Las madres de día, una alternativa a las guarderías sobrecargadas
Al fondo del pasillo de un bloque gris de apartamentos se escucha una melodía de piano. Vega, Pablo, Greta y Hugo se amontonan en torno a la música que toca Elena. Dos grandes ventanas dejan pasar la precisa cantidad del ruido de fuera. El asfalto de la plaza de Castilla de Madrid quema las ruedas de los coches. Aquí siempre es hora punta.
Hugo repta por el suelo, le queda poco para arrancarse a caminar. Pablo se sube cada tanto a las piernas de Elena y la abraza. A Vega, la más mayor, le han dado lengua para desayunar y Greta está decidiendo por su cuenta que es hora de bajar al parque. Ya tiene –a su manera– las botas puestas. Se mueven como si estuvieran en su casa, y casi. Todos ellos tienen entre uno y dos años y han cambiado la escuela infantil por una madre de día.
Elena no es madre, pero a veces la llaman mamá. Su “casita” no es en realidad su casa, sino un apartamento alquilado y adaptado a las necesidades de sus cuatro niñas y niños: rincones, espejo accesible para reconocerse, enchufes tapados... El entorno podría pasar por el aula de una escuela infantil, aunque con menos ratio. “Estuve unos meses trabajando en una guadería privada. Tenía ocho bebés para mí sola, así que mi único objetivo era que no lloraran”, recuerda la maestra especializada en Educación Infantil.
Menos ratio, más atención
Suele ser una de las razones, explica Elena, que animan a las familias a decantarse por esta opción. No todas pueden. El precio ronda los 500 euros mensuales, incluida la comida; más o menos lo mismo que cuesta una guardería privada sin el cheque guardería –una ayuda de 100 euros de la Comunidad de Madrid para las familias que inscriben a sus hijos e hijas en estos centros– y el doble de lo que supone una escuela pública.
Muchas madres de día tienen lista de espera. Elena cuenta hasta siete nombres en la suya. “Llevamos a Vega a una guarde cuando tenía siete meses y no nos gustó mucho la experiencia. Tal vez la niña era demasiado pequeña”, explica Rocío, su madre. Se encontró con Elena por casualidad. “Esta opción es la que más se me asemeja a la crianza de las familias y creo que el impacto de la separación es menor que en una escuela. Elena trabaja en un ambiente lleno de afecto y eso me da mucha tranquilidad”, reconoce.
Esta alternativa a las escuelas infantiles tradicionales fue ideada en Alemania por Rudolf Steiner, el inventor de la pedagogía Waldorf. Sostiene que las necesidades de un menor de tres años están relacionadas con el contacto físico y la atención no dividida, más que con la socialización. “En las escuelas a veces se terminan imponiendo ritmos vertiginosos con horarios estrictos. Me gusta que aquí se puedan respetar sus ritmos”, opina Rocío, madre de Vega. Se trata, concreta Carolina Viñas, presidenta de la Red de Madres de Día, de una suerte “de maternaje”.
Las madres de día son una opción muy habitual en algunos países europeos. En Alemania, Francia o Inglaterra hay normativas muy desarrolladas para organizar su ejercicio. Y en el último caso incluso está subvencionado por el Estado. Madrid y Navarra (pionera en 2004) son las dos únicas comunidades españolas cuyos gobiernos han regularizado la actividad.
Inspecciones en curso
En el primer caso, la actividad se ha sometido a una regulación ya vigente y aplicada a la prestación de servicios sociales (Orden 613/1990 y Orden 612/199) hasta que se apruebe un marco específico para las madres/padres de día. “La Consejería de Políticas Sociales y Familia está elaborando un proyecto de decreto regulador de los sectores de atención social que contempla de forma expresa este servicio”, confirman fuentes del área.
De momento, se están realizando inspecciones a las casitas que han comunicado el inicio de actividad –por ahora 34– y hay una vía de comunicación abierta entre el Gobierno regional y las maestras, que han compartido dos sesiones informativas. “Están visitando los espacios para evaluarlos. A mí me han pedido un plano con los metros cuadrados, el certificado de delitos sexuales, el contrato de alquiler y un montón de papeles”, dice Elena. Los inspectores exigen que los inmuebles tengan un ascensor suficientemente grande para que entre un carrito y que haya un parque cerca, entre otros requisitos.
Las madres de día, cuya ratio máxima es de cuatro niños y niñas, están obligadas a tener la titulación de magisterio, pedagogía o psicología, o bien un grado superior en educación. También deben estar dadas de alta como autónomas, tener el curso de primeros auxilios y manipulador de alimentos y firmar un seguro de responsabilidad civil. El menú de las casitas que den comidas ha de estar avalado por la firma de un nutricionista.
Autorregulación
Antes de esta regulación, las madres de día ya se organizaban entre ellas. “Haces piña, compartes conocimiento. Seguimos haciendo reuniones pedagógicas”, asegura la presidenta de la Red de Madres de Día. Esta organización está formada por 60 personas y ofrece cursos de introducción para nuevas incorporaciones y prácticas. “Las madres de día pasan una semana en alguna casita antes de arrancar”, detalla Viñas. Esta maestra defiende el hogar, la esencia de esta opción, “como un espacio seguro para los niños y una fuente de salud mental”.
“Creo que esta alternativa combina muy bien la educación con la socialización. Están como en casa, pero se relacionan con otros niños de su edad y están estimulados”, sostiene Elena mientras arrastra el carrito de sus cuatro bebés. Es la hora del parque y, embuchados en sus abrigos, se rebozan por la arena.
A Pablo le encanta subirse a los bancos y Vega saluda a todo el que pasa. De cuando en cuando, se enzarzan en algún conflicto. Esta vez ha sido cosa del chupete de Greta, que Hugo se empeña en quitarle. “Intento reformular las frases para evitar el 'no, no, no'”, va explicando a la vez que intenta resolver la riña. Luego comerán y dormirán la siesta. Y hasta mañana.