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Sánchez e Iglesias certifican el fracaso de la negociación en un duelo en el que fingen tenderse mutuamente la mano

Pedro Sánchez durante su intervención en el Congreso.

Esther Palomera

Mezclen dos fuertes personalidades, una larga historia de desencuentros, una retahíla de descalificaciones mutuas, una buena dosis de desconfianza y dos estrategias antagónicas. El resultado es el fracaso. Estaba anunciado. Esto es lo de siempre, que diría Sacristán: “La vieja inquina entre comunistas y socialistas. Las derechas se entienden, las izquierdas se matan”. No llegaron a tanto, pero el primer duelo parlamentario, tras la ruptura de las negociaciones entre PSOE y Unidas Podemos para la investidura, dejó bastantes pistas de que no hay un solo resquicio por el que colar un acuerdo. También de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se toleran pero ya ni se entienden ni se soportan.

He aquí dos tipos que guardan las formas, que son capaces de esconder tras un tono suave posturas irreconciliables que impiden el desbloqueo de la situación política. Todo fue un colosal ejercicio de cinismo porque, a pesar del guante blanco y a pesar de las buenas palabras, no hay forma ya de arreglar el destrozo. Iglesias prefiere “morir” en las urnas antes que pasar por una humillación más del presidente en funciones. Y Sánchez hace tiempo que visualiza que un gobierno con los morados sería un gobierno inestable que le llevaría inexorablemente a unas elecciones anticipadas en no más de año y medio y en las que el PSOE obtendría peores resultados de los que pueda sumar el próximo noviembre.

Aún así desde la tribuna del Congreso aparentó lo contrario, esto es que lamenta el desencuentro, que no quiere elecciones y que no dejará de intentarlo hasta el final ¿Y dentro de un año qué?, ha preguntado sin embargo estos días a quienes en su entorno le pedían un esfuerzo para el acuerdo con los morados. Dentro de un año, el presidente en funciones ve al PP reconstruido, a Ciudadanos, deshilachado y a la derecha cogiendo músculo con una economía debilitada. ¿Y a los socialistas? Pagando en las urnas el desgaste de una coalición de gobierno en la que cada socio haría la guerra por su cuenta. Que una cosa es la boda y otra muy distinta el matrimonio, según la metáfora que utilizó en la última Ejecutiva de Ferraz, un miembro de la dirección federal y han interiorizado todos aquellos que veían más dudas que certezas en un acuerdo con los de Iglesias.

De algún modo Sánchez se lo dijo también a Iglesias desde la tribuna del Parlamento durante su comparecencia sobre el último Consejo Europeo cuando el secretario general de Podemos le invitó a seguir el ejemplo italiano y él le espetó que Italia es un buen ejemplo de gobierno inestable para un ratito nada más: “Un gobierno de coalición no es sinónimo de estabilidad”, añadió antes de sugerirle que no sólo hay una única fórmula para entenderse y emplazarle acto seguido a que permita que eche a andar una Legislatura progresista “con un gobierno progresista que es el que votaron los españoles”. “Usted fue la esperanza de la socialdemocracia en el mundo y puede seguir siéndolo. Si sigue tendiendo la mano a la derecha destruirá su capital político. Sentémonos a negociar”, le pidió Iglesias minutos antes.

Pedro Sánchez no aceptará en ningún caso discutir un Gobierno de coalición pero sí un programa para cuatro años e Iglesias sigue empeñado en volver a la oferta de julio, la que incluía para los suyos una vicepresidencia y tres ministerios. Y a estas alturas es bastante obvio que el veto presidencial no era solo al secretario general de un partido sino al conjunto del partido. Todo es ya un bla, bla, bla, una ficción y una absurda guerra por ganar el relato para señalar al responsable del fracaso.

Así que no den más vueltas. Si hay que llenar espacios se llenan, pero no habrá más movimientos, ni planes b, ni ofertas de última hora… Sánchez está convencido de que gobernar con Podemos sería un “tormento” para la izquierda, para el PSOE y para España. Por más que especulen ellos y nosotros (los periodistas), la negociación está rota, muerta y enterrada. Otra cosa es la burbuja mediática por aquello de que aún falta demasiado tiempo hasta la disolución formal de las Cortes y sobran las páginas en blanco por rellenar.

En Podemos y en el PSOE ya disponen de encuestas propias. Los resultados, cuentan, son muy similares en ambas sedes: una modesta subida de los socialistas, un descalabro de Ciudadanos que caería hasta el cuarto puesto, un notable ascenso del PP a costa de VOX y de Rivera y un severo retroceso de los de Iglesias. El mismo tablero que salió del 28-A con ligeras modificaciones y un riesgo cierto de que el bloqueo pueda cronificarse, salvo que el PP se abstuviera tras unas segundas elecciones, que es lo que parece que buscan Sánchez y los nostálgicos del bipartidismo.

Eso sí, hasta la mañana del martes 17 -que es cuando se espera que Pablo Iglesias sea llamado por Felipe VI y le comunique que no prestará sus votos para la investidura de Sánchez-, puede seguir la teatralización. La siguiente entrega será la llamada que el secretario general de Podemos medita ya cruzar con Sánchez durante el fin de semana para decirle lo mismo que ya expresó en su intervención parlalmentaria: “Sentémonos usted y yo con la condición de no echarnos atrás”. La respuesta está escrita de antemano porque ya se la dio también Sánchez en el final de su cuerpo a cuerpo: “Si tiene alguna cuestión que plantear más allá de la coalición convoque a la mesa de negociación”.

Fin de la historia y de una negociación en la que unos y otros no han dado muestras de creer demasiado nunca. Preparen las papeletas. La campaña electoral ya ha empezado y prueba de ello son las intervenciones que se escucharon desde la tribuna del Congreso.

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