Roberto Sotomayor: “Lo que ha pasado con Pablo Iglesias es la mayor vergüenza de la democracia”
El atletismo es su “pasión”. “La izquierda”, su ideología. La combinación de “lucha y compromiso”, su guía. Los kilómetros que lleva en sus piernas avalan sus triunfos: cinco medallas como campeón de España, tres oros europeos, dos récords del mundo aún imbatidos y un subcampeonato en atletismo máster. La mano tendida que ofrece siempre a sus competidores y los halagos a sus entrenadores reafirman su deportividad. Sus manifestaciones públicas, “en las que no cabe el insulto ni la provocación”, prolongan su empeño de “ganar o perder”, pero haciéndolo “siempre con Democracia”. Su ojo crítico le lleva a analizar antes de masticar: “Alcaldes que retiran versos de Miguel Hernández y colocan estatuas de legionarios rebeldes. Presidentas que cierran centros de atención primaria y despiden a más de dos mil sanitarios. La guerra de la derecha tiene un mismo fin: derrocar a la izquierda y convertir a España en lo que siempre fue, su particular territorio donde prima el saqueo de las arcas públicas y la imposición de un sistema privatizador que destruye el sistema de servicios públicos que tantos años nos ha costado defender”.
Con la fortaleza del que suda la camiseta hasta la extenuación, ni siquiera la rotura del tendón de Aquiles le ha impedido acercarse a Unidas Podemos para gritar a los cuatro vientos que “el deporte, como la cultura, es un medio de transformación social”. Después de treinta y cinco años corriendo como el coyote, no le para ni el contundente resultado electoral de Isabel Díaz Ayuso en las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid: “Dejemos de llorar ya. Quedan dos años y mucho por hacer. Si un día lo soñamos, es que se puede. Sacad pecho, que nuestros votos no fallaron”.
El nuevo candidato de la formación morada no se cansa de reclamar “menos ruido, más política”, defiende “la sanidad pública, no como opción sino como obligación”, pide “toda la inversión posible para educación, menos fotos de reyes y más colegios”, alerta sobre “la normalización de la corrupción”, reclama “un proyecto feminista” que llegue también a la foto del Consejo General del Poder Judicial, critica a Calviño porque “no meta mano a las eléctricas, pero sí a los ciudadanos”, denuncia “la politización de los medios”, y celebra la nueva Ley de Salud Mental insistiendo en que “unos trabajan por el bien de sus ciudadanos, otros por dividir un país con himnos”.
Atleta de bandera, se ha envuelto en la rojigualda celebrando sus triunfos frente a la “apropiación indebida que de ella hace la derecha”: “También es mía. Parece ser que si no eres de derechas no la puedes sacar, pero nos representa a la gran mayoría y yo me siento identificado con ella. Llevar la bandera no significa ser facha. Confundimos términos. Hay que sacarla como un orgullo de nuestra cultura, servicios públicos, de nuestro estado plurinacional. No como alarde de españolidad, de toros y de ser de derechas. No como manto del odio. Rechazo esa connotación con la que no me siento identificado. Esa España con la que no comulgo, para nada”.
Definiéndose como “atleta, donante de médula y feminista”, sus redes sociales, siempre echando humo, amplifican su voz con una legión de seguidores. Juzga la actualidad: “La imagen de los militantes del PP abucheando a los periodistas que preguntan a Pablo Casado por la imputación de Cospedal es la imagen perfecta de la derecha de este país”. Pero también aplaude: “Rafa Nadal es mi referente en lo que a logros deportivos se refiere”. Se conmueve con lo que sucede en las pistas más allá de los tiempos y las marcas: “Siempre me ha emocionado la amistad que surgió entre Jesse Owens, el atleta afroamericano, y Lutz Long, deportista alemán favorito de Hitler, con la que desafiaron al régimen nazi en las Olimpiadas de Berlín de 1936. Todo parecía que les enfrentaba, pero su abrazo conmovió al mundo. Protagonizaron uno de los mayores gestos que definen perfectamente lo que es el deporte como herramienta de transformación e integración social”.
Con la resiliencia del que se sobrepone al agotamiento para cruzar siempre la meta, ve “oportunidad en toda calamidad”: “El trece de junio, en la manifestación contra los indultos, verás muchas banderas y mucho discurso Maquiavelo ensalzando el patriotismo baratero, mientras esconden nuestras miserias debajo de la alfombra. Pero al otro lado, ese mismo día, también podrás ver otra forma de entender nuestra patria desde el consenso, la tranquilidad y la ilusión. Solo por el pasado sangriento que ha soportado este país, merece la pena apostar por lo segundo. No hay más camino. Por mucho que sientas tu decepción, otro país es posible. Una vez lo soñamos y yo, sinceramente, lo sigo soñando. Merece la pena seguir intentándolo. Siempre. Nos va mucho en ello”.
