Si antes para emprender un viaje se podía considerar imprescindible una navaja suiza, ahora es el teléfono inteligente el instrumento más preciado para los miles de refugiados que cruzan los Balcanes rumbo a Europa Occidental en busca de una vida mejor.
“Un smartphone, unos buenos zapatos y un saco de dormir es el equipo básico para este viaje”, resume en la estación de Keleti de Budapest Hashim, un joven sirio que dejó atrás la guerra en su país y que aguarda para tomar un tren hacia Alemania.
“Usamos los teléfonos para comunicarnos con nuestras familias en Siria y decirles que hemos llegado bien”, agrega mientras carga la batería de su móvil en uno de los puntos habilitados en la estación.
Una de las primeras cosas que hacen muchos refugiados al alcanzar una frontera o superar un nuevo hito en su ruta es sacar su teléfono y hacerse una foto para documentar su camino en las redes sociales o avisar a sus familiares por WhatsApp de que se encuentran bien.
Esa no es la única aplicación digital utilizada, Google Maps o los numerosos foros de Facebook en los que se intercambian consejos sobre qué ruta seguir son instrumentos muy útiles para elegir el mejor camino.
Además del contacto con la familia y amigos, los refugiados dependen de sus teléfonos para conocer en tiempo real informaciones sobre la ruta, la policía y el funcionamiento de los transportes, así como sobre precios y lugares para alojarse.
En algunos foros incluso se pueden seguir rutas exactas empleadas por otros refugiados, que las han guardado gracias al GPS de sus teléfonos, y que están acompañadas de anotaciones y apuntes sobre los lugares a los que acudir o evitar.
“No puedo imaginarme hacer este viaje sin un teléfono inteligente, no es un capricho, es una herramienta muy útil”, explica Mohamed Saed, un sirio de Latakia que abandonó su país ante una orden de detención del régimen de Bachar al Asad por participar en una protesta.
Este universitario de 25 años reconoce que en varios tramos de su viaje recurrió a traficantes, a los que eligió después de que conocidos los recomendasen en Facebook y en grupos de WhatsApp.
“Es un negocio y ellos saben que si lo hacen bien vendrá más gente detrás, así que las recomendaciones son muy importantes a la hora de elegir con quién viajas”, explica.
Los traficantes ofrecen sus servicios en Facebook con fotografías de los destinos, alabanzas de algunos de sus anteriores “clientes” y descuentos por llevar a grupos, como si de una empresa de transportes se tratara, explica.
La tecnología, con su comunicación instantánea, ha transformado, como tantas cosas, también este moderno éxodo gracias a las aplicaciones de posicionamiento global y las redes sociales, potenciando rápidamente las rutas y las vías más exitosas.
“Así nos enteramos de qué es lo que pasa en la ruta, qué problemas podemos tener”, señala Hashim.
Cuando los refugiados llegan a un nuevo lugar, sus prioridades son encontrar comida, un techo bajo el que cobijarse y un lugar donde poder cargar sus teléfonos, además de una red wifi a la que conectarse.
Las redes de ayuda a los refugiados, como la húngara Migration Aid, son conscientes de la importancia de internet y, además de puntos para recargar las baterías de los móviles, prestan incluso tarjetas SIM de datos para que puedan planificar su ruta y estar en contacto con la familia.
El dominio de la tecnología móvil se debe a que gran parte de los sirios desplazados por la guerra que llegan a Europa son de clase media, desde universitarios a funcionarios o comerciantes, y están acostumbrados a usarla en su día a día.
Para Behruz, un iraní que lleva cuatro años como asilado en Hungría y trabaja como traductor y voluntario en la red de ayuda a los refugiados “Migszol”, la habilidad con la tecnología también se debe a la situación política de Oriente Medio.
“Hay que entender que la mayoría de la gente que huye viene de países con regímenes represivos, y la única forma de organizarse es a través de las redes sociales, y ahora con los teléfonos”, expone.
Las redes sociales también son una fuente de información en esos países, explica Behruz, ya que los medios de comunicación, dominados por el Estado, no tienen mucha credibilidad.
Luis Lidón y Marcelo Nagy