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“The Wire demostró que para muchas personas el sueño americano había muerto”

Fotograma del personaje Omar Devone Little, interpretado por Michael K. Williams.

Dorian Lynskey

Cuando el actor Frankie Faison aceptó en 2001 el papel del subcomisario Ervin Burrell en una nueva serie de HBO llamada The Wire pensaba que estaba firmando para una serie de policías. “Esperaba que tratara más de escuchas telefónicas”, recuerda con alegría. “Se convirtió en algo mucho más fascinante”. 

HBO también estaba equivocada. El creador de The Wire, David Simon, lo había presentado como un programa sobre el trabajo policial inusualmente reflexivo, y no como la lección de anatomía sobre la disfunción de la sociedad estadounidense que de verdad tenía en la cabeza.

“Lo vendí como una serie policial, pero ellos no saben que en realidad no es una serie policial”, dijo Simon al novelista George Pelecanos cuando le invitó a unirse al equipo de guionistas. De hecho, dijo, se trataba de algo audazmente novedoso: “Una novela para la televisión”.

Exactamente 10 años después de la emisión de su último episodio, The Wire se ha establecido como una de las series más importantes en la historia de la televisión estadounidense. Algunos dirán que la más importante. Pero a diferencia de series como Los Soprano o Mad Men, anunciadas con bombo y platillo y siempre rodeadas de elogios, buenas audiencias y premios Emmy, el camino de The Wire hacia el panteón fue una dura tarea. Según Clarke Peters (que interpretó el personaje del detective Lester Freamon), “David Simon tuvo que luchar por cada temporada”. “Nunca había nada garantizado”, recuerda.

La historia comenzó en 1984, cuando Simon trabajaba como periodista en The Baltimore Sun y cubría el arresto del capo local de la droga Melvin Williams, al que se había llegado gracias a las escuchas telefónicas. El detective a cargo del caso era Ed Burns, 14 años mayor que él. Simon y Burns eran directos, ácidos y ferozmente inteligentes y a los dos les revolvía las tripas el statu quo. Se hicieron amigos.

Simon y Burns dejaron sus respectivos trabajos tras el éxito de Homicide: A Year on the Killing Streets (1991), el libro de no ficción de Simon que luego se convirtió en un éxito de NBC con el nombre de Homicide: Life on the Street y se emitió a lo largo de siete temporadas, entre 1993 y 1999.

Burns se hizo profesor y colaboró con Simon en The Corner: A Year in the Life of An Inner-City Neighbourhood, un libro publicado en 1997 sobre la inútil crueldad de la guerra contra las drogas vista desde el otro lado de la barrera.

The Corner se convirtió en una miniserie de HBO y eso permitió a Simon, entonces de 40 años, presentar el proyecto de The Wire al director ejecutivo de HBO, Chris Albrecht, y a la presidenta de la división de entretenimiento, Carolyn Strauss, como un “programa antipolicial, una especie de rebelión contra todos las gilipolleces sobre los procedimientos policiales que afligían a la televisión estadounidense”.

Simon se referiría después a The Wire de diferentes maneras: como una “tragedia griega para el nuevo milenio” con instituciones escleróticas jugando el papel de los insensibles e indiferentes dioses; como una historia sobre “el triunfo del capitalismo sobre el valor de las personas”; y como una crónica de “la decadencia del imperio americano”.

“¿Dónde están las victorias?”, preguntaban una y otra vez los ejecutivos de la NBC a los escritores de 'Homicidio: la vida en la calle'. The Wire evitó victorias y en vez de eso optó por mostrar corrupción, fracasos y decadencia.

En la serie, los reformistas se veían frustrados; los sinvergüenzas, recompensados; y la gente normal y corriente, derrotada por el sistema. The Wire era tanto periodismo como entretenimiento, una especie de televisión de protesta. “¿Qué estamos contando?” era la pregunta más frecuente en la reunión de guionistas.

Cuando The Wire comenzó la etapa de producción a finales de 2001, las intensas convicciones de Simon y Burns fueron una fuente de inspiración. “No eran seres de la misma especie”, recuerda Peters. “Yo sentía un apoyo paternal por parte de Ed (Burns). David (Simon) estaba concentrado, siempre bajo presión. Tenía que llevar las riendas de este equipo de caballos para que no escaparan galopando”.

“Fueron una pareja única para escribir la serie”, dice John Doman (que interpretó al comisario adjunto William Rawls). “Su visión era de dentro hacia fuera, no de fuera hacia dentro. Conocían de primera mano las historias y los personajes. Creo que The Wire desnudó de verdad una ciudad americana y demostró que, para muchas personas, el sueño americano había muerto”.

