La peor semana de Feijóo desde 2009
El pasado jueves, 27 de octubre, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se disponía a disertar sobre las fake news en uno de esos foros para futuros líderes que proliferan por todas partes con patrocinios de bancos y empresas consultoras. En el tarjetón al que el líder popular miraba de reojo estaba escrito que el nacimiento de lo que hoy llamamos posverdad podría situarse “en aquella distopía escrita por Orwell en 1984”. Ante esa audiencia de postuniversitarios llamados a tomar los consejos de administración del mañana, Feijóo seguía las notas como un guion que no leía de carrerilla y en el que iba incrustando pinceladas de su cosecha. Por el camino confundió el título de la obra del pensador británico con el año en que fue publicada. En vez de citar lo que le habían escrito acerca de Orwell, el presidente del PP improvisó: “La mentira o la posverdad nos esclavizan, y de hecho podemos situar el nacimiento de la posverdad en aquella distopía escrita por Orwell allá por el año 84, que como saben describe un régimen totalitario con toda su crudeza”.
Nadie en ese auditorio carraspeó. Los futuros líderes mundiales llegados de Asia o América siguieron escuchando a Feijóo alardear de sus conocimientos sobre esa obra, cuyo título ignoraba. Al minuto siguiente, el conferenciante cambió de tarjetón para recuperar otra cita, esta de Lincoln, seguramente escrita con un objetivo diferente pero que cobraba todo el sentido después de lo que acababa de pasar: “Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a alguno todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.
Ya dio igual. La conferencia había cobrado una segunda vida en las redes sociales, con un público mucho menos comprensivo que el de la conferencia. Twitter, Tik Tok, Instagram fueron un carrusel de memes sobre el líder del PP: “No pide cerveza 1906 porque piensa que está caducada”. Fotomontajes de Regreso al Futuro. El libro de Orwell en la mano en la cubierta del yate del contrabandista Marcial Dorado…
Los trending topics no tuvieron compasión y el propio Feijóo se vio obligado a rectificar a su manera en un tuit donde de paso recuperaba un error geográfico que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, había tenido unas horas antes durante su viaje a África.
La espuma de las redes sociales que pronto se vio replicada en los titulares de los medios ocultaba durante esas horas la tormenta mucho mayor que estaba tratando de sortear el líder del PP. El ala más dura del partido, con Isabel Díaz Ayuso y su aparato mediático a la cabeza, se había revuelto por primera vez contra Feijóo por su intención de desbloquear el Poder Judicial, que acumula casi cuatro años de mandato caducado, a través de un pacto con Sánchez que se anunciaría en horas. La foto del presidente del Gobierno y el líder de la oposición iba a ser inminente, y en Moncloa eran por primera vez optimistas, tanto que se reservó la agenda del viernes para colocar el acto, cuando el avión del presidente aterrizase en suelo español.
El líder del PP estaba comprobando esa mañana de la conferencia en Santander que los mismos medios que le habían ayudado a él y a otros barones a decapitar a Pablo Casado el pasado febrero le estaban exigiendo que cambiase de rumbo. En esRadio, el locutor Federico Jiménez Losantos había arrancado el día recordando al presidente del PP que fue Ayuso quien salvó al partido y que a él “no se le trajo para esto”. La frase es literal. El Mundo, otro de los diarios claves en el magnicidio de Casado, dedicaba portada y editorial a señalar también a Feijóo que el pacto por la Justicia con Sánchez no era bienvenido. Isabel Díaz Ayuso se había limitado a enviar un mensaje de WhatsApp a Feijóo. No hacía falta mucho más, su posición contraria a cualquier acuerdo con Sánchez la había expresado en público y en privado durante semanas.
Ese jueves, mientras Internet se mofaba de sus lagunas sobre Orwell, Feijóo trató de introducir durante una charla telefónica que mantuvo con Sánchez durante su visita a Sudáfrica una condición nueva para aceptar cumplir la Constitución: que el Gobierno renunciase a la reforma del delito de sedición (por el que fueron condenados los líderes del procés) para rebajar las penas, en línea con los códigos penales de otros países europeos. El líder popular eligió seguir la doctrina que le marcaba la prensa conservadora de Madrid a pesar de que su número dos, Cuca Gamarra, había defendido 48 horas antes lo contrario: la necesidad de desligar ambas cuestiones. Gamarra había recibido también de lo lindo esa mañana. Losantos había pedido su destitución y le había llamado de todo.
