CAZA

Una montería por dentro: “El animal seguía vivo y lo dejaron ahí, desangrándose”

Laura Galaup

22 de abril de 2023 22:26 h

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Más de dos años llevan AnimaNaturalis y CAS International investigando sobre el funcionamiento de las monterías en nuestro país. En la documentación gráfica que han obtenido durante este trabajo se han encontrado con “perros malheridos, apuñalamientos, animales de caza agonizando y cazadores suturando las heridas de sus perros sin supervisión veterinaria”, apuntan en las conclusiones que han hecho públicas.

El fotógrafo Aitor Garmendia, que ha participado en la investigación y firma las imágenes que se han divulgado, narra a elDiario.es varias escenas vividas en las once monterías que ha visitado entre 2021 y 2023. En particular, centra su objetivo en las condiciones en las que quedaban las presas tras ser abatidas.

Este profesional recuerda cómo varios canes “atraparon a una muflona” y comenzaron a desmembrarla. “La dueña apartó a los perros, hincó el puñal hasta dentro y se marchó”, relata. El animal continuaba con vida. “Dio una boqueada, tratando de respirar. Aún seguía viva y la dejaron ahí, destrozada a mordeduras y desangrándose entre las piedras”, añade. No fue la única ocasión que se encontró con esa escena: “Sucedió otra vez, con otro animal”.

Un jabalí ahogado en una poza

Narra, asimismo, la muerte de un jabalí en una poza, tras un “agarre”, el momento en el que los perros entran en contacto con la presa. Después de atrapar al animal, se acercó “el cazador”, que apartó a los canes y apuñaló al jabalí. “Me acerqué con la cámara y algo no le gustó, creo que mi presencia en ese momento le incomodaba”, recuerda Garmendia. 

Este fotógrafo, con larga experiencia en documentar maltrato animal –puedes ver su trabajo en El caballo de Nietzsche– y premiado con el World Press Photo en 2021, continúa describiendo cómo evolucionó la escena: “Lo hundió en el agua con el pie y lo dejó ahogarse. En menos de dos minutos sufrió varios desgarros en la piel, una puñalada y asfixia bajo el agua. Se veían las burbujas borbotear”.

Más allá de las fotos y el relato realizado por Garmendia, las entidades no quieren que se hagan públicos los detalles sobre cómo se ha realizado la investigación por una “cuestión de seguridad”, apunta Belén González, portavoz de AnimaNaturalis.

A pesar de que las organizaciones aportan imágenes en las que salen animales ensangrentados y con heridas profundas, estas entidades aseguran que “solo” en una de las monterías a las que acudieron “había una veterinaria presente”. La asistencia de esta profesional “no impidió que tres perros muriesen de sed ese día”. Según detalla Garmendia, esta mujer no actuó, aunque los rehaleros “se habían quejado” de las condiciones en las que se encontraban los canes. Esa decisión tuvo consecuencias horas después porque un cuarto perro “falleció por la noche”, tal y como apunta el camarógrafo. 

Entre todo el material recopilado, González explica que la imagen que más le ha impactado está protagonizada por “un perro”, al que un jabalí “le atravesó el abdomen”, y se “le salió el diafragma”. Para contener ese accidente uno de los rehaleros se movilizó y en el “suelo”, “en medio del monte” y con las “manos sucias”, le introdujo de nuevo “el diafragma en el pecho” y cosió “con grapas la herida”.

Consultada la Real Federación Española de Caza sobre las condiciones en las que se organizan monterías en nuestro país, su director de comunicación, Alejandro Martínez, asegura que “es una burda mentira” que en este tipo de actividades se deje a las presas “agonizando en el monte”.

650 perros en una de las monterías

Más allá de los animales abatidos, las entidades animalistas también ponen el foco en los perros que participan en las monterías. Las rehalas son un elemento esencial para que las actividades de caza mayor funcionen. Estas jaurías de perros viven largas jornadas y meses inactivas y aburridas a la espera de participar en uno de estos eventos y perseguir a las presas. En general, cada uno de estos agrupamientos de canes suelen contar con 40 perros. Las organizaciones destacan que en una de las monterías se llegaron a encontrar “una veintena de rehalas, lo que supone alrededor de 650 perros”.

Alertan, además, del estado en el que se encuentran estos animales antes de arrancar la jornada de caza. Cuando abandonan los remolques, donde han pasado horas “amontonados”, se da comienzo a la montería. De allí, “salen apelotonados, sobreexcitados y saltando los unos sobre los otros”. 

En las imágenes captadas por estas organizaciones se percibe a algunos de estos perros en estado de máxima excitación acercándose a la presa, aunque su función no consista en matar a los animales. Durante estas actividades, algunos canes recibieron “profundos cortes en el cuello” –apuntan las organizaciones animalistas– y, en otros casos, las heridas llegaron a perforar el costado de estas criaturas. 

Garmendia no narra sólo episodios de estrés y nerviosismo entre los animales, también describe momentos de “mucha euforia y tensión” entre los participantes de las monterías cuando los perros y los rehaleros alcanzan a la presa. “Todo pasa muy rápido y entraña cierto peligro”, reseña el fotógrafo. Si bien lleva años retratando escenas de opresión a los animales, considera que algunas imágenes presenciadas al realizar esta investigación son “de lo peor” que ha visto. En particular, destaca los instantes previos y posteriores a que se asesten “una o varias puñaladas” a la presa. 

