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El 8M de la nueva normalidad: la revolución va por dentro pero anhela tomar de nuevo las calles

Una mujer en la Puerta del Sol durante la jornada del 8M en Madrid.
8 de marzo de 2021 23:02 h

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Era el primer 8M de la nueva normalidad. Con mascarillas, distancias y cautelas, sin posibilidad de abrazos ni de multitudes, sin poder desplegar el potencial feminista que con tanta fuerza se hizo con el espacio público en los últimos años. Tocaba ser audaces, creativas, pacientes. El resultado es el de una jornada extraña, entre la nostalgia, la rabia y la reivindicación, y también el cansancio de un año de pandemia. Pero con la sensación de que la revolución que explotó hace tres años ha dejado un poso cuyos efectos son de largo plazo. El 8M ya no se puede esquivar, vino para quedarse de muchas formas distintas.

Las restricciones marcaron la jornada. Conscientes de que la situación sanitaria exigía repensar la protesta, las comisiones y asociaciones feministas llevaban semanas preparando todo tipo de acciones. Decoración de calles y balcones, paseos de seis en seis con pañuelos morados, cartulinas violetas formando el símbolo feminista en una plaza, cadenas humanas con distancia de seguridad rodeando parques en ciudades y pueblos, intervenciones callejeras con lazos rosas, carteles creativos o decoraciones hechas de croché.

Pero el feminismo no renunció a tomar las calles. Lo hizo en Barcelona, donde se produjo la concentración más multitudinaria de todo el país, unas tres mil personas dejando distancia de seguridad. Allí Claudia, Irene y Anabel, tres amigas adolescentes que no se pierden el 8M desde 2018, destacaban uno de sus motivos para salir a la calle: “Reivindicamos poder salir de noche seguras. Que no nos digan cosas por la calle”. Lo hizo en Sevilla, donde el colectivo Feminismos Diversos rodeó el Parlamento de Andalucía. En Valencia, Bilbao, Valladolid, Pamplona, Santiago de Compostela, Guadalajara o Murcia las concentraciones llegaron al tope de su aforo.

Madrid era el centro de atención y no por que se esperaran marchas multitudinarias, sino por ver cómo reaccionaría la ciudad a la prohibición de las manifestaciones adoptada, primero, por la Delegación del Gobierno y avalada, después, por el Tribunal Superior de Justicia de la comunidad. La Gran Vía abarrotada y la Cibeles de violeta se sustituyeron por globos y sábanas moradas en los balcones, por lazos en los abrigos, por camisetas con eslóganes reivindicativos y por pequeñas acciones espontáneas. Por la mañana, el Sindicato de Estudiantes llegaba a la puerta del Sol con pancartas y bengalas violetas y se sumaban mujeres, sobre todo jóvenes, que no podían contener el pulso de salir a la calle. “Me he enterado de esto esta mañana y me he saltado las dos últimas clases para venir. A mi tutora le ha parecido bien, me ha apoyado. Algo había que hacer hoy”, decía Leire, de 18 años, que pancarta en mano y sombra violeta en los ojos, acudía a la plaza con su amiga Natalia, de 16. “Estamos hartas de muchas cosas, pero sobre todo del machismo en la calle, de que nos traten como objetos, tenemos derechos”, resumía Natalia.

En un bar del centro de Madrid, a media tarde, las mujeres toman las mesas disponibles. En una hay tres amigas con jerseys y pañuelos violetas, en otra, dos chicas con las caras pintadas apuran sus cervezas y, más allá, otras tres mujeres brindan por el 8M. Una de ellas camina hacia el centro del bar, levanta su voz y su copa y se dirige a las demás: “Porque seamos las mujeres que nos dé la gana de ser cada día del año”. Todas responden, chocan sus vasos, sonríen, gritan un 'que viva la lucha de las mujeres'. Y la tarde sigue, lluviosa, amenazando la decoración de los balcones y las ganas que muchas tenían de retar la prohibición de manifestarse.

