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The Guardian en español

Boris Johnson y el coronavirus: la intrahistoria de su positivo en COVID-19

Boris Johnson

Luke Harding / Rowena Mason / Dan Sabbagh / Mattha Busby / Denis Campbell / Owen Bowcott

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Los rumores comenzaron una semana después de que Boris Johnson comenzara a aislarse voluntariamente en el piso superior del 11 de Downing Street. Hasta ese momento, la historia difundida por el primer ministro y sus asesores había sido de tranquilidad. Sí, Johnson se había contagiado de la COVID-19 pero los síntomas no eran en absoluto preocupantes. Incluso leves. En una etapa en que las muertes provocadas por el coronavirus crecían sin parar, Johnson se mantenía firme al frente de la crisis y de la maquinaria de poder.

Todo cambió el jueves 2 de abril. Durante la sesión informativa de la hora del almuerzo, los corresponsales en el parlamento escucharon el mismo mensaje tranquilizador. El primer ministro seguía teniendo fiebre, aseguraron a los periodistas, pero era muy probable que saliera del confinamiento al día siguiente si la revisión médica así lo permitía. Johnson, por lo que parecía, se había quitado el virus de encima con la misma velocidad que el secretario de salud, Matt Hancock, que había vuelto a sus funciones tras un breve intervalo de tiempo.

Pero eso no ocurrió. En los los cinco días siguientes, una montaña rusa de emociones sacudió a la opinión pública, cuando un primer ministro que parecía de buen humor y trabajando duro pasó a la unidad de cuidados intensivos (UCI) y estuvo en peligro real de “sacrificarse por el equipo”, en palabras de Stanley Johnson, su padre.

Según un análisis de The Guardian sobre las declaraciones públicas, el optimismo a toda prueba de los mensajes de Downing Street no tenía nada que ver con lo que se sabía en privado. ¿Falta de sinceridad en un momento de crisis nacional? No sería la primera vez.

Al otro lado del telón, el cuadro de salud de Johnson que veían las personas que trabajaban con él al final de esa primera semana de enfermedad era más alarmante. En efecto, tenía fiebre, pero también una tos persistente con un farfulleo inconfundible del que no se decía nada. En las videoconferencias del gabinete, los síntomas del primer ministro se hacían penosamente evidentes y confirmaban la creciente gravedad de su malestar. Una fuente sugirió que el primer ministro tosía sangre. No es cierto, dijeron desde Downing Street.

La enfermedad COVID-19 puede tomar formas diferentes. Mucha gente lo contrae sin apenas darse cuenta y otros se enferman gravemente. Los que tienen síntomas, incluso moderados, pueden experimentar dolor de pecho, dolor de cabeza, espasmos fríos y fatiga extrema. Es una enfermedad nueva pero los expertos clínicos coinciden en señalar la segunda semana como la fase más peligrosa. Por lo general, los pacientes comienzan a recuperarse ahí aunque para algunos es ese momento cuando agravan de repente a medida que el virus ataca los pulmones.

Surgen rumores de que la situación es más grave

En el caso de Johnson, los médicos ya estaban preocupados desde el 2 de abril por la posibilidad de que la enfermedad tomara ese segundo y funesto camino. El hospital de Saint Thomas, justo al otro lado del Támesis desde Downing Street, comenzó a prepararse para internar al primer ministro. De acuerdo con una fuente consultada por el periódico británico, el personal del hospital fue informado de que el estado de Johnson era significativamente peor de lo que se decía en público, muy malo, de hecho, y que probablemente necesitaría oxígeno.

En el interior de Downing Street, Johnson tenía contacto con su principal secretario privado, Martin Reynolds, y con su médico de cabecera. Muchos de sus asesores habituales estaban enfermos, con Dominic Cummings confinado en casa, y su director de comunicaciones, Lee Cain, lejos. A medida que empeoraba su estado de salud, se reducían las llamadas telefónicas y los asuntos de gobierno a tratar. El enfoque con que Johnson enfrentaba su enfermedad era su optimismo característico: la vencería.

Para ese momento ya habían empezado a circular versiones del empeoramiento de su salud entre periodistas y diputados del Partido Conservador. Downing Street insistía en desmentir los rumores, una actitud que ahora parece un engaño. Los rumores eran más o menos correctos: el primer ministro estaba gravemente enfermo, más de lo que se admitía en público. ¿Sería que Johnson minimizaba lo mal que se sentía incluso con su círculo más íntimo?

