Sabe que eso no era amor porque dice que el amor no duele. Lo supo siete años después, cuando Carmen, su psicóloga, le preguntó cómo había sido su 'primera vez'. Pamela Palenciano tenía 13 años y después de mucho insistir accedió a mantener relaciones sexuales con su novio. A los 20 le puso nombre: Carmen le dijo que había sido víctima de una violación.
La realidad que viven muchas mujeres se aleja del estereotipo de hombre con alguna enfermedad mental que asalta a las chicas en callejones oscuros a altas horas de la madrugada. Así lo corrobora Stop Violencia Sexual (Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género), que apunta a que solo el 15% de los casos que atiende responden a este tipo, la llamada violación por asalto.
La imagen construida choca con la experiencia de mujeres que acuden a sus consultas y acaban siendo conscientes de que la primera vez que mantuvieron relaciones sexuales sufrieron una agresión sexual. El relato es común: chicas que en un principio dijeron que sí, pero por cualquier circunstancia decidieron cambiar de opinión, o chicas a las que mientras decían “para”, él les quitaba la ropa.
“Yo le decía que no estaba preparada y él me insistía. Al final accedí, pero yendo a un lugar tranquilo me eché para atrás y le dije que no estaba segura. Así que volviendo a casa nos dimos un beso y él empezó a intentarlo. Mientras me quitaba la ropa le iba diciendo que no, hasta que se me bloqueó el cuerpo y el habla”, rememora Pamela.
Restarle importancia
Suele decir que su novio la violó “con todo el amor del mundo”. Lo dice porque lo primero que le dijo a su psicóloga Carmen fue que ella “estaba ahí porque quería” y que “cuando te violan te fuerzan y a mi él no me forzó”. “No Pamela, tu dijiste que no”, recuerda la mujer verbalizando las palabras de la experta.
Beatriz Bonete, presidenta de la federación, afirma que la línea que separa el consentimiento de la agresión no es la violencia más física o directa. “El límite está muy claro: que la mujer diga sí, si no puede decirlo porque, por ejemplo, ha bebido mucho, o dice no, es una agresión”, explica.
La experta ha recopilado las experiencias de varias mujeres a las que preguntó cómo había sido 'su primera vez'. “Muchas de ellas no me contaron eso, me contaron una agresión sexual”, relata Bonete, que enmarca como casos frecuentes los encuentros, en un principio deseados, que se dan en ambientes festivos o los propiciados por los clásicos novios de la adolescencia.
“Yo al principio no quería, pero me insistió tanto...si total, no era feo”, “había bebido muchas copas y cuando me desperté estaba encima de mi, pero yo creo que no es nada...”. Las víctimas suelen restar importancia a lo sucedido porque “en ese momento ellas no toman conciencia de estar viviendo eso como una agresión y piensan 'si ya le he dicho que sí, no le voy a decir ahora que no'”, ejemplifica Marta Monllor, trabajadora social de la Fundación Aspacia.
En el caso de las adolescentes, aunque no solo, influye en gran medida el mito del amor romántico, “la entrega absoluta y que mantener relaciones sexuales es la prueba de amor definitiva”, admite. “Ahora esa presión de 'si no te acuestas conmigo es que no me quieres' o 'es que te gusta otro' sigue dándose, pero no exclusivamente. Ahora dar las contraseñas de las redes sociales es otra prueba de amor”, recalca Monllor.
Que la carga caiga sobre el agresor
Bonete asegura que las chicas “se sienten mal y saben que algo no ha ido bien”, pero a muchas les cuesta reconocerse como víctimas de un delito. “Que había pasado algo raro”, afirma Pamela al preguntarle qué experimentó después de la primera agresión –su novio la maltrató durante años–. “Pero fui consciente de ello siete años después”, prosigue.
La culpa es una de las sensaciones más arraigadas porque han asumido que haber iniciado un contacto voluntario, haberse insinuado o no haber encontrado las herramientas para irse o detener la situación, les ha llevado a ese punto. “Cuando le dije que no la primera vez él se enfadó y yo pensaba que era por mi culpa, porque en un principio le había dicho que sí”, relata Pamela.
Sin embargo, Bonete apunta a la necesidad de que la carga de lo ocurrido empiece a focalizarse en el agresor y las preguntas pasen del “¿Por qué te acercaste'” al “¿Por qué agrediste?”. La experta asegura, de hecho, que “muchos chicos solo entienden que ya que ha llegado hasta ahí tiene que acabar lo que ha empezado”, matiza.
La victimización secundaria
La decepción es otro de los sentimientos más comunes entre las adolescentes, cuenta Bonete, porque “nos venden una idea y expectativas de lo que debe ser 'la primera vez' que están alejadas de la realidad”. Lo que, unido a la vergüenza, la culpa y la responsabilidad, “hace más difícil que cuenten la verdad, por ejemplo, cuando entre amigas hablan de sus primeras veces”, continúa.
Esa culpabilización, asegura el abogado Andrés Piera, no solo emana de la propia sociedad o el entorno, sino de las instituciones. Una dinámica que, al final, “puede acabar calando con pensamientos del tipo 'no tendría que haber bebido tanto' o 'debería haber sido más clara al decirle que no'”. La culpa y la dificultad de considerarse víctimas de un delito hace que la mayoría se resista a denunciar.
“Hay otras causas como el miedo a la victimización secundaria [el sufrimiento añadido a la agresión que ejercen las instituciones], como las caras de incredulidad de los policías o preguntas como '¿qué llevabas puesto?', afirma Piera, que enumera como tercer motivo para no denunciar el miedo a las represalias. ”No necesariamente físicas, puede ser que el agresor cuente bulos o intente destruir tu reputación“.
Para Monllor es fundamental trabajar con chicos y chicas con el objetivo de desmontar los mitos del amor romántico y desterrar los estereotipos que identifica como piezas clave de este tipo de agresiones invisibilizadas. “Que los hombres deben perseverar, que las mujeres cuando dicen no quieren decir sí o que nunca van a decir que sí cuando quieren sexo”, ejemplifica.
Pamela Palenciano hace pedagogía para combatir el machismo llenando colegios e institutos de alumnos y alumnas que escuchan su experiencia con el monólogo “No solo duelen los golpes”. “Veo sus caras cuando cuento el episodio de violencia sexual, veo cómo me miran y cómo algunas agachan la cabeza. No hay monólogo en el que no lo haga una, al menos, o se acerque al final a decirme que le ha pasado lo mismo”.