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El protocolo, una cuestión de Estado que crea conflictos y enfrenta a las autoridades

El dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang

Carmen Moraga

Se revistió como una excusa “creíble y natural” aunque fue un plantón en toda regla. Los asesores de Moncloa quisieron evitar a toda costa la foto de Mariano Rajoy y Teodoro Obiang en la entrevista oficial que había solicitado el dictador guineano y ofrecieron alterar el orden en el que se iban a sentar los mandatarios durante la cena de la IV Cumbre EU-Africa. El protocolo mandaba sentarlos por orden alfabético de países, por lo que la silla de Rajoy iba a estar entre las de sus homólogos de Etiopía y Eritrea.

A última hora, el Gobierno optó por la mentira piadosa para no crear un conflicto diplomático con el dictador africano al que nuestros gobiernos siguen tolerando por intereses económicos. “El presidente tiene que preparar los encuentros bilaterales que tienen previstos para mañana y la cena no es un encuentro de trabajo”, le disculparon. Y el asunto quedó zanjado.

Según varios expertos consultados, no asistir a una cena oficial a la que has sido invitado “no es elegante”. Pero entienden que quedarse habría originado una situación incómoda a Mariano Rajoy, un político que huye de escenarios conflictivos.

El protocolo está formado por esas rígidas reglas y técnicas que deben seguir las autoridades del Estado, los militares y los miembros de la Casa Real en cualquier tipo de evento público a los que acuden prácticamente a diario y que a muchos les incomoda. Hasta el punto de provocar entre ellos piques y roces, como se ha visto y comprobado en numerosas ocasiones.

En España las normas de Protocolo están recogidas en el Real Decreto 2099/1983 de 4 de Agosto, aprobado por el Gobierno de Felipe González, de Ordenamiento General de Precedencias en el Estado, que modificó la anterior normativa franquista de 1968. En sus artículos se establece la ordenación de las personas en función de su representatividad en los actos que se celebren en Madrid, en su condición de capital del Estado; en una Comunidad Autónoma; o bien cuando sean organizados por la Corona, el Gobierno o la Administración del Estado.

El Real Decreto, no obstante, deja claro que el anfitrión de cada acto tendrá derecho a presidirlo y a organizarlo “de acuerdo con su normativa específica, sus costumbres y tradiciones y, en su caso, con los criterios establecidos en el presente Ordenamiento”. Una puntualización que suele dar origen a los “malentendidos”. Sobre todo cuando ciertas autoridades están obsesionadas con dar el mayor realce a los actos, como le ocurría a Manuel Fraga, cuya meticulosidad exasperaba.

Sin irnos tan lejos en el tiempo hay episodios muy cercanos que ilustran la excesiva importancia que le dan algunos de nuestros actuales políticos al protocolo. Como el que protagonizaron el pasado octubre de 2013 Artur Mas y la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría en Barcelona, en un acto organizado por los empresarios de Fomento del Trabajo. El protocolo situó a la vicepresidenta -que al estar Rajoy fuera de España actuaba como presidenta en funciones-, como la máxima autoridad que cerraba el acto, lo que provocó que el presidente de la Generalitad se negara a asistir al evento.

Según Carlos Fuente, director del Instituto Universitario de Protocolo de la Universidad Camilo José Cela, con una larga trayectoria en este campo, este encontronazo entre Mas y la vicepresidenta tiene un importante trasfondo. “Fue un claro ejemplo de posicionamiento político. Los dos se agarraron al protocolo para dejar claramente definido quién es el que manda, quién es la autoridad”. “Y lo utilizaron también para manifestar que hay problemas en las relaciones entre Estado central y la Generalitat. Mas, al no acudir al acto, quiso manifestar que su no presencia lo invalidaba”, interpreta el experto.

Fuente recuerda que con Jordi Pujol ya pasaban estas cosas al considerar el protocolo como “la plástica del poder”. “En Cataluña ocurre que el protocolo es una puesta en escena del valor de la autonomía, del valor nacionalista que tienen. El hecho de que el presidente de la Generalitat vaya por delante de cualquier miembro del Gobierno español transmite una imagen de poder como nación”, explica.

