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Los espías que airearon los trapos sucios de la inteligencia antes de Snowden

Manifestación contra de la NSA en Berlín en 2013

José Manuel Blanco

Edward Snowden es quizá el miembro (real; que nos perdone James Bond) más famoso de unos servicios de espionaje. Gracias a él conocemos la extensa red de vigilancia mundial que la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA) tenía montada. Sin embargo, no fue el primero que nos contó o nos filtró las turbias prácticas de los servicios secretos internacionales. De hecho, en Estados Unidos hubo whistleblowers antes incluso de que existiera la NSA.

Final de la I Guerra Mundial. Faltaban cuatro décadas para el nacimiento del organismo de inteligencia estadounidense, y Herbert O. Yardley, el entonces responsable del servicio del Ejército especializado en criptografía, animó a sus superiores a crear una organización con la que descubrir a los “amigos” y “enemigos” de su país, según sus palabras. Nació así, en 1919, la Cipher Bureau o Cámara Negra, un servicio de siete criptógrafos para tiempos de paz, algo novedoso para la época.

Yardley se hizo con los favores de las compañías telegráficas para vigilar las comunicaciones, y la Cámara Negra espió las conversaciones de más de una veintena de países, como España. Sin embargo, en 1929 Washington dejó de suministrar fondos y, además (según la versión oficial), porque al entonces secretario de Estado, Henry L. Stimson, las actividades no le parecían éticas: “Los caballeros no leen el correo de otros caballeros”.

En la calle, Yardley decidió contar sus secretos, primero en una revista y dos años después en un libro del que se vendieron 18.000 copias en Estados Unidos y 40.000 en todo el mundo. El espía dijo que lo hacía para advertir a Estados Unidos de su “indefensa posición en el campo de la criptografía”. Las reacciones no se hicieron esperar: Japón empezó a diseñar un nuevo sistema de cifrado para sus mensajes, y los propios Estados Unidos aprobaron una ley para proteger informaciones gubernamentales. El excriptógrafo siguió su carrera de escritor, pero como autor de novelas… de espías. También, trabajó para los Gobiernos de China o Canadá realizando labores como las de antaño.

Todos los trapos sucios de la NSA

A comienzos de los 70, la NSA ya funcionaba (nació en 1952), aunque no era conocida para la opinión pública. En aquel entonces, un agente llamado Perry Fellwock hizo por difundir su nombre.

Fellwock filtró para un artículo de la revista Ramparts la existencia de esta agencia de vigilancia y sus prácticas, que ya englobaban a todo el planeta. Era la época en la que se conocieron los papeles del Pentágono, sobre la participación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam, algo que espoleó al espía para hablar. De acuerdo a una carta que mandó a los periodistas encargados de escribir el artículo, su idea era “parar la guerra, y estaba dispuesto a hacer de todo para conseguirlo”.

Entre sus revelaciones, que algunos trabajadores de la agencia estaban inmersos “en actividades ilegales” como el comercio de esclavos. También, habló de la tecnología que usaba la NASA. Echelon era entonces el programa de recolección de datos mundial, un antepasado del software que ha denunciado Snowden, como PRISM. Todavía en funcionamiento, está controlada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

La filtración llevó al Senado estadounidense a crear un comité para establecer una legislación por la que la NSA debería dejar de espiar a ciudadanos estadounidenses (aunque no a los extranjeros). Fellwock se convirtió en un objetivo de la propaganda negativa de la CIA y hoy vive en Long Island (Nueva York) trabajando de anticuario. 

No sería la última vez que el papel de la NSA se pusiera en entredicho: entre Fellwock y Snowden hubo algún caso más. Ya entrados en el siglo XXI, cuando internet estaba en expansión y la ciberprivacidad no preocupaba tanto como hoy, un matemático llamado William Binney ya alertó de más programas de espionaje.

Binney llevaba más de 30 años trabajando en la agencia cuando renunció a su puesto el 31 de octubre de 2001 y denunció sus prácticas indeseables. Él había sido el creador de ThinThread, un software que recopilaba datos sobre posibles ataques terroristas y que no invadía “la privacidad de nadie”, según dijo años después.

ThinThread se reemplazó poco antes del 11-S por otro llamado TrailblazerDe acuerdo al exespía, se cambió para hacer negocios con una subcontrata y, de haber seguido con el ThinThread, se habrían evitado los atentados de Nueva York, Madrid y Londres. Y no solo eso, sino que también aseguraba que se había usado software de su invención para espiar a sus compatriotas sin orden judicial.

Todavía hoy se le puede ver concediendo entrevistas sobre estos temas. El Departamento de Justicia de Estados Unidos lo ha llevado a juicio en varias ocasiones, en los que Binney ha gastado “decenas de miles de dólares”, según sus palabras, para su defensa. También, ha sufrido asaltos en su casa por parte de agentes del FBI: “Me enteré de que estaban allí cuando me apuntaban con una pistola mientras salía de la ducha”, ha contado. Su vida nunca ha sido la misma: “Todos tus colegas y las personas con la que solías trabajar desaparecen. Eres persona non grata, eres radiactivo”.

Antinucleares subversivos y desacreditaciones del primer ministro

No solo la NSA tiene filtradores en sus filas. El famoso MI5 británico, al que pertenece James Bond en la ficción, tiene también sus denunciantes.

Una de ellas es Cathy Massiter. En 1985, Massiter denunció que el servicio secreto británico había vigilado a sindicatos y organizaciones civiles del país. También, a la Campaña para el Desarme Nuclear (CND, en inglés), que el MI5 consideraba una organización subversiva. De hecho, la propia espía se encargó durante algunos años de esa vigilancia, y criticó que se hacía más por temor político que por radicalismo: “Estábamos violando nuestras propias reglas”, dijo en un programa de televisión.

Las revelaciones de Massiter causaron una “gran conmoción”, como lo definió años después Stella Rimington, la directora del MI5 el aquel momento: la agencia no solía verse puesta en entredicho, al menos de forma pública. Además, ninguna fuente gubernamental contradijo lo que había dicho la exespía. A pesar de todo, Massiter no tuvo que ir a juicio. Rimington ha asegurado también que los servicios secretos británicos espiaron de forma exagerada a personas cercanas a la izquierda por presuntos elementos subversivos, sin que la influencia del partido comunista del país o de elementos trotskistas fuera tanta como para haber un temor.

Massiter no es la única espía británica que ha filtrado las malas prácticas de la agencia nacional. Dos años después de aquellas filtraciones, el exdirectivo del MI5 Peter Wright publicó sus memorias. Aunque Downing Street intentó parar la publicación, el libro se editó en Estados Unidos y Australia, y algunas copias llegaron a Reino Unido.

Entre las revelaciones, Wright hablaba del Proyecto Venona, en el que su nación y Estados Unidos colaboraron para descifrar mensajes de agentes soviéticos en los dos países. También, que el MI5 había intentado desacreditar en los años 60 al primer ministro laborista, Harold Wilson.

La publicación de Spycatcher llevó a la promulgación de una ley de secretos oficiales en 1989. Pero por muchas legislaciones que haya, muchos filtradores han pensado y seguirán pensando que la ciudadanía debe conocer algunas informaciones que sus gobiernos guardan con celo.

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