La perspectiva interesada
Por si fueran pocas las banderas, han devuelto a la vida a Hernán Cortés y parece hasta moderno, si incluso introducen a los neandertales en el debate público. Se incorporan toreros a las listas y ha vuelto Aznar a los gritos, desparramando testosterona por las esquinas y a ver quién tiene lo suficiente para sostenerle la mirada a él, patrón de las derechas, que convierte las cosas en sal. España y nada más. España, cojones. Claman contra el nacionalismo con fuertes dosis nacionalistas para que, con suerte, las banderas distraigan sobre lo demás, que es la ideología.
Necesitado de salir en el telediario, a Albert Rivera le dio por proponerle una coalición a Pablo Casado, munición que el presidente del PP aprovechó para humillar al presidente de Ciudadanos y ofrecerle un ministerio, aunque luego lo subiera a una vicepresidencia. Resultó sorprendente que el partido más atento a los sondeos comunicara a sus votantes quién se aprovecharía de sus votos, pero más sorprendente aún es el aplomo con que Rivera se ha asido a un mantra que pretende hacer perder la perspectiva.
Rivera y Casado –no digamos Vox– describen a Pedro Sánchez como el presidente que vendió a España, el traidor. El felón. Repiten la idea sin explicar en qué consistió tal traición porque España está en el mismo sitio, lo mismo que Catalunya. Extraña venta de la patria si ha dejado al PSC en cabeza de las encuestas en Catalunya, después de que fueran los independentistas –no otros– los que cortaran el carrete a la legislatura. Lo más a lo que llegaron fue a colar la palabra relator, episodio que se alargó un par de tardes. El mantra, sin embargo, se repite igual, con el propósito de que se pierda la perspectiva y una avalancha de rojo y gualda lo desborde todo.
La perspectiva exigiría preguntar por qué criterio mancha recibir los votos de ERC y del PDeCAT pero no mancha recogerlos de Vox, cuyas conexiones con la fundación Francisco Franco están cada vez más claras. ¿Qué regeneración democrática saldrá de ahí? La perspectiva exigiría cuestionarse el sentido de que el partido que llegó con afán regenerador se alíe con el partido que fue condenado por la Gürtel. “Tiendo mi mano”, dijo Rivera, porque estaba feo pronunciarlo de otra manera: “Si puedo, haré presidente a Casado”.
Bastante era que, con la campaña aún por empezar, Ciudadanos dejara al PP la capacidad de construir el marco de que la alianza ya está hecha. Cuanto más hablan de la fragmentación de la derecha, más sólido se muestra el bloque. Rivera ya no puede renegar de ningún socialista más, ya no le queda nada después del pacto andaluz gracias a Vox, de la foto de Colón, del veto al PSOE y de su oferta a Casado.
Él sólo, sin más ayuda, ha situado en un lado del tablero a la formación que quiso crecer por el centro. Lo describió el martes, en Roma, Steve Bannon, que preparaba su visita a España: “Soy un gran admirador de Vox. Ha empujado al resto de partidos de la derecha al lado nacionalista”. “Es un modelo nuevo que el resto del mundo copiará”.
¿Cómo es que no se puede pactar con el radical de Ángel Gabilondo y, en cambio, puede comprometerse uno con el partido que organizó –por lo que se investiga en la Audiencia Nacional– una trama policial en el mismo ministerio del Interior para espiar a rivales políticos y para robarles el móvil y para difundir bulos y para obstruir a la justicia? ¿No mancha aquí lo que mancharía en cualquier parte si, además, no consta que en el PP nadie haya asumido responsabilidades ni haya exigido que se averigüe lo que ocurrió? ¿Cómo puede Albert Rivera contemplar la investigación en curso sin escamarse y darle al PP el carné de constitucionalista que le retira al PSOE?
¿Cómo es que Sánchez –que llegó al poder a través del mecanismo constitucional de la moción de censura– pasa por sedicioso y nadie sale en los mítines a clamar contra el vergonzoso uso de los fondos públicos que hiere el corazón de la democracia? Todo eso palidece para Rivera y para Casado ante la magnitud de la figura de Hernán Cortés, ante la hombría de Aznar, que remueve sorbo a sorbo la copa de coñac. España, cojones.
Palidece ante la “excepcionalidad”, que fue la palabra que citó Rivera para justificar su estrategia. Es hora de hacer cosas excepcionales por la democracia. Qué idea más loca sería pensar que el patriotismo y la democracia se extienden más allá de las banderas, por largas y anchas que las ondeen.