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Maricuela, la voz de la doble derrota de las milicianas en la Guerra Civil

Ángeles Flores Peón, Maricuela.

Andrea Pardo

8 de noviembre de 2020 21:02 h

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Ángeles Flores Peón ya ha cumplido 101 años y vive en Gijón, a apenas diez minutos en coche del estadio de fútbol de El Molinón y a 20 del antiguo frente de Colloto. Ese espacio, de apenas una treintena de kilómetros, fue el escenario de su propia guerra, la Civil, y también de sus derrotas.

Ángeles asegura que, hoy en día, ya solo responde a las preguntas de los periodistas con los pendientes puestos y sin salir de su salón, una estancia pequeña en la que las rosas socialistas enmarcan historias plasmadas en multitud de placas de homenaje por una acción que ya nadie recuerda.

A Maricuela, como era conocida por los más cercanos, la guerra le pilló bailando y, con la misma naturalidad, decidió alistarse para ir al frente. Sin embargo, su labor, y la de muchas otras milicianas, fue “minimizada hasta convertirse en una mera anécdota”, tal y como señala Gonzalo Berger, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona.

La llegada de la II República a España en 1931 supuso un avance en derechos y libertades para las mujeres con iniciativas como la conquista del voto, el matrimonio civil, el divorcio o las oposiciones a puestos del Estado.

Estos cambios, que igualaron a España con la Europa vanguardista de los años 20, apostaron “por la modernización del país”, subraya Berger, aunque, tal vez, se sucedieron “más rápido de lo que la otra parte del país estaba dispuesta a asumir”.

A pesar de que Maricuela tuvo claro que lucharía “porque era de la República”, no fueron sus únicas razones. “El hecho de que muchas mujeres se enrolaran de forma voluntaria los primeros días tras el golpe”, señala Ana Martínez Rus, doctora en Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, fue una maniobra “en consonancia con lo que estaba en juego a nivel general, pero sobre todo para ellas”.

No obstante, lo que en un primer momento fue una iniciativa pionera a nivel mundial, y una gran maniobra propagandística para la República, pronto se volvió un inconveniente. Mientras que a un lado de la frontera las instantáneas de Marina Ginestà daban la vuelta al mundo, detrás de la barrera de los Pirineos el día a día de las milicianas en el frente era muy distinto. Equipadas con mono, pantalón y fusil y llevando a cabo acciones consideradas masculinas, generaron rechazo tanto en su propio bando como en el del enemigo debido a que, según el historiador, “a algunos combatientes les humillaba profundamente que hubiese mujeres que fueran más valientes que ellos”. Con el recrudecimiento del conflicto, voces de su propio bando se alzaron para pedirles que dejaran la primera línea y se ocuparan de las labores de la retaguardia.

La forma en la que consiguieron la salida de muchas de estas mujeres fue una campaña propagandística de desprestigio. En las calles empezaron a colgar carteles en las que igualaban a las mujeres del frente con las enfermedades venéreas. Poco a poco las desplazaron de la primera línea de combate.

Maricuela conoció mejor la tierra en la que se había criado en apenas un año que sus padres en toda una vida. Tuvo que arrastrarse por ella para esquivar las balas y llevar la comida a los combatientes, que luchaban tras un parapeto. Solo libró un día y quien la sustituyó en la trinchera murió de un disparo por no agacharse lo suficiente.

Aunque no sabe si fue o no valiente, Maricuela estuvo en el frente, y, cuando regresó, tuvo que sufrir las consecuencias de su doble derrota: la primera, desde el primer momento en que, destaca Berger, “no les dejaron ser lo que querían ser” y la que vino después con la victoria de los sublevados.

Cuando las tropas franquistas llegaron a su tierra, Maricuela y sus dos compañeras milicianas tuvieron que enfrentarse a las duras condiciones del penal en el que ingresó con apenas 18 años y donde sufrió continuas vejaciones. Después llegarían un Consejo de Guerra sumarísimo y el miedo al temido “paseo”, como eran conocidos los fusilamientos entre las reclusas.

Cuatro años después, cuando salió de la cárcel, su España era otra. Franco había ganado la guerra y las mujeres que estuvieron en las trincheras fueron duramente represaliadas: les raparon el pelo, las violaron, les robaron su dignidad. Fue “terrible”, recuerda Maricuela, quien asegura haber sacrificado “lo mejor de su juventud” en la contienda.

Con la muerte de Franco y la llegada de la democracia, aquellos que estaban en el exilio regresaron, y con ellos sus vivencias. La Columna Durruti, la liberación de París o la Batalla del Ebro comenzaron a escribir sus propias páginas en los libros de Historia. Quienes no regresaron, aunque nunca se marcharon, fueron las milicianas, que callaron sobre sus vidas. “Nunca explicaron cuál fue su lucha y cuál su derrota, una doble derrota”, apostilla Berger.

Tuvieron que pasar casi cinco décadas, en 1989, para que el papel de las milicianas en la Guerra Civil fuera tenido en cuenta como objeto de estudio. No fueron protagonistas ni en la Historia ni en la ficción, y su papel en el conflicto fue silenciado. “Resultaron estigmatizadas por los franquistas primero, por los republicanos después y acabaron olvidadas”, asegura Rus.

A pesar de que actualmente se realizan actos que conmemoran su papel en el conflicto, la crisis sanitaria causada por la COVID-19 ha suspendido homenajes importantes, como el organizado por la Fundación Pablo Iglesias, ligada al Partido Socialista, sobre las mujeres pioneras en la España Contemporánea.

Décadas de silencio terminaron por enterrar la historia de las milicianas, que hoy resiste gracias a figuras como Maricuela o el que ella bautiza como “su hijo adoptivo”, Pedro Alberto, quien insiste en la necesidad de hablar, de “reivindicar la memoria de todas aquellas mujeres que estuvieron presas” o participaron en la Guerra Civil y que “no pudieron contarlo nunca”.

Ella, sentada en su sillón orejero, le da la razón. “Yo no cuento lo que me contaron, yo lo viví”, señala y, aunque el tiempo vaya en su contra, seguirá contando su historia a quien quiera escucharla, desde el principio hasta el final. Hasta que, como dice al despedirse, “me venga la libertad”.

Con la colaboración de Daniel Andrés Arrigote

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