Villamanta, zona cero de la DANA en Madrid, cinco días después: “Esto parece una zona de guerra y estamos solos”
Barro, escombros, solidaridad. Tres palabras definen el paisaje de Villamanta, un municipio de poco más de 2.700 habitantes al suroeste de la Comunidad de Madrid y zona cero de la DANA que azotó el pasado fin de semana la región. Un arroyo de 200 metros de ancho que alimentaba de humedad y color el paisaje local se convirtió el domingo en una pesadilla para todos los vecinos aumentando su caudal “de forma desproporcionada”.
La mañana de este viernes, cinco días después de las fuertes lluvias, la Guardia Civil ha encontrado en Aldea del Fresno –a 10 kilómetros de Villamanta– los cadáveres de las dos personas que murieron arrastradas por las aguas y seguían desaparecidas. Se trata de un hombre de unos 50 años, padre de una familia que logró ser rescatada, y otro varón de 83. El primer cuerpo ha sido localizado por los buzos en las inmediaciones del Puente de la Pedrera, destrozado por el temporal. El segundo se encontró 200 metros más allá, en el mismo río.
Se llama Arroyo Grande a pesar de que es muy poco caudaloso. O por lo menos lo era hasta la noche del pasado 3 de septiembre, cuando las fuertes precipitaciones desbordaron las estadísticas y el río. Casi una semana después, el agua ha bajado, pero queda el rastro de aquella noche de incertidumbre y miedo en los destrozos que la fuerza del agua ha dejado a su paso. Algunas casas han resistido bajo medio metro de lodo durante casi una semana, muchas aún no son habitables.
Una de ellas es la de Roberto, de 38 años, que decidió hace un año mudarse desde el centro de la capital junto a su mujer y su hija de tres años a Villamanta. Una casa baja bautizada como “Agua Mansa”, nombre que no transmitía ironía hasta hace unos días, cuando tuvieron que salir corriendo y con lo puesto de su nuevo hogar, ahora arrasado por el agua.
“Salimos a pasear por la tarde y el río estaba ya crecido, pero no pensamos que llegaría a tanto. Estábamos despiertos de milagro, ya que eran alrededor de las doce de la noche, cuando de repente se fue la luz. Ahí me di cuenta de que estaba empezando a entrar agua en el jardín. Salimos los tres corriendo de casa y, en ese momento, el muro del jardín se nos vino encima, haciendo que el agua nos llegase por las rodillas y rápidamente hasta la cadera”, cuenta Roberto mientras recoge algunos escombros de su patio.
“Conseguimos saltar a la casa del vecino, pero cuando íbamos a salir a la puerta para buscar ayuda en la carretera, su muro también se cayó –prosigue–. En cuestión de segundos los coches empezaron a flotar. No teníamos escapatoria. Por suerte un vecino nos ayudó a salir hasta la carretera. Tuvimos mucho, mucho miedo”.
El techo provisional de Roberto y su familia es un local del pueblo, ya que su casa ha quedado totalmente inhabitable. Otras cuatro familias llevan casi cinco días viviendo con vecinos y amigos. De sus indemnizaciones, según los vecinos, se va a encargar la entidad pública del Consorcio de Compensación de Seguros.
Al otro lado del río está Tomás, de 64 años. Vive junto a su padre, que lleva su mismo nombre, de 89 años. Su casa llama la atención desde lejos, ya que es la única cercana a uno de los puentes que han quedado parcialmente derrumbados por la fuerza del agua. La verja metálica y el muro que perimetraba su parcela han desaparecido entre el lodo. En su lugar hay escombros, un puente improvisado a base de palés de madera para poder llegar hasta la puerta de la vivienda.
“La corriente se ha llevado 150 metros de valla y dos vehículos que teníamos”, explica, y rememora lo sucedido esa noche. “El peor momento fue cuando se desprendió parte del puente que nos conecta con el pueblo y una ola de cuatro metros vino hacia nuestra casa. Pensamos que nuestra puerta –una puerta de acero corredera de cinco metros– aguantaría, pero el agua comenzó a filtrarse y llegó a superar los dos metros de altura dentro de mi garaje, lo que se convirtió en medio metro de barro al día siguiente”, cuenta el hijo.