En cierto modo también se estaba rectificando a sí mismo porque durante la aciaga charla de Orwell, solo unas horas antes de la conversación con Sánchez, Feijóo tampoco había dado ninguna pista de su viraje. Simplemente había dicho que cuando llegase a La Moncloa reformaría el delito de sedición de nuevo si es que el Gobierno se decidía a cambiarlo. A partir de aquí, las versiones sobre la charla telefónica del presidente del Ejecutivo y del jefe de la oposición difieren. En Moncloa sostienen que ambos quedaron de verse este miércoles, a la vuelta del puente, para intentar salvar el acuerdo. El PP en cambio mandó un comunicado diciendo que todo estaba roto e intentando hacer ver que la modificación de la sedición en el Código Penal (que el PSOE había prometido reiteradamente y para la que todavía no tiene mayoría) era un asunto nuevo.
La conclusión del Gobierno es que a Feijóo le temblaron las piernas. No es una lectura exclusiva de los socialistas. También hay dirigentes del PP que asumen que su líder “se ha plegado a las primeras de cambio”. Desde Génova 13 se insiste en que no fue Ayuso quien condicionó la decisión, sino que el presidente habló con más pesos pesados del partido, incluido Juan Manuel Moreno Bonilla, el otro gran barón del PP. Pero mientras el aparato de Ayuso repite a los cuatro vientos que ella se opuso al pacto de la Justicia, en el entorno de Moreno Bonilla lo más que admiten es que dejaron al presidente vía libre para tomar cualquier decisión.
Desde entonces, el Gobierno en pleno ha salido a la carga contra Feijóo. No solo por incumplir una vez más la obligación constitucional de reformar el Poder Judicial, también por las formas utilizadas y por enviar un comunicado que lo dinamita todo cinco días antes de la cita que tenía agendada con Sánchez para esta semana. Le han llamado “pelele”, han dicho que no es de fiar e incluso la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, ha dudado de que puedan considerarlo “líder del PP”.
La situación es inédita en la vida política de Feijóo. Desde que ganó la Xunta el 1 de marzo de 2009 no se había enfrentado a nada similar. Ni se vio asediado por los medios de la derecha, que lo han acunado durante todos estos años, ni mucho menos había llegado a cuestionar sus decisiones un sector relevante del partido. El único trance similar lo vivió en Ourense, con el desafío de la familia Baltar, que se permitió transmitir el poder de padre a hijo en la Diputación y en la presidencia provincial del partido.
Feijóo intentó entonces oponer resistencia promoviendo a un candidato propio y cuando perdió en el congreso ourensano decidió firmar la paz con el baltarismo y dejarles hacer en la provincia. Fue en 2010 y durante la siguiente década ya no rompió ese pacto de no agresión. Nadie más ha cuestionado a Feijóo internamente en estos últimos 12 años. Ni siquiera cuando aparecieron las fotos que probaban sus años de amistad con el narcotraficante Marcial Dorado a finales de los 90 cuando el líder del PP ya era alto cargo de la sanidad gallega.
Feijóo toleró cuatro días de ruido mediático y al jueves siguiente, en la reunión del Gobierno gallego, repartió 700.000 euros de dinero público entre los periódicos gallegos al tiempo que advertía ante los micrófonos: “Se acabó la infamia”. No hubo más explicaciones, los contratos de las empresas legales del narco con la Xunta se perdieron, según la versión oficial, en una inundación de un almacén. Los interrogantes de aquellos años de viajes y vacaciones del traficante y Feijóo siguieron en el aire. La prensa local, salvo pequeñas excepciones, tampoco osó incordiar con el tema.
Su partido lo ha apoyado durante 16 años ininterrumpidos, desde que fue elegido sucesor de Manuel Fraga, de manera incondicional, hasta el punto de que en 2018 Feijóo reunió a decenas de cargos en un hotel de Santiago para anunciarles su decisión sobre las primarias del PP que no había consultado a nadie. Según escribió en una biografía el periodista Fran Balado, hoy en nómina del Gobierno gallego, el líder tenía dos discursos para leer aquella jornada: el de su despedida para partir a Madrid y otro para quedarse en casa, en el que profesaba su amor a Galicia. Leyó el segundo y la cúpula del PP y la prensa afín aplaudieron igual que si hubiera elegido mudarse a la capital, como hizo tres años después, ya sin primarias, con Casado en su lecho de muerte política y con idéntica unanimidad entre medios de comunicación amigos y dirigentes del partido.
