Pedro Jordano: “Desconocemos aún los virus que pueden saltar a los humanos. Son cajas de Pandora por abrirse”
Pedro Jordano (Córdoba, 1957) es ecólogo e investigador en la Estación Biológica del CSIC en Doñana. Acaba de ser incorporado al grupo asesor científico del Gobierno encargado de diseñar las respuestas a largo plazo que la pandemia de COVID-19 va a imponer en un mundo cambiado por los efectos de la enfermedad. Este comité, coordinado por la vicepresidenta cuarta, Teresa Ribera, junto al ministro de Ciencia, Pedro Duque, debe diseñar el armamento científico contra futuras pandemias. Jordano, dedicado al estudio de la biodiversidad y la evolución ecológica, reflexiona con eldiario.es sobre las causas últimas de una crisis como la del coronavirus y cómo afrontar una nueva relación con la naturaleza, menos destructiva, para limitar nuevas pandemias. “Podemos hacerlo muchísimo mejor”.
¿Van pensar ustedes en cómo afrontar un mundo post-pandemia de COVID-19?
La idea es intentar estar mejor preparados para poder ir previendo acciones que se consideren fundamentales. Ir pensando no en la cuestión inmediata de la lucha contra la COVID-19, sino también en las consecuencias más a largo plazo. Ayudar a delinear mejor cómo podríamos estar preparados desde el punto de vista científico y académico español para abordar futuras pandemias y situaciones análogas a esta. Se trata de establecer una asesoría que ayude a armarnos lo mejor posible científicamente contra este problema.
En ese futuro habrá que modificar la relación entre los humanos y la naturaleza. ¿Cree que hay una conciencia de esa necesidad?
No hay ninguna conciencia sobre eso. Cuando haces una reflexión sobre cuál es el origen último del problema que estamos viviendo, dónde se origina, te das cuenta de que realmente la humanidad tiene lo que yo llamo una relación tóxica con la naturaleza. Un gran número de los problemas de pandemias que ha sufrido la humanidad en las últimas décadas están causados, en última instancia en esta interfaz, como si dijéramos, entre la humanidad y los ambientes naturales. Y es la degradación de la naturaleza lo que abre las puertas de la pandemia.
La destrucción de la biodiversidad desata peligros desconocidos...
El problema es que no conocemos el contenido de esa caja de Pandora porque, realmente es una caja de Pandora ya que desconocemos cuál es la biodiversidad real de virus que hay en la naturaleza. Lo que sí sabemos es que hay un gran número de virus que son beneficiosos, que tienen un papel en la naturaleza clave en diferentes procesos como por ejemplo la descomposición de la hojarasca.
Y hay una fracción de virus que pueden tener una potencialidad zoonótica. Probablemente una porción pequeña, no lo sabemos, pero que eventualmente pueden saltar desde reservorios naturales a hospedadores intermedios, de los cuales a su vez el virus puede evolucionar y pueden saltar también a la especie humana.
Y ahí se vuelve a la relación entre los ecosistemas y las personas.
Efectivamente. Esos saltos se producen en situaciones en las que ha habido un proceso de alteración muy devastadora de la naturaleza, por ejemplo, asociado a ganadería intensiva, a la desforestación, a la sobrecaza de animales silvestres para consumo humano, la explotación intensiva de agricultura... Siempre está asociado a situaciones en las que hemos tenido alguna intervención muy drástica con la naturaleza.
¿Y esto ya lo han detectado antes de que la COVID-19 sacudiera a todo el mundo?
Se sabe que ocurre allí donde la acción humana es más devastadora con la naturaleza. En algunos casos está muy claro. Por ejemplo el virus del Nipah está asociado a la intensificación de cultivos frutales y la destrucción de hábitats para murciélagos. Los murciélagos luego van a comer a esos árboles frutales y eso los pone en contacto directamente con animales domésticos (gallinas o cerdos que habitan también en granjas) y de ahí ya tienen la puerta abierta para los humanos.
La enfermedad de Lyme, que se desarrolla a partir de garrapatas, que acontece en toda Norteamérica, Estados Unidos y Canadá, se da sobre todo en la zona este y está muy asociada a la deforestación. Tiene una prevalencia fuerte en áreas suburbanas que tienen un contacto más próximo con zonas forestales. En otros sitios está asociado al comercio, lo que se llama comercio húmedo de carne. El comercio de animales de caza.
Se ha rastreado el virus de la COVID-19 en un mercado de este tipo en Wuhan (China). ¿Cuál es la dimensión de este fenómeno?
