Ara H. vive en Los Ángeles, California, y lleva 26 años sin jugar. Los cuenta por días. Casi 9.600 ya. Ara se rehabilitó, y sigue haciéndolo, en Jugadores Anónimos (Gamblers Anonymous, en inglés), cuyo comité de relaciones internacionales preside. Ara cuenta que durante todos estos años de terapia y reuniones ha conocido a infinidad de personas con adicción al juego: casinos, apuestas hípicas, deportivas, tragaperras, black jack... pero que muy pocos han aparecido confesando ser adictos a las criptomonedas. “Pero creo que ya afecta a muchas personas, porque muchos llegan, sobre todo gente muy joven, hablando de que invierten en ellas pero sin verlo como un problema y tratando de justificar que eso no es apostar”, explica. Ara cuenta también que él no trata de refutarles su idea. Las reuniones son para escuchar y hablar libremente. “Yo simplemente intento aconsejarles y espero que me escuchen...”, añade. Ara cree también que es sólo cuestión de tiempo que este tipo de adicción sea real, que se estudie y se revele, “para evitar ese tipo de tentaciones”.
Desde que una persona empieza a echar unas monedas a una máquina tragaperras hasta que no puede dejar de hacerlo -se convierte en una patología- pueden pasar de seis a ocho años. Eso se conoce como periodo de latencia. El tiempo que tarda en desarrollarse la enfermedad que sufren los adictos al juego. Ese plazo se repite, con mayor o menor longitud, en el juego presencial. Pero en el online desde que alguien comienza, por ejemplo, a hacer apuestas deportivas hasta que se engancha a ellas se recorta drásticamente hasta los seis u ocho meses. Y eso, apuntan los expertos, es lo que puede estar sucediendo hoy con las criptomonedas.
Algunos medios de comunicación y expertos hablan ya de una “epidemia moderna”. También de una “epidemia silenciosa”. Incluso, morboso y futurista, de “criptoadictos”. La realidad es que las criptomonedas, como las monedas tradicionales, tienen también dos caras. Por un lado son esa inversión emergente y extremadamente incierta que a lo largo del pasado año, y especialmente durante el otoño, batió todos sus récords, aunque durante las últimas semanas ha sufrido también una brutal caída.
El bitcoin, la más conocida y cotizada, alcanzó el pasado octubre su techo hasta la fecha con más de 66.000 dólares de cotización. Había subido más del 50 por ciento en un mes y cuadruplicado su valor en un año. Hoy, tras el crack de este comienzo de año, está por debajo de los 34.000. La otra cara es la que revela las consecuencias imprevisibles que este tipo de inversión puede tener para algunas personas. Sobre todo para los jóvenes, que son quienes más están introduciéndose en este sector y para quienes más atractivo resulta.
'Invertir no es apostar' es una máxima que se repetía hasta ahora. Había, o hay, diferencias claras entre una acción y otra. Invertir requiere un (supuesto) conocimiento del sector, una habilidad y las decisiones se toman pensando en un plazo medio o largo. Pero algunas inversiones, más especulativas, de mayor riesgo, como demuestran diferentes estudios realizados por especialistas de todo el mundo, están más cercanas a la apuesta. Se reduce la información sobre la inversión, se manejan plazos cortísimos para obtener beneficios y son altamente volátiles e inciertas. Ese es el caso de las criptomonedas, cuya cotización, de subidas vertiginosas a caídas imparables, además, no se detiene. Eso significa siete días a la semana y 24 horas al día de inversión, o apuesta, continua. Para algunos inversores eso supone adrenalina, reto constante y riesgo también en presente continuo. La suma de ambos factores da como resultado comportamientos más cercanos a los de apostadores compulsivos: preocupación constante por la fluctuación de los precios, dedicación excesiva a la inversión, decisiones impulsivas e incluso graves alteraciones del sueño.
En definitiva, este tipo de inversiones pueden crear adicción, como concluía en 2019 un estudio coordinado por el Centro de Estudios del Juego de la la Universidad Rutgers de Nueva Jersey. Como establecía también, las personas con problemas de adicción al juego son más propensas para engancharse a la inversión en criptomonedas. E iba más allá al apuntar que muchas personas con patologías previas por el juego están hoy metidas en criptomonedas.
“Nuestro estudio demuestra que muchas personas que invierten en criptomonedas también apuestan con frecuencia y muestran un riesgo elevado de tener problemas con el juego”, explica a elDiario.es Devin J. Mills, especialista en trastornos adictivos de la Texas Tech University y uno de los investigadores que realizó el informe. “La clave está en que muchos entienden las apuestas sólo como lo que se hace en un casino, en el póquer o en las tragaperras, y que no consideran este tipo de inversiones como apuesta sino como inversión, lo que les lleva a pensar que es algo seguro. Pero la inversión en criptomonedas se sitúa en una zona media entre ambas acciones”, añade Mills.