Quienes tratan personalmente a Feijóo aseguran ahora que el presidente está muy incómodo en Madrid. Se había acostumbrado a una vida plácida en Galicia, con una oposición dedicada a las peleas internas que iba consumiendo líderes mientras él revalidaba mayorías absolutas y un sistema mediático que le proporcionaba un remanso de paz. Hasta había abandonado la residencia oficial de Santiago para vivir al lado del mar, en un lujoso chalé de Oleiros, junto a A Coruña, el pueblo donde residen los gerifaltes de Inditex, en compañía de su pareja, Eva Cárdenas, exdirectiva del emporio de Amancio Ortega, y su hijo.
Feijóo no ha llegado a confesarse arrepentido del salto a Madrid pero cada vez se queja más del trato que recibe de los medios de comunicación y de lo inhóspita que se ha vuelto su vida en la capital. A diferencia de lo que sucedía en Santiago, el equipo que se trajo a Génova 13 (formado mayoritariamente por periodistas) no logra controlar a la prensa. No es solo que los medios de comunicación progresistas tengan mayor influencia y audiencia en la capital, sino que ni siquiera los conservadores lo respaldan ya incondicionalmente. Y eso a pesar de que ahora mismo lidera las encuestas (algo de lo que también llegó a presumir Casado).
Ese escenario nuevo ha propiciado que afloren algunas lagunas del presidente del PP, que empieza a enseñar sus costuras. Disparates como el de Orwell ya los había cometido en Galicia, pero allí el control de daños era mucho más manejable. En su día respondió que Picasso era catalán, cuando se le preguntó por la prohibición de los toros en Cataluña. Habló de la influencia de la tauromaquia en su obra, sin saber que lo estaba confundiendo con Miró. Esas pifias que apenas trascendían entonces encuentran ahora altavoces en las radios, televisiones y trending topics.
El aclamado gestor ha cometido además en estos últimos meses errores flagrantes al hablar de economía, de impuestos o de la prima de riesgo, algunos de ellos durante sus visitas a Europa. Pero sobre todo en el casi medio año que lleva al frente del PP se ha destapado que ese perfil pactista, que cultivaba en los platós de la capital durante sus visitas a Madrid, es fachada: tampoco en Galicia llegó a grandes acuerdos ni en el poder ni antes en la oposición. Y de sus cara a cara con Sánchez, que él mismo había reclamado, en el Senado, tampoco salió bien parado.
Para colmo, esta vez no es él quien maneja desde la Xunta la chequera de la publicidad institucional y las ayudas a la prensa sino Isabel Díaz Ayuso, cuyo Gobierno mueve un presupuesto de 25.000 millones de euros al año que reserva generosas partidas a los medios de comunicación afines. En esos mismos zapatos ya estuvo Casado, quien ahora lamenta el control de la prensa conservadora ejercido por Ayuso y su plenipotenciario Miguel Ángel Rodríguez y que, según repite a su entorno el exlíder del PP, decantó la guerra del lado de la presidenta madrileña.
En este primer rifirrafe con Feijóo, Ayuso y sus medios afines han vuelto a demostrar que tener la presidencia del PP no implica necesariamente tener todo el poder, por mucho que esté escrito en los estatutos del partido. Y que el dinero, y a partir de ahora serán 100.000 millones de euros por legislatura, lo maneja Ayuso. Quien tenga dudas, que revise algunos editoriales y titulares de las últimas semanas.
Por primera vez en su vida desde que se sentó en lo más alto de la Xunta, Feijóo tiene en Madrid una rival interna con un escudo mediático más potente que el suyo. Si decide convivir con Ayuso y dejarle hacer como ensayó con Baltar, la cohabitación será pacífica. Pero, a diferencia del líder ourensano, la dirigente madrileña va dando muestras de que sus aspiraciones no acaban en la Puerta del Sol. Y ha bastado una semana de desencuentros por el Poder Judicial para que la baronesa de Madrid enseñase los dientes e impusiese su postura en el PP. Con un mensaje de WhatsApp… pero sobre todo con la exhibición de que en una hipotética guerra interna en el PP, la prensa conservadora de Madrid estará de su parte.
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