A principios de este año, la ganadora del premio Nobel de Química 2018 Frances Arnold ha decidido retractar uno de sus últimos artículos publicado en la prestigiosa revista Science. El motivo es que los autores se dieron cuenta de que los resultados no podían reproducirse y que faltaban datos en los cuadernos de laboratorio.
“Es doloroso admitirlo, pero también muy importante hacerlo. Pido disculpas a todos. Estaba algo ocupada cuando se envió y no hice bien mi trabajo”, explicó Arnold en Twitter.
En el comunicado oficial, los autores expusieron que la revisión detallada del cuaderno de laboratorio del primer autor reveló que faltaban datos sin procesar en los experimentos clave y que, a pesar de los esfuerzos, no se consiguió reproducir el trabajo con los mismos resultados publicados. El valiente gesto de Arnold al admitir su error es muy poco frecuente en el mundo académico, donde muchas veces los científicos se niegan a aceptar que estaban equivocados. Es, por ello, todo un ejemplo a seguir de honestidad, humildad e integridad científica.
A finales de 2018, Nature publicaba un reportaje especial sobre cómo abordar el preocupante aumento de resultados irreproducibles. En una encuesta publicada en la misma revista se indica que más de un 70 % de investigadores no han podido reproducir experimentos de otro científico, y que más de la mitad no han podido reproducir los suyos propios.
La mayoría de encuestados atribuyó la falta de reproducibilidad de sus estudios a dos factores principales. Por un lado, la cada vez mayor presión por publicar. Por otro, el sesgo de información científica, por el que se subestiman los resultados no deseados y se confía más en los esperados.
En otro estudio más reciente, varios investigadores consiguieron replicar solo el 62% de 21 artículos de ciencias sociales publicados en Science y Nature.
Debido a que la revisión por pares no puede garantizar la reproducibilidad, las editoriales están planteando nuevas medidas para promover la transparencia, rigurosidad y verificación independiente de los estudios publicados. Esto puede lograrse al incluir más parámetros experimentales de forma más detallada, revisar los análisis estadísticos y solicitar los datos originales.
También se anima a mejorar la tutoría de jóvenes investigadores por parte de sus supervisores en materias de transparencia e integridad científica. Una de las causas del aumento de estudios irreproducibles es la elevada presión a la que los estudiantes de doctorado son sometidos, pues deben obtener resultados positivos en el menor tiempo posible. Esta es una de las peores consecuencias del frenético ritmo de producción científica actual.
Por último, se plantea la posibilidad de dar incentivos a quienes publiquen resultados que confirmen o contradigan estudios anteriores. Estos rara vez son bienvenidos en revistas científicas, incluso a pesar de que se desperdicia tiempo y dinero en suposiciones falsas.
No es lo mismo errar que mentir
Conviene diferenciar los estudios que presentan errores no intencionados por falta de revisión y prisas de la manipulación de datos deliberada, que suele ser aislada.
Recordemos, por ejemplo, el famoso escándalo del físico alemán Schön. Este joven prolífico publicó 70 estudios sobre semiconductores en revistas de alto impacto como Nature y Science en apenas dos años y medio.
Más tarde se descubriría que la joven promesa, firme candidato al Nobel de Física, era un fraude. Schön había sustituido datos y se había inventado gráficos. Todos sus artículos fueron retirados, fue obligado a devolver los 50 000 euros del premio Braunschweig y fue expulsado del mundo académico de forma permanente.
La importancia del gesto de Arnold
Hace unos años, mientras realizaba mi doctorado en Barcelona, redactamos un comentario cuestionando la reproducibilidad de un artículo publicado en Nature, entre cuyos autores figuraba otro Premio Nobel de Química. Habíamos detectado tres errores importantes que descartaban el mecanismo del comportamiento ferroeléctrico del material. Este era difícilmente reproducible.
Me pregunto ahora, de forma retrospectiva, si mereció la pena meterse en ese jardín, gastar tiempo y recursos para obtener como única recompensa posibles enemistades académicas, al tratarse de una mera corrección de un artículo. Luego pensé en pequeños grupos de investigación que, inspirados por el mecanismo propuesto en el estudio original, gastasen recursos económicos para sintetizar materiales parecidos, dirigidos en la dirección equivocada.
Por ello es útil cuestionar humildemente artículos ajenos y retractar uno propio, siempre y cuando demostremos que lo publicado no corresponde a lo experimentalmente observado. Podemos borrar del mapa caminos que no conducen a ninguna parte.
Y por eso es tan importante el gesto de Frances Arnold. Normaliza que hasta un premio Nobel pueda equivocarse de forma no intencionada y deba corregir públicamente sus errores de forma natural para informar al resto de la comunidad científica de que no estaba en lo cierto.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí