España ultima una red para estrechar la vigilancia de los supermicrobios resistentes a medicamentos

Los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) lanzaron el aviso hace más de un año: la COVID-19 estaba creando una “tormenta perfecta” para la aparición de infecciones resistentes a los antibióticos en el ámbito sanitario. El uso se disparó, especialmente en los pacientes más graves que requerían de intervenciones médicas muy agresivas, pero no solo. El desconocimiento inicial del virus condujo, a través del método prueba-error, a utilizar indiscriminadamente estos fármacos, también con pacientes menos comprometidos. Un estudio publicado en el Journal of Infection and Public Health en julio de 2020 revela que la mitad de los fallecidos por el SARS-CoV-2 tuvo coinfecciones bacterianas y de hongos. Algunos de estos microorganismos eran resistentes a los medicamentos y el problema se daba con más frecuencia que en otros pacientes, según las primeras detecciones de los CDC.

Se estima que las resistencias antimicrobianas –a bacterias pero también a los virus y los hongos que no responden a los tratamientos– podrían haber aumentado en torno a un 20% en el contexto epidémico, según la doctora María del Mar Tomás, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y microbióloga del hospital de A Coruña, “aunque se requieren todavía más estudios al respecto”. En este escenario, el Ministerio de Sanidad ha dado un paso más en la vigilancia de estos patógenos con la creación de un Sistema de Vigilancia Nacional específica cuyo objetivo es hacer un seguimiento más estrecho de los microorganismos problemáticos con un registro homogéneo para los laboratorios que permita diagnosticar cuán rápido crece el problema, compartir conocimiento y diseñar tratamientos innovadores. Los estudios científicos auguran un futuro negro si no se actúa urgentemente: los supermicrobios podrían generar más mortalidad que el cáncer en 2050.

“Se trata de una creciente amenaza para la Salud Pública. La propagación rápida de bacterias con resistencia a múltiples antibióticos a nivel mundial es especialmente alarmante, ya que estas bacterias limitan las alternativas terapéuticas frente a las infecciones que generan y suponen un aumento de la morbilidad y mortalidad”, dice el documento publicado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps). El texto estaba listo en enero de 2020 pero la pandemia ha retrasado el proceso casi dos años.

700.000 muertes al año

El nuevo sistema, pendiente de incluirse en un real decreto próximamente, es una ampliación de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE) –aprobada en 1995– y se llevaba trabajando en él desde principios de 2019, asegura Antonio López, coordinador del Plan Nacional de Resistencia a los Antibióticos en Salud Humana, en conversación con elDiario.es. Ahora se hace, si cabe, más urgente. “Ha habido una brutalidad de pacientes muy graves que han requerido más antibióticos”, expone Aurora Fernández-Polo, coordinadora del grupo de atención farmacéutica al paciente con infecciones (AFINF) de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH). Además, la COVID-19, aseguran las expertas consultadas, ha enmascarado la detección de bacterias resistentes “y no se ha tenido una identificación adecuada porque estábamos centrados en la pandemia”, considera Tomás.

No hay que irse a previsiones apocalípticas del futuro porque ya es una causa de muerte muy importante, cuatro veces superior a los accidentes de tráfico, y supone un gasto extra de 1.500 millones de euros al sistema sanitario

En el mundo fallecen al año 700.000 personas debido a los microbios resistentes, 25.000 en la Unión Europea “Si se extrapola son 4.000 en España. No hay que irse a previsiones apocalípticas del futuro porque ya es una causa de muerte muy importante, cuatro veces superior a los accidentes de tráfico”, ilustra López, que aporta además el gasto que supone al sistema sanitario. Unos 1.500 millones de euros extra. No todo su diagnóstico es malo. “La pandemia ha puesto en valor la importancia de la prevención, de estar preparados y tomar medidas antes de que no tenga solución. El objetivo es no alcanzar ese punto y la COVID-19 es una lección”, señala.

