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Si Internet está lleno de porno gratis, ¿quién paga para ver sexo online?

Oferta premium de PornHub

Mario Escribano

La pornografía de Internet es infinita. Con la conexión rápida de datos y la sensación de privacidad, el teléfono móvil se ha convertido en una puerta de acceso gratuito a todo tipo de contenidos sexuales con una facilidad que los adolescentes y adultos de otras épocas no habrían imaginado.

En España existe poca información o estudios sobre el consumo de contenidos para adultos, y menos aún en el caso del pago. Las webs agregadoras de vídeos de sexo explícito apenas publican u ofrecen datos del tráfico de sus páginas. La excepción es PornHub, una de las más visitadas en todo el mundo, que publica un informe anual y desglosado por países. El servicio de pago PornHub Premium fue lanzado en 2015 y cuenta con “más de cinco millones de suscriptores” en todo el mundo, según los datos ofrecidos por esta empresa a eldiario.es. Han preferido no facilitar los referidos al consumo de España, país en que aseguran que no hay “ninguna particularidad”.

En esta web los vídeos tienen un tiempo medio de visualización de 10 minutos y 13 segundos; España está algo por debajo de la media (9 minutos y 20 segundos). Más allá del chiste fácil sobre la duración de la visita, se observa una tendencia: la cifra de permanencia aumenta conforme aumenta el uso de teléfonos móviles para ver este tipo de contenido. Un 64% de los usuarios accedió a PornHub desde teléfonos móviles en 2018, ocho puntos más que el año anterior. PornHub contabilizó 92 millones de visitas diarias.

En el estudio “Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales” se cifra que una de las páginas porno más populares, PornHub, “transmite cada día 5.000 terabytes de vídeos” mientras que Facebook se queda en 600 terabytes. Es decir, en Internet hay una cantidad de material inabarcable –y gratuito– para una persona, que se ve durante apenas 10 minutos y, mayoritariamente, desde la pantalla del móvil.

Y, sin embargo, la web está llena de promociones de porno de pago, cuotas de acceso a zonas “exclusivas”. ¿Quién paga por ver algo ante la abundancia de lo que se puede ver gratis? ¿Hay a quien le compensa pagar por ver (aún) más contenidos? ¿Hay hueco comercial en el porno para un sistema de pago como Netflix o HBO, con un producto que el consumidor percibe como de mayor calidad y que lo diferencia de la 'televisión en abierto'?

“Nunca más tendrás que ver el mismo vídeo dos veces”, celebran en las promociones de Premium, que cuenta con una semana de prueba gratis y un pago mensual de 9,99 euros (se destaca también la privacidad en el cargo bancario). En PornHub comentan que son “películas completas” en formatos de alta calidad, a los que se están sumando también “toneladas de vídeos de realidad virtual”. En total, solo en este apartado hay 213.000 vídeos exclusivos, a los que se suman unos 8.000 cada mes. Y, claro, tampoco hay publicidad: “No más distracciones. Disfruta de una imagen limpia y perfecta para que puedas concentrarte en lo más importante”.

'Premium': comodidad, madurez, exigencia

Lluís Ballester, profesor titular de Pedagogía en la Universitat de les Illes Balears (UIB) y coautor de “Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales”, sostiene que hay una gran variedad de tipos de consumo de pornografía de pago. “En nuestro estudio, que va de los 16 a los 29 años, solo paga menos de un 5%”, explica este experto que, no obstante, cree que puede ser más si se tiene “en cuenta un pequeño porcentaje de ocultación”. Sobre esta cuestión, un informe de 2016 publicado por Observatorio de Internet en Argentina establecía que únicamente el 4% de los argentinos paga por ver pornografía.

En cualquier caso, Ballester aclara que “paga gente con capacidad económica” y, por tanto, de mayor edad. Según el informe de PornHub, la edad media de visionado es de unos 35 años: más de la mitad del tráfico (56%) se concentra en personas por debajo de esta edad, mientras que solo un 9% tiene más de 55 años.