“Acabamos con la casa totalmente rodeada de agua. Sabíamos que la casa tenía buenos cimientos y no teníamos miedo de un derrumbe, pero la puerta delantera también se abrió y comenzaron a entrar troncos grandes y maleza, por lo que apuntalamos todas las puertas posibles”, narra Tomás, el padre. Ambos cuentan que, en ese momento, solo podían desear que dejase de llover porque aquello “parecía el Mississippi”.
José, de 75 años, arrastra a duras penas dos maletas llenas de barro. En ellas lleva los únicos enseres que han quedado en su casa de la urbanización de Los Olivos, a tres minutos del pueblo de Villamanta y a escasos metros del caudal del río. Es su segunda residencia y, después de haber limpiado todo lo que podía, se las lleva a su casa de la capital con el gesto cansado y la cabeza gacha.
“Mi mujer y yo estuvimos tres horas y media subidos en el tejado de nuestra casa mientras llovía. Sabíamos que si nos quedábamos dentro nos podía llevar la corriente; tenía tanta fuerza...”, recuerda camino de su coche. “Los truenos eran constantes y nos tapamos como pudimos. Al cabo de un buen rato, cuando el agua comenzó a bajar, llegaron los bomberos a socorrernos. Afortunadamente –continúa– hacía unas horas que mi hija había decidido irse a Madrid junto a su marido y mis nietos. Si llega a pasarles algo yo no sé qué hubiese hecho”, concluye con un hilo de voz.
La colaboración vecinal, clave para la recuperación del municipio
Bruno (21 años) y su grupo de amigos han sido los “héroes sin capa” para muchos vecinos del pueblo. Llevan día y noche sacando palos, troncos, lodo y escombros de los alrededores de su zona durante casi una semana para ayudar a los perjudicados.
Así nos lo cuenta el joven junto a su padre, Gabriel, de 60 años, mientras miran las marcas que ha dejado el agua en la bodega de su casa: “En cuestión de minutos pasamos de la normalidad al brutalismo. Empezó a entrar agua por el sumidero del garaje y de pronto los coches flotaban como si fuesen kleenex en el mar. Nuestra casa es alta, porque tenemos debajo la bodega, y cuando nos quisimos dar cuenta teníamos el agua a dos peldaños de la puerta”, cuenta el joven. Dos amigos interrumpen su relato para pedirle la carretilla que llevan usando estos días para mover cascotes de un sitio a otro.
“Vinieron los bomberos a sacarnos los dos metros de lodo que teníamos en el garaje y se fueron, el resto lo han hecho entre los más de 30 amigos de mis hijos, que tienen entre 18 y 25 años, partiéndose el lomo desde hace días. Me los como a besos porque son ellos los que nos han salvado la vida”, se emociona el padre.
“Las excavadoras que hay también son nuestras, de los vecinos –continúa Bruno–. Son propiedad de empresas de leña que están ayudando con su propia maquinaria, porque si no podemos estar aquí tres semanas rodeados de barro, que al final se queda seco y se vuelve una piedra” argumenta el joven.
Padre e hijo salen de casa hacia el supermercado. Se han alimentado durante cuatro días de bocadillos. A los pocos minutos, pasa un grupo de chicos jóvenes con una carretilla llena de garrafas de agua mineral. Las llevan al otro lado del río, allí donde las personas mayores aún no se han podido desplazar hasta el centro del pueblo para comprar.
A la hora de comer, el centro cívico de la plaza de Villamanta comienza a llenarse de vecinos. En muchas casas del pueblo se puede dormir y estar tranquilo bajo un techo, pero no en todas es posible cocinar porque los electrodomésticos han quedado totalmente estropeados, explica Milagros, una vecina de 77 años que ha llevado hasta el edificio común una olla grande de judías blancas con chorizo para repartirlas.
“Ayer hicimos tantos macarrones que sobró un poco. Hoy hemos hecho cuscús, guisos calentitos y empanadillas. Otros traen agua o alimentos precocinados para los que prefieran llevárselo a casa. Nos hemos organizado bastante bien. Estamos colaborando con todo lo que podemos pero necesitamos muchas manos más para ayudar a todos los que lo necesitan. Hay casas destrozadas, pero nos estamos ocupando de que, por lo menos, nadie pase hambre”, resume la vecina.