Otro caso muy comentado fue el malestar que dejó traslucir la presidenta de Castilla La Mancha, Maria Dolores de Cospedal, con el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, durante la presentación de la exposición de El Greco en el Museo del Prado de Madrid. La polémica venía generada por quién debía haber tomado la palabra en primer lugar o cerrado el acto.

Aunque al episodio se le dio mucha relevancia, para Carlos Fuente no pasó de ser “una anécdota”. “Al ser el acto en Madrid, la normativa establece que quien tenía que hablar primero era Cospedal y haber cerrado el ministro. La presidenta autonómica tiene menos rango en Madrid que un ministro y Wert era el anfitrión del evento”, puntualiza.

Cospedal ya había protagonizado anteriormente algún otro choque con el protocolo. Fue en abril de 2010, durante un desfile de Las Fiestas de las Mondas celebrado en Talavera de la Reina, siendo entonces presidente de la Comunidad el socialista Jose Maria Barreda. Los dirigentes del PP se indignaron al ver que no la incluyeron en el cortejo que recorrió las calles de la ciudad en su calidad de jefa de la Oposición. “No la esperaron y la dejaron sola”, denunciaron sus compañeros de partido.

Lo cierto es que casi ningún político se libra de verse envuelto en situaciones conflictivas por causas del protocolo. Otro caso muy reciente fue el que protagonizó en febrero de 2014 la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. La ausencia de la dirigente socialista en la entrega del premio internacional de poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca, al que asistieron los Príncipes de Asturias, fue atribuida a discrepancias con el alcalde de la ciudad, José Torres Hurtado, del PP, que ejercía como anfitrión del acto. Desde la Junta consideraron una “falta de respeto a la institución” y un “atentado contra su dignidad” no otorgar a la presidenta la máxima representación.

Se da la circunstancia de que el mismo edil popular de esa capital andaluza ya protagonizó otro caso relacionado con el protocolo en febrero de 2008. Ocurrió siendo presidente de la Junta José Antonio Griñán. Torres Hurtado se quejó amargamente de no tener reservada una silla en el acto del Día de Andalucía celebrado en Sevilla. ¿Fallo de protocolo? En el PP interpretaron que fue algo “intencionado”.

Desde que el Real Decreto fue aprobado por Felipe González han pasado 31 años. ¿Debería sufrir cambios? Carlos Fuente cree que sí, porque la actual normativa sigue manteniendo una “enorme brecha con la calle”, cada vez más alejada de los políticos. “Necesita una revisión urgente para dar mayor relevancia a las personas que realmente representan a la sociedad, como precisamente son los alcaldes que ahora están en un puesto muy bajo”, afirma el experto. “Y para descender de rango protocolario a otras figuras, como un capitán general del Ejercito, por ejemplo, que ahora está en un puesto excesivamente alto”, añade.

En su opinión, “el protocolo lo cambia la sociedad” y “el Gobierno debería ser el micrófono que capta lo que la sociedad le está diciendo. Y la sociedad le está diciendo que no le gusta el boato”. En este sentido cree que Rajoy debería ser el primero en hacer un esfuerzo por modificar su comportamiento porque tal y como afronta sus actos, “traslada una imagen muy distante, poco cercana al pueblo”. “Ese Síndrome de la Moncloa del que tanto se habla, existe, y solo se supera con un buen protocolo, un protocolo menos rígido. En España todos los presidentes han terminado asfixiados por el protocolo de Moncloa. Están muy condicionados por un protocolo diplomático que tiene que cambiar”, afirma, categórico, este experto.

Como ejemplo de cosas que deben cambiar, pone los funerales de Estado, como el que recientemente se le realizó a Adolfo Suárez. A su juicio, “faltó un acto civil en el que el pueblo hubiera podido participar y manifestarse”. “La gente se quedó con la imagen de que Suárez fue enterrado por militares, con honores militares, y despedido con una ceremonia religiosa en la Almudena poco afortunada”.

En estos cambios este experto también incluye a la Casa Real cuya imagen cree que pese a los esfuerzos que está haciendo debe evolucionar mucho más rápido. “Las monarquías se están modernizando y si no modernizan su protocolo, terminarán muriéndose. Parece una tontería pero no lo es. La monarquía lo que hace es salir, estar con la gente y si en eso no hay un protocolo de hoy, la monarquía está muerta”, sentencia.

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