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Todos hacéis demasiado ruido y eso molesta a Rajoy

Rajoy y Mañueco saludan a los asistentes al mitin de León.

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Todos los trajes valen en una campaña electoral. Hay que pillar votos de donde sea, en especial si las expectativas no son tan buenas como parecía hace unas semanas. Alfonso Fernández Mañueco se envolvió esta semana en una manta ayusista, abrazó a la presidenta madrileña que le visitaba y se erigió en uno de los caudillos del PP que plantan cara al sanchismo. Parecía más un disfraz que otra cosa. Es lo que hay. Hasta los que iban de tranquilos tienen que sacar colmillo para que Vox no les muerda en el trasero.

El jueves, Mañueco estaba más en su salsa. No tenía que fingir que es un tipo duro. Tampoco es que le salga muy bien aparentarlo en los mítines. Recibía en León a Mariano Rajoy, que es el político a quien más le gustaría parecerse. “Estos tres años han sido muy difíciles”, dijo imitando al expresidente a quien siempre le gustaba decir que la vida es dura, no se crean. “Siempre me he preguntado cómo actuaría Mariano Rajoy en estas circunstancias. Eso ha sido mi guía”. 

Mañueco es en el fondo un marianista que apoyó a Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias del PP que ganó Casado. En estos tiempos convulsos, tiene que ser otra cosa y apuñalar por la espalda a Francisco Igea, echarlo del Gobierno de coalición y convocar elecciones. Y luego encima decir que toda la culpa es del que era el vicepresidente de su Gobierno, porque planeaba una moción de censura que nadie sabía que existía, Igea tampoco. Sí que son tiempos complicados. Hasta los marianistas tienen que apelar a oscuras maquinaciones para sobrevivir. 

Quien vino a León con el traje de siempre fue Rajoy. Él ya no está para innovaciones ni para fingir ser otra persona. Está disfrutando de la vida con su plácido trabajo de registrador de la propiedad, sin líos ni tensiones, y a veces tiene algún detalle con compañeros de partido que le necesitan. Gente que más o menos se parece a él.

“Primero, voy a contar por qué estoy aquí”. Fue decir esto y ya había gente que se reía. Con Rajoy, el público espera una curiosa mezcla de política y humor. No por lo que dice, sino por cómo lo dice. A los seguidores del PP, sobre todo si son de una cierta edad, les encanta esa mirada algo distante de la política, como si fuera una cosa a la que no hay que dar tanta importancia. Es una visión un poco cínica, porque en realidad Rajoy sí tiene ideología y siempre quedó claro en sus decisiones. Pero queda mejor si se presenta en plan 'uno hace lo que puede y no me pidan más' o destacando con falsa modestia que igual está equivocado, pero esto es lo que hay.

Después de lo obvio –pedir el voto para Mañueco–, Rajoy de inmediato dejó claro lo poco que le gustan los tiempos que corren. Todo lo actual, mal. España está marcada “por el ruido, la falta de sosiego y el populismo”. El ruido es algo que incomoda mucho a Rajoy. La culpa, dice él, es de Pedro Sánchez y el Gobierno de coalición, pero pocos políticos hacen más ruido y hablan en tono más airado que Pablo Casado. Este muchacho por qué grita tanto, pensará Rajoy.

El líder del PP envió el jueves otro de esos vídeos enlatados que ha puesto en circulación estos días. Es perfecto porque así sale en los telediarios sin tener que responder a las preguntas de los periodistas. En el último, afirmó que el Gobierno dice que “el vino es una droga”. No ha salido nada de eso en ningún sitio. Él suelta estas cosas que quizá ocurran en su imaginación y las televisiones lo van a meter seguro. También sacó el tema de ETA, señal de que las encuestas no le dan la previsión que él esperaba.

Rajoy no está ya para esas cosas. No es que no las hiciera antes, pero si las hacía, intentaba no parecer tan desesperado. En el mitin, se aplicó con frases que ha pronunciado miles de veces. “El Partido Popular es un partido serio”, dijo. A eso se reduce todo en la escala de prioridades de Rajoy. Él es un tipo serio y los de los otros partidos son unos chisgarabís, con la palabra que utilizó alguna vez para jolgorio de la afición. 

No se crean que todo le da igual. El expresidente sufre. El mundo ya no es como cuando él estaba en activo. La política española, aún menos. “En España y Castilla y León, no estamos para experimentos. 17 partidos (en el Congreso). No se puede gobernar”. ¿Quién les habrá dejado entrar? Rajoy no entiende lo que pasa. 

Tenía que aprovechar el mitin para hablar de la reforma laboral recientemente aprobada en el Congreso. “Un ejemplo de política infantil. No ha cambiado prácticamente nada”, presumió. No explicó por qué entonces su partido votó en contra y hasta tuvo sus contactos con dos diputados de UPN que engañaron a todos con el objetivo de tumbar la reforma. Rajoy ya no tiene la obligación de mancharse las manos. Suelta las cosas y que cada uno piense lo que quiera. 

Mañueco necesitaba el apoyo de Rajoy en la ciudad en la que el expresidente vivió diez años a partir de los cinco. Los grandes planes con los que creyó haber justificado el engaño a Igea han quedado cuestionados por los sondeos y el ambiente final de campaña. No parece que vaya a salir reforzado de estas elecciones y puede que lo único que consiga sea sustituir a Ciudadanos por Vox, lo que parece un mal negocio desde cualquier punto de vista. Por eso, cerró su intervención en el mitin suplicando a cada uno de los 500 asistentes que convencieran a diez indecisos que no tienen claro votar al partido. Mañueco ya está con la lengua fuera buscando los votos que le faltan.

Rajoy no necesitaba sonar tan acuciado por los acontecimientos. Él ya no es de este mundo político. En el PP actual, los marianistas como Mañueco tienen que disfrazarse de otra cosa para sobrevivir en este mundo loco. Y ya se sabe lo poco que le gustan a Rajoy los experimentos.

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