A las 8 de la noche de ese 2 de abril, el primer ministro se asomó a la entrada de Downing Street para aplaudir a los trabajadores del Servicio Nacional de Salud. Tenía un aspecto terrible.

Un día después, el viernes 3, grabó un vídeo pidiendo a la gente que se quedara en casa durante el fin de semana soleado que comenzaba. También dijo que seguía teniendo fiebre y que mantendría el aislamiento. Era el octavo día y Johnson estaba empeorando de acuerdo con los cánones de la COVID-19. Los pocos que seguían en contacto con él tuvieron claro ese fin de semana que al primer ministro le costaba hacer su trabajo.

Carrie Symonds, la prometida de Johnson embarazada, con síntomas de coronavirus y aislada, se alteró el sábado 4 de abril, según dijeron sus amigos, y estuvo llorando por teléfono. El secretario de Salud Hancock afirmó que todo estaba bien y el domingo por la mañana dijo en Sky News que el primer ministro estaba “trabajando” y con la “mano en el timón”.

Lo cierto es que la respiración de Johnson había empeorado. Ese domingo por la tarde se volvió a poner en marcha el plan para recibirlo en el Saint Thomas y Johnson fue trasladado a través del Támesis hasta una habitación privada en el piso doce del hospital. Downing Street no negó la información de que se le había dado oxígeno al llegar pero, una vez más, su portavoz trató de restarle importancia diciendo que había sido “una medida de precaución”. El médico a cargo del primer ministro fue el doctor Richard Leach, director clínico del equipo para enfermedades pulmonares del hospital y un referente en el tema.

Al día siguiente, lunes 6 de abril, la distorsión del relato casi llegó a niveles soviéticos. Mientras el primer ministro tenía dificultades para respirar, los asistentes insistían durante la rueda de prensa de la hora del almuerzo en que estaba muy ocupado con los papeles del gobierno. A las 5 de la tarde, el secretario de Asuntos Exteriores, Dominic Raab, incluso llegó a decir que estaba a cargo y “liderando” el Ejecutivo. Hasta que le preguntaron cuándo había hablado por última vez con Johnson y Raab tuvo que decir el sábado.

O el gobierno lo estaba encubriendo, o era incompetente, o las dos cosas a la vez (desde Downing Street se ha comunicado que Raab no tenía conocimiento de la repentina recaída de su jefe cuando habló).

Ingreso en la UCI

El lunes por la tarde el estado de salud de Johnson empeoró significativamente y se decidió trasladarlo a una de las dos unidades de cuidados intensivos del Saint Thomas. El primer ministro fue puesto en una habitación lateral del primer piso, en el ala este.

En Downing Street estaban conmocionados. A las 8.10 de la noche la sede del primer ministro comunicó que Johnson estaba en cuidados intensivos y que había pedido a Raab que lo sustituyera. Se había terminado la ficción de que Johnson seguía al mando. Líderes mundiales y políticos le enviaban sus deseos de mejora. Sus ayudantes habían quedado aturdidos y llenos de angustia.

Normalmente, a los pacientes de Covid-19 que llegan a la UCI se les pone un respirador artificial. Es un proceso invasivo y traumático y algunos hospitales prefieren tratar los casos graves con el método menos invasivo del CPAP (presión positiva continua en la vía respiratoria). Pero en Saint Thomas los especialistas dicen que para salvar a la gente es mejor el respirador artificial.

Según una fuente del hospital, Johnson estaba “muy enfermo” cuando lo llevaron a la UCI. “Estaba en un paso de necesitar un respirador”. También dijo que el primer ministro tal vez no debía haber estado en cuidados intensivos. En ese momento había otros 130 pacientes en la UCI, en su gran mayoría conectados a un respirador. Johnson no estuvo conectado a uno en ningún momento y tampoco recibió el menos invasivo tratamiento del CPAP.

“Antes de la crisis del coronavirus podías estar en la UCI sin estar conectado a un respirador, pero ahora casi todas las camas están ocupadas por pacientes de coronavirus con respirador”, explicó la fuente. “Conozco a la gente que trabaja en la UCI y conozco a los técnicos que preparan todo el equipo y todos dicen que no le pusieron respirador [a Johnson]. Ocupó una cama de la UCI cuando no la necesitaba. La idea de poner a un paciente que no necesita respirador en una cama de la UCI no tiene sentido”.

