Ana Requena: “La vergüenza es un mecanismo muy potente que tiene el patriarcado para doblegar a las mujeres”
Ya basta de tanta vergüenza y tanto miedo. Para liberarse de todos los estereotipos e injusticias sobre su condición, las mujeres deben reivindicar el placer en todas sus vertientes. Ana Requena, redactora jefa de Género en elDiario.es, explica en el libro 'Feminismo vibrante. Si no hay placer, no es nuestra revolución', publicado por Roca Editorial, que la mujer no debe dejarse dominar por el miedo, porque esa es la herramienta que ha utilizado siempre la sociedad para conseguir disciplina, coartar su libertad y, en definitiva, someterla en favor de los intereses de otros.
El libro empieza con una historia personal que supone una cierta vulneración de tu privacidad. Pero al leer el libro se descubre que para vender esa idea del feminismo vibrante hay que exponerse emocionalmente. ¿Ese era el precio que pagaste por escribir el libro?
Sí, es algo que he pensado mucho y que me ha dado mis quebraderos de cabeza y dudas, porque al final efectivamente es una exposición personal que temes que implique eso, lo de pagar un precio, y ese precio puede ser muchas cosas. Pueden ser reacciones virulentas, que las hay, pero también un precio incluso periodístico, de que al final el uso de la primera persona a veces chirría. Pero me salió así porque realmente la idea del libro parte de lo personal. Y quería poner esas contradicciones íntimas, ese conflicto íntimo. Entonces, dispuesta, sí, asustada a veces también.
La anécdota del vibrador en el aeropuerto, en la recogida de equipajes, que suena dentro de la maleta ayuda a plantear algo que se explica en otros momentos en el libro, y que es la idea de la vergüenza. ¿En qué medida la vergüenza es un factor que inhibe a algunas mujeres a la hora de exigir sus derechos y luego ejercerlos?
La vergüenza es un mecanismo muy potente que tiene el patriarcado para doblegar a las mujeres o para impedir que al final ejerzamos nuestros derechos. Sirve de control, de sometimiento. Es la discreción, el pudor, el no salirnos de determinados esquemas sexuales y afectivos. Es uno de esos juicios sociales que aguantamos las mujeres desde muy pequeñas. Cuando tú te sales mínimamente de ciertos esquemas, lo que te hacen sentir es vergüenza. Y opera incluso cuando hablamos de la violencia. En la macroencuesta sobre violencia machista que ha publicado el Ministerio de Igualdad, la vergüenza es el primer motivo que mencionan las mujeres encuestadas para no ir a denunciar la violencia sexual. Y está relacionada con que a las mujeres nos cuesta encontrar un lugar propio como sujetos en lo que tiene que ver con el sexo y en lo que tiene que ver como sujetos de derecho cuyo relato pueda ser tenido en cuenta.
El tema de la vergüenza es algo que muchas madres inculcaban antes a sus hijas, marcando límites sobre lo que podían hacer.
Madres, padres y lo que recibes de tu entorno familiar y del entorno en general. Muchas veces de forma bienintencionada, no para hacerte daño. Se inculca casi como una manera de protegerte, intentando indicarte un camino en el que tengas menos probabilidades de sufrir las consecuencias del patriarcado. Menos posibilidades de que te violen, te menosprecien, te agredan. Lo que pasa es que al final eso perdura en nosotras como un control sobre nuestras vidas, sobre nuestra libertad de movimiento, de vestirnos y de comportarnos. Y creo que nos hace mucho daño. Por ejemplo, esa frase que menciono en el libro, la de hazte respetar. Parece una frase antigua, pero creo que todas la hemos escuchado un montón de veces, no sólo dirigidas hacia nosotras, sino respecto a otras mujeres. Y cuando te pones a descifrar qué quiere decir esa frase, no tiene otro sentido más que el de no cruzar determinadas líneas y que seas una buena mujer y una mujer discreta que no se muestre demandante ni sexual.
Que no sabe cuál es su sitio en la sociedad y que no debe intentar salirse del sitio que le han marcado.
Lo de hacerse respetar ha estado siempre muy ligado a una idea de sexo y de relaciones en la que los tipos tienen el deseo, el control y el derecho a decidir lo que quieren y buscarlo. Y tu papel es el de preservar tu honra, casi preservar un castillo que ellos van a intentar asaltar y que tú tienes que defender de alguna manera. Sólo puedes permitirles entrar con una serie de condiciones cuando consideres que has conseguido el respeto, y ahí obtienes lo importante para nosotras, que es el amor, el amor romántico o un hombre que esté dispuesto a hacer determinadas cosas por ti. Si no, no te estás haciendo respetar.
Eso culmina con la maternidad, que se presenta como la aspiración definitiva.
