Del enfrentamiento al desconcierto: los hombres ante la nueva ola feminista
Son amigos, tienen treinta y largos y un chat donde comentan la actualidad y organizan las –pocas– quedadas que aún mantienen, espaciadas por las obligaciones que los trabajos, los hijos, y las rutinas trajeron a su vida hace ya unos años. Cataluña, el máster de Cristina Cifuentes, Trump o unas risas a costa del último vídeo gracioso de turno. Ese intenso chat, sin embargo, enmudeció el 8M. “Nadie habló de las manifestaciones ni de lo que estaba ocurriendo. El día de la sentencia de 'la manada' tampoco ninguno dijo nada, ni ese día ni los siguientes”, dice Raúl [nombre ficticio], uno de sus miembros, que con 38 y una conciencia sacudida por el feminismo reconoce que entre sus amigos el tema no cala. “Saben lo que está pasando, claro, pero no creo que la mayoría se sientan concernidos de verdad. Muchos diría que se sienten atacados”.
El feminismo arrasa: contesta, saca a la calle a cientos de miles de mujeres, marca la agenda política y también a los medios. El momento ha propiciado una ruptura histórica del silencio de las mujeres, que comparten públicamente sus historias de acoso y violencia sexual, pero también de machismos cotidianos que no están dispuestas a seguir aceptando. En medio de esta efervescencia difícil de ignorar, ¿qué pasa con los hombres?
Goyo Saravia tiene 41 años y desde hace uno comparte con otros hombres un grupo donde se juntan sin más objetivo que el de hablar. “En las mujeres se da con naturalidad eso de reunirse, compartir, hablar, crear red. Entre los hombres no, cada uno sostiene su propia vela y así es más difícil crear redes, proponer...”, dice. En el momento actual, sostiene, lo que ve en los hombres cercanos de entre 30 y 50 y pico años se resume en una palabra: desconcierto.
Ese desconcierto, prosigue, va acompañado a veces de un sentimiento de incomprensión. “Sobre todo por un sector del feminismo. Estamos intentando ponernos las pilas, pero hay afirmaciones que nos excluyen. Tenemos un grave problema con el patriarcado, pero creo que algunos hombres queremos ser parte de la solución, no del problema. Sentimos que hay gente que no nos deja participar de eso o contar nuestra experiencia”, asegura. Saravia entiende que algunas generalizaciones se usen como “arma comunicativa” pero defiende la necesidad de “matices”: “Si haces este trabajo personal y además eres sospechoso es muy desconcertante. Para mí, un miembro de 'la manada' también es un enemigo. Podemos compartir genitalidad pero nada más”.
De otra generación es Antonio, 27 años. El feminismo está en las conversaciones con sus amigos, tanto en sus grupos “más progresistas” como en los que no lo son tanto o están menos movilizados. “Creo que la conciencia ha aumentado entre los hombres y ha sido gracias a todo esto que está pasando desde hace ya años. Recuerdo por ejemplo que al empezar la carrera una compañera sufría maltrato psicológico de libro. Nadie hizo nada, los amigos mirábamos para otro lado. Ahora eso sería impensable”, relata. Pero, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un trecho: “Tengo amigos que se declaran feministas pero que siguen tratando a las mujeres con condescendencia, por ejemplo. Lo que sí sucede es que los hombres que siguen utilizando bromas o comentarios machistas típicos son más rechazados, ya ven que hay cosas que no cuelan. Para mí, lo más difícil son los micromachismos, los tenemos muy arraigados y es difícil despegarse de ellos”, asegura.
De su misma quinta es Alberto Tena, un joven de 28 años concienciado desde hace tiempo con el feminismo, que considera que las reacciones de los hombres no han sido homogéneas. Nombra a aquellos que “lo están concibiendo como un ataque ante la pérdida de privilegios”, para los que, asegura, el #Cuéntalo y la estampida de denuncias públicas generan “un cierto miedo”. “Son los típicos de 'a ver si ya no voy a poder ni ligar'”, ejemplifica. Por otro lado, también cita a los hombres que emiten condenas enérgicas contra el machismo y las agresiones sexuales, pero como algo ajeno “sin responsabilizarse” y también a los que “conciben todo esto autofustigándose y lamentándose constantemente”.
Tena observa una reacción muy diferente entre los grupos de whatsapp que comparte con sus amigos de la infancia y la del colectivo de hombres al que pertenece para repensar la masculinidad. En él, explica, “se habla de intentar encontrar una vía intermedia entre estos dos últimos modelos. Es decir, reponsabilizándonos del problema, pero no solo culpándonos”. En este sentido, se refiere a una de las estrategias que han pensado en el grupo: “Creemos que algo interesante es visibilizar el pacto de caballeros que se da entre hombres cuando las mujeres no están (los chistes, las bromas, el ligoteo) y que genera un clima de impunidad”.
Ligoteo o agresiones
Desconcierto, esa palabra tan repetida, es la que también utiliza Ciro Morales, de 36 años, que condensa sus sensaciones en una sola frase: “Al hombre le han cambiado las preguntas cuando creía tener todas las respuestas”. Para este sexólogo residente en Barcelona una de las claves de lo que está pasando es la construcción del deseo masculino, que desemboca en que “haya hombres que piensen que la víctima de 'la manada' estaba disfrutando, en que en general los hombres no sepamos leer a la otra persona ni pensar en su deseo o en que haya hombres que son agresores y no lo sepan. El imaginario sigue concibiendo a la mujer como objeto pasivo y al hombre como activo con una sexualidad desenfrenada”, sostiene.
Con 31 años, Mario ve a los hombres de su entorno “participativos”: secundan manifestaciones, son activos en redes sociales, debaten y se muestran convencidos de que la igualdad “es necesaria”. “Pero eso no ha generado grupos de apoyo o de momento ninguno ha iniciado nada. Hay un apoyo pero no hay un planteamiento propio de qué hacer”, lanza. Mario, que también participa en un círculo de hombres, dice estar “en pleno cambio”: “Me estoy haciendo todas estas preguntas, cómo me siento yo respecto a lo que está pasando. Cuando se habla de que los hombres oprimimos o maltratamos es duro y yo estoy preguntándome si yo soy eso o no”.
Lucas, que aún no llega a la treintena, también nombra la perplejidad que entre los hombres ha generado que el feminismo se haya convertido en algo hegemónico y nombra como uno de los elementos clave el no tener claro cuáles son las líneas rojas: “Una de las cosas en las que más confundidos estamos es que igual cosas que pensabas que eran ligoteo no lo son y son agresiones. Yo pensaba que no había agredido en mi vida, pero las líneas sobre esto no están tan claras”.
Sobre el #Cuéntalo asegura que incluso a los hombres concienciados con el feminismo les sorprendió constatar la dimensión del movimiento. “No teníamos conciencia de que era algo tan extendido y ahora ya lo estamos palpando”, apunta.