El cáncer contagioso que afecta a almejas y berberechos lleva siglos saltando entre individuos

Aunque los primeros indicios aparecieron en el siglo XIX, la existencia de cánceres transmisibles que se contagian de unos individuos a otros es uno de los fenómenos más intrigantes y novedosos en biología. Primero se identificó el tumor venéreo transmisible que afecta a los perros y más tarde el cáncer que ha diezmado las poblaciones de demonios de Tasmania y que se contagian entre ellos cada vez que se muerden en la cara. En 2015, el equipo de Michael Metzger amplió la lista a las almejas de Nueva Inglaterra (Mya arenaria), tras descubrir que lo que se tenía hasta entonces por un virus era en realidad otro de esos casos de cáncer contagioso. Desde entonces se han descubierto otros ocho tipos que afectan a diferentes especies de bivalvos, que parecen especialmente vulnerables a estos tumores viajeros

Dos nuevos artículos publicados en la revista Nature Cancer revelan ahora, a partir de análisis genómicos, que estos cánceres marinos transmisibles que afectan a almejas y berberechos llevan siglos transmitiéndose de individuo a individuo, seguramente milenios. “Antes de estos artículos, realmente no teníamos idea de la edad ni del tipo de cambios genómicos y presiones evolutivas que afectarían a los genomas de estos linajes de cáncer”, explica Metzger, que lidera el trabajo dedicado a las almejas de Norteamérica. “Hemos recolectado tumores desde Portugal hasta Irlanda, Francia, Reino Unido y España, y todos esos tumores son el mismo tumor, se expande de un lugar a otro y de un continente a otro”, asegura Adrian Báez-Ortega, investigador de la Universidad de Cambridge que colidera el trabajo dedicado a los berberechos.  

Los dos estudios muestran la capacidad de estos cánceres transmisibles en invertebrados para sobrevivir durante siglos mientras su genoma continúa mutando estructuralmente y a pesar de su alta inestabilidad. “Son altamente inestables con un reordenamiento generalizado del genoma y han podido sobrevivir durante siglos a pesar de estos cambios genómicos en curso”, explica Metzger a elDiario.es. “En el berberecho vemos cánceres que están cambiando entre célula y célula”, añade Báez-Ortega. “Cada célula tiene un número distintos de cromosomas, con variaciones que van desde 11 a 354, que es algo extraordinario, que no se ve en mamíferos”. Otros cánceres transmisibles, como el del perro, son también muy antiguos, pero su genoma es mucho más estable, de modo que lo que sucede en los bivalvos, según los investigadores, resulta “contraintuitivo”.

Dos cánceres de un viejo linaje

Para el estudio del cáncer en berberechos, los autores recogieron 6.854 bivalvos de 11 países costeros entre 2016 y 2021. “Conseguimos animales desde toda la costa desde Marruecos hasta Rusia”, explica José Manuel Castro Tubío, investigador de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) que ha coliderado el estudio. Después de generar un genoma de referencia de esta especie, el berberecho común (Cerastoderma edule), evaluaron la variación genómica en 61 tumores y descubrieron que existen dos linajes de este cáncer que surgieron en dos momentos diferentes del tiempo. 

“Vimos que no hay un único cáncer, sino dos”, indica el experto. “Sabemos que son independientes y además son muy antiguos; es probable que sean los tumores más antiguos que conocemos”. Los genomas de los dos tumores son tan diferentes del genoma actual del berberecho que los autores llegaron a pensar que las células tumorales habían sido transmitidas por una especie distinta. “Estudiamos el origen de los tumores y no caen en ningún sitio, no hay correspondencia con ninguna población de Europa hoy en día”, asegura Báez-Ortega. “Es como si descubriéramos un tumor en humanos actuales y se hubiera generado en un neandertal”, apunta Castro Tubío. 

Es como si descubriéramos un tumor en humanos actuales y se hubiera generado en un neandertal

Estas dos variedades ya las habían observado quienes se dedican al cultivo y recogida de berberechos durante los grandes episodios de mortalidad debido a esta causa. “Se distinguen porque en las últimas etapas el berberecho no se cierra bien. Están moribundos, salen de la arena y se abren”, describe Báez-Ortega. “Entre las cofradías, sobre todo en Galicia, en principio se pensaba que era consecuencia de un virus y que cada una de las manifestaciones eran dos estadios de la misma enfermedad”.

“Una metástasis en el mar”

Los autores tratarán ahora de determinar con mayor precisión el momento en el tiempo en el que las células de dos individuos se dividieron mal y de pronto el cáncer se convirtió en una especie de parásito, capaz de viajar de un individuo a otro y establecer un ciclo de vida. “Son tumores de la sangre, leucemias que se transmiten, que infectan a un individuo y pueden viajar por el mar y van infectando a otros”, asegura Castro Tubío. “Es como una metástasis que ocurre en el mar”.

“Normalmente vemos el cáncer como una enfermedad que viene de un fallo de tu propio cuerpo, que no te pega nadie”, explica Báez-Ortega. “Pero tenemos estas excepciones en las que el cáncer es capaz de traspasar el cuerpo y se puede convertir en algo independiente, en un patógeno, una enfermedad infecciosa”. 

Los especialistas creen que el cáncer solo puede dar este salto en entornos donde se dan las condiciones adecuadas, y uno parece ser el ecosistema marino. Por fortuna, este cáncer no salta entre especies (no se transmite por comer berberechos) y en vertebrados como nosotros existen barreras inmunológicas que hacen altamente improbable que surja un cáncer similar. “Nosotros tenemos una parte que ha evolucionado para impedir trasplantes de células de un animal a otro”, indica Báez-Ortega. “En el perro y el demonio de Tasmania, el cáncer tiene que sabotear eso, por eso hay tan pocos, porque existe esa barrera”. 

