Luis Tosar: “Con la pandemia no hemos aprendido nada de nada”
“Habelas hailas”. Nació en tierra de meigas y sabe que “a maxia existe”. Solo hay que verle en una pantalla o sobre un escenario para encontrar siempre la cara de la verdad.
Cerca de cuatro millones de parados en nuestro país, pero solo quien ganó su primer Goya metiéndose en la piel de un desempleado ha sabido poner en su rostro el drama de no saber “qué día es hoy” cuando todos son lunes al sol. Más de ciento cincuenta mil condenas anuales por violencia de género, pero solo quien soñó ser Harrison Ford en la comarca de A Terra Chá nos ha dado sus ojos para ser testigos del sinvivir que es el maltrato. Cincuenta y nueve mil reclusos en nuestro país, pero nadie olvida a “Malamadre” que llevó a “Calzones” a ocupar la Celda 211. Siete mil víctimas de la contienda rural que sembró desesperanza y cochambre en la posguerra, pero solo quien ha puesto nombre a la estrella 18 del almeriense Paseo de la Fama rezuma ternura en medio de la Intemperie. Víctimas, canallas y héroes anónimos. Todos con el mismo físico: ojos profundos, cejas homéricas e idéntica voz insondable. Pero cuando asume estos personajes ni se le confunde, ni se le olvida. Su arte interpretativo nos cambia.
Él también cambió. Iba para gamberro de instituto, pero una maestra todavía muy presente le “bajó los humos” con una mochila repleta de libros y no le dejó atrás. Le adelantó al primer pupitre de la clase y le puso a recitar en voz alta todos los textos de la Literatura de segundo de bachillerato. Al principio, forzado, los entonó. Después, se los creyó tanto que de recibir aplausos como payaso animando fiestas y comuniones pasó a recibir halagos de aquellos a quienes admiraba, tres Goyas y una sucesión infinita de premios a los que sonríe, pero que no permite entrar en casa: “Están en la de mis padres. Procuro tenerlos un poco alejados. No sé si es una cuestión mística o no, pero nunca he tenido especial interés en tener los premios que uno gana cerca ni muy presentes porque prefiero no descentrarme mucho de lo que me mueve como actor, que es actuar”.
Sacudiendo su fama sin descanso durante más de veintidós años, celebra la humanidad con oficio y naturalidad en vez de imitarla. Con la resaca de la responsabilidad que supone reestrenarse en la paternidad estos días ha dejado de fumar, pero no se rinde a continuar poniendo su nombre al servicio de causas sociales: gritó “Nunca mais” al desastre ecológico del petrolero Prestige; ensalzando los valores de la izquierda, coqueteó con las listas del BNG pero se desvinculó “por los discursos xenófobos”; defiende la lingua galega como esencia de su ser; y hoy sueña con que “el Covid-19 se convierta solo en un mal recuerdo” y se produzca esa extraña circunstancia de “que un día haya consenso en el Congreso de los Diputados”.
Para los pocos escépticos que no alcanzan a verle firmando comedia se supera: es uno de los integrantes del trío cómico Magical Brothers y las carcajadas que despierta son tan rotundas como la maldad de los villanos que se pasean por el metraje de sus casi setenta películas, cuarenta cortos, media docena de obras teatrales y otras tantas series. Orgulloso de sus orígenes obreros, ahora debuta en la élite financiera como empresario chantajeado por Los favoritos de Midas. Pero él siempre humilde de verdade, cercano y con una retranca de carallo, continúa riéndose hasta de su sombra, toca la armónica, el ukelele, la guitarra, compone, canta y es productor cinematográfico. También le presta la voz en un videojuego al mismísimo “Padre de la patria”, George Washington, y sin sacudirse del todo la melancolía de su Lugo natal afirma que “con la pandemia no hemos aprendido nada de nada”. Apela a nuestra responsabilidad como sociedad apuntando que “los políticos son lo que son porque se lo permitimos: si son lo peor es que nosotros también somos lo peor”. Eso sí, con la misma alma ilusionada en los ojos que la del chaval al que le gustaba soñar con aventuras, sigue En busca del arca perdida ansiando convertirse un día en Indiana Jones: “Ahí está para mí la gran revelación, la verdadera esencia del cine”.
Un niño gallego cautivado por la arqueología y guiado por el hambre de aventuras
A sus cuarenta y nueve años recién cumplidos ha vivido un centenar de vidas. La que le acompaña siempre y supera la verdad de sus personajes, la de Luis López Tosar, arranca en Xustás: una pequeña parroquia lucense de ciento veinte casas hoy arrastradas a la España vaciada. Allí encontró su primera “enciclopedia de vida: os sitios onde pasei alguns dos mellores momentos da miña vida”.
