Villarejo alimenta su guerra particular con el CNI en la prensa y los juzgados
Villarejo, V, el señor de las cloacas, el comisario más famoso de España, siempre se había movido bien en las zonas de penumbra. Durante décadas participó en importantes operaciones policiales -seguramente ni tantas ni tan relevantes como él presume, sostienen quienes le han investigado- hasta el punto de que su entramado empresarial surtió de refrescos a los bares de etarras escondidos en Uruguay, tal y como contó él mismo a Jordi Évole en Salvados el pasado domingo.
Pero ese policía en la sombra que alardea de efectuar importantes servicios al Estado con gobiernos de todos los colores, algunos en esa difusa línea que separa las operaciones secretas del delito, empezó a asomar en los titulares de prensa a partir de 2014. Y ya no como el filtrador, la fuente que amamantó a supuestos periodistas de investigación que se prestaron a difundir sus controvertidos informes, sino como protagonista de escándalos.
De un par de años para aquí ha estado presente en todas las salsas: el caso del pequeño Nicolás, la Operación Cataluña, la investigación a los Pujol, los Papeles de Bárcenas y últimamente también como sospechoso de apuñalar a una prestigiosa dermatóloga, Elisa Pinto, que cuida la piel de los ricos más ricos de la capital de España.
Villarejo no solo ha reivindicado su inocencia en todos los sumarios, sino que ha atribuido sus líos judiciales al CNI. Contra su director, Félix Sanz Roldán, a quien llama despectivamente “generalísimo”, ha emprendido una cruzada en los medios de comunicación y también en los juzgados, donde de momento no ha obtenido ninguna resolución favorable.
Quienes conocen su carrera apuntan además que, dada su concepción del trabajo policial, antes o después el choque era inevitable: “Además de que en alguna ocasión se ha hecho pasar por colaborador del CNI, su manera de investigar como comisario de Información ya había levantado ampollas. Las leyes españolas dejan muy claro desde 2002 que las competencias de Inteligencia son del CNI. Villarejo hacía sus notas informativas en función de los contactos que iba tejiendo, pero no eran investigaciones muy sofisticadas y desde luego no informes de de inteligencia”.
A lo largo de su trayectoria, explican las mismas fuentes, Villarejo ya había levantado ampollas en los servicios de Inteligencia durante la década de los 90 cuando captó como confidente al traficante de armas sirio Monzer Al Kassar, cuya información también perseguía el Cesid, el organismo anterior al CNI.
No obstante, una de las personas que más ha indagado sobre Villarejo estos últimos años sostiene que en realidad lo que busca Villarejo con sus ataques a los servicios de inteligencia y a su director es una coartada, ahora que los sucesivos escándalos están dejando a la vista sus costuras: “Él se ha buscado un enemigo externo para justificar su implicación en tantos líos. Y ha decidido emprenderla con los servicios de inteligencia porque sabe que estos no van a desmentirle”.
La guerra total que ahora amenaza con llevar a los platós, las emisoras de radio y los periódicos acumula también varias batallas en los juzgados. La última denuncia archivada fue la que el excomisario presentó por la filtración de una fotografía publicada en el diario El País las horas previas a que la doctora Pinto acudiera a identificarlo como su agresor en una rueda de reconocimiento. El relato que hizo Villarejo en el juzgado fue devastador y atribuía a Sanz Roldán y al periodista de El País y exdirector de comunicación de la Casa Real, Javier Ayuso, una conspiración para perjudicarle.
La lista de delitos y crímenes que el excomisario atribuyó en esa querella al jefe de los servicios de inteligencia es interminable. Acusó al CNI de coordinar la labor de la 'policía política' e incluso de amenazar de muerte a la supuesta amante del rey emérito, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, para que estuviese cerca del anterior monarca, tras su accidente en Botsuana. En el programa Salvados, Villarejo aseguró que sobre esto último llegó a escuchar una grabación en la que Sanz Roldán cuenta a Corinna que no podría garantizar su seguridad ni la de su familia si no accedía a su encargo.
En su última denuncia al CNI que no prosperó, enumeró otros supuestos servicios que había hecho para defender la democracia: el supuesto espionaje de los servicios de inteligencia a diputados y políticos en un prostíbulo cercano al Congreso, “la extraña muerte de un magistrado incómodo por un raro infarto”, el entorpecimiento de la investigación a Ignacio González alegando que era un informador del CNI, el pago ilegal a terroristas para liberar a secuestrados españoles, la sustracción de fondos de esos rescates y un larguísimo etcétera. Nada de lo anterior, igual que su hora larga de acusaciones en el programa, está avalado por pruebas.
El Centro Nacional de Inteligencia no va a responder a las palabras de Villarejo en prime time, igual que no lo ha hecho ante otras acusaciones graves. Mientras el proceso contra él avanza en el caso de la doctora Pinto, el excomisario de Información, que dice no tener miedo de ir a la cárcel por ese asunto, alardea de haberse quedado documentos con los que seguir haciendo ruido. En los juzgados y en los medios de comunicación.