición a cuatro con carteras sectoriales distribuidas entre los partidos; tampoco se trataba de un gobierno apoyado de forma clara por cuatro partidos, sino una solución constituida por acuerdos a nivel parlamentario. Comenzaba aquí la “jerigonza”. Un recurso sobre el cual recaían muchas dudas, y que, según muchos de los analistas políticos, podría estar condenada al fracaso en poco tiempo. Nada más lejos de la realidad.

Convergencia

A pesar de las divergencias conocidas –y reconocidas por todos los partidos de la “jerigonza”, en la cual se oficializaban como socios el PS y el PCP, adversarios desde siempre–, entre los cuatro proyectos políticos fue posible encontrar un terreno común y una “convergencia” de posiciones. Incluso con puntos de vista disonantes sobre temas como la renegociación de la deuda pública o la participación de Portugal en estructuras como la Unión Europea y la Alianza Atlántica –rechazada por BE, PCP y PEV–, en el centro de los acuerdos entre los socialistas y los partidos a su izquierda acabaron imponiéndose y asentándose ideas generales como el combate al “ciclo de degradación económica y social” y la adopción de medidas que respondieran a las “aspiraciones y derechos de la población portuguesa”. Con foco en una “nueva estrategia económica” que pudiera concentrarse en el crecimiento y en el empleo, en el aumento de la renta de las familias y en la creación de condiciones para la inversión público y privada. En resumen, las diferencias ideológicas no desaparecerían, sino que serían desvalorizadas frente a un objetivo mayor: crear una alternativa estable en la izquierda, obligando a todas las partes a hacer cesiones y a alcanzar consensos.

En cuanto a medidas concretas, el acuerdo obligaba al gobierno del PS a alterar propuestas, por ejemplo, en el ámbito laboral –como la reducción de la contribución de las empresas a la Seguridad Social–, a aumentar el salario mínimo nacional a lo largo de la legislatura o a aplicar medidas de lucha contra la precariedad. Otras de las medidas reclamadas por BE, PCP y PEV pasaban también por alteraciones en el sistema tributario, por el aumento de las pensiones de jubilación o por la reposición de los días festivos suspendidos por el anterior gobierno. Una buena parte de la decisión sobre las propuestas concretas sería también diseñada en el Parlamento y en los gabinetes ministeriales, con una serie de grupos de trabajo compuestos por miembros de los mencionados partidos y por responsables del Ejecutivo socialista.

En la práctica, todos estos acuerdos a la izquierda significaban, por un lado, la aplicación de medidas más inmediatas, y, por el otro, un “examen común” y una constante negociación en varios tableros teniendo en mente el cumplimiento de las diversas posiciones conjuntas y la aprobación de los presupuestos del Estado. Pero, como en una relación a cuatro no siempre existen momentos de calma, a lo largo de la legislatura se vivieron episodios de mayor tensión, e, incluso, algunas crisis.

De los cambios en la legislación laboral a la creación de una Ley General de Vivienda, pasando por la inversión pública o por las dificultades en llegar a un acuerdo en las alteraciones a la Ley General de Sanidad: durante cuatro años la “jerigonza” se ha topado con muchas piedras en el engranaje. La última de ellas, y tal vez la mayor, ha aparecido en los últimos días, con la amenaza de dimisión del primer ministro, António Costa, en caso de que los partidos a su izquierda y a su derecha se unan para aprobar la recuperación integral del tiempo de servicio de los profesores (congelado entre 2011 y 2017, y esencial para la progresión en las carreras). La medida, según el gobierno socialista, podría colocar en duda, y de “forma inadmisible”, no solo la “gobernabilidad actual”, sino la “gobernación futura”, con un aumento anual de 800 millones de euros en gastos. En el Parlamento la propuesta no avanzó, siendo rechazada por PS, PSD y CDS, pero el debate en torno a ella dejó marcas y provocó heridas que perdurarán, por lo menos, hasta el término de la legislatura.

Al final, y haciendo un balance de los cuatro años de gobierno, todos los partidos subrayan las diferencias, pero, sobre todo, los méritos de la solución de gobernabilidad concebida en 2015, con la cual ha sido posible alcanzar lo impensable: un gobierno estable a lo largo de la legislatura. Además, ha sido con este modelo con el que el PS, criticado por los daños causados al país en el periodo previo a la crisis económica, ha conseguido cumplir las metas presupuestarias impuestas por la Unión Europea y utilizar el siguiente eslogan: “El déficit más bajo de la democracia”.

Según se acercan las próximas elecciones –europeas y legislativas–, se espera que cada vez sean más frecuentes los ataques políticos y los momentos de tensión. Lo cierto es que la “jerigonza” ya ha cumplido su papel, derribando muros históricos y yendo más allá de los que muchos consideraban posible. La historia y las necesidades políticas dirán el resto. 

***Texto original traducido al español por Ediciones Ambulantes

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