Las grietas de la atención a la diversidad: ¿quién se preocupa por mi hijo superdotado?

“Esto no es azul, es turquesa, mamá”. Pablo (nombre ficticio) tenía dos años y era capaz de distinguir matices de colores que ni siquiera algunos adultos diferenciaban. Desde muy pequeño hacía frases completas, “con subordinadas y subjuntivos” y tenía un vocabulario muy amplio para su edad. Pero nadie sospechó, hasta que tuvo cinco años, que tenía altas capacidades intelectuales.

El resorte que puso en estado de aviso a sus padres fue un comportamiento agresivo repentino. “Estábamos angustiados porque empezó a pegarnos a nosotros e incluso a gente desconocida por la calle. Tenía una ansiedad enorme que manifestaba con tics nerviosos”. Ante la falta de respuestas que explicaran la conducta de Pablo, Clara, su madre, comenzó a investigar por su cuenta. “Cayó en mis manos un artículo y me dí cuenta de que todos los indicadores apuntaban a que mi hijo era superdotado”. Y las pruebas de inteligencia le dieron la razón.

Una vez reconocidas esas altas capacidades el primer muro fue el cole. “La orientadora nos recomendó que buscáramos otro centro que tuviera más experiencia en este tema y lo hicimos. Pero la realidad es que estamos en las mismas. En este nuevo colegio detectan mejor los casos, pero no tienen ni la formación ni la voluntad necesarias para atenderlos”, se queja Clara, cansada de que los profesores le insinúen que su hijo está sobreestimulado:“¿Cómo no se van a aburrir en el cole cuando hacen cosas tan interesantes con vosotros?”.

“El cociente intelectual no es una vara de medir”

Javier Tourón, catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en la Educación de la Universidad de Navarra, pone el foco en la atención a la persona prescindiendo de etiquetas. “La dotación es como la altura, es decir, un grado. No es un atributo con el que se nace, estable e inmutable a lo largo del tiempo. Si se dan las circunstancias adecuadas, las capacidades se desarrollan y su proyección permite obtener rendimientos excelentes”, explica.

Para Tourón, centrado en el estudio de las altas capacidades desde hace más de 20 años, hay que evitar establecer un punto de corte entre los superdotados y los que no lo son. “Es absurdo utilizar como vara de medir el 130 de cociente intelectual porque la superdotación no es un atributo que se refleje siempre en ese parámetro. Nos puede dar una pista, pero es sólo un primer filtro. Los niños pueden ser talentosos en determinadas áreas concretas y no necesariamente en todas”, indica.

En este sentido, Antoni Castelló, doctor en Psicología de la Universidad Autonóma de Barcelona, distingue varios tipos de altas capacidades: el talento simple, el talento complejo y la superdotación. Las personas con talento simple tiene una capacidad superior en un determinado ámbito (por ejemplo el físico, en el caso de los deportistas de élite o los grandes músicos); los talentos complejos se caracterizan por destacar en más de un área. Los que sobresalen en todos los ámbitos son los llamados superdotados.

Esta clasificación, sin embargo, es tomada con todas las cautelas por algunos expertos.“La alta capacidad no es un apéndice que unos tienen y otros no. Es siempre relativa a las capacidades de los otros. Las diferencias entre los alumnos de alta capacidad puede ser enormes, por lo que las medidas educativas que requieren también son distintas”, defiende Tourón. La Organización Mundial de la Salud estima que el 2,3% de la población mundial tiene altas capacidades intelectuales, aunque algunas asociaciones ascienden esta cifra hasta el 15%.

Los mitos sobre alta capacidad dificultan la detección

Convertir los colegios en centros de desarrollo de talento. Es la propuesta de Tourón para acabar con lo que considera un “modelo industrial de escuela”. Para lograrlo, “el maestro tiene que convertirse en una guía que acompaña en el aprendizaje y que fomenta el trabajo cooperativo”. Para Conxi Reig, la predetección también pasa por la mirada de los docentes. “Que sean capaces de ver un poco más allá y observar cómo descubren, por qué se interesan, qué les mueve...”.