Cerrar heridas con grapadoras

Una de las conclusiones de esta investigación alerta sobre la precaria asistencia veterinaria que reciben los perros de las rehalas. Las entidades presenciaron graves lesiones. Para contenerlas fueron los rehaleros los que suturaron “las heridas de sus perros o las cerraron con una grapadora”. 

“También les administran inyecciones y medicamentos, pero en ningún momento estos procedimientos se dan bajo supervisión veterinaria”, detallan las entidades, que indican cómo estos animales “son atendidos en el suelo del monte o sobre los vehículos habilitados, a modo de camillas improvisadas”. Y añaden: “Al menos dos rehaleros han reconocido durante la realización de este trabajo que les suministraban a sus perros fármacos ilegales o restringidos al uso de personal veterinario”.

Algunas de las lesiones provocadas durante las monterías inhabilitaron para la caza a los animales afectados. Debido a esas heridas ya no pudieron continuar, siempre según la información facilitada por estas organizaciones, que aseveran que ante estos accidentes “los rehaleros suelen abandonar a los perros atados a un árbol para continuar con la montería”. “En una ocasión, al quedarse el animal herido solo, atado y vulnerable, varios de sus compañeros le atacaron en grupo”. 

El procedimiento sanitario en las monterías estipula que “siempre que un perro esté herido se le lleve al veterinario”, asegura el director de comunicación de la Federación de Caza. Sin embargo, este portavoz también alerta de que hay casos en los que los rehaleros pueden actuar en el campo si es “urgente” y “estrictamente necesario” realizar alguna cura. Además, destaca que estos profesionales deben acudir “obligatoriamente” ya terminada la montería para comprobar si las presas están bien abatidas. 

En 2020 la caza mayor se cobró 582.290 piezas, según los últimos datos disponibles y publicados por el Anuario de Estadística Forestal del Ministerio de Transición Ecológica. Los jabalíes (354.374) y los ciervos (109.312) fueron las especies que más se capturaron, seguidos de los corzos (69.223), gamos (18.991) y muflones (10.934). Ese mismo año, que coincidió con la irrupción de la pandemia, se registraron en nuestro país 678.483 licencias de caza. Es la cifra más baja de las últimas dos décadas. 

Estos datos revelan que el sector mengua año tras año, sin embargo continúa presente y con fuerza en los mentideros políticos. La exclusión de los perros de caza y de las rehalas de la ley de Bienestar Animal, impulsada por el PSOE y apoyada por las formaciones de derecha y ultraderecha, ha sido celebrada y bien acogida en la Federación de Caza. 

Con esta investigación realizada en una decena de monterías, la portavoz de AnimaNaturalis espera que se “reabra el debate” sobre los derechos de los animales que se utilizan para actividades cinegéticas y piden el fin de las monterías. Consideran que la inclusión de estos perros en la norma nacional de protección animal que se ha aprobado en los últimos meses les habría afectado “positivamente”. “Su cría se habría visto restringida a criadores registrados y se habría obligado a garantizarles habitáculos de dimensiones y condiciones higiénico sanitarias adecuadas,” apuntan en un comunicado.

Como explica el portavoz de la Real Federación Española de Caza, las monterías son una “de las modalidades más tradicionales” de caza. Hay dos comunidades autónomas que han declarado Bien de Interés Cultural (BIC) a estas actividades y a las rehalas: Andalucía lo hizo  en 2020 y Extremadura, en 2022. En relación a las normativas autonómicas, las organizaciones animalistas que han obtenido estas imágenes consideran que estas leyes “son demasiado laxas” y no evitan que los perros que se utilizan para actividades cinegéticas “puedan pasar la mayor parte del tiempo encadenados o encerrados en jaulas al aire libre bajo inclemencias meteorológicas extremas”.

En una de las monterías a las que acudió Garmendia se mató a “más de 400 animales (jabalíes, ciervos, gamos y muflones)”, explica. Este caso se produjo en una finca cercada. En estas instalaciones “suele haber más caza” y “más agarres” porque los animales están encerrados, es decir, “no pueden huir más allá de las vallas”. Si los animales son abatidos y muertos “en zonas inaccesibles”, los rehaleros atan a la presa con “cuerdas a mulas” y son arrastradas hasta que un remolque o un tractor se puedan hacer cargo de ellas, indica el fotógrafo. 

Ni las organizaciones promotoras de esta investigación ni el fotógrafo que ha realizado las imágenes quieren poner el foco en los cazadores, explican que únicamente buscan que la sociedad reflexiones sobre “el maltrato y sufrimiento” que viven los animales de actividades cinegéticas. Sobre este tema, Garmendia señala que “las distintas formas de violencia que sufren los animales son la consecuencia, no de ser una mala persona, sino de una opresión estructural, sistémica, definida históricamente como especismo que impregna a toda la sociedad; desde el consumidor de carne hasta el cazador más letal”.