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Las aparadoras que cosieron mascarillas: “Qué pasa con las mujeres que trabajan en negro, ¿no comen?”

Maite Rodríguez, presidenta de la Asociación de Aparadoras Elda-Petrer

Marta Maroto / Marta Maroto 

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“Qué pasa con las mujeres que trabajan en negro, ¿no comen?”, se indigna al otro lado del teléfono Isabel Matute, presidenta de la Asociación de Aparadoras de Elche. Son les dones submergides, las mujeres sumergidas, como las nombraba el académico Josep-Antoni Ybarra. Trabajadoras de la confección de calzado que han hilvanado miles de mascarillas durante las primeras semanas de crisis de la Covid-19.

La epidemia cerró las fábricas y canceló pedidos, dejando sin sustento a miles de mujeres que se dedican al aparado en la provincia de Alicante. Invisibilizadas, llevan toda la vida tejiendo por dos o tres euros la hora y sin contrato en talleres clandestinos, escondidas en los recovecos de los polígonos industriales, o trabajando en sus casas. “Ahora son visibles, solidarias y generosas”, decía Ybarra, ahora que hacen mascarillas la sociedad las mira y agradece, por qué no ese mismo reconocimiento y empatía cuando lo que confeccionan son zapatos.

Mari Carmen Beviá tiene 65 años y se dice afortunada. Ha trabajado casi siempre desde su casa —“Pon la máquina, la luz… te sale la hora regalá, pero sigues”, se resigna— y “esta clausura” le tocó con una partida grande a los pies de su máquina de coser. “Llamé a mi jefe para ver qué hacía con todo esto, y me dijo que siguiera”, continúa por teléfono. Así que cuenta que de momento no se puede quejar, que está asustada como todo el mundo, pero que “hay compañeras que están peor… hay quien no tiene nada”.

Ella recibe una pensión de viudedad con la que puede hacer frente a los gastos, y a las malas podría pedir ayuda a alguno de sus cuatro hijos, resume. “Me tendría que jubilar en meses… pero no me puedo jubilar, porque me quedan 15 años de hipoteca y tampoco tengo mucha salud. Pero como dice aquel, 'hace más el que puede que el que quiere”, termina riendo Beviá.

“Es muy difícil saber el porcentaje porque no existimos”

Es casi imposible cuantificar el número de personas que trabajan al margen de la industria del calzado en las comarcas del Vinalopó, en pueblos como Elche, Petrer, Elda o Villena que representan cerca del 70% de la producción en España. La Generalitat Valenciana estima en más de 30.000 el número de trabajadores en esta región, Elche concentra casi un tercio. Sin embargo, habría entre un 20 y un 25% más empleados en la economía sumergida, lo que serían entre 6.000 y 7.500 personas sin contrato, según Carmen Palomar, de Comisiones Obreras, una cifra que varía en función de las diferentes tareas en la cadena de producción.

Dentro del aparado, que consiste en el paciente ensamblaje de las piezas para dar forma al zapato, Maite Rodríguez, presidenta de la Asociación de Aparadoras Elda-Petrer, calcula a ojo que “entre el 70 y el 80% de las aparadoras no estamos contratadas o estamos contratadas mal, a media jornada” pese a los turnos maratonianos de 10 y hasta 14 horas al día. “Es muy difícil saber el porcentaje porque no existimos”, continúa, y aventura que “no hay nadie que esté contratada al 100% de forma correcta”.

Así que, cuando se decretó el estado de alarma y la paralización de la producción, estas trabajadoras sumergidas se quedaron sin ingresos y sin derecho a ayudas, sobreviviendo gracias a los pocos ahorros que hayan conseguido reunir y a las redes de apoyo vecinales y familiares.

Para las que sí tienen contrato la situación no es mucho más favorable, según CCOO y las asociaciones de aparadoras, pese a que la patronal valenciana del calzado, Avecal, indica por correo electrónico que los ajustes sí se están haciendo preferiblemente en forma de despidos temporales. “Qué ERTE ni qué nada, me suspendieron el contrato, como hacen cuando no hay faena”, dice, Sofía Cerdá tiene 48 años y una hija adolescente a su cargo. Está divorciada, pero cuenta que el padre se ha desentendido de la manutención. “Nos ha matado el coronavirus, si estábamos mal las aparadoras, ahora aún peor”, y abunda en la misma idea de que esta recesión golpea con más fuerza a las clases más bajas: “Con esta crisis está saliendo a la luz que la gente no tiene nada”.

El sector del calzado fue de los primeros en notar el avance de la crisis sanitaria, siendo China el séptimo destino de las exportaciones, y se agravó con el cierre de Italia, explica Marián Cano, presidenta de Avecal. La recuperación no llegará hasta 2021, y por esto desde la patronal instan al Gobierno a que la reapertura del comercio minorista llegue pronto.

Dentro de un sector acostumbrado a la temporalidad y a marcharse casa cuando no hay faena, el coronavirus le ha pillado a pocas semanas de terminar el periodo de verano. “Ahora mismo deberían estar saliendo zapatos a punta pala”, señala Rodríguez. Sin embargo, este quiebre y paralización de los pedidos antes del fin de contrato ha forzado la picaresca y abusos hacia las trabajadoras del sector del aparado. “La gente que estaba fija, que trabaja todo el año, con esto de la Covid se les ha pasado a fijos discontinuos, porque no es que se haya terminado la campaña”, desarrolla Palomar, de CCOO, “es una modificación contractual, una práctica que se está haciendo porque así se quitan papeleo de hacer un ERTE”.

De esta manera, las trabajadoras “están consumiendo su paro”, abunda Palomar. También han aumentado los despidos disciplinarios a personas que apenas llevaban un mes de contrato. “Cuando pase este periodo y vengan los actos de conciliación ya se verá”, señala. Para evitar la debacle que Matute augura si no hay una reacción por parte de las autoridades —“puede haber un problema muy gordo, lo que pasó en el sur Italia, que se asaltaron supermercados, la gente no puede pasar hambre”— tanto sindicatos como las asociaciones de aparadoras piden una renta mínima, una propuesta similar a la que recoge el programa acordado por PSOE y UP.

“Si los políticos pudieran vivir con lo que mucha gente cobramos... tenemos que hacer milagros para poder llegar”, reclama Mari Carmen, que ahora pasa sus días confinada terminando la faena, viendo la televisión y esperando que esto no se alargue mucho, que pronto entren más piezas y jirones. Empezó a trabajar a los 17 años, cuando las cosas no estaban tan mal y coser en casa se veía como la manera de trabajar pudiendo cuidar de los hijos. Ahora el sector está muy envejecido, y aunque muchas proceden de madres aparadoras, no quieren enseñarles el oficio a las nuevas generaciones. “No tengo valor moral para enseñar a la gente joven mi oficio. Es un oficio muy bonito y entretenido, a la mayoría nos gusta nuestro trabajo. Ojalá un día cambie la situación”, se refiere Rodríguez.

Ella, Mari Carmen y muchas compañeras se pusieron a hacer mascarillas de tela y a coser batas los primeros días del estado de alarma, cuando sus fábricas cerraron y se quedaron sin trabajo. Ese gesto hizo que la sociedad las mirara y celebrara. Ahora ellas piden lo mismo de vuelta, solidaridad y reconocimiento a décadas de trabajo en la economía sumergida y sin derechos laborales.

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