Aun así, puede la rabia. Unos cientos de mujeres parten del Parque del Retiro y bajan por la Puerta de Alcalá hasta la plaza de Neptuno. Cortan el tráfico y recuerdan, a gritos, “aquí estamos las feministas”. La policía las sigue de cerca e improvisan el camino dentro de un cordón que los agentes han hecho a la concentración y en el que también participan varios vehículos policiales. Ya en Neptuno, una sentada –con una holgada distancia de seguridad– y la lectura de un manifiesto precedían al único altercado de la tarde: varios policías identificaban a tres mujeres en un intento de buscar a las organizadoras de la marcha. Después del revuelo, la concentración se disuelve, la noche sigue sin sobresaltos. A las ocho de la tarde vuelven los aplausos y las cacerolas a los balcones: esta vez es una convocatoria feminista, para rugir desde las casas lo que Madrid no puede este año gritar desde las calles.

La derecha agita la teoría de la conspiración

Tocaba también este año lidiar con una derecha que agitaba el fantasma del 8M de 2020 y apuntaba al feminismo como culpable. El mural feminista de Ciudad Lineal, en Madrid, que a punto estuvo de ser borrado por un acuerdo entre PP, Vox y Ciudadanos del que los de Arrimadas se descolgaron a última hora, amanecía emborronado de negro. Durante todo el día, vecinas y vecinos se acercaron para tapar la pintura negra con imágenes del mural, como tiritas que buscan aplacar una herida. La plaza se convirtió en un lugar de concentración del vecindario durante todo el día, con acciones variadas que terminaron por convertir el mural en un símbolo de este 8M: el feminismo repara, ensambla, une a las vecinas, y vuelve a pintar.

Vox aprovechaba la fecha para seguir criminalizando al feminismo y lo hacía, de nuevo, uniendo con insistencia el 8M y la expansión del coronavirus. Por su parte, Pablo Casado protagonizaba el acto de su partido por el 8 de Marzo y lo hacía dando alas a la teoría de la conspiración alrededor de lo sucedido el año pasado. El 8M, ha sostenido Casado, se ha convertido “en un símbolo de lo que se hizo mal el año pasado” por parte del Gobierno. El líder del PP llegaba a preguntarse “cuántas muertes se habrían evitado” de no haberse celebrado las manifestaciones feministas de 2020. Poco después, el Gobierno de Isabel Ayuso impedía un acto de la ministra de Igualdad, Irene Montero, con alumnas y profesoras de un colegio público de la capital para evitar “adoctrinamiento”.

Antes, a primera hora de la mañana, Montero presidía junto a Pedro Sánchez el acto institucional del Gobierno por el 8M. Desde allí hacia un llamamiento “a estar a la altura del movimiento feminista español” y a seguir siendo líderes en políticas de igualdad. Sánchez presumía de Consejo de Ministros con perspectiva de género y aseguraba que la ley del 'solo sí es sí' concluiría su aprobación próximamente. “Esta lucha transformadora pone el foco en el racismo, en la homofobia, en la transfobia, en la explotación y la opresión de género, en la pobreza estructural que sufren millones de mujeres porque no tienen las mismas oportunidades que los hombres”, proclamaba el presidente del Gobierno. Sánchez señalaba también los “privilegios” masculinos que crean injusticia y desigualdad y ha llamado a los hombres a implicarse en la lucha porque “ellas ya están implicadas”

Seguramente recordemos este lunes como el 8M en que echamos de menos gritar y encontrarnos en las calles. Seguramente este 8M ha sido el de la reivindicación sencilla. La camiseta con lema que tu madre lleva al trabajo, las vecinas que se han juntado en la calle un rato, los niños y niñas que han pintado en sus clases cartulinas moradas, las profesoras que han hablado de feminismo a su alumnado adolescente, las amigas que han quedado para 'tomar' una terraza o pasear con el jersey violeta, las precarias que han intercambiado mensajes en un grupo de Whatsapp. Un 8M para recordar que la revolución va por dentro, aunque anhela la normalidad de siempre para salir, otra vez, afuera.

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