Soy una soñadora nata. Esto no se lo había contado aún. Todo a su tiempo. No me refiero a que me pase el día en las nubes, sino que soy de esas personas que se despierta por la mañana, recuerda su sueño y siente la necesidad imperiosa de compartirlo con alguien. Antes solía hacerlo con mi madre. Ahora con mi hija pequeña, que también parece compartir esta inclinación familiar.
Les cuento mi sueño de hoy porque tiene que ver con algo que les ocurre a los retrones en edad escolar y que a menos que uno sea resiliente y tenga seguridad en sí mismo, puede resultar demoledor tanto para el “dis” como para el resto de compañeros que recibe un mensaje de incapacidad por parte de quien, en el aula, debería ser promotor de la inclusión, el maestro. Reflexión que, gracias al sueño, hago ahora, lejos ya de mis años deescuela.
Volvía al colegio en el tiempo presente, es decir, con mis taitantos recién cumplidos. Regresaba en zapatillas de andar por casa (esto que lo analicen los expertos) y me sentaba con mi cuaderno y mi bolígrafo en la mano. Digo yo que para tomar apuntes… pero extrañada porque luego alguien tendría que leerme mis propias anotaciones. Me acerqué al profesor que se sentaba en su mesa, junto a la pizarra. Le explicaba que era ciega y que necesitaría un poco de colaboración por su parte, como anticiparme la bibliografía o que me pasara los PDF de los libros para leerlos en el ordenador. Batalla que casi siempre perdía en los noventa, cuando siendo estudiante la mayoría de mis profesores no había oído nunca hablar de los distintos formatos de los procesadores de texto e imagen. Apenas sabían encender un ordenador. Y la dis-capacitada era yo, por supuesto. Ellos, dis-capacitados informáticos no, por supuesto. Por lo que me pasaba horas escaneando libros, fotocopias de libros y transcribiendo folios de apuntes escritos originalmente en máquina de escribir. Ya digo que en los noventa el profesorado no estaba muy ducho en la informática básica.
El profesor se marchó y comenzó la siguiente hora. Una profesora de Filosofía (aporto el dato por si es relevante) con no mucho ángel, pero al menos le ponía la intención, nos introducía a la materia. En un momento dado habla de las ballenas –la clase era de Filosofía, ojo- mostrando algo en sus manos. Como siempre he hecho en clase cuando la información visual no me ha llegado de forma accesible, le pedí que aclarase la participación de los cetáceos en su exposición. Entonces ella reparó en mi ceguera con ostensible sorpresa.
-¿Pero vas a poder seguir mis clases?
Pregunta recurrente donde las haya en la vida de cualquier ciego de este mundo en el que nos ha tocado vivir.
Desde que retomé mis estudios tras perder la vista a los trece años, tuve que ponerme el disfraz de agente especial concienciador y tranquilizar a más de un profesor al respecto de mi capacidad para “seguir sus clases”. Se supone que esto tendría que fluir en sentido inverso ¿no? Después de todo ellos, los maestros, eran los adultos, a los que se les presupone más recursos que a una adolescente que acaba de perder la vista.
Mire usted, doña… ballena, me vino a la cabeza en este sueño mío por no tener asignado ningún otro nombre en el mundo onírico, aunque no lo mencioné en voz alta por no crear problemas añadidos, me siento bastante capaz de seguirla, siempre que recuerde verbalizar lo que escribe en la pizarra, más allá de eso, tenga en cuenta que en realidad ya estudié en la universidad antes de este ahora, que me veo de nuevo en el pupitre del instituto, he escrito algún que otro libro y parido a dos criaturitas que trato de educar para que el día de mañana, no hagan preguntas del calibre de la suya. Sí, creo que podré seguirla.
Luego, el despertador sonó y me alegré mucho de haber dejado atrás aquella azarosa etapa en la que cada comienzo de curso tenía que presentarme a los profesores para disipar sus posibles recelos ante la perspectiva de contar con un alumno ciego en frente.
¿Es, eres retrón en modo estudiante?
¿También te toca tranquilizar a tus profesores cuando te descubren en el aula? Cuéntenme que las cosas han cambiado, por favor y que este no es más que un sueño retrospectivo.
Soy una soñadora nata. Esto no se lo había contado aún. Todo a su tiempo. No me refiero a que me pase el día en las nubes, sino que soy de esas personas que se despierta por la mañana, recuerda su sueño y siente la necesidad imperiosa de compartirlo con alguien. Antes solía hacerlo con mi madre. Ahora con mi hija pequeña, que también parece compartir esta inclinación familiar.
Les cuento mi sueño de hoy porque tiene que ver con algo que les ocurre a los retrones en edad escolar y que a menos que uno sea resiliente y tenga seguridad en sí mismo, puede resultar demoledor tanto para el “dis” como para el resto de compañeros que recibe un mensaje de incapacidad por parte de quien, en el aula, debería ser promotor de la inclusión, el maestro. Reflexión que, gracias al sueño, hago ahora, lejos ya de mis años deescuela.