Una serie novelada

Simon era alguien capaz de husmear en la realidad y que describía su estilo de escritura como “una forma de robar vida”. Si la gente sobre la que escribía no creía que lo que decía sonaba auténtico, entonces había fracasado, independientemente de lo que pensaran los espectadores.

Por eso usó las personas, anécdotas y fragmentos de diálogos que había captado durante su vida como reportero. Creyendo que la mayoría de los guionistas de televisión no tenían oído para las calles, ni interés por las vidas de los pobres en las zonas urbanas, Simon armó un equipo con escritores de novelas policíacas (Pelecanos, Dennis Lehane y Richard Price) y excolegas de The Baltimore Sun.

“La decisión final siempre era de David, pero él alentaba el debate y le gustaba que lo convencieran de que había un camino mejor si podías argumentarlo con éxito”, recuerda Rafael Alvarez, un exreportero que se convirtió en guionista de la segunda temporada. “En una reunión, David y Ed discutieron por algo que no recuerdo durante más de hora y media, mientras el resto de nosotros mirábamos como si fuera un combate de Ali contra Frazier”.

La directora de casting, Alexa Fogel, también rompió con las reglas de la industria y juntó un reparto rico en texturas en el que había actores de teatro, británicos, músicos, actores veteranos infrautilizados, actores recién llegados prometedores, novatos y hasta algunos de los policías, gángsters y políticos en los que se inspiraban los personajes.

“Por el número de afroamericanos, la serie fue pionera para la época”, señala Sonja Sohn, cuya detective Kima Greggs fue el más fuerte del puñado de personajes en el universo masculino de The Wire. “Creo que interpreté a la primera lesbiana negra de la televisión. The Wire despertó un nuevo interés en las historias afroamericanas”.

Simon alentaba a sus guionistas y actores para que hicieran investigaciones de campo. “Wendell Pierce [el detective Bunk Moreland], Dominic West [el detective Jimmy McNulty] y yo salíamos a pasear con policías de Baltimore”, recuerda Doman (William Rawls). “Los policías se mostraban indiferentes... Una vez fuimos al hospital porque a un tipo le habían disparado 13 veces. Los policías estaban por ahí tomando café. Para ellos, era otro día más en la oficina, pero a nosotros se nos abrían las carnes”.

La obsesión de Simon por los detalles podía ser agotadora, pero todo era por el bien de la autenticidad. “David siempre estaba ahí, asegurándose de que todo se hacía correctamente”, dice Faison. “A la gente de Baltimore le apasionaba el programa. Les colocó sobre un escenario desde el que podían ser vistos. Todos los que se acercaban me decían: 'Bien hecho. ¿Acaso no es esa la verdad?'”.

En el prólogo del libro de Alvarez The Wire: Truth Be Told (2010), Simon escribió sus reflexiones sobre los telespectadores: “Lo primero que tuvimos que hacer fue enseñar a la gente a ver televisión de una manera diferente”.

La ambición novelística de The Wire se mezcló con los ritmos habituales de la televisión, entrelazando el drama con el antidrama de la vida cotidiana. Se atrevió a ir más despacio y estirarse, exigiendo de los espectadores una paciencia y atención poco comunes.

“Fue mucho más allá del mero entretenimiento”, dice Aidan Gillen (que interpretó el personaje del político local, Tommy Carcetti). “Tocaba temas que ningún otro programa estaba interesado en tocar. No cedió en ninguno. Para hacerlo bien, había que mirar y escuchar. Existía el riesgo de que a la gente no le interesara, pero no fue así”.

Cómo mantener a los actores conectados

Antes y después de The Wire, muchos dramas de prestigio se centran en un antihéroe carismático, o como mucho en un grupo muy reducido. The Wire no tenía un personaje central a menos que se pueda decir eso de Baltimore. Cada temporada introducía a nuevos personajes mientras se expandían o contraían, sin previo aviso, los papeles de personajes existentes. Para lograr que los actores se mantuvieran “en el momento actual”, sólo los guionistas sabían lo que venía después. Cada semana los actores esperaban intrigados el guión, algunos de ellos preguntándose si sus personajes seguirían vivos.