“No hay muchos estudios, y su representatividad estadística es muy limitada: se puede especular, pero no lo sabe casi nadie”, comenta Ballester, que lamenta depender “de lo que dicen las encuestas y lo poco que las compañías quieren mostrar”. Eso sí, cree que influyen cuestiones como la “distinción” –“tengo lo que nadie tiene”– o la sensación de privacidad y no dejar rastro. “Hay pequeños clusters de consumidores, con poder de compra medio, que no encuentran representados en el porno gratuito. Se compran desde películas completas o suscripciones a canales hasta porno en tiempo real”, especifica el profesor de la UIB.

Otra cuestión es la de la adicción. Aquí Ballester señala que existen tres niveles: uso, abuso y dependencia. “En el uso hay opciones de compra sin problema, seguramente las más frecuentes. El abuso significa gastar mucho dinero y la dependencia es ya el límite: cuando no se pueden masturbar sin imágenes. Ahí ya se puede hablar de adicción”, explica este experto, que incide en que esto último ocurre en “un porcentaje muy pequeño y no tiene mucho futuro comercial”. En Argentina, el 4% de las personas que pagan servicios premium de porno aseguran que la pornografía para ellos es “adictiva”.

En cualquier caso, Ballester recuerda que “paga hasta quien cree que no paga”: al entrar en páginas web, el usuario genera ingresos al portal por la publicidad que vemos, muy invasiva en ocasiones y con todo tipo de trucos para provocar el clic en falso del visitante. Además, solo con la navegación, empresas de rastreo de comportamiento online pueden establecer un perfil para personalizar la publicidad. La empresa Exoclick, radicada en Barcelona, tiene código espía en el 40% de las 22.484 páginas porno más visitadas de Internet. En función de la actividad en las páginas porno, se mostrarán en la publicidad diferentes estímulos sobre más páginas porno o prostitución. “Esa información registra el tipo de demanda y quién demanda. Pueden vender listas de clientes en todo el mundo, y eso ahora sabemos que es un capital brutal”, explica Ballester.

En el caso del porno, ese perfil de usuario se va configurando desde los primeros impulsos sexuales de la adolescencia.

“Otro porno es posible” (¿y rentable?)

A pesar de que el porno abunda en Internet, no es tan sencillo encontrar apuestas alternativas a un sexo explícito cada vez más violento y extremo con el cuerpo de la mujer. “En este momento el negocio principal del porno está vinculado a la prostitución y sus variantes, por eso no saben cómo vender el producto a las mujeres todavía”, comenta Lluís Ballester, el autor del estudio citado sobre pornografía en jóvenes. El 30% de los usuarios de PornHub son mujeres, siempre según la web.

Irina Vega es actriz, directora y productora de cine porno “feminista, alternativo e independiente”, como define ella misma. En 2012, Vega puso en marcha la plataforma AltPorn4U, un modelo bien distinto al convencional y del que cada vez surgen más iniciativas. En esta web, la práctica totalidad del contenido es de pago, ya sea mediante suscripción –desde 14,95 euros al mes– o compra individual –a 7,95 euros el vídeo–.

La apuesta por el contenido va más allá de los parámetros técnicos. AltPorn4U tiene su propio manifiesto, donde defienden que “otro porno es posible” y exigen a los productores que el material que alojen en la plataforma sea “independiente, alternativo, feminista y creativo”, además de “alta calidad emocional”. “No se selecciona contenido amateur, solo de calidad, hecho por profesionales: es una plataforma para gente que lo aprecia y valora”, comenta Vega, que también es CEO del proyecto. “He trabajado como performer en porno convencional y te aseguro que es algo muy mecanizado: no tienen en cuenta tus opiniones”, lamenta Vega sobre la parte mayoritaria de este negocio, frente a lo que defiende un modelo “no tan industrializado, donde se hable con los trabajadores: que sean ellos mismos y hagan realmente lo que les gusta. Las escenas las hacemos entre todos”.

Hay otros proyectos de referencia en el porno feminista o alternativo, como el de Erika Lust, pornógrafa sueca afincada en Barcelona, que mantiene EroticFilms, con una suscripción de 11 euros al mes.

En todo caso, el profesor Ballester considera que lo que se conoce como “porno feminista” podría acabar siendo capitalizado por los grandes portales: “Es porno con exigencias especiales. Al final son empresas capitalistas; su ideología es el beneficio”.

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