Corriendo a ritmo de Thriller
Con cuarenta y tres años, el aroma de jazmín continúa oliéndole a la infancia. A la fragancia que desprendían los ramilletes de las frágiles flores blancas que su madre regaba con esmero en la terraza de su casa. Aquellas cuyo recuerdo le lleva a echar una ojeada al niño que fue: hijo único de una ama de casa manchega y de un empleado de banca jerezano que creció en la capital al amparo del deporte y del compromiso sindical y político. Desgastó zapatillas en los pinares de la Casa de Campo acompañando a su padre a correr las mañanas de domingo. Cuando cumplió siete años, el pequeño Roberto se agarró de su mano para ir también al polideportivo del madrileño Barrio de la Concepción. Desde ese momento, el atletismo fue su sitio: “Lo llevo en la sangre, está en mi ADN, es mi filosofía y mi estilo de vida”.
Sin levantar aún dos palmos del suelo, el futuro atleta soñaba viendo las competiciones en el canal UHF de una televisión setentera en blanco y negro. El color lo puso su mirada de niño entusiasmado aplaudiendo a su padre en el Maratón de Madrid y en las carreras en las que solía participar como aficionado. Mientras, en la radio no dejaba de sonar su disco favorito: Thriller de Michael Jackson. La primera cadena de TVE estrenó el videoclip del Rey del Pop que revolucionó la industria musical tanto como impidió conciliar el sueño, sin imágenes de zombis, a aquel crío en mucho tiempo. Como medio mundo, Sotomayor tarareó la canción más vista del planeta, pero cuando se dejaba la garganta era animando a José Manuel Abascal, el especialista en medio fondo que nos trajo la medalla de bronce de los 1500 metros, de los Juegos Olímpicos de 1984, en Los Ángeles.
Con los años, las piernas de aquel crío despierto y menudo se fueron alargando. Mucho más creció su ilusión por ser él quien también luciera un dorsal y a quien aclamaran: “Quería ser de mayor campeón olímpico. Me quedé en el camino, pero fui atleta. Estoy contento con mi vida, cumplí parte de mi sueño”.
La libertad no anida en la precariedad
Roberto Sotomayor sabe correr y ganar. También se ha lesionado y ha perdido. Pero no se rinde ni en la pista ni en la política, aunque no entienda “cómo Ayuso ha llegado a ser presidenta”. Frente al desaliento, “siempre lucha y compromiso”. Lo mamó en un barrio obrero donde el día a día engulle los sueños “mientras solo puedes preocuparte de salir adelante”. Donde no se vive de rentas. Donde las amas de casa saben más de economía familiar que cualquier ministro. Donde cualquier extra es un capricho pocas veces alcanzable. Donde desde muy joven palpó que la libertad no anida en la precariedad. Entonces reafirmó el ejemplo de su padre, afiliado sindical a CC. OO y militante del Partido Comunista.
Su fervor por la política fue creciendo, mirando “con optimismo” al frente sin dejar de echar la vista atrás: “Desde pequeño mis padres me llevaban a las manifestaciones del 1º de Mayo y fui aprendiendo a construir una fuerte conciencia de clase. Coqueteé con las Juventudes Comunistas y comencé a ir a manifestaciones por cualquier causa que me pareciera justa”. Sin saberlo entonces, su entusiasmo por el deporte fue también una tabla de salvación. Mientras la droga engullía a muchos chavales de barrio a comienzos de los noventa, Roberto no vivió el miedo ‘al caballo’ porque su vida ya era “estudiar y entrenar, entrenar y estudiar”: “No había tiempo para mucho más”. Entre los quince y los dieciocho años practicó la marcha:“ Se me daba muy bien, pero me aburría porque entrenaba solo”. Disfrutaba tanto correr que escoger ese camino no significó para él abandonar otros: “Dejé la marcha y en la carrera volví a reencontrar mi pasión por el atletismo”. Sin embargo, iniciar unos estudios que no le interesaban le convirtió en “un abogado frustrado” al que le quedaron pendientes solo unas últimas asignaturas para licenciarse.
