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Después de hacerse un nombre en el panorama de la novela negrocriminal española con la saga de la inspectora Camino Vargas, protagonista de las obras Progenie, Especie y Planeta, Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981) decidió meterse en la máquina del tiempo y viajar hacia el siglo XVI, la época de máximo esplendor de su ciudad. El resultado de esa travesía -que también fue física, como se verá- es La Babilonia, 1850, su primera incursión en la novela histórica, que acaba de ver la luz en Alfaguara.
“Siempre he sido muy lectora de este género, pero es verdad que mi trayectoria se encarriló por la novela negra actual y nunca me había sumergido en él. Hasta que decidí salir de mi zona de confort y ponerme a investigar”, comenta la autora. “Siempre me documento mucho en mis novelas, y aun siendo de Sevilla y conociendo bien la ciudad, tuve que meterme a fondo en ese momento en que seguía teniendo el monopolio de las Indias y convivían la riqueza con los crímenes, los pillajes y esa desigualdad feroz. No quería quedarme en la nobleza, los caballeros veinticuatro o la vida de las casas palaciegas, sino poner el foco en la gente de a pie”.
Así, La Babilonia del título es el nombre del prostíbulo más cotizado de la Mancebía, donde ejerce Damiana, la protagonista de la historia junto a sor Catalina, monja de clausura que habita a pocos metros de allí, en el convento de las carmelitas descalzas. Ambas fueron amigas en la infancia y se verán unidas de nuevo a fin de averiguar quién cometió un brutal asesinato y por qué. Pero también se guiña a la Gran Babilonia de la que hablaba Góngora, aquella ciudad del pecado, el caos y el cosmopolitismo que era la capital andaluza, y que todavía hoy guarda algunas semejanzas con aquella del pasado.
Para la autora, el proceso de escritura de la novela no solo le ha mostrado cosas que no conocía de su ciudad, “sino de la sociedad y del ser humano en general”, reconoce. “La Historia siempre nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos e invita a hacer paralelismos. Por ejemplo, pensando cómo había cientos de personas acampando en el Arenal, procedentes de toda España, con el sueño de sacar un pasaje en busca de una vida mejor en otro continente, algo que todavía hoy sucede ante nuestros ojos”.
La autora dedica de hecho la obra “a todas las mujeres que no hicieron Historia”, aunque, matiza, “sí la hicieron, solo que no hubo constancia"
Por otro lado, le llamó poderosamente la atención la doble moral que había en torno a la mancebía, “entre las actividades ilegales por una parte y legales por otra. Había religiosos que iban allí a disuadir a los hombres pecadores, gritándoles e incluso dándoles rebencazos, y trataban de hacer arrepentirse a las mujeres. Y, a la vez, parte de los ingresos que producían esos negocios iban a parar a las arcas de las instituciones religiosas”, añade Martín Gijón.
Por otro lado, el hecho de elegir a dos mujeres como protagonistas no tiene nada de casual. La autora dedica de hecho la obra “a todas las mujeres que no hicieron Historia”, aunque, matiza, “sí la hicieron, solo que no hubo constancia. En el caso de mi novela, he querido que ellas dos cuenten a través de sus vivencias lo que era ser mujer en aquella época, de las dos únicas maneras en que se podía vivir sin estar supeditada a un matrimonio: una que vende su cuerpo para sobrevivir, y la otra, recluida como religiosa. Pero en ambos casos son personas totalmente invisibilizadas, una tras las tapias de la mancebía y otra tras los muros del convento”.
También reflexiona Martín Gijón sobre el hecho de que “una ciudad a la que de repente le llega una riqueza inmensa produjera todos esos desequilibrios. Todavía me parece terrible que cada vez que se habla de los barrios más pobres de España, seis o siete sean de Sevilla. Pero no he querido ahondar demasiado en esos aspectos, he hecho el salto al siglo XVI sin pretender sacar demasiadas conclusiones de la actualidad”.
Tan en serio se tomó la escritora ese salto, que incluso se embarcó en una réplica de un galeón de la época. “Fue una experiencia muy bestia”, sonríe ahora. “Me llamó mucho la atención la forma en que crujían las maderas cuando estabas durmiendo, y cómo pegaban las olas en el casco, parecía que el barco se iba a romper. También me impresionó la fuerza bruta que hacía falta para poner en marcha todo ese mecanismo. Recuerdo que éramos veinte tíos, una tía y yo tirando con todas nuestras energías, solo para levantar el palo horizontal, la verga, y poder colocar la vela”.
No solo la experiencia directa le ha ayudado a escribir La Babilonia 1580. También asegura haberse dejado aconsejar por lecturas recurrentes, como El perfume de Patrick Süskin, “porque me meto mucho en el papel e intento trasladar la experiencia sensorial al relato en todos sus detalles”, o las novelas del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, “que conjuga a la perfección el equilibrio entre las novelas de aventuras y la literatura pedagógica que no lo parece”.
Sobre si regresará al género tras esta aventura, Martín Gijón tiene sus dudas. “Me he dejado cosas fuera, me hubiera gustado meterme por ejemplo en los corrales de comedias, pero en alguna parte había que parar”, explica. “No descarto volver a la novela histórica, porque a pesar del esfuerzo, siento que ha valido la pena. Pero en cuanto a esta historia en concreto, lo veo más difícil… De momento diría que no me lo planteo. Aunque siempre dejo algún resquicio para volver, pero solo porque me da pena despedirme de mis personajes”.
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