Para internar al primer ministro en la UCI se sopesó el hecho de que a sus 55 años encajaba en el patrón de otros casos masculinos graves. Una segunda fuente lo explicó sin rodeos: “El umbral es muy bajo para las personas de su perfil, más de 50 años, gordos. Si no le intuban a tiempo, es mucho más difícil hacerlo después en caso de que se deteriore su estado”.

De vuelta en Whitehall, como se conoce popularmente a la sede del gobierno británico, se diseñó un nuevo protocolo para informar sobre la salud del primer ministro. Sólo habría actualizaciones desde Saint Thomas. Johnson estaba estable y supervisado, informaron en Downing Street.

El miércoles 8 de abril hubo buenas noticias provisionales: Johnson seguía sin necesitar un respirador. “Si no lo usan durante las primeras 48 horas de la UCI, por lo general, es una buena señal”, dijo la segunda fuente. En la sesión informativa diaria, el secretario del Tesoro Rishi Sunak dijo que el primer ministro estaba sentándose en la cama y relacionándose con el equipo de sanitarios. De acuerdo con fuentes del hospital, volvía a ser el de siempre. “Está fascinando a todas las enfermeras, insistiendo en que lo llamen 'Boris'”, dijo una de ellas.

Después de tres días en cuidados intensivos lo trasladaron a una sala general. En Downing Street dijeron que estaba de muy buen humor y “enormemente agradecido” por los cuidados recibidos. Su prometida Symonds tuiteó la pintura de un arco iris junto a 26 emojis aplaudiendo. Todavía había preguntas difíciles como el tiempo que duraría la recuperación o si el virus había causado daños de largo plazo en su salud y capacidad pulmonar.

De paseo abrigado y con guantes

Para el fin de semana de Pascua, Johnson tenía muchas ganas de volver a casa y su equipo médico le aconsejaba precaución. Según una fuente, el consejo era que se quedara un poco más, hasta el 14 de abril. Pero Johnson ganó. Le dieron de alta al mediodía del domingo, después de siete noches en el hospital, tres de ellas en la UCI.

Horas más tarde, Johnson aparecía en un vídeo grabado desde Chequers, la casa de campo de los primeros ministros en Buckinghamshire. Era un Johnson vintage de traje y corbata diciendo que el Servicio Nacional de Salud le había salvado la vida “sin duda”. Homenajeaba a Jenny, de Nueva Zelanda, y a Luis, de Portugal; el personal de enfermería que lo había atendido durante 48 horas en cuidados intensivos cuando “las cosas podrían haber ido para cualquier lado”. Sus cuidados, dijo, fueron “la razón por la que al final mi cuerpo empezó a recibir suficiente oxígeno”.

Johnson se asustó, eso está fuera de dudas. Según un especialista, es posible que el primer ministro haya exagerado un poco (“sospecho que ha habido una licencia poética”) pero es cierto que necesitó oxígeno, si bien se lo suministraron con una máscara facial y no con el CPAP ni con un respirador artificial. En opinión de ese especialista, fue correcta la decisión de ingresarlo en la UCI. “Es el primer ministro”, dijo, “sin ese oxígeno no habría mejorado”.

Toda esta historia tiene una curiosa nota al pie de página. En fotos tomadas a Johnson y Symonds paseando con su perro por los terrenos de Chequers, el primer ministro aparece abrigado y con guantes. Se lo ve pálido pero lo suficientemente saludable como para dar un paseo. La mayoría de los que pasan por la UCI salen del hospital en silla de ruedas. Sufren de agotamiento, pérdida de masa muscular y otros problemas crónicos. El primer ministro parece en mucho mejor forma.

Johnson ganó el referéndum de la UE de 2016 con una fórmula que combinaba un nacionalismo blando, el Brexit y el apoyo al Servicio Nacional de Salud (NHS), la religión no oficial del Reino Unido. Más allá de los errores cometidos durante la pandemia, para acallar a sus críticos Johnson tiene ahora una consigna ganadora: si no fuera por el sistema público de salud, no estaría vivo.

Traducido por Francisco de Zárate

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