Aunque todas las olas han seguido la misma progresión, cada una se ha comportado de forma particular. El ciclo se repite: en primer lugar, la escalada de casos se manifiesta en los hospitales dos semanas después del pico de contagios; tres semanas después en la UCI y, por último, en los fallecimientos. La quinta ola no ha sido una excepción, pero como ya pasó con la anterior, la relación entre los indicadores ha cambiado.
La tasa de mortalidad no tiene nada que ver con las otras fases de la pandemia, sobre todo con las previas a la campaña de vacunación. Al pico de casos de la segunda y tercera ola le seguía un pico similar de muertes. Una tendencia que se ha roto en la cuarta y en la quinta. No obstante, en números absolutos España ha registrado casi los mismos fallecidos que en abril y mayo. La diferencia es que los contagios ahora se han multiplicado por cuatro.
La respuesta más sencilla para explicar esta brecha es la vacunación. El 70% de la población ha recibido al menos una dosis y el 60% la pauta completa. Hay mucha más gente protegida que hace tres meses, pero la explosión de contagios entre los más jóvenes, que también son los últimos que han sido inmunizados, ha causado sus estragos.
El 21 de julio alcanzamos el pico con 25.000 positivos notificados de media al día. La cúspide de la cuarta llegó a mediados de abril con aproximadamente 8.000 contagios diarios. Las muertes, asumiendo la demora en la notificación y que comunidades como Catalunya no han pasado aún sus datos actualizados a Sanidad, se sitúan en una media de 74 diarias, pero siguen en ascenso. En abril, por su parte, el pico más mortal registró 92 decesos –incluyendo algún fallecido retrasado de la tercera ola–. “A mí me parece una cifra impactante, que explica que la pandemia sigue entre nosotros y que tenemos que bajar la incidencia además de aumentar la cobertura vacunal”, piensa José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad y profesor de Salud Pública en Granada.
Aunque el descenso proporcional de las muertes respecto al número de contagios sea una buena noticia, los expertos alertan de que siguen siendo demasiadas por culpa de la enorme incidencia. En la quinta ola se han rozado los 700 casos por 100.000 habitantes, números que no se veían desde la tercera onda y que aumentan la probabilidad de los casos que acaban en muerte. “Nos tendremos que acostumbrar a que es imposible deshacerse del todo de esta enfermedad, pero no a esta consecuencia”, advierte Olmos. “Con una incidencia muy alta es más probable que el virus entre en los centros de mayores o ataque a los más vulnerables”.
Esta ha sido la otra cara inesperada de la ola. La incidencia no solo ha aumentado entre las personas de menor edad, sino también entre los grupos ya inmunizados. Aunque la vacuna es efectiva, hay un pequeño porcentaje de población que carece de estos anticuerpos por distintos factores: edad, inmunosupresión o patologías que se agravan con la infección. Son sobre todo estos los que presentan una mayor mortalidad. “Las vacunas están siendo muy efectivas para reducir la gravedad de la enfermedad y las muertes, pero son más de las que nos gustaría”, reconoce Salvador Peiró, epidemiólogo e investigador de FISABIO en Valencia.
Los mayores de 80 años son los principales afectados en las gráficas de esta ola, pero según los expertos se debe también a la cantidad de pruebas diagnósticas que se hacen ahora –más de un millón en una semana– entre los ancianos que van al hospital y los residentes en los geriátricos. “Las personas que fallezcan por cualquier cosa, pero con PCR positiva, se cuentan como muerte por COVID aunque esta sea la causa complementaria y en realidad se hayan descompensado por otras razones”, explica Peiró. “También ocurre si entran al hospital con una PCR negativa pero positivizan allí”, compara.
“Las muertes son muy difíciles de valorar en todos los momentos, pero ahora más, porque se está diagnosticando mucho”, añade el experto. Para él, el mensaje que debe calar es que la vacuna permite desarrollar cuadros más leves incluso entre las personas mayores que se están reinfectando. “Algunos hospitalizan, pero con mucha menos gravedad y en las UCI hay mucha gente que no está intubada. En Valencia, hemos pasado de tener 200 muertos al día en la tercera ola a 20: la diferencia es brutal”, piensa Peiró. Aunque podrían ser menos y, de nuevo, culpa de ello a la transmisión descontrolada del virus.
“Tenemos que pensar una cosa y es que no hemos tratado a ninguna variante como a Delta, que la hemos abordado prácticamente sin restricciones, y así es normal que la transmisión vaya como va”, opina el experto. Martínez Olmos cree que “ante enfermedades infecciosas, hay que cortar la interacción social” y España “ha decidido limitarla poco”. “Son raras las comunidades que han aplicado toque de queda o restricciones al ocio nocturno, no es el denominador común. Eso te da un resultado, que es que baje la incidencia pero a un nivel insuficiente”, añade el profesor de Salud Pública.
La forma de abordar la quinta ola ha sido radicalmente distinta a la del resto de momentos. En eso coinciden todos. La pregunta ahora es: ¿cuál es el número de muertes que estamos dispuestos a tolerar en lo que resta de epidemia? “En términos de Salud Pública, solo son aceptables las muertes que son inevitables. Toda muerte que es evitable es inaceptable a nivel social y médico. Si preguntas a los profesionales, les duele mucho todo aquello que se podría haber evitado”, expresa José Martínez Olmos.
Calcular las muertes “evitables” es algo complejo y se suele hacer mediante las estadísticas de exceso de mortalidad en España. Los informes MoMo se elaboran en el Centro Nacional de Epidemiología y llevan una vigilancia de mortalidad diaria. El último informe refleja un periodo en el que ha habido más muertes (por todas las causas) de las 'esperadas', es decir, más que la media de otros años para las mismas semanas: del 14 de julio al 2 de agosto, hubo 2.300 muertes 'de más'. Esto se observa sobre todo en Madrid, Catalunya y Euskadi. Nuestro país sigue arrastrando la crisis de mortalidad que comenzó con la pandemia, pero 2.300 es una cifra mucho más baja en comparación con anteriores fechas: del 4 de enero al 13 de febrero, periodo que se corresponde a la tercera ola, fueron 11.478 decesos 'no esperados'.
“En el caso de la gripe, como ocurre todos los años, podemos calcular el número esperado de muertes. Pero no tenemos experiencia para decir cuántas serán con el coronavirus. Sí que sabemos que una muerte evitable es una muerte muy dolorosa”, recuerda Martínez Olmos. El experto de la Universidad de Granada propone dos claves para intentar paliar este efecto: vacunar y bajar la incidencia mucho más. “Todo el territorio español está en color rojo y esto tiene un impacto en la salud. Mientras haya coronavirus habrá consecuencias, pero no podemos acostumbrarnos a estas incidencias”, concluye.