La OMS considera el problema como una de las 10 mayores amenazas para la humanidad. Se trabaja incluso sobre el escenario de que tengan que producirse pasos atrás en los avances de la medicina por el riesgo de infección. Es decir, que se sopese hacer cirugías muy complejas o tratamientos en el campo de la hematología que someten al paciente a inmunosupresión por la amenaza de infectarse con un patógeno resistente.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay varios factores, pero en uno coinciden todos los expertos: hemos abusado de la ingesta de antibióticos. La resistencia se produce cuando las bacterias mutan y se convierten en inmunes a los antibióticos utilizados para tratar las infecciones que provocan. La exposición a los medicamentos –porque son fáciles de tomar y no existe una percepción social de que pueden hacerte daño– es tan grande que las bacterias que sobreviven se reproducen y se hacen especialmente fuertes.

Hay otra cuestión añadida. Como han tenido un éxito brutal, las farmacéuticas han abandonado la investigación en nuevos tratamientos antimicrobianos también porque la producción de estos medicamentos “se ha abaratado”, explican las doctoras. “Es un proceso natural que las bacterias se adapten, siempre van a intentar sobrevivir. El problema es que esto se acelere”, puntualiza Fernández-Polo.

“La ciencia abierta es la única manera de avanzar”

Las personas que investigan las superbacterias llevan años colaborando, se conocen y se piden ayuda entre sí ante casos complejos. Por eso, los científicos acogen con los brazos abiertos el nuevo sistema para recoger los datos de manera sistemática. “Todo debería estar accesible para todos, como los genomas de las bacterias. Es la única manera de avanzar, con una ciencia abierta”, considera Tomás. “No solo es tener nosotras la información sino compartirla a nivel europeo y mundial con indicadores homogéneos para dibujar el patrón de evolución y a partir de ahí diseñar medidas de prevención y de control”.

El documento publicado por el Plan Nacional de Resistencia a los Antimicrobianos (PRAN) de momento solo desarrolla la primera línea: la relacionada con vigilancia de determinados patógenos como la gonorrea, la tuberculosis o la salmonella (esta última, principal causa de gastroenteritis y enfermedad diarreica, suele ser leve pero puede virar a grave en niños, personas ancianas o inmunodeprimidas, según la OMS).

Las bacterias en el punto de mira de los microbiólogos, infectólogos y farmacéuticos son fundamentalmente tres: Pseudomona aeruginosa, Klebsiella pneumoniae y Acinetobacter baumannii, según las expertas consultadas. La nueva red obliga a laboratorios a remitir datos como si el paciente está hospitalizado, su edad y sexo o el centro de procedencia de la muestra. Estará financiada a través de los fondos europeos para la recuperación destinados a la salud pública, incluidos en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, y en ella participarán el Ministerio de Sanidad, a través del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), como coordinador de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica; el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII); las comunidades autónomas; y el Comité Coordinador de la Red Nacional de Laboratorios para la vigilancia de microorganismos resistentes.

La exposición a los antibióticos –porque son fáciles de tomar y no existe una percepción social de que pueden hacerte daño– es tan grande que las bacterias que sobreviven se reproducen y se hacen especialmente fuertes

El abordaje del problema no puede entenderse sin otra pata, dicen las expertas, que será el siguiente paso de la nueva red: el desarrollo de nuevos tratamientos que sorteen la resistencia. Una de las líneas más potentes de investigación es la terapia de fagos, siempre en combinación con antibiótico. “Los fagos resensibilizan la bacteria a los antibióticos. Si el mecanismo es la bomba, el fago se une y evita que se expulse el antibiótico”, expone Tomás. “Colaboramos con el hospital Virgen Macarena y Virgen del Rocío, donde un paciente presentaba bacteriemia persistente durante un año y medio, con fiebre, malestar... Se le envió un tratamiento que habíamos pedido a un grupo de investigación belga y se le inyectó durante siete días. Después se le dio antibiótico y se resolvió la infección. Fue un éxito”, relata la doctora.

De momento, el reto más urgente es reducir severamente la prescripción de antibióticos. Los CDC estiman que cada año se recetan 47 millones de tratamientos con antibióticos en Estados Unidos para infecciones que no los necesitan, como los resfriados o la gripe. “Igual que ahora tenemos más expertos en oncología, necesitamos escuchar más a las personas especialistas en el manejo de las infecciones. Un antibiótico lo puede prescribir cualquier médico, pero debe estar asesorado, con esta situación tan grave, por profesionales más expertos”, concluye Fernández-Polo, que asemeja la resistencia a las superbacterias, en el ámbito sanitario, con el cambio climático.