“Necesitamos medios y ayuda desde las instituciones”
Muchos afectados, como Sinuhé Lozano, vecino de Villamanta y efectivo de Protección Civil en el pueblo, achacan el desbordamiento del río y sus consecuencias a una mala gestión de los residuos y malezas por parte de la Confederación Hidrográfica del Tajo por “no haber limpiado el cauce”.
Desde el Ayuntamiento de Villamanta coinciden con este argumento: “Hace 20 días nos pusimos en contacto con la Confederación Hidrográfica del Tajo por la cantidad de maleza que tenía el río. Ellos son los responsables de limpiarlo y sabíamos que algo iba a pasar porque había tantas plantas que hasta los puentes estaban colapsados a pesar de que apenas había agua. No hemos recibido respuesta por su parte en ningún momento”, defiende Patricia Solano, concejala de educación en el Ayuntamiento de este municipio.
Solano asegura que no pueden calcular el tiempo que va a ser necesario para que el municipio vuelva a la normalidad: “Estos primeros días hemos tenido que ordenar las prioridades minuto a minuto, porque el problema ha sido de tal magnitud que no tenemos ningún protocolo de actuación. En primer lugar, pusimos a todos a salvo y nos preocupamos de que aquellos vecinos que no podían volver a sus casas tuvieran una alternativa. Ahora queda el desescombro, pero no estamos preparados para ello”, señala la concejala.
Necesitamos ayuda, y la estamos pidiendo tanto a la Comunidad de Madrid como al Gobierno porque todo lo que tenemos son voluntarios, [...] en poco tiempo todos los escombros se convertirán en insalubridad y olores
Este pueblo, de menos de 3.000 habitantes, apenas tiene operarios en su Ayuntamiento, por lo que estos días han tenido que doblar turnos y ni siquiera así es suficiente: “Necesitamos ayuda, y la estamos pidiendo tanto a la Comunidad de Madrid como al Gobierno porque todo lo que tenemos son voluntarios. Entendemos que todo tiene su tiempo, pero la necesitamos urgentemente porque en poco tiempo todos los escombros se convertirán en insalubridad y olores. No llegamos a todo”, concluye la responsable de educación.
Como primer paso hacia la normalidad, el curso escolar ha logrado comenzar este viernes, aunque con ciertas particularidades. Los técnicos de edificación de inmuebles de educación de la Comunidad de Madrid dieron el pasado jueves el visto bueno al colegio pero no a la “Casita de niños”, una guardería. Es por ello que en las clases de primaria también han tenido que meter a los de Infantil y a los más pequeños. Fruto de esta extrañeza, tanto los niños como los profesores “han tenido una jornada desbordada”, según Patricia, una madre del pueblo.
Los vecinos entienden que el proceso de aseguramiento, protección y reconstrucción del terreno lleva su tiempo y que hay prioridades, pero se quejan de que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, haya pedido la declaración del municipio como zona catastrófica “y después no mueva un dedo por los afectados”. “Aquí nos estamos apoyando entre nosotros, con ayuda del Ayuntamiento. Llevamos una semana así, con las carreteras cortadas, los puentes derruidos y gente aislada”, señala Roberto, que opina que este tipo de situaciones deberían servir para que todos los municipios que estén en estas condiciones se preparen para ello.
Tomás, el vecino de la casa al otro lado del río, también se queja de la poca atención que están recibiendo. “Aquí aún no han venido los bomberos ni nos han hecho un acceso para poder ir al pueblo. Mi hermana y mis dos sobrinos cruzaron el otro día el río nadando para asegurarse de que estábamos bien y teníamos comida. Además, hay vecinos que ya están denunciando saqueos por las noches. Por suerte lo material no nos importa; estamos vivos”, añade.
“Si esto no es una emergencia, ¿en qué van a invertir los recursos?”, incide Gabriel. “No nos falta de nada para salir del paso, entre los vecinos y el Ayuntamiento poco a poco vamos pasando el día a día. Lo que necesitamos es que venga la Comunidad de Madrid o la Unidad Militar de Emergencias con maquinaria pesada para quitarnos todos estos escombros. Lo que hace una semana era un paraíso natural a media hora de Madrid hoy parece una zona de guerra”, concluye.
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