El evento es dramático y tenso. Frente a las cámaras, en 1995, en uno de los programas políticos de televisión más vistos en la Argentina, el general Martín Balza, jefe del Estado Mayor del Ejército, realiza la primera autocrítica sobre lo acontecido en la sangrienta última dictadura militar por parte de las Fuerzas Armadas. Las cámaras lo toman en primer plano mientras el militar, de estricto uniforme, lee una carta en la que habla de desaparecidos, de la responsabilidad en los delitos cometidos, de los errores. Lo hace filtrando términos como “inconsciente colectivo”, “elaborar el duelo” o “negar el horror”, y la escena le sirve al historiador Mariano Ben Plotkin, autor de la exhaustiva investigación ‘Freud en las Pampas’ (editorial Sudamericana), para ilustrar en su libro lo que es a todas luces un fenómeno argentino: la influencia del psicoanálisis en lo más profundo de la sociedad, al punto de que su jerga y su terminología se cuelan en la voz de un rígido uniformado en uno de los acontecimientos políticos más relevantes de la década de los 90.
Las palabras de Balza son un ejemplo más que se suma a canciones, secciones en los medios de comunicación, libros que son ‘best sellers’ y programas de televisión que dan cuenta de que la terapia dista de estar encerrada en los muchos consultorios profesionales que riegan, especialmente, la ciudad de Buenos Aires, y forma parte de la cultura popular y el sentido común nacional.
Curar hablando
Lucía Rossi es vicedecana de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). En 2022, la carrera de Psicología, con 6.862 aspirantes, fue la segunda más elegida por los nuevos ingresantes de la UBA después de Medicina. Rossi dicta desde hace 40 años clases de Historia de la Psicología ante auditorios de 400 alumnos en diferentes turnos. Su despacho está adornado por mapas que ilustran la exuberancia de la profesión en Argentina, autoría de su colega Modesto Alonso –quien sigue este tema hace décadas– y otras investigadoras. En ellos se puede ver cómo aumenta la cantidad de profesionales año a año, cómo se distribuyen en el territorio nacional –la preponderancia de la Capital Federal es contundente– y otra información demográfica, por ejemplo el hecho de que casi el 85% de los que ejercen la profesión son mujeres, o de que la mayoría se dedica a adultos y ejerce en el ámbito privado. También hay un gráfico sobre el número de psicólogos por habitantes, con datos de 2005, que ubican a la Argentina en el primer puesto: 121 psicólogos cada 100.000 habitantes, seguido por Dinamarca, con 85.
Para Rossi, la influencia de la terapia en el país es una historia social, cultural y política y se remonta a comienzos del siglo XX. Uno de sus hitos es la llegada de las obras completas de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, a los cenáculos intelectuales porteños: “En 1920 –cuenta–, José Ortega y Gasset, que era un enamorado de la Argentina, empieza a recomendar leer a Freud. Un amigo suyo catalán imprime las obras completas traducidas en España, pero en España no se venden. Es un fracaso comercial. Ortega habla muy seguido con Victoria Ocampo, una escritora y gestora cultural argentina, y ella le dice que traiga esas ediciones a Argentina. En 1924, las obras completas de Freud, traducidas al castellano en España, se terminan agotando en Buenos Aires. Son un éxito. Esa entrada de Freud por el lado intelectual de Victoria Ocampo y el grupo Sur fue una de las tantas vías en las que el psicoanálisis permeó en Argentina”.
No fue la única. Gabriela Goldstein es la presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), la más añosa de América Latina, fundada por profesionales, muchos de ellos europeos, que llegaron después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, la APA ocupa un petit hotel en Recoleta, uno de los barrios más costosos de la ciudad, y aloja cursos de formación, ciclos de charlas, una biblioteca y departamentos de investigación mientras va recuperando la vida institucional presencial postpandemia: “Lo que llamamos el ‘pionerismo’ –asegura Goldstein– surge de un encuentro de múltiples orígenes. Por un lado llegan Ángel Garma de España y Marie Langer de Austria. Garma es un español formado en el Instituto Psicoanalítico de Berlín, que llega con la idea de formar una sociedad psicoanalítica. Por otro lado, Arnaldo Rascovsky, un médico pediatra argentino, que ya estaba iniciando reuniones de lectura de los textos de Freud; Celes Cárcamo, también argentino y formado en París, y Enrique Pichon-Rivière, psiquiatra nacido en Suiza, que emigró primero al Chaco con su familia y que tiene como segunda lengua el guaraní. Todos ellos, junto a Enrique Ferrari Hardoy, crean el 15 de diciembre de 1942 la Asociación Psicoanalítica Argentina”. Goldstein es, a su vez, hija de psicoanalistas analizados por miembros de este grupo.
