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Brigitte Studer, o cómo ser feminista en un país europeo que reconoció el derecho a voto de las mujeres en 1971

Brigitte Studer es historiadora y profesora emérita de Historia en la Universidad de Berna.

Agathe Seppey

(Le Temps) —
9 de marzo de 2023 23:20 h

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Un sufragio femenino tardío. Una huelga en 1991 que sorprendió a todo el mundo. Decenas de votaciones*. Fracasos y más tarde, resultados. En Suiza, las batallas por la igualdad han sido largas y prolongadas. En este tumultuoso camino, ¿qué es lo que finalmente ha funcionado y ha cambiado las leyes? ¿Hay alguna característica helvética específica a tener en cuenta? Con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de los Derechos de la Mujer, Le Temps ha entrevistado a la experta Brigitte Studer. De militante en el MLF [Movimiento de Liberación de las Mujeres] cuando tenía 17 años a convertirse en cofundadora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Berna, la catedrática emérita de Historia es uno de los referentes internacionales en la causa de las mujeres.

En 1971 el sufragio femenino supuso una de las primeras grandes conquistas de derechos para las mujeres en Suiza, después de 90 votaciones. ¿Cómo surge el movimiento feminista y cómo se manifiesta antes de esa fecha?

El feminismo moderno comenzó con la Revolución Francesa y Olympe de Gouges, que en 1791 presentó un proyecto democrático que incluía a las mujeres. En la Suiza del siglo siguiente, cuando entró en vigor la Constitución Federal en 1848, las mujeres no estaban en absoluto integradas en los derechos políticos y tampoco se les permitía acceder a ellos. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX algunas mujeres alzaron la voz. Eran sobre todo burguesas y aristocráticas como, por ejemplo, Julie von May, una bernesa que fundó la asociación para la defensa de los derechos de la mujer. También había obreras, miembros de la Primera Internacional, anarquistas y marxistas que defendían la igualdad salarial. En Ginebra, Marie Goegg-Pouchoulin fundó en 1868 la primera organización feminista de Suiza –la Asociación Internacional de Mujeres– y el Journal des Femmes, que más tarde se convirtió en Solidarités. Así que existen algunas personalidades y movimientos más bien aislados y elitistas, pero están presentes y proceden de arriba y de abajo al mismo tiempo.

¿Las activistas suizas eran diferentes de sus homólogas de otros países de Europa?

Poco antes del sufragio femenino, se manifestó efectivamente una particularidad helvética. Vimos a dos generaciones de activistas de los derechos de la mujer trabajar simultáneamente: las feministas sufragistas y las que surgieron del nuevo feminismo conocido como “del 68”. Este último, liderado por el MLF –Movimiento de Liberación de las Mujeres– muy diversificado, tiene como matriz común un cierto radicalismo político. Utilizó un nuevo repertorio de acción que incluía la ocupación de calles, las sentadas y otras acciones de provocación.

Si el Gobierno introdujo finalmente el voto en 1971 fue en parte porque quería mejorar la imagen internacional del país

Después de 1968, se crearon vínculos entre el movimiento de mujeres y las instituciones políticas; también observamos el inicio de una permeabilidad entre las activistas feministas y las asociaciones de mujeres más tradicionales. Es una competencia y una colaboración. El feminismo radical de finales de los sesenta llega rápidamente a nivel institucional con las iniciativas populares, algo que también es específico del país.

¿Se ha inspirado la movilización de las activistas suizas en sus países vecinos? ¿Tuvo repercusión en el extranjero?

En ambos movimientos, el intercambio de ideas y las interacciones fueron transnacionales. Fue así como, gracias al impulso del movimiento sufragista internacional, se creó la asociación suiza en 1909. Antes de la Primera Guerra Mundial, las sufragistas extranjeras pensaban incluso que la democracia suiza sería fácil de reformar, puesto que ya contaba con el sufragio universal masculino. Esta visión de Suiza cambió rápidamente, por supuesto. Si el Gobierno introdujo finalmente el voto en 1971 fue en parte porque quería mejorar la imagen internacional del país. En cuanto al feminismo “del 68”, se inspiró mucho en los movimientos estadounidense, alemán, francés y también italiano, y a menudo tuvo contactos personales. Por ejemplo, gracias a una mujer de Zúrich se fundó el primer grupo feminista en Austria.

¿Por qué la huelga nacional de mujeres de 1991 llevó a 500.000 suizas a movilizarse, a pesar de que el concepto de huelga no es muy 'suizo'?

