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ENTREVISTA
El enigma del asesinato del último alcalde republicano de Sevilla, fusilado por los franquistas tras celebrar la Semana Santa

Horacio Hermoso Araujo, en el centro con gafas, el 14 de abril de 1936, a las puertas del Ayuntamiento de Sevilla, con José Manuel Puelles de los Santos, presidente de la Diputación, y Ricardo Corro, gobernador civil, a su derecha, entre otras autoridades

Javier Ramajo

23 de marzo de 2023 22:06 h

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Abril de 1931: “Horacio Hermoso celebró la llegada de la Segunda República española con esperanza e incertidumbre, como el resto del país, entusiasmado con la irrupción del sistema político más revestido de legitimidad hasta la fecha, sin guerras, sin pronunciamientos militares y sin búsqueda de monarcas de otros países europeos”. Aquel empleado de perfumería se convertiría después, con el Frente Popular, en el último alcalde republicano de Sevilla, entre febrero de 1936 y el golpe de Estado perpetrado el 18 de julio de aquel año por sublevados militares. Fusilado en las tapias del cementerio el 29 de septiembre de 1936, dos meses y medio después del golpe, una adictiva ficción basada en hechos reales recorre ahora la vida de aquel “hombre bueno” y anónimo hasta su llegada a la alcaldía, protagonista sin querer de un contexto histórico complejo en un lugar único como era la Sevilla “poliédrica” de aquellos años, que acogió la primera batalla de la Guerra Civil, en la Plaza Nueva, tras el levantamiento militar auspiciado por Queipo de Llano.

Uno de los objetivos del autor de 'La huella borrada' (Plaza & Janés), del periodista Antonio Fuentes Ruiz (Rota, Cádiz, 1979), ha sido precisamente reivindicar las excepcionales circunstancias que rodeaban aquella 'Sevilla roja' de 1936 y que resultaron “fundamentales” en el asentamiento del golpe militar contra la República y que dio lugar a tres años de conflicto. Uno de los hilos narrativos más destacados de la obra, una de las diez mejores novelas de debut de 2023, gira en torno al “enigma” del peso que tuvo la Iglesia y el Cardenal Ilundain, que estuvo a cargo de la diócesis de Sevilla entre 1920 y 1937, en el asesinato de Hermoso Araujo. “Yo creía más en dios que el cardenal, se jactaba Queipo cuando cuajó el golpe después de anunciárselo en persona a Ilundain”, apunta el autor, que considera “clave” la celebración de la Semana Santa de 1936, dos meses después del triunfo del Frente Popular, cuando las autoridades republicanas, en esos años, intentaban normalizar los desfiles procesionales, “desafiando” el “boicot” por parte de las élites y de la derecha sevillana, y donde también jugaron un importante papel las hermandades.

Sevilla, en aquel tiempo, era una ciudad “amalgama de ideologías” pero “pacífica”, que en 1936 asistió “con normalidad” a sus fiestas de primavera (la Feria de Abril y la Semana Santa) y en la que “los límites no estaban tan claros” si bien mantenía “un fuerte componente religioso”. “No era cosa de buenos y malos, no había una dicotomía. Pese a que las élites en Madrid habían intentado levantarse durante esos años, aquí había una convivencia pacífica”, y la celebración de la Semana Santa de aquel 1936 pudo acabar con la vida de Horacio Hermoso. La familia de aquel alcalde se quedó con eso y su vida novelada gira en torno a ese eje a partir de la investigación periodística. Una ciudad mariana (como dice su escudo), republicana en aquellos años previos a la guerra y que siempre había sido monárquica, unido a la aparición de Queipo de Llano, supuso un auténtico cóctel que la novela describe con detalle en torno a Hermoso.

“Acudan al cardenal”

Todos esos entresijos se describen en una investigación de más de cuatro años por parte del periodista, que “acerca a la veracidad desde la verosimilitud” la trayectoria vital de aquel alcalde con la inestimable colaboración de su hijo, Horario Hermoso Serra, fallecido el 3 de diciembre de 2022, justo un mes después de la exhumación de los restos mortales de Queipo de Llano de la basílica de la Macarena. Apoyado en numerosos historiadores, fuentes documentales y testimonios de familiares y conocidos, el autor destaca a Pedro Álvarez Ossorio para la construcción de la figura de Queipo, “un oportunista” que se va construyendo a lo largo de una novela que parte en sus primeros compases de la visita del cónsul belga Camilo Perreau al despacho del general.

Fuentes asegura tener un "respeto reverencial" a los familiares de las personas asesinadas en ese período y apuesta por "cicatrizar y sanar esas heridas aún abiertas", contando los hechos tal y como los ha entendido a raíz de su investigación

“Mi general, el hombre del que ruego su liberación es inocente. Se da la circunstancia de que este hombre forma parte de mi familia”, le trasladó Perreau a Queipo acompañado de un emisario de Benito Mussolini, interesándose por el ingreso del alcalde en la antigua residencia de los jesuitas en la calle Jesús del Gran Poder, convertida en la temida delegación de Orden Público por mandato del general, procedente de la cárcel provincial. “Me he interesado por el hombre del que me hablan y no tengo nada que ver con su situación. Está vivo, me aseguran, pero la vida del alcalde depende del Palacio Arzobispal. Acudan al cardenal”, les recomendó Queipo, que se despedía de su subordinado por teléfono animando a Manolo Díaz Criado -quien se ocupaba de las listas negras, las delaciones y los ajusticiamientos- “a seguir con la causa mayor, que es la depuración de estos asquerosos y su estirpe”, se cita en la novela.

