El riesgo de una segunda ola de COVID-19 tras la desescalada mantendrá el sistema “en tensión” durante varios meses
Una de las prioridades en la gestión de la pandemia de COVID-19 va a ser que la “desescalada” del confinamiento sea gradual para evitar una segunda oleada de contagios. Fernando Simón, portavoz de Sanidad, se ha referido a ello: cuando llegue la fase de “transición”, que el Gobierno, aunque sin plazos, ya prepara tras los datos que indican cierta ralentización en el ritmo de nuevos casos, lo más complicado será “mantener la tensión”.
El técnico, que sigue aislado por su propia infección por coronavirus, ha dicho que quedarse en casa es, en cierta medida, la “fase fácil”. Cuando las restricciones se relajen “será complicado que la gente mantenga las medidas de distanciamiento adecuadas” y requeridas para que el virus no contraataque con la misma fuerza. Aún no las han especificado, pero sí han deslizado como posibilidad que se normalice el uso de mascarillas y que, aunque se permita salir a la calle, muchas prohibiciones perduren.
Previsiblemente, coinciden los analistas, esa “tensión”, a mayor o menor nivel, durará meses. Todos tienen el foco puesto en cómo se van a hacer estas medidas de “desescalado”, con el objetivo de sortear un rebrote de la enfermedad. En el documento ético elaborado por catedráticos en Derecho Penal que ha difundido el propio Ministerio de Sanidad se lee que es “inaplazable el diseño del escenario sanitario y post-confinamiento y del retorno progresivo a la situación de normalidad social” pero con “todas las precauciones necesarias para evitar una segunda oleada de personas infectadas”.
El ministro Salvador Illa ha insistido en que lo que comienza tras este fin de semana con la vuelta al trabajo de algunos trabajadores no esenciales no es aún “desescalada”, pero una viróloga como Margarita del Val, miembro del CSIC y del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, advertía igual este viernes en la Cadena SER de que lo conveniente sería “alargar el confinamiento para ver cuál es la bajada de verdad”, para que una segunda ola no se diese antes de lo esperado. A Del Val le parecía “precipitado” en este sentido que a partir del 13 de abril se reactive parte de la actividad industrial.
Desde un grupo de expertos de la Asociación de Economía y Salud (AES), en un extenso artículo sobre cómo deberíamos “retomar el trabajo”, parten de una premisa: “A estas alturas nadie debería esperar una próxima erradicación del COVID-19”. El comportamiento del coronavirus es todavía “muy dudoso” e, incluso contando con que una vacuna esté lista en 2021, algo que no se puede asegurar, recuerdan que “la humanidad solo ha erradicado dos enfermedades: la viruela y el SARS”. El abanico de escenarios que definen es “muy amplio”, y va desde el fin de la epidemia gracias a una inmunidad de grupo –el mejor–, hasta que alguna mutación siga “creando problemas” a más largo plazo. En cualquier caso, contemplan como algo muy posible que se den “sucesivas oleadas” de transmisión.
Un estudio de la Universidad de Washington publicado esta semana señala que para países como España e Italia, que ya han atravesado la peor parte de la epidemia, el mayor peligro es sufrir un nuevo golpe de infecciones. Esa misma proyección auguraba a España un total de 19.000 muertes hasta agosto.
Los investigadores del AES apuntan de todos modos a que “los datos y las enseñanzas aprendidas durante la primera oleada de la pandemia serán muy útiles”. Así, será importante la gradualidad de la desescalada, pero también observar lo que ha fallado: debería haber preparados, para el futuro, planes de contingencia para la “gestión de catástrofes” que incluyan previsión con el suministro de material sanitario. Y será esencial que se “reorganice el sistema de salud y cuidados”, protegiendo al personal, evitando aglomeraciones y aumentando la capacidad de respuesta ante esas posibles nuevas oleadas.
Los estudios poblacionales, claves
Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), señala que, efectivamente, “el riesgo de una segunda oleada va a estar latente. Se va a tener que vigilar de forma muy estrecha, y si en algo hay consenso es en que para evitarlo las medidas de desescalado han de ser de forma lenta y progresiva, vigilando muy bien la transmisión y modulando según las necesidades y situaciones”. En cualquier caso, a corto, medio y más largo plazo tendrá que revisarse todo “constantemente”, continúa Godoy, y con “todas las precauciones: si se detecta un aumento de transmisiones e ingresos, habrá que poner medidas importantes de nuevo”. No es descartable que en unos meses, con la población reincorporada en su puesto de trabajo, por algún contagio comunitario concreto se pudiera recomendar u obligar de nuevo al teletrabajo, señala como ejemplo.
