Aún es pronto para saber si el calor de la primavera puede frenar la epidemia de COVID-19
Al tiempo que la epidemia de COVID-19 alcanza más países, se extiende la idea de que la primavera frenará al virus por la subida de temperaturas. Sin embargo, los datos científicos acumulados hasta el momento todavía no avalan con firmeza esta hipótesis.
A 3 de marzo, hay más de 120 casos confirmados de COVID-19 en España, cinco de ellos en estado grave. Fuera de nuestras fronteras, el nuevo coronavirus también se está extendiendo por diferentes regiones del mundo, lo que ha impulsado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a elevar a “muy alto” el riesgo de expansión mundial del virus. Aunque el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró el pasado viernes que aún hay tiempo para contener al nuevo coronavirus SARS-CoV-2, reconoció que “el incremento continuo en el número de casos y el número de países afectados en los últimos días son claramente preocupantes”.
Mientras la epidemia de COVID-19 se está mitigando en China, países como Corea del Sur (más de 4.300 casos), Italia (más de 2.000) e Irán (cerca de un millar) están experimentando un aumento constante de casos confirmados cada día. En la actualidad, se han detectado personas afectadas por el COVID-19 en más de 65 países de todo el mundo. Ante esta situación, numerosos expertos en salud pública se preguntan, ¿la llegada de la primavera en el hemisferio norte ayudará a contener al nuevo coronavirus?
Aunque algunas autoridades políticas, como Donald Trump, hayan afirmado que “mucha gente piensa que (el coronavirus) se irá en abril por el calor”, por el momento, no disponemos de suficientes datos para confirmar que esto ocurrirá. Bien es cierto que todas las grandes epidemias de coronavirus se están dando, por el momento, en el hemisferio norte, pero esto puede deberse más a factores socioeconómicos (mayor interacción comercial y turística con China) que a ambientales.
Sí que sabemos, por el comportamiento de diferentes virus respiratorios, que el otoño y el invierno son las épocas en las que tienen lugar las epidemias de gripes, resfriados y otras enfermedades infecciosas respiratorias. Son diferentes los factores que contribuyen a ello. Por un lado, durante los meses más fríos, las personas suelen pasar más tiempo en lugares cerrados, lo que favorece el contagio entre ellas. Por otro, los virus estacionales como la gripe o los cuatro tipos de coronavirus que afectan habitualmente a humanos suelen tener problemas para sobrevivir en el exterior a las temperaturas más elevadas típicas de la primavera y el verano.
Además, el frío puede entorpecer algunas medidas defensivas del organismo humano contra microorganismos, mediante la sequedad de las mucosas respiratorias o el enlentecimiento del barrido de las microvellosidades, las “escobillas” microscópicas que limpian continuamente estas mucosas.
Aún no sabemos con certeza cómo afecta el calor y la humedad al nuevo coronavirus y cuánto tiempo es capaz de sobrevivir fuera del cuerpo humano y en superficies. Sencillamente, no disponemos todavía de estudios científicos sobre ello, como reconocen la propia OMS o el Centro de Control de Enfermedades (CDC).
Qué nos dicen otros coronavirus
En general, sabemos que los coronavirus no toleran bien el calor por su capa lipídica (de grasa) externa, que es sensible a las altas temperaturas. La baja humedad ambiental tampoco ofrece buenas condiciones para estos virus. Asimismo, la radiación solar disminuye su supervivencia en superficies. No obstante, los únicos datos fiables que podrían orientarnos un poco sobre la capacidad de supervivencia del nuevo coronavirus son los estudios realizados previamente en los otros tipos de coronavirus que afectan al ser humano.
En una revisión realizada por científicos de la Universidad de Leibniz, se analizaron 22 estudios y encontraron que otros coronavirus humanos como el SARS, el MERS y coronavirus endémicos tenían la capacidad para resistir en superficies como cerámica, caucho, metal, cristal o plástico hasta un máximo de 9 días.
Estos virus sobrevivían más tiempo a temperaturas inferiores a 30 ºC, humedades relativas superiores al 50 % y en superficies como el plástico, donde batían récords de supervivencia. En general, los tiempos de supervivencia media se encontraban en torno a los 4-5 días. ¿Estos resultados son extrapolables al nuevo coronavirus? No lo sabemos con certeza y los investigadores señalan la necesidad de realizar estudios específicos con el SARS-CoV-2 para averiguar cuánto tiempo es capaz de sobrevivir en superficies. Pese a que circulan cadenas de WhatsApp que afirman que este virus muere a una temperatura superior a 25 ºC, no tenemos pruebas de ello, por el momento.
Además de estos estudios científicos, contamos con varios indicios que ponen en duda que la primavera vaya a resultar útil para contener la epidemia en el hemisferio norte. La epidemia de SARS de 2003 comenzó en noviembre y duró hasta julio, sin que podamos saber si esta cesó exclusivamente por las medidas epidemiológicas tomadas o el calor contribuyó a ello. Por otra parte, el coronavirus MERS de 2012 se extendió por Arabia Saudí en pleno agosto, cuando las temperaturas eran altas. También hay que tener en cuenta que el actual coronavirus ha llegado y se está difundiendo en países como Singapur o Australia, pese a que las temperaturas son aún elevadas en estas regiones.
Un factor clave en este asunto es que, aunque la temperatura ambiental influya sobre las probabilidades de transmisión y supervivencia del virus, existen otros muchos factores que determinan la difusión de una epidemia. Cuando aparece un nuevo virus respiratorio, este no tiene por qué comportarse como los típicos virus estacionales. ¿La razón? Un nuevo virus tiene mucha mayor capacidad para difundirse, aún en meses cálidos, porque los sistemas inmunitarios de las personas no han estado nunca expuestos a este, siendo vulnerables a la infección.
Si el COVID-19 no se pudiera contener finalmente, podría ser posible que el coronavirus siguiera extendiéndose durante la primavera y el verano, pese a encontrarse en unas condiciones ambientales más hostiles para su supervivencia. Hasta donde sabemos, no podemos confiar en que la primavera nos solucione este problema de salud pública.
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