España triplica en dos meses la cifra de muertos por coronavirus y se aproxima a los 150 diarios
“Tenemos que ser capaces de minimizar lo más posible la letalidad. La tenemos suficientemente baja en términos proporcionales, que no en números absolutos, algo que es importante”, decía Fernando Simón este jueves. El portavoz del Ministerio de Sanidad se refería a que la letalidad, la tasa de personas infectadas por COVID-19 que mueren por la enfermedad en España, sigue siendo baja: contando desde el inicio de la pandemia está ahora en el 3%, mientras en Italia se mantiene en el 6,2% y en Reino Unido en el 4,8%. Pero va en ascenso, porque las cifras brutas empeoran. El 15 de septiembre hubo 115 fallecidos, y desde ese día todos menos el 20 de septiembre (90) y el 3, 4, 11 y 17 de octubre (93, 74, 89, 87) se han contabilizado más de un centenar, y en la segunda quincena del último mes la media se va acercando a 150.
La cifra récord de fallecimientos semanales se dio el 27 de octubre, 968 en las siete jornadas anteriores (este mismo dato era de 366 el 1 de septiembre) que, siguiendo las tendencias del último mes analizadas por elDiario.es, se terminarán consolidando en cerca de 1.200. Se corresponden con un récord de contagios continuo: el último el viernes, más de 25.000 notificados.
Los números siguen sin poder compararse con los de marzo y abril. Entonces no se diagnosticaban todos los casos sino la minoría: el peor momento de aquellos meses fue el 20 de marzo, cuando Sanidad registró que 10.800 personas iniciaron síntomas. Fuentes del Ministerio, basándose en el estudio de seroprevalencia del Instituto de Salud Carlos III, estiman ahora que la cifra aquel día en realidad estuvo próxima a los 100.000 casos. Lo mismo pasa con los fallecidos. El 31 de marzo, cuando se alcanzó el pico, se contaron casi 900, pero entonces no hubo capacidad de diagnóstico para todo el mundo, especialmente en las residencias de ancianos. Por eso, además de otras causas indirectas, los informes MoMo registran para ese periodo excesos de fallecimientos muy superiores (unos 15.000 de diferencia) respecto a los oficiales por COVID-19. Ahora, como con los contagios, también se escapan muchas menos muertes que en aquellas semanas.
Pero las cifras llevan ya meses en un crecimiento sostenido y queda por delante un invierno largo en el que, previsiblemente, no se verá una ola como la primera, cortada en seco por el confinamiento total, sino una “meseta” en la que los indicadores quedarán más sostenidos en el tiempo. Durante el crecimiento exponencial de la primera ola, hasta el 31 de marzo, se sumaron 10.046 muertes; desde el 31 de julio hasta el 30 de octubre, 6.862. “Solemos mirar la derivada, es decir, la pendiente de la curva, y ahora vemos cómo no se hace tan pronunciada como en marzo. No nos fijamos en la integral, es decir, a lo bruto, en la suma de las gráficas de cada día”, resume en términos matemáticos el divulgador en ciencias exactas Javier Álvarez Liébana, “y es cierto que asusta más una pendiente muy grande, pero aquella duró 20 días. Pensar en que ahora la curva 'está aplanada' creo que quita gravedad. Puede tener sentido para los hospitales, porque implica que se pueda gestionar todo mejor, no es lo mismo atender a 1.000 hospitalizados en un día que a 100 cada día en diez. Pero los fallecidos son personas muriéndose, en un mes o durante cuatro”.
El objetivo: no colapsar el sistema, pero algo más
La doctora María Cruz Martín, ex presidenta de la Sociedad Española de Medicina Intensiva (SEMICYUC), explica desde su posición que “sí parece claro que hemos de evitar una situación de colapso sanitario como la de marzo. Entre otras cosas porque eso tiene impacto en la mortalidad. Si se atiende con condiciones como las de marzo, sin espacios adecuados, sin personal especializado, sin protocolos de actuación, sin evaluaciones… los resultados empeoran. Si se atiende bien, la mortalidad mejora”. Porque lo que han “asumido” como inevitable es que las UCI van a estar peor en noviembre de 2020 de lo que estaban en noviembre de 2019, así que el objetivo es no llegar a extremos y con ello lograr cinco objetivos: cuidar a los profesionales, hacer seguimiento de los pacientes tras la UCI, asistir bien otras patologías, atender bien la COVID-19 y, consecuencia de todo, reducir la mortalidad.
