Cuanto más se sabe, peor es la imagen sobre cómo se encuentran los ecosistemas españoles. Solo el 9% de los hábitats más valiosos de España presentan un buen estado de conservación. La expansión de la agricultura, el desarrollo urbano o la explotación forestal hacen que hasta un 75% estén mal preservados, según la última evaluación remitida por el Ejecutivo a la Unión Europea.
El análisis, que ha cubierto 206 hábitats diferentes (un 10% más que el anterior examen) desde 2013 a 2018 refleja que 139 están en un estado “pobre” y otros 45, directamente “malo”. En España hay localizados 1.467 lugares declarados legalmente de Especial Importancia. Cubren el 23% de la superficie terrestre (unos 117.900 km2) y se extienden por otros 54.000 km2 de aguas marinas. La diversidad es muy alta, ya que abarcan áreas mediterráneas, atlánticas, alpinas y macaronésicas (Canarias).
¿Cuáles salen peor parados?
La degradación se constata en todo tipo de ecosistemas y en todas las zonas tanto de la península ibérica como de las islas. Los bosques son los hábitats más perjudicados, seguidos por las dunas y los ecosistemas costeros, según los recuentos del Ministerio de Transición Ecológica.
Una decena de tipos de bosques aparecen en la calificación U2, la peor. España ha ganado en masa forestal en los últimos años, hay más hectáreas arboladas, pero eso no implica que los bosques pasen por un buen momento desde el punto de vista cualitativo. Hay buenas porciones que son plantaciones de una única especie, ya sea a modo de repoblación rápida o con fines de aprovechamiento económico como pueden ser las hectáreas de eucaliptos desde Huelva a Asturias y pasando por Galicia.
Entre los bosques que peor conservación presentan están los hayedos meridionales, que representan el límite sur que estos árboles han alcanzado en Europa; los robledales que crecen en el fondo de cañones, las alisedas y fresnedas mediterráneas, los castañares en toda su distribución por España, los acebuchales y algarrobales del área mediterránea, los alcornocales orientales, los pinares negros de montaña o los pinos endémicos del sur del Mediterráneo.
Un lugar donde se aprecia con especial claridad la degradación de hábitats es el litoral español, víctima en muchas ocasiones del desarrollo urbanístico asociado a un tipo de turismo masivo. Una degradación que aflora virulentamente con episodios de temporales que destruyen una línea de costa desprotegida por la pérdida de la protección natural que suponen las playas. Solo en los últimos seis años, España se ha gastado 125 millones de euros en reconstruir la costa tras los temporales.
En este sentido, el listado de ecosistemas litorales perjudicados incluye las lagunas costeras del Mediterráneo y Canarias, las zonas de vegetación anual que se forma en los restos marinos en las playas, los pastizales salinos de juncos de las desembocaduras fluviales y las formaciones de matorrales costeros mediterráneos. Mención aparte merecen los ecosistemas dunares, que aglutinan un completo catálogo de degradación: están mal conservadas en toda la línea del Mediterráneo las dunas blancas móviles, las dunas fijas de litoral, las depresiones interdunares y las dunas con vegetación, ya sean con matorral, sabinas, enebros o pinos.
Otros grupos de ecosistemas con pobre conservación son diferentes tipos de turberas (hábitats que captan y almacenan gran cantidad de CO2, lo que impide que este gas de efecto invernadero se libere a la atmósfera y exacerbe el cambio climático), diversos prados naturales (donde más abundan las especies de mariposas, uno de los polinizadores clave). También los estanques temporales mediterráneos, los ríos alpinos que llevan saucedas en sus riberas o las aguas estancadas ricas en nutrientes. Hay de todo. Y, por supuesto, no faltan en la zona más roja de alarma, los glaciares permanentes de la zonas alpinas.
La desaparición de este ecosistema en España, un chivato elocuente del calentamiento constante del planeta que provoca el efecto invernadero, tiene hasta fecha: a finales de siglo apenas quedará alguno en los Pirineos. Tras decenas de miles de años de existencia, ya han desaparecido la mitad en las últimas tres décadas, según el Observatorio Pirenaico de Cambio Climático.
¿Cuáles han empeorado respecto a la anterior evaluación?
El anterior examen ecosistémico abarcó los años 2007-2012 y se entregó en 2015. Al terminar las evaluaciones y remitirlas a Europa, España presentaba en malas condiciones dos tercios de los hábitats considerados importantes y por tanto que hay que conservar en el mejor estado posible. Ahora son el 75% de los 247 catalogados. Muchos de ellos han pasado de un estado de conservación a otro peor (o de no saber cómo estaban a ser ahora conscientes de que están degradados) y, por eso, el informe de la Comisión Europea sobre España dice que muchos cambios en el estatus de conservación pueden ser debidos a cambios en la metodología de evaluación o a la disponibilidad de mejores datos más que a cambios genuinos“. Sin embargo, sí que hay una lista de ecosistemas que han experimentado una acreditada regresión.
Ese club lo componen los tremedales, que son turberas desarrolladas al borde los lagos u otras superficies acuáticas, las lagunas costeras mediterráneas, las vegetaciones sobre desechos marinos, las aguas (ya sean fuentes, remansos, estanques…) calcáreas, los prados de alta montaña calcáreos, los brezales húmedos atlánticos y los brezales alpinos y boreales. Por otro lado, llama la atención que un tipo de hábitat haya mejorado su evaluación: los prados ganaderos montañosos incluso fertilizados artificialmente, un ecosistema directamente conectado con el aprovechamiento económico.
¿Qué los deteriora?
Los ecosistemas no se degradan porque sí. Existen razones de muy variada índole para que un tipo de bosque se deteriore gravemente, para que las dunas móviles de las playas del levante desaparezcan, para que los humedales se sequen o los glaciares españoles se hayan fundido. Y con la destrucción de un hábitat se destruye la biodiversidad asociada a ese biotopo. La crisis de biodiversidad a escala mundial tiene bajo amenaza de extinción a un millón de especies, según el último cálculo de los expertos del IPBES de la ONU. Este fenómeno que aúna de manera inseparable la destrucción de ecosistemas y la evaporación de multitud de variedades animales y vegetales es la causa primigenia de explosiones pandémicas como la de la COVID-19.
En el informe que Bruselas ha elaborado sobre el cumplimiento de la directiva europea de Hábitats también se recogen las actividades humanas que presionan y amenazan los ecosistemas.
La principal presión en España es, de manera genérica, la agricultura, que afecta al 70% de los ecosistemas evaluados. En segundo lugar está el desarrollo, construcción y uso de infraestructuras y áreas para urbanizar ya sea zonas de residencia, comerciales, industriales o de recreo: más de la mitad de los espacios naturales de importancia soportan esta presión. Después aparecen las infraestructuras de transporte y la explotación forestal (con más de un 40%). Las especies invasoras, la extracción de recursos y el cambio climático también destacan como agentes degradantes. Los procesos naturales afectan de algún modo a un tercio de los hábitats examinados.
El 27 de octubre pasado, el Consejo de Ministros aprobó la Estrategia Nacional de Infraestructura Verde y Restauración Ecológicas donde se admite el bajo porcentaje de buena conservación de los ecosistemas. En ese documento, el Ministerio de Transición Ecológica incluyó como objetivo principal “restaurar ecosistemas dañados” tras “50 años de alteraciones” con la idea de crear una red interconectada de zonas naturales o semi-naturales. El horizonte para revertir la situación está en 2050.