Aunque este tipo de adicción o de riesgo está comenzando a analizarse, se sabe ya que el perfil del inversor es muy parecido al de las apuestas online: un hombre joven. En el caso concreto de España es en ese sector de la población donde mayor impacto ha tenido el juego online durante los últimos años. De acuerdo con los datos de la Fundación de Ayuda Contra la Drogadicción (FAD), cuatro de cada diez nuevos apostantes tienen entre 18 y 25 años. Eso ha disparado también las patologías. En los centros españoles de rehabilitación, antes de la legalización del juego online hace una década los menores de 25 años suponían sólo el 3,8 por ciento de nuevos ingresos. Pocos años después la cifra se había multiplicado por cuatro.
La adicción a la criptomonedas es un fenómeno tan reciente, tan desconocido y de consecuencias tan imprevisibles que apenas se ha estudiado. Ni en el Consejo Nacional de Problemas del Juego de Estados Unidos, como confirman, disponen aún de datos e informes. Pero ya ha acaparado titulares en la prensa en todo el mundo. El caso más llamativo sucedió hace tres años. Castle Craig, una clínica escocesa de rehabilitación, situada a las afueras de Edimburgo, se anunció entonces como la primera especializada en tratar a adictos por criptomonedas. En realidad, el tratamiento para este trastorno no se diferencia del de otros adictos al juego, pero la clínica logró que su nombre diera la vuelta al mundo y que le dedicaran reportajes desde la BBC o la CNN al New York Post su portada.
Desde entonces, como confirma a este periódico Tony Marini, su director, han multiplicado sus solicitudes de información y de tratamiento desde todo el mundo. También se ha debido, como ensalza, al auge que ha habido de casos, “sobre todo tras la pandemia y de pacientes jóvenes menores de 25 años”. Marini, como explicaba también Mills, apunta que las personas “al principio, no ven que están apostando, sino simplemente invirtiendo. Pero una vez que se cruza la línea de la adicción aparecen los síntomas de forma muy rápida”.
“Nosotros hemos escuchado que se están dando casos, pero no es una realidad con la que nos hayamos encontrado aún. Incluso hemos debatido sobre estudiarlo, pero creemos que la incidencia es aún muy baja para hacerlo. Salvo que esté escondida y explote”, afirma Maxi Gutiérrez, presidente de la Federación Española de Jugadores de Azar (FEJAR), que agrupa a las asociaciones de jugadores rehabilitados y en rehabilitación de toda España. Como apunta Gutiérrez, el problema de esta adicción, o de esta realidad cuya dimensión aún se desconoce, es que tenga ese periodo de latencia tan bajo como el del juego online. “Nos asusta que pueda pasar también con las criptomonedas. Esos tiempos van a una velocidad desorbitada por las nuevas tecnologías”, añade.
“Es una realidad que empieza a estar ahí. Se comienza a ver jugadores patológicos que ven un nuevo filón en las criptomonedas”, analiza Rosana Santolaria, psicóloga de FEJAR y responsable de terapias online de la federación. El proceso, como lo describe, es el de una persona que primero deja de jugar o de apostar online, que se recupera económicamente y que ve en estas inversiones un sustituto. Los perfiles adictivos son propensos a caer en otras adicciones, en sustituir unas por otras. Pero en el caso de los jugadores, como explica, “es raro que se metan en alcohol o drogas, porque lo ven perjudicial para la salud, pero sí pueden caer en estas inversiones, porque además tienen un nivel cultural que les hace pensar que conocen el sector”.
Luis (nombre cambiado) tiene 30 años, vive fuera de España y es paciente de Santolaria. Empezó a jugar con 18 años y, como cuenta, a los pocos meses “ya estaba enganchado”. Jugaba, sobre todo, al póker. Cogió, como los llama, “los años de la fiebre del póker” y ganó mucho dinero. Varios premios de más de 10.000 euros y de 50.000. Después fue perdiendo todo lo que había ganado. Mientras tanto, seguía haciendo, dice, su vida. Hasta que con 28, hace dos, sintió que tocaba fondo y empezó a rehabilitarse. Desde entonces ha tenido dos recaídas.
Luis se dedica al sector financiero y empezó a invertir en criptomonedas hace cuatro años. Las conocía y le gustaban como productos de inversión. “La ambición por el dinero”, además, como lo define, “siempre la llevas dentro”. Hoy sigue invirtiendo en ellas. Luis habla con su psicóloga sobre el tema y ella no se fía. Ambos saben que es una línea muy fina que una inversión a largo plazo, como la que él se plantea con las criptomonedas, se convierta en una apuesta a corto, inmediata, y que en esa fina línea está el riesgo. “Yo sé que eso está ahí, pero aún así lo mantengo. Esto es para toda la vida, pero no voy a dejar de tener ambición por hacer dinero. En eso consiste también la terapia que hago, en saber controlarla”, explica.
Luis es consciente, sin embargo, que este tipo de inversión es “pésima” para la gente con ludopatía como él. Tanto que cree que el “boom de la ludopatía vendrá por ahí”, porque éste es, además, “un sector sin controles ni verificaciones para entrar a invertir”. Los jóvenes, como él, y los aún más jóvenes, lo analiza, lo ven como una apuesta deportiva. “Explotará como los tulipanes”, pronostica.
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