En aquel barrio en el que las lentejas llegaban solo a base de madrugar y de doblar el lomo, Roberto trabajaba mientras iba también a la universidad: primero como reponedor de supermercados, después como dependiente en grandes superficies. “Solo con ajustes de turnos”, que siempre le ha autorizado la empresa en la que lleva más de veinte años, y haciendo malabarismos con sus horarios conseguía “trabajar, estudiar y entrenar. Y a veces competir. Esa era toda mi vida. Las lesiones se prolongaban más en el tiempo que las de mis compañeros porque no es lo mismo recuperarse en casa con el pie en alto, que ir a trabajar y sacarte el sueldo. El sueño olímpico probablemente se truncaba desde muy jovencito. ¿Qué habría pasado si me hubiera dedicado solo a entrenar? No lo sabré nunca, pero no me arrepiento de cómo ha discurrido mi vida porque lo hablé con mis padres y tuve claro que lo que tenía que hacer era eso”. Lo primero es antes.
“Hemos llevado la política al barrizal absoluto”
El esfuerzo y la tenacidad disfrazados de casualidad le condujeron, con dieciocho años, al Club Larios, el más laureado del atletismo masculino español. Mientras Roberto entrenaba en la madrileña sede de Moratalaz junto a los deportistas nacionales más importantes, sin saberlo, a pocos metros el hombre que se convertiría “sin duda, en el mejor político que hemos tenido en democracia, Pablo Iglesias”, estudiaba bachillerato en el Instituto Juana de Castilla. Sus caminos comenzaban a acercarse: “Desde las primeras elecciones yo votaba a IU. Pero, tras el 11M, por un sentido de responsabilidad ciudadana, voté a Rodríguez Zapatero para evitar que continuara el PP. Ganó el PSOE y en la primera legislatura hizo cosas interesantes como la ley de matrimonio homosexual, pero al llegar las siguientes elecciones me sentí traicionado. Mi padre aún no me ha perdonado que votara a los socialistas. Luego vino el Gobierno de Rajoy y el 15M y ahí es cuando sufro un despertar. Surge Pablo Iglesias a quien yo seguía desde la Universidad porque me parecía una figura muy interesante. Ha sido un político de altura que ha puesto un programa social encima de la mesa. Los medios lo han denostado, lo han machacado, lo han vilipendiado. Yo creo que se ha ido de la política porque estaba cansado: cuando ya entramos en amenazas a la familia, a los niños, hasta el más fuerte termina por ceder. No tengo dudas de que lo que ha pasado con él es la mayor vergüenza de la democracia. Hemos llevado la política al barrizal absoluto. Creo que los libros de Historia le acabarán reconociendo como algunos empiezan a hacerlo ahora con Julio Anguita”.
Después de dos décadas dando zancadas a nivel nacional, corriendo ligas de división de honor, campeonatos de España, “trabajando, entrenando y compitiendo”, encontró la clave de su futuro escondida en su vida diaria. Con casi 34 años preparó los Campeonatos de Europa que se celebraban en San Sebastián y se ganó a pulso la sonrisa de la fortuna. En el atletismo máster supo lo que era colgarse todas las medallas: tres títulos de campeón de Europa en 1500 y 3000 metros lisos en un podio de nuestro país, pero también en Polonia y en Italia, y doble subcampeón del mundo en el Mundial de Corea. Hace cuatro años se retiró como atleta sénior en los Campeonatos de España Absolutos. No olvida ni un detalle de su última carrera oficial donde más que las piernas pesó la emoción. Ahora, más despacio, pero sin desandar todo lo recorrido, continúa corriendo fuera de los grandes circuitos “porque el atletismo es mi vida”.
Sin dejar de sonreír “y de crecer” para no perder ni un día, celebra lo mejor de nuestro país: “Nuestra diversidad cultural. No me gusta el centralismo rancio propio del pasado. España es un país plural y diverso. Lo peor es esa ausencia de memoria, ese pasado sangriento que nos persigue y que no hemos sido capaces de revisar y de hacer justicia. Ese cortoplacismo que prefiere cañas y cervezas al interés general de la sociedad”.
Agradecido a los pies que le han hecho volar por medio mundo, a quienes le ayudaron a subir a los podios que le acercaron al cielo y a la conciencia que no le permite cerrar los ojos a la miseria y a la injusticia, Roberto Sotomayor Menéndez, el niño que comenzó a correr para alcanzar un mundo mejor y no ha parado, despide su Playlist. Mientras relee los 108 metros de Alberto Prunetti, denuncia “la precariedad laboral y la fuga de cerebros” porque “cualquier momento es bueno para crecer y siempre es demasiado pronto para rendirse''.
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