El hecho de que la huelga no sea “muy suiza” forma parte de los mitos nacionales. Históricamente no es cierto, pero ese es otro tema. Estamos en 1991, han pasado diez años desde la introducción del artículo constitucional para la igualdad de derechos y, sin embargo, no existe ninguna ley que lo aplique. Hay un sentimiento de descontento e incluso de cólera. La huelga empezó con las trabajadoras de la industria relojera, un sector clave de la economía suiza, con un alto valor añadido pero también con un alto valor simbólico de la identidad nacional. Las reivindicaciones fueron asumidas por los sindicatos y se puso en marcha un movimiento, en un momento en el que el feminismo también se había extendido en la sociedad. Algo estaba latente y se despertó, para sorpresa de las organizadoras, la prensa y todo el mundo. Al final, esta huelga tendrá efectos indirectos, sobre todo institucionales. Creo que sin ella no habría existido la ley de igualdad, por ejemplo, o hubiera tardado mucho en llegar.

A raíz de la primera votación sobre el sufragio femenino, en 1919, aparecieron movimientos de oposición formados por mujeres de derecha que exigían el mantenimiento del orden social tradicional, cuestionado por la apertura del voto.

En general, ¿cuáles han sido las herramientas más eficaces y a qué escala en todas estas luchas?

Siempre es difícil decir que una u otra forma de acción política representa el Santo Grial. Antes del sufragio femenino, las sufragistas utilizaban un amplio repertorio de acciones para atraer la atención política, pero respetaban las normas sociales, las reglas institucionales y los códigos de feminidad. Pero esta burbuja estalló en 1969, cuando tuvo lugar la primera manifestación nacional por el derecho al voto femenino. Ese día, las mujeres, al salir a la calle, se convirtieron en una fuerza política, demostraron que podían ejercer presión. Algunos incluso las vieron como una amenaza. En Suiza, la combinación de las movilizaciones locales y nacionales con el uso de la democracia directa puede resultar muy eficaz.

¿Cómo han cambiado los perfiles de los detractores del feminismo en Suiza a lo largo del tiempo?

Los opositores de la igualdad pertenecían más bien a grupos o partidos de derecha, especialmente en entornos cristianos conservadores. A raíz de la primera votación sobre el sufragio femenino, en 1919, aparecieron movimientos de oposición formados por mujeres de derecha que exigían el mantenimiento del orden social tradicional, cuestionado por la apertura del voto. De hecho, en cada momento clave de la historia de los derechos de la mujer, pequeños grupos de mujeres de clase media, más bien acomodadas, con estudios universitarios y a menudo casadas, profesaban cosas que ellas mismas no habían vivido. Se niegan a integrar a las mujeres en la política a pesar de que ellas mismas participan haciendo campaña, dando conferencias, escribiendo artículos, y cuentan con el apoyo de políticos conservadores que desde hace tiempo constituyen la mayoría de los votantes.

¿En qué se centra la oposición actual?

En general, diría que las voces antifeministas se han hecho más fuertes hoy en día. Los conflictos actuales giran en torno al control del cuerpo de las mujeres. A veces se intenta dar marcha atrás, como por ejemplo en Estados Unidos con la cuestión del aborto. Se ha abierto un nuevo campo de batalla porque confluyen diversos tipos de odio y rechazo.

Pretender que el feminismo no existe por miedo a que favorezca a la extrema derecha sería un error. Callarse y hacerse invisible nunca es una solución porque la fuerza política del feminismo desaparece si no se habla más de ello

¿Qué significa esto?

El antifeminismo tradicional está resurgiendo, crecen las LGTBIfobias, crece también el antiantirracismo, fomentado por los movimientos religiosos de extrema derecha o evangélicos –estos últimos especialmente en Estados Unidos–. También hay movimientos minoritarios pero presentes en Internet que combinan antifeminismo político y odio a las mujeres, sobre todo los incels, “solteros involuntarios”, decididamente misóginos. Pero como historiadora, lo que me preocupa es el hecho de que organizaciones políticas tradicionales, como la UDC, transmitan el antiwokismo [movimiento reaccionario contrario a las ideas progresistas asociadas a la izquierda]. Creo que en estos tiempos de inflación, de guerra, esta no es realmente la principal preocupación de la población suiza. Pero en política, la ética suele quedar muy lejos cuando se toca un asunto que puede atraer votos. Se utiliza como tema de campaña para agitar viejos fantasmas.

Algunos denuncian un efecto contrario: la omnipresencia de las cuestiones de género en la escena política y mediática crearía un sentimiento de hartazgo que podría provocar el ascenso de la extrema derecha. ¿Este riesgo es real o infundado?

Pienso que callarse y hacerse invisible nunca es una solución porque la fuerza política del feminismo desaparece si no se habla más de ello. El movimiento #MeToo fue un detonante para hablar y la palabra es fundamental para todos los movimientos sociales en la medida en que nos permite expresar nuestros sentimientos y vivencias esenciales. Se hacen públicos, decibles y visibles. Pretender que el feminismo no existe por miedo a que favorezca a la extrema derecha sería un error. Las desigualdades entre hombres y mujeres siguen existiendo, la discriminación contra las personas queer y racializadas sigue existiendo. Evidentemente, esto puede crear movimientos contrarios, pero permanecer en silencio es aceptar el statu quo e incluso arriesgarse a retroceder.

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