Nada es lo que parece en los nuevos prototipos de Ford

Pedro Umbert

Desde que alguna mente preclara decidió que todos los teléfonos móviles debían llevar incorporada una cámara, nada fue igual en nuestras vidas. Tampoco en el mundo de la automoción. La costumbre de fotografiarlo todo, unida a la moda de los selfies, ha convencido a marcas como Ford de la necesidad de crear un departamento de Camuflaje que evite que sus prototipos acaben antes de tiempo en la mesa de diseño de la competencia o en la redacción de alguna revista de coches.

La historia no es enteramente nueva. Conocemos al menos desde la Primera Guerra Mundial las pinturas de deslumbramiento que se utilizaban para camuflar los barcos de guerra de manera que los cañones enemigos se confundieran al apuntar. Muchos artistas –especialmente cubistas– fueron requeridos para asesorar sobre la mejor manera de que las naves resultaran difíciles de distinguir como lo son muchos animales y plantas expertos en mimetizarse con el entorno.

La industria del automóvil lleva décadas luchando contra las fotos-espía y demás filtraciones de información acerca de los modelos que desarrolla, y que debe probar de forma exhaustiva durante decenas de miles de kilómetros. Con todos los ciudadanos convertidos en eventuales paparazzis gracias a su móvil y con los adelantos en modelado 3D, las estrategias habituales dejaban de ser eficaces.

Hasta hace poco, los fabricantes recurrían a lonas que tapaban los contornos del coche en cuestión y hasta le añadían algún elemento extraño para despistar. En el último estadio de su desarrollo, generalmente cubrían los prototipos con vinilos inspirados en las manchas de las cebras, pero los expertos en modelado en tres dimensiones eran capaces en este caso de producir una réplica bastante exacta del modelo supuestamente secreto.

Ford ha tomado cartas en el asunto haciendo uso de las mismas armas que comprometen la confidencialidad de sus productos. Mediante el diseño 3D ha ideado un camuflaje a base de miles de pequeños ladrillos negros, grises y blancos distribuidos por la carrocería de forma en apariencia aleatoria.

El objetivo es que, como en las populares ilusiones on line y como en los mismísimos grabados de Escher, el ojo humano se pierda cuando trata de fijar los contornos y –más importante– que también lo hagan las cámaras fotográficas, ya sean profesionales o de aficionados, de modo que la imagen obtenida sea poco más que un revoltijo de formas desenfocadas.

La compañía informa que se tarda dos meses en preparar cada nuevo camuflaje, que una vez listo se imprime en adhesivos de vinilo extremadamente fino, de grosor inferior al de un cabello humano.

Marco Porceddu, ingeniero dedicado a esta labor, lo resume bien a las claras: “Me propuse crear un diseño que resultara caótico y confundiera al ojo. Di con una forma que podía copiarse y superponerse miles de veces”. Digamos que ha inventado una actualización del camuflaje Dazzle desarrollado por los cubistas para los barcos de la Gran Guerra y que guarda una estrecha relación con la dificultad del ojo humano para manejarse con los diseños ajedrezados.

Para Martin Stevens, estudioso de la pigmentación y el camuflaje de los animales, los ladrillos de Ford tienen la cualidad de “destruir la integridad de la forma del vehículo, sus superficies y su color, retrasando la habilidad del cerebro humano para reconocer sus principales características. Es un truco empleado por la naturaleza para escapar de algo y esconderse que resulta igual de útil para un conductor de pruebas”.