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The Guardian en español

Los rascacielos de madera más altos del mundo con los que Canadá lucha contra el cambio climático

Representación de la línea de costa en Toronto, un proyecto liderado por Sidewalk Labs y que pretende ser "el primer distrito de madera en el mundo".

Leyland Cecco

Kimberley, la Columbia Británica —

La Columbia Británica, en Canadá, no es ajena a los gigantes de madera. A lo largo de su costa occidental, los árboles Dougla y Sitka alcanzan los 60 metros de altura y han sobrevivido, en algunos casos, a casi un millón de tormentas. 

Ahora, cada vez más arquitectos, expertos forestales e ingenieros quieren que la mayor ciudad de la provincia tenga otro tipo de gigantes de madera: rascacielos.

La torre Brock Commons de Vancouver, con sus 18 plantas, ya es un ejemplo de las enormes posibilidades de la madera. El edificio, que alguna vez fue el más alto de madera del mundo, tuvo una construcción más rápida, más económica y con menor impacto ecológico que de haberse hecho de acero y hormigón –reduciendo unas 2.432 toneladas métricas de emisiones de carbono–.

Ahora, el gobierno provincial ha modificado su código urbanístico, duplicando el límite de altura permitido para edificios de estructura de madera a 12 plantas. Brock Commons obtuvo un permiso excepcional cuando fue construido. Se espera que el Gobierno nacional de Canadá imite la medida y extienda esta normativa a todo el país.

Actualmente, Vancouver está incluso desafiando esos límites con la planificación de la Torre Canadá Tierra, un ambicioso rascacielos de 40 plantas que se convertiría en el edificio de madera más alto del mundo. La construcción incluye unas 200 viviendas, un jardín exterior cada tres plantas y espacios para oficinas y tiendas. Y además, las cifras oficiales aseguran que hay casi 500 edificios de madera en diferentes fases de construcción en todo Canadá.

“La decisión de la Columbia Británica ha provocado un efecto contagio en todo el mundo”, afirma Michael Green, arquitecto residente en Vancouver y propulsor de los edificios de madera, que señala recientes modificaciones de códigos urbanísticos para favorecer los edificios de madera en otros países. “Estados Unidos ha cambiado su código siguiendo el ejemplo de Canadá. China está cambiando sus normativas urbanísticas también siguiendo el ejemplo de Canadá”, añade. 

Existe otra razón por la que los funcionarios canadienses creen que su país podría tomar la delantera en la transformación de la construcción de edificios: su enorme reserva de árboles. Canadá tiene casi 350 millones de hectáreas de bosques, siendo la Columbia Británica la provincia donde más se tala. Allí, los planes de diseño ecológico a menudo se ven arruinados por la polémica práctica de tala de bosques centenarios.

A pesar de décadas de intensas protestas, las empresas forestales todavía destruyen ecosistemas esenciales que son hogar de árboles centenarios. Codiciados por su resistencia y por su estética apariencia, los paneles de madera antigua talada en bosques primordiales se venden a precios altísimos en el mercado.

En la Columbia Británica, más de la mitad de las 3,2 hectáreas de bosques centenarios están protegidas, pero las 1,42 millones de hectáreas que quedan, donde se encuentran altísimos cedros rojos del Pacífico, abetos y píceas, pueden ser víctimas de las sierras. Hasta ahora, la provincia no ha cedido a los pedidos de una suspensión.

“En varias partes de la Columbia Británica hay un estado de emergencia ecológica”, afirma Jens Weiting, de Sierra Club. Weiting remarca que la tala de bosques centenarios es un catalizador de incendios. Además, se eliminan los sumideros de carbono más efectivos, aniquilando así un recurso que tarda décadas en regenerarse.

Maderas que imitan la textura de árboles centenarios

Sin embargo, la madera que los arquitectos proponen para la próxima generación de rascacielos no proviene de los bosques santuarios. Las gigantes columnas y vigas son creadas a partir de muchas piezas más pequeñas que imitan las codiciadas características de la madera antigua, incluida su resistencia, con un impacto medioambiental mucho menor.