En todo caso, evitar una “segunda oleada” dependerá en mucha medida de tener capacidad de evitar “brotes explosivos. Y es raro que haya brotes explosivos a medio plazo, mientras sigan sin permitirse concentraciones de muchas personas”, avanza Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS) y director general de Salud Pública del Ministerio de 2008 a 2011. Por eso, los eventos multitudinarios serían, en su opinión, de las últimas restricciones que deberían levantarse. En esa línea, para controlar mejor que la gente cumple las normas, el experto en Salud Pública ve imprescindible que haya “coordinación con las autoridades locales”, es decir, que se monitoricen los movimientos de la población, ya sea desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad como con aplicaciones tecnológicas.
Los planes del Gobierno son más a corto plazo, para el fin de la primera parte más rígida del confinamiento. Para lo que el ministro Salvador Illa llama el periodo “de transición” hay pensadas tres claves: tests masivos a sanitarios, la monitorización de los pacientes leves y asintomáticos en las conocidas como 'Arcas de Noé' y el control de la inmunidad de grupo. Esto último está ya en marcha, Sanidad espera que comience la semana que viene con una primera fase de tests a unas 60.000 personas. Trabajarán en ello el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y el Instituto Nacional de Estadística.
Coinciden en la importancia de esos estudios poblacionales tanto Ildefonso Hernández como Pere Godoy, pero, sobre todo, en que sean constantes mientras la enfermedad siga activa, y en que se vayan perfilando conforme las necesidades. Ambos explican que esa primera fase con 60.000 personas del ISCIII es eso: un primer paso. Se tendrá que ir perfeccionando cuando la situación se estabilice, realizando tests en centros de Atención Primaria o zonas concretas de interés. “Los estudios poblacionales serán clave para ver cómo está ahora la epidemia, pero también para ver cómo evoluciona”, explica Hernández.
Sobre todo, esos estudios estadísticos serán importantes “para evitar un segundo desborde y para saber qué zonas tienen más fácil salir de las restricciones”. Entre otros factores, porque han tenido más afectados y por tanto, paradójicamente, tienen a más gente inmunizada. “Suena raro, pero lo ideal sería que se infectaran en esa primera fase todos los menores de 40 sin patologías y que no puedan contagiar a vulnerables. Pero con las estructuras familiares que tenemos en España, llevar a cabo algo así es realmente difícil”, añade el ex director general del Ministerio.
“Tensión” hasta que haya vacuna
Todos los países, incluso los que están más avanzados epidemiológicamente que España, están en la misma batalla: China volvió a prohibir los viajes tras varios casos importados, Japón decretó el estado de emergencia semanas después de lo que se creyó el pico. ¿Se puede predecir algo acerca de hasta cuándo durará la situación de tensión y riesgo en España? “Cuando veamos que los casos son esporádicos y, en las encuestas, que no hay transmisión comunitaria, podremos relajarnos. Siempre asumiendo que no va a haber 0 casos en ningún momento y que el riesgo está ahí, al menos hasta que no haya vacuna o el virus mute mucho”, contesta Hernández.
“Mientras tanto, lo importante será la capacidad de controlarlo, y eso consiste en que no se acumulen los casos graves, pero que los que haya se puedan atender bien, conociendo bien las 'áreas COVID' y protegiendo al personal sanitario”, sigue el experto en salud pública. La tensión y el riesgo no cesarán hasta que haya vacuna y, además, recuerda Pere Godoy, el gran problema es que desconocemos aún muchas cosas del virus: “Se ha comparado con la gripe, pero ni siquiera tenemos evidencia empírica de que tenga un comportamiento estacional y en verano se reduzcan por ello los casos. Lo tendremos que aprender”.
“Un peligro de esta enfermedad es la transmisión silenciosa, de casos subclínicos y asintomáticos: contagian poco, pero son muchos y generan muchas cadenas de transmisión”, sigue Godoy. “Por eso es tan difícil. No era imaginable que a finales de febrero, en España, hubiese tanta transmisión como parece evidente que había, porque era silenciosa. Podemos tener pocas certezas hoy con este virus”.
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