Yo creo que la maternidad es una identidad asfixiante que nos cuesta aún mucho desmitificar. Cuando hablas de lo malo, de lo asfixiante que tiene la maternidad, parece que todas nos vemos un poco obligadas a justificarnos y a decir que es maravilloso, quiero muchísimo a mi hijo, he aprendido un montón, y oye, no lo cambiaría. Es una justificación constante no vaya a ser que piensen que nos arrepentimos, porque la madre en el patriarcado es la figura culmen de la entrega, el sacrificio y el amor sin matices. Estamos constantemente diciendo que una madre tiene que hacer todo por sus hijos, y cuando una se encuentra en esa identidad de madre y a lo mejor no te apetece hacer todo el rato todo por tus hijos, porque te apetece vivir tu vida y quieres disfrutarla como individuo, te sigues encontrando con muchos prejuicios ajenos o internos. Te flagelas porque has interiorizado un concepto de madre que no tiene mucho que ver con la realidad que vives.
Hay madres que han pasado de esclavas de sus maridos a esclavas de sus hijos en ese esquema tradicional.
Creo que ahora eso también se dice mucho, porque tenemos una idea un poco estereotipada de la madre, esa figura entregada a su pareja que, cuando llega un hijo, se entrega a su hijo, y digamos que la pareja pasa a un segundo plano. Ahí yo pondría muchos matices. Primero, ¿cuál es la entrega de esos hombres a sus hijos y a su paternidad? ¿Cuál es el tiempo y la energía que dedican? También hay mucho también de estereotipo (sobre la madre). ¿Esclavizada por tus hijos? ¿Quién te está esclavizando? Yo no creo que sea el niño el que te esclaviza. Creo que lo que te esclaviza es tu entorno que, por muy moderno que sea, es terriblemente hostil para ejercer la maternidad mientras ejerces cualquier otra de las facetas de tu vida.
El libro se refiere a la presión que hace que muchas mujeres consideren “nuestros cuerpos como lugares hostiles que controlar”. Es una especie de batalla muy difícil de ganar. Si piensas que tu cuerpo es una cárcel o una rémora, es complicado escaparse de eso.
Sí, yo creo que es una idea que además las mujeres interiorizamos también desde pequeñas. La idea de tu cuerpo como algo que tienes que cambiar. Porque hay siempre una aspiración que nunca vamos a cumplir. Por muy parecida que seas al esquema ideal, es tan irreal que nunca vas a llegar, siempre va a haber algo que añadir. Y si de verdad nos paráramos seriamente a pensar en el tiempo y la energía que las mujeres dedicamos durante nuestra vida a preocuparnos de nuestro aspecto, creo que nos aterrorizaríamos.
Hay una industria montada a nuestro alrededor, que los últimos años también ha tratado de captar a los hombres como clientes, y ahí tiene mucho que ver obviamente el capitalismo y las ganas de vender y crear productos, pero para nosotras es una demanda constante. Hay estudios que hablan de la cantidad de veces que las mujeres son conscientes por minuto de su cuerpo. Y si tú te encuentras mal en tu cuerpo constantemente, es mucho más difícil disfrutar y también reivindicarte como sujeto de derechos.
En la parte del libro en la que tocas el tema de la sentencia de 'la manada' y la cobertura periodística escribes que el discurso feminista no debería girar sólo alrededor de la violencia sexual y el miedo. ¿Cómo rebatir esa crítica de que el discurso feminista tiende a centrarse en que las mujeres deben tener miedo a una serie de cosas?
Teniendo claro que son dos caras de la misma moneda. Hablar de violencia machista es necesario. Pero si no completamos ese discurso de la violencia con un discurso de las mujeres como sujetos de placeres y de lo que queremos construir, al final, aunque sea también bienintencionadamente, contribuimos a ese relato del terror sexual. No quiere decir que no hablemos de violencia sexual. Eso no puede volver al armario. Tenemos que seguir hablando de eso, pero no podemos hablar sólo de eso. No podemos hablar solo de violencia, porque lo que hacemos es incrementar constantemente nuestro miedo y temor. Y es un miedo muy legítimo, porque todas lo vivimos. Pero debemos conseguir también hablar del deseo, del placer.
¿El patriarcado se alimenta de ese miedo?
El patriarcado, a través del miedo, consigue disciplina. Cuando tienes miedo y decides volver antes, porque si no, vas a volver sola porque no tienes nadie que te acompañe, o que antes de salir a la calle pienses qué te vas a poner porque hay cosas que no te apetece que te sucedan, el patriarcado está coartando tu libertad. Nos hace ciudadanas de segunda.
El libro habla del discurso sexual que sitúa a los hombres como sujetos y a las mujeres como objetos. Dado que esto no se puede regular por ley, porque tiene que ver con la mentalidad de la gente, ¿cómo aprecias la evolución de las últimas generaciones?