“Cuando la gente comenzó a desaparecer mi paranoia entró en acción”, recuerda Peters. “Temía ir a buscar el guión y encontrar que alguien decía: '¿Te enteraste de lo que le pasó a Freamon la otra noche?'. Era un fantasma siempre presente. En retrospectiva, eso es vivir en Baltimore. Puedes recibir una bala mientras llenas el depósito de gasolina”.

“Al principio pensé que iba a hacer sólo un par de episodios”, dice Isiah Whitlock Jr., cuyo corrupto senador Clay Davis apenas apareció en las dos primeras temporadas. “No tenía ni idea de hacia dónde se dirigía. Fue toda una experiencia”.

En junio de 2002, The Wire debutó con unos pocos elogios siguiendo la metódica investigación contra Avon Barksdale, el rey del crack (inspirado en Melvin Williams), y contra su ambicioso consigliere, Stringer Bell. Atrajo a una base de fans negros que veían reflejadas sus vidas en la serie. Doman recuerda haber sido abordado por policías que le decían: “¡Trabajo para un imbécil, igual que tú!”.

Fue en la segunda temporada, en la que se tocó el tema de “la muerte de los sindicatos”, donde Simon manifestó claramente su intención de “construir una ciudad”. De lo contrario, le dijo Simon a Burns, “estaremos haciendo sólo una serie de policías”.

Simon quería mostrar el hilo conductor –el alambre (una de las acepciones de The Wire)– que unía a organizaciones aparentemente diferentes y a las personas que trabajaban en ellas. Alvarez cree que si Simon no hubiera logrado convencer a los productores de HBO de filmar The Wire, las cinco temporadas podrían haber inspirado cinco libros. Ya sea cuando exploraba los departamentos de policía, los cárteles de la droga, los sindicatos, el sistema escolar, los periódicos o el Ayuntamiento, a Simon lo que le interesaba era saber cómo funcionaba o dejaba de funcionar la maquinaria. Si podía explicar Baltimore, entonces podría explicar Estados Unidos.

“Uno de los problemas aquí en EEUU es que tratamos de lidiar con la solución sin entender antes el porqué”, dice Whitlock (Clay Davis). “Siempre sentí que The Wire te daba ese porqué. Te decía: 'Vamos a ir despacio, a profundizar y a mostrarte todo el panorama'”.

Pero los espectadores que se entusiasmaron con la primera temporada y la entendieron como un drama gigantesco sobre el crimen con un reparto predominantemente negro, el cambio de la segunda hacia los problemas de unos trabajadores portuarios blancos fue toda una sacudida, aunque atrajera a espectadores nuevos. “Pensé: '¿Qué carajo es esto? ¿Qué pasó con nuestras drogas?'”, dice Peters. “Para mí, fue una forma de decir: esto no es sobre ti. Esto es sobre la ciudad de Baltimore. Era necesario”.

La trama de la tercera temporada sobre la apuesta de Carcetti para convertirse en alcalde de Baltimore llegó incluso a confundir a varios de los guionistas. Para Pelecanos, que vivía en la ciudad de Washington, la política era “jodidamente aburrida”. Cambió radicalmente de idea cuando vio los resultados. Poco a poco, todos fueron aprendiendo a confiar en la visión de Simon.

Con el tiempo, el reparto y el resto de tripulantes de The Wire se convirtieron en una familia muy unida. “Lo pasé mal durante la primera temporada”, dice Sohn. “Los tipos que me apoyaron entonces siguen siendo mis hermanos hoy”.

Un reconocimiento tardío

Los actores más jóvenes desarrollaron una reputación de pendencieros. Antes de llegar a la ciudad con ciertos miembros del reparto, Gillen recuerda que Simon le advertía de que “llevase escondido en su cuerpo el dinero necesario para pagar una fianza” (en caso de ser arrestados).

Los actores mayores emigraron hacia la atmósfera más tranquila de la casa de Clarke Peters, un salón bohemio al que los actores llamaban “la academia”. Mientras tanto, HBO puso en marcha programas comunitarios para devolver algo a la ciudad. “Gracias a nuestra popularidad, los tipos duros que habrían querido venderte crack o meterte un tiro, de repente se convertían en niños pequeños y nos abrían una puerta para llegar hasta su lado humano”, dice Peters. “Nos convertimos en actores con una misión por haber conocido a los personajes de la sala de máquinas de Baltimore”.

Para la tercera temporada, los actores de la serie comenzaban a ser reconocidos por la calle más allá de Baltimore. Pero con las audiencias bajas y casi ningún reconocimiento en los Emmy, HBO creía que el fin de Barksdale y Bell, los primeros antagonistas, marcaba un fin natural a la serie.

