Estrategias más drásticas y cortas o convivencia con restricciones: ¿qué ha socavado más la salud mental?
El debate sobre las estrategias con las que han abordado la pandemia los diferentes países del mundo tiene muchas capas y, en general, la evaluación de las políticas sigue siendo una tarea pendiente. En España, por ejemplo, el proceso impulsado por el Gobierno todavía no ha dado ningún fruto. Esta semana un estudio publicado en la revista científica The Lancet suma una nueva aportación a la discusión.
La investigación sugiere, con datos de 15 países, que las estrategias dirigidas a suprimir el virus, como las adoptadas por Australia o Singapur, no han tenido un peor efecto sobre la salud mental que las basadas en aplanar la curva de transmisión para evitar el colapso hospitalario, las más populares en Europa. Las primeras se traducen en medidas muy drásticas (confinamientos, cribados masivos, cierre de fronteras) pero menos duraderas si se consiguen atajar los brotes; mientras seguir la segunda estrategia, de mitigación, ha implicado asumir restricciones menos agudas y menos paralizantes pero durante más tiempo, sostiene el estudio, que también ha evaluado lo estrictas que han sido las medidas durante 15 meses. Entre abril de 2020 y junio de 2021.
“A primera vista, puede parecer que los países eliminadores aplicaron estrategias mucho más duras que otros países debido a sus prohibiciones de viaje internacional, ampliamente difundidas. Pero, en realidad, la gente dentro de estas fronteras disfrutó de más libertad y de medidas de contención internas menos restrictivas en general que los ciudadanos de los países mitigadores”, afirma la doctora Lara Aknin, de la Universidad Simon Fraser (Canadá), una de las autoras del estudio Policy stringency and mental health during the COVID-19 pandemic: a longitudinal analysis of data from 15 countries.
La investigación traza un vínculo entre las políticas adoptadas y la salud mental, además del factor siempre presente de la intensidad de la pandemia en cada lugar. “Las estrategias de mitigación pueden estar asociadas a peores resultados de salud mental, al menos en parte porque las medidas de contención, como los largos períodos de encierro y el distanciamiento físico, pueden impedir las conexiones sociales. No obstante, a medida que las políticas más estrictas demuestran su eficacia para reducir las muertes, pueden ayudar a compensar los efectos que tienen sobre la angustia psicológica y las evaluaciones vitales”, explica el doctor Rafael Goldszmidt, otro de los autores, que sostiene que reducir rápido las muertes protege la salud mental de la población.
“Es lógico pensar que cuanto más tiempo duran las medidas, más coste psicológico”, sostiene el epidemiólogo Mario Fontán, para quien, sin embargo, el estudio “peca de obviar el contexto de la toma de decisiones o hasta qué punto cada país pudo elegir un botón u otro”. “Desde mi punto de vista, en España no era realista plantearlo después del confinamiento, dudo que se hubiera llegado a un consenso para hacer una desescalada más lenta”, añade.
Hay opiniones diversas. Anna Llupià, epidemióloga e investigadora en el Instituto de Salud Global de Barcelona y favorable a las estrategias de eliminación, considera sin embargo que España se habría ahorrado “mucho daño” si hubiera optado por una política así y defiende que uno de los objetivos de estas estrategias era “minimizar las restricciones porque tienen un impacto negativo colateral que se debe evitar”, entre ellos, el de la salud mental. “Nunca es tarde” para “seguir el camino de reducción del daño”, sostiene, con medidas como el rastreo, la mejora de la calidad del aire o el soporte económico y asistencial a los aislamientos. “Aquí el objetivo ha sido tener espacio en la UCI, sostener el sistema sanitario”, añade.
Según un macroestudio publicado en octubre de 2021, el contexto epidémico aumentó en 129 millones los casos de trastornos de depresión severa y ansiedad en el mundo, un crecimiento de un 25%. Son datos del año 2020 y hoy, con toda probabilidad, serían superiores.
Un inicio común, luego las diferencias
Echando la vista atrás, las estrategias de los países, salvo contadas excepciones como Suecia, fueron muy similares al inicio de la pandemia. Pero, una vez pasados los primeros meses, los planes empezaron a diferir más. A principio de 2021, el mundo miraba con envidia cómo China y Nueva Zelanda celebraban fiestas con grandes aglomeraciones o la gente parecía tener una vida normal en Australia mientras en España la población esperaba impaciente, y bajo un estricto toque de queda, a que fuera su turno para vacunarse.
Pero, ¿era realista replicar esa estrategia cuando la transmisión era comunitaria desde hacía cerca de un año? Por entonces, varios expertos consultados por elDiario.es consideraban que el nivel de transmisión que había en España hacía inviable seguir una estrategia así y que el coste de realizarlo excedía a sus beneficios. “El debate se podía haber tenido en mayo o junio, ahora mismo es implanteable”, decía el epidemiólogo Pedro Gullón. Adrián Aginagalde, del Observatorio de Salud Pública de Cantabria, discrepaba incluso de que el confinamiento fuera una oportunidad porque “había muchos casos de origen desconocido cuando en teoría estábamos en el nivel más bajo y encerrados en casa”.
La principal conclusión que se publica en The Lancet es que “los países que siguieron estrategias de eliminación del virus dibujan trayectorias de salud mental iguales o mejores que aquellos que optaron por políticas de mitigación”, entre otras cosas porque redujeron rápido la transmisión y las muertes. Los datos de fallecidos reportados por estos territorios y la incidencia son testimoniales si los comparamos con los estándares europeos. En España se han registrado más de 100.000 muertes vinculadas al coronavirus frente a las 6.800 de Australia, las 21.600 de Corea del Sur o las 13.800 de China.
El paper solo comprende el periodo entre abril de 2020 y junio de 2021. En el presente esto puede haber cambiado. Desde hace unos meses las estrategias de eliminación se están viendo cuestionadas por la contagiosidad de la variante ómicron, que ha obligado a volver al confinamiento a zonas amplias de China. Shangai lleva un mes encerrada. La investigación solo incluye datos de cuatro países que han optado, con ligeras diferencias, por tratar de suprimir el virus: Australia, Japón, Corea del Sur y Singapur. Otra limitación del estudio es que no incluye datos anteriores a abril de 2020, de manera que no hay forma de compararlos.
¿Cómo se ha medido el estado de la salud mental? Los investigadores tomaron datos de dos encuestas longitudinales, una del Imperial College de Londres y de Oxford, sobre el estrés psicológico y la propia percepción de la vida con resultados ajustados, ligeramente mejores en los 11 países representativos para el estudio de estrategias de convivencia con el virus (Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Noruega, España, Suecia y Reino Unido). Los resultados están muy ajustados, pero son ligeramente mejores en los países con estrategias dirigidas a la supresión del virus.
El artículo habla casi indistintamente de estrategias de supresión y de eliminación del virus, aunque se han distinguido matices entre los dos términos. Mientras las primeras se refieren a reducir al mínimo los casos, las segundas persiguen borrarlo de la población. El tercer tipo de políticas son las llamadas de mitigación, cuyo objetivo pasa por aplastar la curva para que el sistema sanitario no se sature. “Es sorprendente la diversidad de estrategias que puede haber detrás de la persecución de un objetivo similar”, indica Llupiá, para quien la evaluación del impacto de la gestión en los ciudadanos es una asignatura pendiente que va a requerir atención.
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