Es cierto que no se puede regular por ley, pero hay políticas públicas que pueden ayudar. Que haya políticas que hagan que los hombres de las nuevas generaciones sepan que si son padres van a tener cuatro meses de permiso de paternidad. Creo que eso es importante, porque estás actuando sobre el estereotipo de hombre y activando la parte cuidadora de los hombres. Pero no me gusta nada esa idea que se repite tanto sobre qué mal están los jóvenes y los adolescentes. Creo que se insiste mucho en que los jóvenes repiten estereotipos machistas con una especie de desdén hacia esas nuevas generaciones. No me gusta, porque creo que se les está responsabilizando de una labor que no se ha hecho socialmente. Los adolescentes y los jóvenes no son los responsables de cambiar esos patrones. Lo somos todos y todas, y lo es la sociedad en su conjunto.
Tampoco me gusta la idea complaciente de que, como todo avanza, vamos a mejor necesariamente, porque creo que en mi generación, bajo una capa de modernidad, seguimos reproduciendo una serie de tópicos sobre cómo construir familias y relaciones que esconden valores muy tradicionales y que nos cuesta mucho cuestionar.
El libro se refiere a que no sólo es cuestión de consentir, sino de desear. El consentimiento es fundamental en las relaciones sexuales, pero es necesario que el debate vaya más allá del consentimiento.
Hemos hablado mucho de consentimiento, y es normal. Jurídicamente, el consentimiento es la palabra que ha marcado siempre el límite en los delitos sexuales. Es normal que pueda seguir presente en nuestras leyes, pero socialmente deberíamos manejar también otros otros conceptos que nos permitan ir más allá de la idea de que las mujeres somos una especie que a veces consiente que les hagan cosas. También deseamos. Y de ahí eso que insisto tanto en el libro de que no somos objetos, la idea de construirnos como sujetos deseantes que no sólo consentimos, sino que deseamos con todo lo que eso implica, que es decidir, señalar, ejecutar.
Comentas en el libro que la felación ha pasado a ser algo casi obligado en una primera cita para mucha gente. ¿Tan mal están las cosas? ¿Es un requisito difícil de eludir?
Lo menciono porque creo que es un asunto que sale mucho a relucir en las conversaciones sobre las relaciones y el sexo, tanto esporádico como a lo mejor no tan esporádico.Y sí, creo que muchas mujeres lo sienten como una especie de obligación o de parte necesaria del ritual. El sexo oral de mujeres a hombres se ha construido mucho sobre el deseo masculino, pero además sobre un imaginario muy concreto que ha incomodado mucho a las mujeres. Evidentemente no todo el mundo ni siempre, pero hay una especie de miedo, de inquietud sobre que ese sexo oral sea necesario para parecer una mujer sexualmente activa, desenfadada y deseante.
En los párrafos dedicados al Satisfyer, citas que puede llegar a conceder el orgasmo en menos de dos minutos. La relación calidad-precio del producto no es mala, pero es un poco peligroso que arraigue la idea de que la satisfacción sexual tenga que ser casi instantánea.
En el Satisfyer hay un marketing muy bien hecho conectado con un momento en el que las mujeres estábamos hablando más del derecho al placer. En ese sentido, Satisfyer se ha posicionado muy bien, como un juguete que te garantiza ese placer que a veces no te dan los hombres. Se juega con esa gracieta, espérate que si no te lo dan los hombres, te lo va a dar un aparato y ademas más seguro y rápido. Ahí hemos encontrado un poco de terreno para la ironía. Es verdad que parece un alegato del orgasmo rápido, y también hay muchas voces que dicen que eso está bien, pero no nos quedemos sólo en eso. A mí de todas formas me hace gracia que veamos tan fácil ese problema del orgasmo rápido cuando hablamos del Satisfyer, pero que no lo hayamos hecho cuando los hombres constantemente hablan de masturbarse en dos minutos y correrse en dos minutos, y eso no parecía que fuera un problema.
Aun así, poner el orgasmo masculino en una franja de dos minutos es poner el listón muy bajo.
Esta cosa de la rapidez o la gratificación rápida, creo que la tenemos más asociada a los hombres normalmente y no se ha cuestionado tanto. ¿Queremos un orgasmo en dos minutos? Pues a lo mejor sí, a veces lo quieres en dos minutos y otras veces lo quieres en dos horas y otras veces quieres otras cosas que podamos hacer compatibles.
¿Qué se puede decir sobre la frase que citas de Catalina Ruiz Navarro que dice que “la amenaza que nos acecha a todas las feministas es que nos vamos a quedar solas”. Esa amenaza es prácticamente un chantaje: si defiendes tus derechos, pagarás un precio muy alto.