“HBO gastaba todo su dinero para promociones en Los Soprano”, dice Doman. “Estuvimos ocultos durante mucho tiempo. Hasta el último minuto, nunca supimos si nos iban a renovar”. Simon insistía en que aún no había terminado. Él todavía quería explorar los incentivos perversos de la profesión de Burns (la enseñanza) y de la suya (el periodismo). Engatusó a Albrecht y a Strauss para que dejaran vivir a The Wire.

La vuelta de ciento ochenta grados fue una sabia decisión. La siguiente temporada fue el cenit artístico del espectáculo. “En la cuarta temporada se abrió” dice Gillen. “Creo que centrar la narración en cuatro adolescentes por cuya difícil situación no podías sino preocuparte atrajo a mucha gente”.

Stephen King escribió que The Wire había “hecho el salto final, desde la gran televisión hacia la televisión clásica”.

Ni siquiera la polémica temporada final, en la que Simon dio demasiada importancia a los medios de comunicación, afectó a su reputación. Y luego, el giro final: la popularidad de The Wire sólo estalló verdaderamente cuando la serie ya había terminado.

“Se llegó a una masa de elogios por parte de la crítica justo a tiempo para el lanzamiento de la serie en una caja de DVD”, dice Alvarez, que ahora trabaja como novelista y guionista. “Se propagó muy rápidamente, algo como: '¿Escuchaste la nueva canción de los Beatles? ¿No lo has hecho? ¡Tienes que hacerlo!'. Yo no tenía ni idea de que la serie se iba a convertir en un fenómeno cultural tan grande como para que un día Barack Obama se cruzase con Andre Royo [el informante Bubbles, o Bubs, por su diminutivo en inglés] y le gritase:' '¡Hey, Bubs!'. Nadie lo sabía”.

Diez años después, el legado de The Wire es incontestable. Convirtió a Simon en uno de los grandes autores de la televisión: ahora está trabajando con Pelecanos en la segunda temporada de su último programa para HBO, The Deuce. También transformó las carreras de varios actores, especialmente las de West, Gillen, Idris Elba y Michael B Jordan.

“En aquel momento yo pensaba que nadie estaba prestando mucha atención”, dice Whitlock. “Más gente me reconoce por la serie de lo que nunca me había pasado. Me he encontrado con gente que acaba de verla y quiere hablarme de ella. Pero tengo que decirles que fue hace 10 años. Uno sigue adelante. Pero estoy muy orgulloso de haber formado parte”.

También dejó su marca sobre la ciudad. Sohn (Kim) se quedó en Baltimore para continuar el trabajo comunitario de The Wire y dirigió Baltimore Rising, un documental de HBO sobre las tensiones entre policía y activistas tras el asesinato en 2015 de Freddie Gray. “Aunque la esperanza muere todos los días en las calles de Baltimore, Chicago, Afganistán o donde sea, creo que la esperanza también vive en esos mismos lugares”, dice.

Además, The Wire reescribió las reglas del drama televisivo en cuanto al tono, al tema y al alcance narrativo. La serie que una vez fue difícil de vender es ahora un referente de calidad y un documento social que se enseña en las universidades.

“Cuando vi el debate que despertó The Wire en todas las esferas de vida, entendí que la gente no quiere ser menospreciada intelectualmente”, dice Peters. “Quieren algo que desafíe su intelecto, les haga sentirse vivos y les dé temas para debatir. No vi toda la serie hasta hace unos cinco años. Me senté y me di por vencido y dije: 'Oh Dios mío, ¿yo formé parte de esto? Gracias, Señor”.

The Wire trata todos los elementos de la sociedad, desde el más bajo de los bajos hasta el más alto de los altos”, dice Faison. “A veces la gente 'buena' no es tan buena y a veces la gente 'mala' se está esforzando por ser buena. Era algo con lo que mucha gente podía identificarse. Nunca cedimos. Tocamos todos los temas de frente y lidiamos siempre con la verdad”.

Esa verdad fundamental, que explica por qué The Wire es un faro que sirve hoy para entender la era de Trump y al movimiento Black Lives Matter tanto como sirvió para explicar el huracán Katrina y la crisis financiera, fue resumida brillantemente por Simon durante una entrevista en 2007 con Nick Hornby. “Esto es parte del país que ustedes han hecho”, dijo. “Esto es también lo que somos y lo que hemos construido. Piensen de nuevo en ello, hijos de puta”.

Traducido por Francisco de Zárate

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