“Mucha de esa madera antigua se utiliza para cosas de poca dimensión. Tranquilamente se la podría reemplazar por otro tipo de madera”, explica John Innes, decano de ciencias forestales de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver. “La madera de ingeniería nos da la oportunidad de dejar de talar los bosques centenarios”, apunta. 

Cuando se realiza de forma sostenible, la tala de árboles jóvenes y el crecimiento secundario es una forma de proteger a los árboles antiguos, según la Alianza por los Bosques Antiguos y Sierra Club, de la Columbia Británica.

A pesar de la idea equivocada de que la madera es más inestable y propaga el fuego, puede ser un material de construcción robusto e innovador. Los rascacielos de madera están hechos con madera laminada cruzada (CLT, por sus siglas en inglés), en la que se adhieren láminas perpendiculares de madera para formar vigas resistentes. El Grupo Sumitomo, de Japón, planea utilizar CLT para construir en 2024 un rascacielos de 70 plantas en Tokio, la ciudad más vulnerable del mundo a los terremotos.

La CLT fue inventada en Suiza y hace décadas que se extendió su uso en Europa. Sin embargo, en Norteamérica no ha sido tan común hasta ahora por las conservadoras normativas en construcción.

Eso podría cambiar ahora que Canadá ha relajado sus leyes, incluso más que Europa. El Gobierno canadiense también ha destinado millones de dólares a proyectos de investigación junto a empresas forestales y universidades, lo que ha acelerado el perfeccionamiento de las nuevas técnicas y usos para la madera.

“Esta es la primera innovación en la construcción de rascacielos en el último siglo”, asegura Green, cuya empresa ha terminado hace poco el edificio T3 en Minneapolis, una estructura de madera de siete plantas. También ha propuesto diseños para otras torres de madera en Toronto. “Estamos desafiando muchas convenciones de la industria de la construcción”, asegura. 

Al ser más liviana y más eficiente que otros materiales, la madera de ingeniería es más ecológica que el hormigón, que produce el 8% de las emisiones de carbono en todo el planeta.

Los edificios resultantes, que a menudo tienen interiores en los que la madera queda expuesta, están diseñados para transmitir calidez y alegría a los visitantes, afirma Jonathan King, arquitecto residente en Toronto. “Los seres humanos buscamos sitios donde podemos rodearnos de materiales naturales”, comenta. En junio, la empresa de King fue pionera al inaugurar un edificio de madera de ocho plantas para oficinas.

En la zona costera de la ciudad, un polémico proyecto en manos de Sidewalk Labs, una empresa asociada a Google, alega ser “el primer distrito construido totalmente de madera en el mundo”. Algunos de los doce edificios de madera planificados alcanzan las 35 plantas. 

Como la mayoría de las piezas pueden ser prefabricadas, construir rascacielos de madera es como “construir con piezas de Lego”, afirma Innes. “Los edificios de madera altos llaman la atención por sus posibilidades”, señala. “Pero cuando observamos lo que realmente está sucediendo, y dónde se utiliza la mayor cantidad de madera, es en edificios de menor altura”, explica. 

De hecho, la mayoría de los proyectos comerciales de construcciones en madera se enfocan en estructuras de mediana y baja altura, como centros comerciales -que actualmente se construyen mayormente con acero y hormigón y generan muchos residuos.

Sin embargo, los beneficios de construir con madera podrían esfumarse si no se gestionan bien los recursos forestales. Años de intensos incendios y plagas de insectos han reducido las reservas forestales, afirma Innes, por lo que los expertos han pedido excepciones legislativas para poner límite a la tala, algo que podría perjudicar la reputación canadiense de su tala sostenible.

“La verdad es que no existe la construcción sostenible. Cualquier material que utilicemos para construir implica quitar algo a algún sitio”, dice Green. La gestión sostenible probablemente aumentará los costes de las empresas forestales, los constructores y los contribuyentes, pero para muchas personas en la Columbia Británica, hogar de gigantes del pasado y del futuro, vale la pena pagar el precio.

Traducido por Lucía Balducci

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