Esto conecta un poco con lo que me preguntabas antes sobre el miedo que, después de responderte, me he quedado pensando que quizá había expresado más los miedos que tienen que ver con nuestra integridad física, pero hay otro miedo, que es este que cuentas, el miedo a quedarte sola. En el patriarcado, uno de los grandes males que nos acechan a las mujeres es eso de que vas a quedarte sola, que equivale en buena medida a vas a quedarte sin pareja, sin una relación que te cobije. Y ahí sí que creo que esa amenaza es muy sutil, pero creo que la percibimos las mujeres. Cuando al final rompes muchas veces esas expectativas o estereotipos, al final percibes ese destrato del que hablo en el capítulo, que a veces es sutil, otras más explícito o intencionado, porque la estructura de nuestra sociedad está pensada para que vivamos así.
Entonces, cuando te vas a salir de ahí y encima eres una mujer sobre la que no recae esa idea de amor romántico y de estar mejor siempre con alguien, pues el mundo se siente a veces como un lugar hostil, pero me parece muy interesante lo que dice Catalina Navarro. Ante eso, creo que hay que contraponer una idea de feminismo que busca algo más que la emancipación de las mujeres. Busca una sociedad en la que vivamos más en red, busca comunidad y fomentar la amistad entre mujeres.
Hablando de la masculinidad, el libro no desarrolla el concepto de masculinidad tóxica, que existe, pero sí el de masculinidad frágil, sobre el temor a no ejercer el rol clásico que se espera de los hombres, algo que es un factor relevante en los adolescentes. ¿Qué es lo que puede hacer el feminismo a la hora de explicar ese concepto?
El problema es ver qué entiende la masculinidad por humillación. A nadie nos gusta que nos humillen. El problema es que creo que parte de la masculinidad se construye sobre la idea de que si te llevan la contraria o una mujer te dice lo que quiere, también eso es considerado una humillación. ¿Cómo se entiende la humillación en la construcción de la identidad masculina? Hay cosas que se ven como humillación y que son simplemente la expresión de la autonomía de otro sujeto. Y luego creo que hablamos mucho de lo que el feminismo tiene que hacer. Fíjate, cada vez veo mejor que apelemos a los hombres de una manera constructiva y con diálogo. Siempre hay debate dentro del feminismo de hasta qué punto tenemos que hacer nosotras esa pedagogía. El problema es que los hombres, colectivamente, no entienden eso como una labor propia. Y yo creo que tenemos ahí uno de los grandes meollos. Nosotras y el feminismo podemos hablar, teorizar y apelar. Creo que si los hombres no abordan esto como un punto de su agenda, no sé hasta qué punto vamos a poder seguir avanzando en determinados asuntos que nos importan mucho.
Si hay una confrontación general, aunque se cambien las leyes y ciertos elementos educativos, entonces habrá una especie de empate estratégico para siempre.
No creo que sea empate. Creo que seguiremos unos arriba y otras más abajo.
Sí, me refiero a que el grueso del debate se quede anclado en una posición que de entrada es injusta para las mujeres.
Por ponerle el punto optimista, sí creo que hay muchos hombres hablando de esto de forma crítica con el concepto mismo de nueva masculinidad. Y eso me parece interesante. Ya son los hombres los que hablan de ellos y los que apelan a otros hombres. Creo que ahora es una corriente minoritaria, pero tiene más espacio y más ímpetu que lo que tenía hace diez, cinco o dos años.
En el libro y en su título de feminismo vibrante, hay una intención de apelar al feminismo para que reivindique el placer. ¿Es importante que el feminismo ponga el placer mucho más arriba en su escala de prioridades?
Cuando hablo de reivindicar el derecho al placer, claro que tiene mucho que ver con el sexo, con la afectividad. El libro habla mucho de eso, pero también busca entenderlo como algo más amplio. Hablo de desear un mejor sexo o mejores relaciones, pero también de desear una vida libre de violencia. O desear comerte un helado y no estar todo el rato pensando en tu celulitis, y cómo eso al final condiciona tu disfrute y tus posibilidades de no vivir una vida atormentada permanentemente contigo misma. En la agenda feminista, la violencia es clave, pero no puede ser el único tema. Ni el tema en que pongamos toda la energía.
Creo que además tenemos que ser capaces de conectar violencia, igualdad, patriarcado con sexo, afectividad y cómo nos relacionamos. Si seguimos insistiendo sólo en una parte, quizá se nos quede coja la lucha. Debemos reivindicar la idea de que podemos hablar de todo a la vez, de que no se trata de elegir entre violencia y placer. Se trata de que lo queremos todo, podemos hablar de todo y queremos hablar de todo.
23