“El gran protector de Queipo es Sanjurjo. De hecho, 'celebra' en agosto del 36 el aniversario de la Sanjurjada de 1932 matando, entre otros, a Blas Infante”, explica Fuentes, quien rescata y reivindica también con su novela “a una generación de personas que quisieron cambiar este país, basado en la monarquía y en la Iglesia casi desde el medievo, y que se atrevieron a buscar otros caminos y recibieron a cambio asesinatos, olvido, desprecio, exilio y desmemoria cuando realmente fueron precursores de la democracia”. “Lo de julio del 36 fue un golpe económico. La República era algo inevitable y no tenía vuelta de hoja, pero no beneficiaba a mucha gente, ni a los militares, ni a los caciques, ni a la Iglesia”, sentencia el periodista.

Sevilla, en aquellos tiempos inmediatamente posteriores al golpe, se convirtió “en un cambalache de tratos de favores en el que tuvo que intervenir Franco” y donde “se decidía a quién fusilar esa misma noche entre prostitutas y guardias civiles”. “Fue tan arbitrario”, “una tortura diaria”, enfatiza el autor. “La intermediación del cardenal salvó a mucha gente”, apunta también. Fuentes, que asegura tener un “respeto reverencial” a los familiares de las personas asesinadas en ese período trágico de la historia reciente de España, apuesta por “cicatrizar y sanar esas heridas aún abiertas”, contando los hechos tal y como los ha entendido a raíz de su larga investigación. En ese sentido, el periodista considera “esencial” que esos familiares, que aún siguen buscando los restos de aquellos asesinados, consigan darles “un enterramiento digno” para “que las generaciones siguientes no hereden ese dolor y esa ignorancia de lo que pasó”.

Una vida “inédita”

El momento que da pie a la novela se sitúa en una charla de uno de los hijos del alcalde, Horacio Hermoso Serra, organizada por una “valiente” profesora de un instituto de Gelves en 2017, a la que accedió meses después el autor por YouTube. “Me cautivó”, confiesa Fuentes, quien empezó a indagar acerca de su padre, el alcalde, lo que le reveló “la ignorancia colectiva sobre todo lo que envolvió a la Guerra Civil”. “Se ha contado todo, pero no sabemos nada”, apunta parafraseando a Horacio Hermoso hijo, con quien le unió “una relación de amistad” a partir de aquel vídeo. “Si él no hubiera vivido tantos años, esto no se podría haber contado, porque había cosas que tenía ocultas sin saberlo, que 'reseteaba' conmigo” y que fue “ordenando y contrastando” en hemeroteca, libros, archivos y con historiadores“, partiendo de una premisa clara: ”No creerme nada e ir a las fuentes originales“.

El autor de 'La huella borrada' dice que "va a sorprender a los que saben de esto y a la ciudadanía en general" porque "descubrirán cosas que no todavía no se habían contado"

Fuentes recuerda sus largas conversaciones en la casa de Horacio Hermoso Serra, compaginadas con innumerables comprobaciones a través de historiadores, avanzando en una indagación de varios años que ha corrido en paralelo a otras investigaciones como periodista, y que se concretó en una novela a mediados del año pasado cuando pactó las condiciones con Plaza & Janés. Como anécdota, entre otras muchas, indica que Horacio hijo le pidió en 1998 a la entonces alcaldesa de Sevilla Soledad Becerril que no engañaran a los hijos de Alberto y Ascen, asesinados por ETA, como intentaron hacer con él tras el fusilamiento de su padre cuando solo tenía ocho años.

Habiéndose “empapado” del contexto histórico, el autor comenta que la vida de Hermoso Araujo estaba hasta ahora “inédita” y reflexiona que “hay que aprovechar a los últimos supervivientes” de aquella época y recoger las historias familiares republicanas, “comunes en otros muchos lugares”. Eso le ha hecho “descubrir cosas que no estaban contadas, sobre todo de explicaciones a ciertos hechos”, basándose en testimonios de una generación que vivió aquel período y aceptando que “nosotros estamos muy alejados” en el tiempo de lo que ocurrió. “El mejor homenaje es darles vida”, asegura el autor de 'La huella borrada', que “va a sorprender a los que saben de esto y a la ciudadanía en general” porque “descubrirán cosas que todavía no se habían contado”, augura.

Antonio Fuentes, que visitó en abril de 2021 el instituto de Gelves donde Horacio Hermoso hijo había impartido la charla que le inspiró, se topó con ciertos impedimentos de algún padre o madre temerosos de que se quisiera “adoctrinar” a sus hijos, comenta. Tanto la profesora como el autor dudan de que hoy día, por idéntico motivo, Hermoso pudiera repetir aquella charla que dio origen a la novela. “Esta historia nació en un instituto y tiene que seguir en los institutos”, dice Fuentes, que reivindica igualmente la labor de autores andaluces y sevillanos a la hora de narrar lo sucedido en el 36 y en los años previos. “Mi versión de lo que pasó se va a poder leer en toda España. Quizás ha llegado el momento de conocer el trabajo de otros periodistas. El centralismo ha llegado a desconocer los detalles de lo que pasó. No se puede dar una foto del 14 de abril de 1931, por ejemplo, sin hablar de Andalucía”, sentencia.

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