No se trata de una caza de subsistencia en los pueblos indígenas. Me refiero a la caza comercial. Por ejemplo, entre la cuenca del río Congo y la del río Amazonas, solamente en esos dos ámbitos del mundo, se calcula que cada año se capturan prácticamente seis millones de toneladas métricas de carne de animales silvestres que van directamente al mercado urbano y que se transfieren a los restaurantes o al consumo de la familias. Eso son puertas muy abiertas a ese tipo de contagio. A ese tipo de salto y de transferencia y origen de las zoonosis.
¿Qué va a aportar el conocimiento de cómo funcionan los ecosistemas a defendernos mejor de las pandemias?
Hemos estado estudiando las interacciones entre las especies dentro de los ecosistemas porque de esas interacciones dependen, por ejemplo, servicios beneficiosos para la humanidad como, por ejemplo, la polinización de las flores, la regeneración del bosque a partir de semillas o los procesos de descomposición y las micorrizas que ayudan en la supervivencia de las plantas. Y usamos ese modelo con el conocimiento científico que se aplica en en procesos de dispersión en situaciones de pandemia y en situaciones de zoonosis. Nos permiten situar y definir dónde están los puntos calientes de transmisión.
¿Comprender mejor cómo se va a comportar la epidemia?
Saber en qué medida estos patógneos son capaces de tener respuesta coevolutiva, es decir, cómo las especies evolucionan conjuntamente a partir de sus interacciones. Un patógeno evoluciona con una mayor carga patogénica, por ejemplo, y el hospedador evoluciona, como respuesta, con una defensa. Esta a su vez hace que el patógeno desarrolle una defensa de mayor intensidad y una viralidad más alta. Se produce una carrera de armamento, podríamos decir.
Aplicado a la pandemia, cierto tipo de fármacos pueden producir una evolución de contradefensa a esos fármacos que a su vez nos harían a nosotros diseñar sustancias más potentes, a las que a su vez los patógenos evolucionarían con respuestas más intensas. Esos procesos de coevolución son los que están en la base de todo este tipo de dinámica.
¿Conocer estos patrones nos permitirán adelantarnos?
Eso te permite conocer cuáles son los patrones de dinámica más probables bajo diferentes escenarios y cómo se pueden controlar. Cuáles serían las claves concretas que habría que tocar en esos sistemas de interacción entre especies de cara a poder detener esto.
¿Le ha pillado por sorpresa la crisis de este coronavirus?
Ya teníamos antecedentes. Ya conocíamos que hay una gran diversidad de virus y por tanto, también, de virus patógenos. Está claro que situaciones como esta se iban a producir y esta no es la primera y tampoco será la última. Existe una proporción de virus con potencial para saltar a humanos, pero que aún desconocemos y son esas cajas de Pandora que están por abrirse. Lo crucial es que, cuando eso acontezca, tengamos un armamento de conocimiento científico y técnico lo más adecuado posible para poder combatir este tipo de situaciones.
¿Todavía desconocemos la mayoría de esos virus que están ahí contenidos en los ecosistemas aún sanos?
Hay aproximaciones, pero el conocimiento es limitado. Hay catalogadas unas 6.000 tipologías de virus y eso está dos o tres órdenes de magnitud por debajo de su diversidad real. El conocimiento es muy limitado. Un elevado porcentaje de las grandes pandemias que ha sufrido la humanidad en los últimos 60 u 80 años han tenido por origen diversas zoonosis que provienen de áreas silvestres [saltos de enfermedades desde animales a los seres humanos] así que determinar la biodiversidad de los virus en condiciones naturales es un aspecto fundamental.
Parece prudente entonces no liberarlos a base de destrucción ambiental.
Estar están ahí, porque van asociados a la biodiversidad natural de nuestro hábitat. Lo que pasa es que lo podemos hacer muchísimo mejor de lo que estamos haciendo en términos del uso sostenible de los recursos naturales, de la relación con la naturaleza y de cómo contactamos con ella. Cuáles son los tipos de residuos que nosotros estamos expulsando a esos ambientes. No tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado. Y estar lo mejor preparados posible respecto a la crisis de pandemias.
¿Cómo podemos mejorar esa relación con la naturaleza de la que habla respecto al control de brotes de enfermedades?
Ahora mismo la primera iniciativa a escala internacional sería el cumplimiento de los tratados internacionales sobre el comercio de animales silvestres y el comercio de carne. También todo el comercio de mascotas, que es tremendo lo que mueve. Eso habría que revisarlo y limitarlo.
También tendremos que conocer mejor dónde se esconden esos virus en la naturaleza, en qué especies. De esta manera podemos cuidar mejor la interacción del ser humano, del crecimiento de nuestra especie y del uso del ambiente natural en aquellos sitios donde el contacto con esos reservorios pueda ser más crítico, más potencialmente problemático.
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