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Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.

Sevilla está asquerosa

Trabajadores municipales de la limpieza, en una imagen de archivo

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Sevilla está asquerosa. Sí, señores. Así de claro. Sin anestesia ni paños calientes. Vivimos en una ciudad preciosa, maravillosa, mágica, monumental, encantadora y estupenda. Con gran calidad de vida, buenos bares, iglesias increíbles, edificios históricos y paseos maravillosos al atardecer. Pero está sucia con ganas, con muchas ganas.

Sales a la calle y caminas permanentemente por un suelo plagado de folletos de publicidad, colillas, pañuelos sucios, envases y bolsas de plástico, vidrios rotos, restos de comida, latas y botellas, o hasta colchones y sofás usados fuera de su lugar de recogida. El sistema de gestión de los contenedores de basura, que obliga a situarlos unos metros dentro de la calzada para facilitar su vaciado, ha generado unas zonas de nadie en ese espacio entre contenedor y acera que son carne de cañón para acumular todo tipo de residuos que, o no se depositan bien en su recipiente correspondiente, o no terminan de ser bien retirados por los servicios de limpieza.

Mención aparte merecen los dueños de perros que no asumen como deberían la responsabilidad que supone un animal de compañía. Son minoría frente a los propietarios limpios y responsables, pero con su sucia e incívica actitud convierten cualquier paseo por Sevilla en una auténtica yincana para evitar pisar una mierda de perro. Con sólo ser un poco observador, cualquiera puede hacerse una idea bastante ajustada de la salud intestinal de los perros de su barrio dándose una vuelta alrededor de su manzana.

Este Ayuntamiento que, en campaña electoral hizo de la suciedad viaria uno de los pilares de su ataque al equipo de Gobierno anterior, podría y debería invertir más y mejor en personal y equipamiento

Más raro todavía es que los dueños de perro saquen a sus animales a la vía pública con una botella con agua jabonosa en la mano para disimular el olor de la orina de sus canes una esquina tras otra, un alcorque tras otro.

Me revienta confesarlo, y pensé que jamás lo tendría que hacer, pero a día de hoy Sevilla es una ciudad mucho más sucia que Madrid, a la que siempre consideré en el liderazgo de la falta de limpieza. Es posible que las zonas más turísticas del centro histórico estén más cuidadas y atendidas y resistan la comparación, pero la situación en los barrios es llamativa y alarmante.

Y sí, el siguiente paso es pensar en culpables y soluciones. Podemos señalar en primer lugar a los servicios municipales de limpieza. Hay margen de mejora en su gestión, seguro. Este Ayuntamiento que, en campaña electoral hizo de la suciedad viaria uno de los pilares de su ataque al equipo de Gobierno anterior, podría y debería invertir más y mejor en personal y equipamiento. Este es un asunto en el que, ya me gustaría que no fuera así, no he visto mejoría por ningún lado en los últimos meses.

No es discutible el compromiso profesional de los trabajadores de Lipasam, que ejercen su tarea con la mayor eficacia y compromiso posible y dan el do de pecho en momentos especialmente delicados en esta ciudad como semana santa, feria, eventos deportivos y otras concentraciones masivas. Pero, ¿mejoraría la limpieza en Sevilla con más barrenderos, más basureros y más camiones de recogida? Seguro que sí. Con todo y con eso, probablemente una mayor inversión en el área no lograría ser la solución definitiva.

Aunque lo que me pide el cuerpo es recogerlo, adelantarme un poco y devolvérselo en plan inocente: “Disculpe, señora, se le ha caído esto al suelo”; al final lo que hago es cogerlo igualmente y llevarlo a la papelera más cercana mientras mascullo algún insulto en voz baja

Recuerdo una delegada municipal de Limpieza que decía que haría falta un trabajador de Lipasam detrás de cada vecino para mantener la capital en condiciones óptimas. Y lo terrible es que llevaba razón. Me enciendo cada vez que veo a un conductor en un semáforo abrir gentilmente su ventanilla y vaciar el cenicero en la calzada como si nada o cuando voy detrás de un o una paseante por la acera y, accidentalmente, deja caer de su mano un papel o envoltorio. Aunque lo que me pide el cuerpo es recogerlo, adelantarme un poco y devolvérselo en plan inocente: “Disculpe, señora, se le ha caído esto al suelo”; al final lo que hago es cogerlo igualmente y llevarlo a la papelera más cercana mientras mascullo algún insulto en voz baja. Me sale humo por las orejas pero me evito alguna trifulca desagradable.

La solución, como decía antes, no pasa sólo por aumentar los servicios de limpieza, que también. Es una cuestión de educación y concienciación colectiva. Como con la sequía u otras causas, Ayuntamiento y demás entidades públicas seguro que pueden ayudar con campañas o acciones de sensibilización, pero mientras los vecinos y vecinas, las familias, niños y mayores, no nos demos cuenta de que tenemos que tratar a la ciudad, a la calle, como si fuera nuestra casa para mantenerla cuidada y limpia, no lograremos darle la vuelta a la tortilla y avanzar hacia un mejor estado de limpieza viaria.

Deber ser un compromiso colectivo y cívico. No ya por la belleza de la ciudad o por agradar al turismo, sino por nosotros mismos y nuestra salud y la de los vecinos. Entiendo que estas líneas publicadas en este periódico son sólo una raya en el agua, pero es lo que está en mi mano. Entre todos tenemos que lograr que Sevilla deje de estar asquerosa.

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