Esta pedagoga advirtió hace años que los recursos de atención a la diversidad –“los pocos que quedan”– iban siempre dirigidos a la compensación del déficit. “ Los programas y los recursos siempre han ignorado estas otras necesidades educativas especiales y así la detección dentro del aula es muy complicada”. En su opinión, los mitos que existen en torno a la sobredotación dificultan la localización de la diferencia. “A muchos profesores les parece impensable que una niña con altas capacidades no sea académicamente brillante y eso es perfectamente posible. Es más, el fracaso escolar es bastante común entre estas personas”, dice.

El salto de curso, una vez detectada la superdotación, se perfila como una solución factible en muchos centros, pero las opiniones expertas a este respecto están encontradas. Conxi Reig considera que es “la salida más barata”, pero que no siempre funciona. “No podemos olvidar que ese desfase, que puede ser de hasta dos cursos, puede no ser positivo para los niños”, argumenta. Algunos estudios, sin embargo, apuntan que todas las estrategias de enriquecimiento “deben implicar algún tipo de aceleración y permitir progresar al alumno”.

Alicia Rodríguez, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST), explica que los niños con altas capacidades “suelen encajar mejor con chicos y chicas mayores a ellos”. “Con los de su edad a veces no comparten inquietudes y están a años luz de sus intereses y conocimientos”, dice.

A Pablo le hicieron el curso pasado pruebas para ver qué sabía y qué no del nivel siguiente. “Obviamente no tenía todos esos conocimientos porque no aprende por ciencia infusa. Y eso parece que nadie lo entiende. Él necesita retos intelectuales para motivarse y que alguien le acompañe en ese aprendizaje. Se aburre mucho en el colegio”, explica su madre.

Esa incomprensión es la que descargan muchas familias cuando llegan a la asociación Fanjac, creada en 2005 por seis familias con niños de altas capacidades. “Tienen la sensación de que por fin hay alguien al otro lado que les escucha”, dice la presidenta, Maria Dolors Rius. Compartir experiencias y poder hablar con personas que están en situaciones parecidas es una buena terapia contra la angustia. “Muchos padres y madres incluso se culpan de ciertos comportamientos de sus hijos, porque no encajan a veces en el grupo, porque no tienen muchos amigos...”, explica.

De padres a hijos

El rechazo de los demás es otro de los obstáculos que tienen que superar estas familias. “Estamos hartos de que nos llamen elitistas y piensen que nuestros hijos no necesitan apoyos, que bastante listos son”, denuncia Rius. Incluso algunos profesores, sostiene Reig, se sienten amenazados por los niños “pitagorines”. “Matan su creatividad y su talento cortándoles las alas”, dice. Esto ocurre, por ejemplo, con uno de los compañeros de clase de Pablo. Tiene altas capacidades y está muy interesado por las matemáticas. En los exámenes, cuenta Clara, resuelve los problemas con planteamientos alternativos que el maestro no da por buenos.

“Yo ya tengo un radar”, bromea Clara cuando explica que la mayoría de los hijos de su círculo de amigos también tiene altas capacidades. Dos de los tres suyos están detectados y, aunque ella no ha hecho las pruebas, sospecha que también las tiene. “Cuando los niños de tu entorno más cercano son iguales que los tuyos, a veces es difícil darte cuenta de que son diferentes”, relata. Maria Dolors Rius, de Fanjac, supo de su sobredotación a los 40 años, cuando detectaron la de su hijo. Ahora sospecha que sus nietos también pueden serlo.

¿Genética? No hay ningún estudio que lo demuestre, aunque, según la presidenta de Fanjac, “algunas investigaciones en neurobiología demuestran que las personas de alta capacidad tienen más interconexiones nerviosas”. Una idea que rechazan de plano otras voces, como la de Javier Tourón. “La superdotación no es, de ninguna manera, algo físico, sino un constructo social”.