En el cuadro de la importación y difusión del psicoanálisis también aparecen otras figuras, como por ejemplo el intelectual Oscar Masotta, que introdujo los escritos del francés Jacques Lacan. Ese florecimiento tuvo su apoteosis en la década de los 60, cuando la escena cultural brotaba entre ‘happenings’, recitales de rock y movilización política, siempre amenazada por la violencia estatal en un período, también, signado por los golpes de Estado.
Para Goldstein, el hecho de que el psicoanálisis haya formado parte de los movimientos culturales de la década también tuvo que ver con su popularización: “Ese espíritu abierto, sin prejuicios, hizo que se fuera acercando un universo de personas que buscaban saber de sí mismas –dice–. A diferencia de lo que sucede en otros países en los cuales la terapia se mantiene en secreto, en Argentina el psicoanálisis está ligado al florecimiento cultural liberal de los años 60, y a una forma receptiva de lo nuevo. Eso hizo que se acercara gente con interés y curiosidad, o con algún padecimiento, y no solo con la idea de que tenés que tener algo grave para analizarte. Esa pluralidad siempre fue una marca del psicoanálisis y la psicoterapia en Argentina y específicamente en Buenos Aires”.
El tema ha generado una marca nacional: "El chocolate es belga, el reloj es suizo y el psicólogo, argentino
Según reveló la Organización Mundial de la Salud en 2017, en Argentina ya había 222 psicólogos por cada 100.000 habitantes. Con tantos profesionales e instituciones psicoanalíticas –cuatro de ellas afiliadas a la Asociación Psicoanalítica Internacional–, las líneas y las escuelas de psicoterapia exceden con mucho al psicoanálisis freudiano, que por cierto no es seguido a modo de dogma, sino que ha sido reformulado y también desafiado.
La expansión de la terapia y la proliferación de profesionales es, de hecho, indisociable de la existencia de la universidad pública y gratuita. En la Universidad de Buenos Aires, la que más graduados arroja año tras año, la formación de grado ahonda en conocimientos sobre psicoanálisis, a diferencia de lo que sucede en carreras universitarias en otros países y también en algunas universidades privadas nacionales, donde el centro está en otras escuelas, como la cognitivo-conductual. “Con el retorno de la democracia, los psicólogos lograron tener un título que sirve para hacer psicoterapia, que ya no es auxiliar de la psiquiatría”– se explaya Rossi–. “En Argentina, para ejercer necesitas solamente un título de grado”.
“Me lo dijo la psicóloga”
La inexistencia de un estigma alrededor de la terapia es algo que se verifica en cualquier conversación: las menciones a los comentarios de los terapeutas o la necesidad de acomodar el horario de un compromiso “porque tengo terapia” son moneda corriente en la vida social e incluso laboral. “En Argentina es más raro no hacer terapia que hacerla”, dice Sebastián Girona, psicólogo con gran actividad en los medios de comunicación como columnista de radio y ‘podcaster’ y autor de libros de divulgación. Hace un año se mudó a Barcelona, desde donde atiende a argentinos basados en distintas partes del mundo y lidera un equipo de profesionales. “Lo que pasa en Argentina no pasa en muchos otros lugares. Cualquier persona te habla de ‘reprimí tal cosa’, ‘tuve un acto fallido’. Es un fenómeno muy particular. Hay algo ahí que tiene que ver con nuestra idiosincrasia, nos gusta expresarnos, hablar, decir las cosas que nos pasan”.
Antes de recorrer estudios de televisión y radio y atender en su consultorio privado, Girona hizo prácticas en clínicas de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, donde los pacientes provenían de sectores populares, y pudo constatar que la terapia también circula por fuera de las clases medias profesionales. Y si bien continúa siendo una actividad mucho más vinculada con este sector social, cierto grado de transversalidad está dado por el hecho de que cualquier persona puede acudir a un hospital público en busca de terapia sin derivación, por propio deseo espontáneo, aunque es probable que entre en lista de espera para iniciar su tratamiento.