Javier Padilla, médico experto en Salud Pública y autor de los libros Epidemiocracia y ¿A quién vamos a dejar morir?, se refiere justo a eso: “En la primera ola, el objetivo era aplanar la curva, intentar no saturar el sistema. Creo que ahora eso no nos vale. Me parece un fracaso asumir como un mal menor una meseta por encima de los 100 muertos diarios durante meses. Obviamente no podemos llegar a lo de marzo, pero tenemos que aspirar a algo más”. ¿Cómo y a qué? “Creo que nos lo tenemos que plantear en términos de incidencia, no podemos asumir estar por encima de 100 casos por 100.000 habitantes porque eso es un túnel que en un mes nos lleva a que suban los muertos. Y tenemos aún margen para ello, aún hay medidas por tomar sin llegar al confinamiento total: teletrabajo –total cuando se pueda o parcial–, cierres de interiores…”.
Padilla analiza además que, en realidad, no es tanto que la curva en la segunda ola se haya aplanado, sino que ha estado desincronizada territorialmente: “Si se hubiesen juntado las muertes de Aragón, de Catalunya y de Madrid, no llegaríamos a los picos de la primera ola, pero sí tendría una morfología más similar y lo veríamos todo distinto”. Y recuerda que 100 muertos en primavera no significan lo mismo que en otoño: “Entonces había un componente muy importante en residencias. Ahora se está muriendo gente vulnerable, pero aún nos queda saber mucho de sus características clínicas y demográficas”.
María Cruz Martín no achaca la reducción de la mortalidad a que se hayan mejorado en exceso los tratamientos “porque lo principal, la ventilación pulmonar, no ha cambiado”, ni a que haya más camas, porque “muchas de las que se desplegaron eran temporales. Hemos pasado de 9 camas UCI por cada 100.000 habitantes a, más o menos, 12. Pero no valen tanto si no aumentan los profesionales”. Por su parte Javier Padilla cita tres motivos por los que sí se ha producido esa reducción. El primero, que las residencias de ancianos están mejor protegidas. El segundo, que muchas personas mayores y con patologías viven mucho más aisladas que hace un año para resguardarse del virus. Y el tercero, “algo difícil de decir, pero es que muchas de las personas que murieron en marzo eran personas en mucho riesgo de morir este año, por edad o patologías. Y quienes ya se murieron no se pueden volver a morir”. Lo verbalizaba también Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología: “Hay ahora menos candidatos a mortalidad que en marzo. Mucha gente que estaba en riesgo de morir ya murió entonces”.
Nadie puede responder a la pregunta “cuántas muertes por una sola causa al día puede asumir un solo país”. Por todos los distintos tipos de cáncer, según la Asociación Española Contra el Cáncer, mueren 300. Pero esto no minimiza la COVID-19, abunda Padilla: “No estamos hablando de un fenómeno meteorológico, ni siquiera del cáncer, que hay una parte grande que no se puede evitar. Hablamos de una patología para la que tenemos mecanismos de prevención y que se distribuye socialmente cebándose con colectivos vulnerables. Es evitable. Además, el cáncer tiene un proceso normalmente largo desde que se diagnostica hasta el desenlace fatal, si lo hay. Con la COVID-19 hablamos de procesos de entre tres semanas y un mes. Y mientras muere gente de COVID-19, sigue muriendo gente de todo lo demás”. Sobre la crisis de mortalidad no hay dudas porque se evidencia en los informes MoMo y es “un número de muertos que no podemos asumir sin tomar medidas que puedan evitarlo”.
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