Trump, Le Pen, Farage: cuando las izquierdas no pueden con la extrema derecha
Donald Trump es el presidente electo de EEUU. El Brexit no se entiende sin Nigel Farage, entonces líder del UKIP. La única candidata fija en todas las quinielas para pasar a la segunda vuelta de las presidenciales francesas es Marine Le Pen. Las próximas elecciones alemanas prevén un ascenso de Alternativa por Alemania, como ya ha ocurrido hace unas semanas en comicios regionales. Y ahí está Viktor Orban al frente de Hungría. Y lo que pueda pasar con las elecciones holandesas. ¿El denominador común? El ascenso de la extrema derecha y la incapacidad de las izquierdas para, no ya frenarlo, sino derrotarlo.
¿Por qué? “Porque la izquierda tiene que aprender a analizar y actuar en el escenario de crisis y colapso de los sistemas políticos”, afirma el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias: “Cuando la geografía ideológica que se impone es la de élites-pueblo, la izquierda no puede encerrarse en la geografía parlamentaria izquierda-derecha, que además tiene muchas menos posibilidades”.
“Con todo”, sostiene Iglesias, “hay elementos esperanzadores como Bernie Sanders en EEUU o el propio Jeremy Corbyn en Reino Unido”.
“La globalización ha empobrecido a sectores”, afirma el diputado del PSOE por Teruel, Ignacio Urquizu, “y hay un montón de gente que está viendo que bajan salarios y se están empobreciendo. Todo lo que tiene que ver con la globalización y el cambio tecnológico está generando ganadores y perdedores, que se están rebelando. Y las soluciones simplistas se imponen. No es tanto de extrema derecha, porque en cada país se está expresando de formas distintas”.
“Lo que está uniendo a todos estos movimientos”, prosigue Urquizu, “es el rechazo a los cambios comunes en los países. Lo que puede unir a Trump y el fenómeno Podemos, salvando las distancias, es el tema de la globalización, un nacionalismo económico.
“Lo más preocupante”, reflexionaba el coordinador federal de IU, Alberto Garzón, en su blog, “es que ningún partido radical o anticapitalista ha conseguido llegar a las clases populares y hacerse su representante efectivo y literal –en el sentido de ser un espejo–. Más al contrario, el apoyo a los partidos radicales tiene más que ver con cuestiones culturales e ideológicas, mientras que cada vez hay más sectores golpeados por la crisis y la globalización que se encuentran huérfanos de referencias en la izquierda. Esos sectores son tentados, en muchas partes de Europa, por los partidos de extrema derecha en particular. Algo que supone una verdadera amenaza democrática”.
El escritor y periodista Thomas Frank explicaba en The Guardian cuáles son para él las claves del triunfo de Trump: “El mayor problema es la complacencia crónica que ha ido erosionando el progesismo estadounidense durante los últimos años, una enfermedad del poder que afirmaba que los demócratas no tenían que hacer nada diferente, no necesitaban repartir nada con nadie –salvo sus amigos en el jet de Google o esa gente fantástica en Goldman Sachs–. Y al resto nos tratan como si no tuviéramos a ningún sitio al que ir y ningún papel que desempeñar excepto votar entusiastamente sobre la base de que estos demócratas son la última trinchera entre nosotros y el fin del mundo. Es un progresismo de los ricos, ha fallado a la clase media y ahora ha fracasado en sus propios términos de elegibilidad. Basta del clintonismo y su aura orgullosa de virtud de clase profesional. ¡Ya está bien!”
El eurodiputado y portavoz de ICV, Ernest Urtasun, aporta algún elemento más para entender el auge de la extrema derecha en Europa: “Creo que el centro político tradicional en Europa, socialdemócratas y conservadores, no resiste la explosión de la desigualdad y la crisis social. El cambio del sistema de partidos es imparable en todas partes, y va a profundizarse con las elecciones alemanas, holandesas y francesas. El drama es que la izquierda en la mayoría de estos países no es capaz de canalizar el descontento. Noam Chomsky lo achaca a la ausencia de una cierta conciencia de clase y de falta de organizaciones capaces de canalizarla. Cuando esos dos factores no existen, conciencia colectiva, organizaciones, la extrema derecha avanza. Si en España no ha sido así es porque posiblemente el 15M sirvió para crear una cierta conciencia colectiva de las razones de la crisis, los afectados y sus culpables reales, y luego Podemos se construyó sobre eso”.
“En Europa”, puntualiza Urquizu, “el nacionalismo económico tiene que ver con el euro y con una unión monetaria con problemas. Y en España hay mucho urbanita y cosmopolita, en los países nórdicos, donde también crece la extrema derecha, los perdedores de la globalización son clases obreras. Son bases de apoyos distintas, lo que les une es la apertura económica, el euro, que hemos cedido mucha soberanía y se tiene la idea de que las decisiones se toman en ámbitos que no se controlan. Los partidos tradicionales no pueden dar respuesta a todos estos fenómenos, y toda la simplificación influye. En Alemania había muchos estudios que la extrema derecha prendía con sector industrial fuerte, mucho paro y mucha inmigración. Es la mezcla perfecta y explosiva para estos partidos”.