Girona observa, además, que el tema ha generado una cierta marca-país: “Lo que yo estoy viendo es que el chocolate es belga, el reloj es suizo y el psicólogo es argentino”.
La mera existencia de psicólogos en los medios es una muestra más de la popularidad de estos discursos sobre la angustia y los padecimientos cotidianos. Su presencia en televisión lleva, con altas y bajas temporadas, más de 50 años, pero tuvo una nueva explosión en los años recientes de la mano de Gabriel Rolón, que publicó en 2007 un libro en el que narraba casos reales, obviamente anónimos. ‘Historias de diván’, también editado en España por el grupo Planeta, tuvo su adaptación en televisión y en teatro, además de 295.000 ejemplares vendidos.
Esto se sumó a otros fenómenos mediáticos internacionales, como el deleite de ver al mafioso Tony Soprano en sesión o ser un fisgón de neuróticos desconocidos en ‘En terapia’, la serie producida por HBO y estrenada mundialmente, adaptada a su vez de la israelí ‘Be’Tipul’, que tuvo ‘remakes’ en distintos países. En Argentina, con un condimento que da cuenta de la centralidad de sus temas, la versión local de ‘En terapia’ fue producida y emitida por la televisión pública.
La angustia en el país de las crisis
A pesar de las variadas hipótesis y reflexiones alrededor del tema, son muchos los que se preguntan por qué Argentina sigue siendo un país con tantos psicólogos y donde particularmente caló tan profundo el psicoanálisis, una línea basada en la escucha, la palabra, la sexualidad y la asociación libre, que sigue vigente aunque vengan aflorando otras técnicas y escuelas cada vez con más volumen. Para Rossi, “lo que ha hecho que el psicoanálisis anclara en Argentina es, entre otras cosas, la palabra conflicto: ¿quién no tiene conflictos? ¿quién es raso? El conflicto no es patológico”. Pero a la vez, la inestabilidad económica que caracteriza al país, con un pico reciente en el año 2001, pone en evidencia, según su perspectiva, la resiliencia y cierta fortaleza de la trama social y el lazo familiar. “El lazo es hablar, compartir”, reflexiona Rossi.
El filósofo, docente y divulgador Darío Sztajnszrajber, autor de libros como ‘Filosofía a martillazos’ o ‘La filosofía en 11 frases’ (publicados por Planeta), observa que hay, por un lado, una visión conservadora de la terapia que cree que sirve para “curarse”, en el sentido de encontrar una estabilidad que coincide con los intereses de la sociedad en la que vivimos, “una homologación entre tener salud mental y encajar en todos los patrones de un sistema que necesita, como decía Foucault, cuerpos económicamente rentables y políticamente dóciles”; y por otro lado, otra mirada “que entiende que el análisis no tiene que ver con alcanzar una zona de estabilidad sino con desestabilizarse a uno mismo para poder correrse de ese sentido común dominante de estar normalizados”.
Pero si por un lado Sztajnszrajber piensa que no se pueda hablar de la terapia en Argentina como si el territorio fuera un todo homogéneo, también se pregunta por qué se ha desarrollado particularmente aquí. “No creo que la terapia esté de moda en la Argentina –afirma–, sino en ciertos sectores urbanos, de clase media, y esos sectores tienen una tradición propia donde distintas instituciones y movimientos culturales han puesto al psicoanálisis en un lugar cuasi existencialmente artístico. El psicoanálisis, como la filosofía, tiene mucho de provocación artística que genera un dislocamiento existencial necesario para que uno apunte a la naturaleza de toda terapéutica, que es no tanto conocerse a sí mismo, sino escaparse de uno mismo. Hay una tradición cultural o moda en su momento pero que después fue generando la instauración de que ir a terapia no solo no es vergonzante sino que es una forma, como decía Richard Rorty, de redescripción de uno mismo. Es el lugar donde uno empieza a trabajar en desplazamientos propios que de manera autónoma no puede hacer”.
Acaso esos desplazamientos y esas redescripciones sean particularmente atractivos –o necesarios– en un país de gran volatilidad económica en el que los sujetos están, paradójicamente, más bien echados a su suerte.
4