En el caso de los bivalvos, aunque aún no se conoce bien, se cree que el sistema inmunitario es vulnerable porque establece muchos menos controles, debido a su naturaleza filtradora. “Es como un filtro de piscina”, asegura el experto. “Tiene que ser lo bastante tolerante y no sobrereaccionar”. A todo esto se suma el hecho de que tienen un sistema circulatorio abierto y sus células sanguíneas pueden salir al exterior y llegar a otro individuo, apunta Castro Tubío. “Las células tumorales pueden salir y sobrevivir más tiempo, y eso les da esa oportunidad para poder afectar a otras y seguir dividiéndose”.

“Yo me quedé de piedra al ver que había células vivas y activas del mejillón fuera del cuerpo”, explica Antonio Figueras, investigador del CSIC experto en bivalvos que ha descubierto este fenómeno recientemente. “En su cavidad entre conchas hay células que salen fuera, son filtradas por otros porque viven juntos, y se produce la transmisión”. Como cualquier enfermedad que afecta a estos moluscos, es importante la monitorización y la toma de medidas inmediatas, apunta. “Sobre todo en criaturas que no tienen sistema inmunitario adaptativo y solo cuentan con el innato”.

El cáncer, desde otro ángulo 

Aunque las diferencias entre bivalvos y humanos son muy grandes, Michael Metzger cree que el estudio de estos cánceres contagiosos puede aportar información muy valiosa. “Podemos utilizar las características únicas de este cáncer para comprender aspectos del cáncer humano que no podríamos comprender en ningún otro lugar”, argumenta. “Podemos aprender cómo los cánceres pueden evolucionar cuando se les permite vivir y dividirse durante largos períodos de tiempo, y también podemos investigar cómo estas grandes poblaciones exógenas han desarrollado resistencia a estos cánceres letales que han estado infectando a múltiples poblaciones”.

Para Óscar Fernández-Capetillo, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), se trata de dos trabajos muy interesantes porque los autores regalan a la comunidad científica un mapa de los cambios genéticos que se han dado en estos tumores transmisibles. “En cierto sentido los autores ven más o menos lo mismo que vemos nosotros en los experimentos de laboratorio en los que trasplantamos cánceres”, señala. “Porque, como decía Jacques Monod, a nivel molecular lo que es cierto para una bacteria es cierto para un elefante”. Las mutaciones que encuentran son muy similares a las que se encuentran en seres humanos, que hacen que estas células tumorales crezcan más o no se mueran. “La curiosidad más grande es que tienen tantísimos cromosomas –apunta–, aunque quizá se explica por la edad, ya que han estado circulando cientos y cientos de años. Si a una cosa rara con una tasa de mutación muy alta la dejas evolucionar durante muchas vidas, se convierte en algo amorfo y aberrante, como lo que se ve en estos tumores”.

Báez-Ortega apunta que estos tumores viajeros pueden servir para comprender mejor cómo el cáncer es capaz de adaptarse a diferentes ambientes. Se conocen casos en los que el cáncer que afecta a las almejas en Estados Unidos no sobrevive al cambiar al animal de entorno y de condiciones de salinidad. “En humanos los tumores también tienen nichos metastásicos y hay ciertos tipos de cáncer que nunca se van a mover a otro órgano y no se sabe muy bien por qué”, asegura. Quizá este nuevo ángulo nos proporcione más pistas, propone. “Al final, en la lucha contra el cáncer, el mecanismo de metástasis es de los más desconocidos y es de lo que mueren el 90% de los pacientes con cáncer”, concluye Castro Tubío. “Este tipo de modelos alternativos ayudan a comprender cómo avanza la enfermedad y cómo funciona”.

¿Un cáncer contagioso en humanos?

Aunque nuestro sistema de histocompatibilidad nos protege de la aparición de un cáncer transmisible como el que afecta a otras especies, existen casos muy excepcionales en el que un tumor se ha transmitido de un animal a una persona o de una persona a otra. “Se conoce un caso de un paciente en que se encontró un montón de metástasis y al analizar el ADN se vio que era de un cestodo, un gusano plano que le había parasitado”, explica Castro Tubío. “En ese caso, las células tumorales se expandieron en la persona que era el huésped”. 

Los casos más habituales son los de trasplantes de órganos que tenían células tumorales y pasaron al receptor. El episodio más conocido salió a la luz en 2017, cuando cuatro personas recibieron diferentes órganos de una mujer de 53 años y desarrollaron cáncer de pecho metastásico en los meses siguientes (tres de ellos murieron). Otro posible foco de estos casos tan raros son las personas muy inmunodeprimidas. “Se conoce el caso de embarazos en los que el feto desarrolla un cáncer y se lo transmite a la madre”, señala Báez-Ortega. “En este caso es porque tiene tolerancia a las células del feto y está parcialmente inmunosuprimida”. 

En la década de 1990, un cirujano se cortó durante la operación de un cáncer y le creció un pequeño tumor en la mano, contagiado por el paciente. Antes, hacia 1950, un médico llamado Chester Southam se dedicó a inyectar células tumorales de unos pacientes a otros, saltándose todas las barreras éticas, pero sin conseguir que el contagio se produjera. “El caso más alucinante se publicó recientemente en el New England Journal of Medicine, un tipo de cáncer de pulmón muy raro que aparecía en niños y resultó que era transmitido durante el parto por las madres, que tenían cáncer de cérvix”.

Todo esto son muestras, aseguran los expertos, de la excepcionalidad de los contagios de cáncer y de la posibilidad remotísima de que lo que viven otros animales se produzca alguna vez en nuestra especie. Nos protege el sistema inmunitario y la diversidad genética, que en casos como el del demonios de Tasmania, es un factor clave. 

...