“Una de las explicaciones que más me convencen”, tercia la politóloga Sandra León, “la resume muy bien Dani Rodrik en su artículo para Project Syndicate sobre The Politics of Anger, donde hace alusión a la incapacidad de los partidos tradicionales de propocionar un discurso que se despoje de la impotencia e inmovilismo: la impotencia para cambiar el grado de internacionalización de las economías, de los efectos de la globalización y, para quienes pertenecen a la Unión Monetaria, la incapacidad de poder cambiar el rumbo de las políticas económicas”.
“Frente a ello”, prosigue la profesora de la Universidad de York, “los ciudadanos se sienten atraídos por ese discurso de take control back, de actuar sobre esos procesos que parecen inevitables y en los cuales los políticos se han ”atado las manos“, debido al proceso de integración de las economías y también de la creación de instituciones supranacionales a las que han cedido competencias”.
“Podemos identificar un eje de división o fractura”, afirma el eurodiputado de Podemos Miguel Urbán, “que podríamos calificar hoy como 'principal': el que se produce entre las élites europeas y nacionales por un lado –el establishment– y las poblaciones afectadas por sus políticas por el otro. Cuando una fuerza de izquierdas o de derechas es capaz de canalizar ese descontento, aparece la polarización. Las polarizaciones son cruzadas y multiformes precisamente porque estamos en un momento de reconstrucción de los campos políticos. Las polarizaciones actuales son mucho más poliédricas, temporales y se expresan fundamentalmente a través de terremotos electorales que asustan a las élites, pero afectan bien poco a la vida cotidiana de la ciudadanía europea. Sin embargo, no nos dejemos engañar por las apariencias. Estamos todavía en los inicios de una reconfiguración a escala europea a todos los niveles (político, económico y cultural) que no ha hecho más que empezar”.
¿Cuáles son las alternativas?
“El reto de la izquierda”, entiende León, “se encuentra en construir una narrativa que proponga soluciones, cambios. Pero las dificultades estriban en la división interna de la izquierda sobre bajo qué marco institucional y económico esos cambios pueden ser efectivos: ¿dentro o fuera de la UE?; ¿con otra UE?; ¿hay que ”controlar“ la globalización? Sin embargo, la parte económica del discurso de la izquierda no me parece el reto más importante para combatir el populismo, sino las cuestiones relacionadas con la identidad, como la inmigración. Porque los procesos migratorios seguirán estando ahí, no van a disminuir en el corto y medio plazo y, mientras eso ocurra, la derecha populista intentará sacarle rédito político. Construir un discurso sobre inmigración basado en los valores de tolerancia, respeto, enriquecimiento y la importancia de la cohesión social en las ciudadaes receptoras no va a ser fácil para la izquierda cuando los desequilibrios globales empujan a emigrar a miles de ciudadanos cada día”.
“Tenemos por delante una tarea”, sostiene Garzón, “dotarnos de un instrumento que sea útil para las clases populares. Y ese instrumento va, a mi juicio, mucho más allá de lo que actualmente son tanto IU como Podemos. De hecho, es lo que podríamos identificar con el concepto amplio de unidad popular. Y, digo yo, habrá que ser más patriota de clase que patriota de partido, porque de lo contrario estaremos siendo meras comparsas de este régimen político-económico basado en la explotación”.
Jorge Moruno, responsable de Discurso de Podemos, hace el siguiente diagnóstico de la derrota electoral de las izquierdas: “Básicamente por su incapacidad de comprender los contornos y la composición social de su tiempo: el estado de las cosas. Ya ocurrió en los 80, incapaces de ofrecer 'un futuro en el que creer' –como ha abanderado Bernie Sanders– y limitarse a 'resistir' –contra Margaret Thatcher en los 80–, mientras la primera ministra ofrecía un imaginario, 'devolverle el poder al pueblo' pasando de 'proletarios a propietarios'. La total ausencia en la izquierda de la dimensión del deseo y el imaginario, confiando en que la fruta madura cae del árbol. A la izquierda le falta la importancia de la mediación política”.
“Estamos en un momento político en el que repitiendo la tan manida cita de Gramsci”, concluye Urbán, “lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no termina de nacer, y en ese claroscuro aparecen los monstruos. Y monstruoso también es que el campo de batalla de las polarizaciones se esté desviando cada vez más hacia las identidades y las pertenencias, y no hacia la conquista de más democracia y justicia social. Renunciar o fracasar en la impugnación del extremo centro es dejar el terreno libre a que los monstruos ocupen los vacíos de legitimidad y representación crecientes. Esto nos muestra, por un lado, que a día de hoy existe una disyuntiva real entre luchas xenófobas y lucha de clases y que, en esa disputa por determinar el campo de batalla, por el momento vamos perdiendo a escala europea. De nosotros y nosotras depende cambiar la situación. Y eso pasa, también, por disputar un proyecto alternativo para Europa”.
“Resumiendo”, afirma el diputado de Unidos Podemos por Córdoba, Manolo Monereo, en un artículo en Cuarto Poder, “lo que está en crisis es la globalización capitalista y, como siempre, esto tiene, al menos, dos salidas: hacia el autoritarismo oligárquico o hacia la democratización social. En medio, no hay ya nada, solo las lamentaciones de unas viejas izquierdas sindicales y políticas que se hicieron neoliberales y que ya no son capaces de entender la sociedad y, mucho menos, de transformarla. El asunto no ha hecho otra cosa que empezar”.