Envueltos en el verde de una tierra regada por el Miño y sembrada de humedales se encuentran los recuerdos de infancia y de adolescencia de Toxi, el hijo de Luis y Alicia en el que todos sus paisanos veían la herencia de las dotes artísticas del abuelo Rufino. Rodeado de leyendas, de árboles abrigados por el musgo y de los últimos reductos de los defensores del Reino de Galicia, comenzó a coquetear con la guitarra; a derrochar bromas en la verbena de julio; a hacer sus pinitos como bailarín de break dance; a tomar sus primeras cervezas en el cementerio con el desafío que presume la juventud; y a hacer turnos de vigía al pie del río en las jornadas de pesca furtiva. En aquel tiempo, “en una sala de proyección vieja, grande y oscura de las que ya no quedan” se enamoró del cine de entretenimiento, de la arqueología, de la ilusión por la búsqueda de lo inesperado y la satisfacción del encuentro. También disfrutó como su idolatrado Harrison Ford haciendo expediciones con sus amigos y sus primos para buscar oro. Ellos también fueron el primer público de sus imitaciones. Los maestros y compañeros de su colegio de las Juventudes Marianas se convirtieron en los siguientes testigos de su rendida seducción por el escenario.
Su profesora de Literatura le puso en el camino de la interpretación
Tenía quince años cuando una maestra le demostró que la enseñanza puede ser la más grande de las artes. Mavisa, su profesora de Literatura de segundo BUP, le impartió conocimiento, pero sobre todo le inspiró el cambio: conocer, respetar y dejarse cautivar por lo que las palabras dicen cuando se las escribe desde el alma; cuando superan lo anecdótico para hablarnos de lo extraordinario que hay en lo cotidiano, en lo que de verdad importa. Ella le puso muchos textos en las manos y fe en que él sabría darles vida. Fue tan grande su convencimiento que, desde entonces, Luis no ha podido dejar de hacerlos crecer. Por eso, de tanto en tanto, se reencuentra con la rebeldía adolescente que J.D. Salinger desplegó en las páginas del libro más prohibido y leído durante tres décadas en EE UU: El guardián entre el centeno. Tampoco renuncia a visitar con frecuencia El Principito “como una buena guía para entender el mundo de los adultos”.
Musicalmente también apostó desde crío a caballo ganador. Rindió continuo homenaje a las cenizas de Bon Scott escuchando una y otra vez el álbum rockero más despachado en el mundo: el Back in Black de AC/DC. Y continuó poniendo el listón alto disfrutando de una de los 66 millones de copias del Thriller de Michael Jackson. Después, celebró sus veinte años descubriendo a la banda de rock norteamericana más popular de los 90: Pearl Jam. La voz de su líder, Eddie Vedder, es también la de la banda sonora de la vida de quien antes de lanzarse a la aventura del cine lo hizo a la arena musical con su grupo “Los Huana”. Cinco años después, ya reconocido como destacado actor del Centro Dramático Galego, entonaba por afición con su nuevo combo, Di Elas, versiones de Cindy Lauper, de Suzanne Vega, de Blondie, de Gloria Gaynor, de las Breeders. En 2010 las cosas se pusieron más serias y presentaron un álbum “de power-rock” con temas propios a los que Tosar, junto a tres amigos, puso letra, voz, armónica y guitarra.
Mareas vivas le hizo popular e Iziar Bollaín le condujo al estrellato
Sin dejar de trabajar el camino siempre ha preferido “que la vida me sorprenda”. Ella, siempre de su parte, ha respondido anticipándose a sus deseos. Con veintiocho años, un día de enero de 1999 dejó de ser un desconocido en su tierra: “Había ganado bastante pasta haciendo bolos como Lucas Mapache, un payaso de cumpleaños” mientras en sus noches libres disfrutaba como fiel espectador de los habitantes de Cicely y de su Doctor en Alaska, su serie fetiche. Como aquel, su personaje de Andrés Domínguez en la ficción de la TVG Mareas vivas, no pasó desapercibido. La emisión del primer capítulo lo lanzó al estrellato. Y grabando más episodios firmados por Antón Reixa recibió una llamada que volvió a cambiarle la vida: superando su acento gallego, Icíar Bollaín le convirtió en el aldeano castellano de Flores de otro mundo. Luego llegaron Los lunes al sol y su sello, garantía de calidad, se empeñó en que todas las semanas las arrancara trabajando. Lo ha cumplido, pero no permite estar lejos de su sitio: “Donde esté mi familia es mi lugar”.
Una película con nombre de Toro le trajo a su mujer en el Cabo de Gata y con ella los dos mayores premios que sí disfruta en casa: sus dos hijos. No quiere perder oportunidades de estar con los suyos. Por eso, en esta mañana de lluvia en Madrid que le lleva a aquellos días con olor a tierra y a hierba mojada, “el aroma de mi infancia”, despide su Playlist. Antes, nos recuerda que en estas fechas nubladas por la pandemia “hemos perdido también la oportunidad de ser un poco más responsables, de estar a la altura de las circunstancias. Al individuo le cuesta mucho aprender y a una sociedad infinitamente más”. Sin embargo, con la inteligencia emocional del que se ha puesto en el papel de tantos y tantos afectados por las dificultades, destaca que “lo mejor de nuestro país es la gente, nuestra energía, aunque andamos mal de autoestima y eso desemboca generalmente en mediocridad”.
Sierra y lija en mano, el niño que fue feliz viendo spaghetti westerns junto a su padre y soñó con una película de aventuras que sigue buscando, retoma su afición por el bricolaje construyendo una casa de árbol a sus pequeños. Caen virutas con olor a pino mientras cita a Todorov para recordarnos que “nuestras raíces son los hijos. Somos árboles al revés que arraigan por sus frutos”. Tomamos nota e xa queda feito. Luis López Tosar sabe casi tanto de madera como del liberador encantamiento del cine.
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